El 1 de agosto de hace cincuenta años también fue domingo. Durante esa jornada, apenas pasado el mediodía, en Nueva York una multitud se acercó al Madison Square Garden. A las 2 de la tarde empezaba un recital que iba a hacer historia. El Concierto por Bangladesh encabezado por George Harrison, el primer recital benéfico de la historia. Junto al Beatle tranquilo se congregaron varias estrellas. Ringo Starr, Bob Dylan, Eric Clapton, Billy Preston, Leon Russell, Ravi Shankar. Fueron dos horas en las que el público disfrutó de grandes éxitos. Después se vació la sala para que otros 20.000 volvieran a rebalsar su capacidad. Y a las 8 de la noche empezó la segunda función.
Todo había empezado en la casa de Fryars Park, el hogar de George Harrison. Su amigo, Ravi Shankar, el músico hindú maestro del sitar, estaba preocupado y triste mientras trabajaban en la banda de sonido de la película Ragha. Cuando George le preguntó qué le pasaba, Shankar le contó sobre Bangladesh. Poco antes el ciclón Bopha había provocado una tragedia. Habían muerto 500.000 personas y un millón se habían quedado sin vivienda. A eso se sumaba la guerra civil. Las fuerzas paquistaníes trataban de sofocar los levantamientos de los independentistas a cualquier precio. La matanza fue atroz. Otra vez, con poca distancia temporal, los muertos se contaron de a cientos de miles. El nuevo estado independiente de Bangladesh había conseguido la libertad pero el drama humanitario era agobiante. George, al terminar de oír a su maestro oriental, dijo que tal vez podían hacer algo. Se sentó al lado del teléfono y empezó a llamar a amigos y conocidos.
La idea que se le ocurrió fue realizar un gran concierto en Nueva York para recaudar fondos. Hasta ese momento nadie había recurrido al rock para causas humanitarias. Tan excepcional fue esta iniciativa que tuvieron que pasar casi quince años para que los recitales masivos con múltiples figuras encabezando el cartel se instalarán como posibilidad. Después vinieron el Live Aid, Live 8, Usa for Africa e iniciativas similares. El Concierto por Bangladesh fue pionero, abrió un camino no explorado antes.
La conversación que dio inicio al recital tuvo lugar en junio de 1971. Un mes y medio después se realizaron los shows. Se hicieron el 1 de agossto porque esa era la única fecha en que el Madison Square Garden estaba disponible. Se anunció a principios de julio con un pequeño aviso perdido en las páginas finales de la sección de artes y espectáculos del New York Times: “George Harrison y Amigos”, decía. Pero no especificaba quiénes serían esos amigos. Al final fueron dos shows en el mismo día. Apenas empezó la venta, las entradas se agotaron. El recital original estaba planificado para las 8 de la noche. Al no haber otras fechas disponibles, se puso otra a las 2 de la tarde del mismo día.
George Harrison pasaba por un gran momento. Era el Beatle que más cómodo se sentía siendo un ex Beatle. No había nostalgia en sus modos. A fines de 1970 había sacado All Things Must Pass, su obra maestra, un disco triple maravilloso que se convierte en el primer número 1 de alguno de los Fab 4 como solista. El single My Sweet Lord también llegó a la cima de los rankings en todo el mundo y permaneció allí semanas. El que había quedado tapado a la sombra de Lennon y McCartney durante años tomaba la delantera de manera insospechada. Además, en la división de bienes de los Beatles, él se había quedado con los amigos más talentosos: Dylan, Clapton, Shankar, Preston.
El reclutamiento de participantes para los recitales fue inmediato. George llamó por teléfono a sus amigos y la gran mayoría respondió afirmativamente. Algunos allegados le sugirieron que no invitara a Eric Clapton. Estaba demasiado enganchado con la heroína y su estado era deplorable por esos días. Sin embargo, George quería a Eric con él en el escenario. Ringo, Bob Dylan, Billy Preston, Leon Russell, Klaus Voorman, Jim Keltner, los vientos de Jim Horn, los Badfinger, los coros organizados por Don Nix. Uno de los primeros en ser convocados fue John Lennon que aceptó de inmediato. George antes de cortar la comunicación le aclaró una condición: sólo lo quería a él en el recital, sin Yoko. Pero, dos días antes de los conciertos, John desistió. Alegó una discusión con Yoko a raíz de que la invitación sólo incluía a John.
Paul no quiso saber nada. Por un lado creía que era ridículo que los Beatles, aunque fuera por razones humanitarias, se volvieran a juntar tan poco tiempo después de haber anunciado su disolución. Por otra parte, los enojos y molestias por el divorcio y las acciones judiciales posteriores estaban en carne viva. No era el momento para volver a verse y menos rente al público. Y la presencia de Allen Klein, que manejaba a los otros tres Beatles y con el que estaba en juicio, era un obstáculo insalvable. Que no estuvieran los dos Beatles más célebres puede haber sido una gran desilusión para los fans y para el periodismo pero no para George. Él sabía que si la reunión se producía, el concierto sólo se iba a tratar de eso, de los Beatles. Y él sabía que lo importante era Bangladesh, quería que se hablase de ello.
En la conferencia de prensa de presentación del evento, un periodista le preguntó a Harrison por qué había elegido a Bangladesh. “Porque un amigo me contó la situación y me preguntó si podía ayudar. Y esto, hacer música, es lo que yo sé hacer”, respondió George.
Los músicos pararon en el Park Lane Hotel, cercano al Central Park. Ahí se reunieron mientras iban arribando a Nueva York. En una habitación, Pete Bennett se encargaba de las cuestiones organizativas. La entradas de protocolo, últimos contactos con la prensa, coordinar la llegada de los últimos participantes, controlar que todo estuviera dispuesto para la prueba de sonido. George, en la suya, recibía a sus colegas, consensuaba la lista de temas y ensayaba algunas canciones con ellos. En otra habitación Klaus Voorman estaba encerrado con el guitarrista Jesse Ed Davis; urgido por el tiempo escaso, le enseñaba las canciones que George iba a tocar. El motivo de este apuro estaba en el cuarto contiguo: Eric Clapton padecía por la abstinencia de heroína y nadie sabía si se iba a poder presentar. La mañana del recital, Bob Dylan y Bennet fueron a despertarlo. Golpearon la puerta varias veces pero nadie atendió. Supusieron que estaba desayunando, pero no lo habían visto en el comedor, tampoco salir del hotel. El conserje abrió la puerta de la habitación con natural temor. El guitarrista estaba tirado en la cama boca abajo, y su novia en el piso. Ninguno de los dos se movía ni respondía a los llamados y sacudones. Bennett llamó a un doctor. Les dieron metadona y reaccionaron. Unas pocas horas después, Clapton se subió al escenario del Madison. Su actuación no fue demasiado brillante. No era para menos. “Ese día decepcioné a mucha gente”, escribió en sus memorias.
Pero Eric no era la única súper estrella que se presentaba como un problema. Bob Dylan, a medida que pasaban las horas, se mostraba cada vez menos convencido de salir a tocar. Al principio dio la excusa de estar muy ocupado, adujo que debía volver a su casa por asuntos urgentes. Después dijo la verdad. Estaba asustado, hacía mucho que no se presentaba ante el público y la sola idea de hacerlo lo perturbaba. George se acercó y trató de persuadirlo. Le dijo que él no sólo hacía mucho que no tocaba en vivo (el último recital de los Beatles había sido en agosto de 1966, cinco años antes) sino que él nunca había encabezado un recital, que siempre había sido parte de una banda y, hasta ese día, su rol escénico no había sido central. Muchos años después, George Harrison contó que terminada la charla no supo si había convencido a Dylan de presentarse. Sólo cuando lo vio al costado del escenario con la guitarra colgada del cuello, supo que Dylan tocaría ese día. Antes de eso, Bennet lo rastreó por todo el backstage. Empezó a perder las esperanzas cuando escuchó música que salía de un baño apartado. Sentado sobre la tapa del inodoro Bob Dylan tocaba su armónica, con la guitarra en su regazo. “Te toca a vos”, le dijo Bennett. “¿Te parece que les seguiré gustando?”, preguntó Dylan.
Otro problema que tuvo George con el capital humano fue el de lidiar con el mayor creador de inconvenientes y peligros del mundo del rock, Phil Spector (productor revolucionario, magnate de la industria al que la muerte encontró cumpliendo condena a prisión perpetua por un femicidio). Spector supervisaba la grabación del concierto que luego sería editado en un disco triple pero no pudo controlar su (mal) genio. Causó destrozos en los camarines del Madison Square Garden y le levantaron cargos por agredir a un policía.
El show empezó con Ravi Shankar y otros músicos hindúes. Un largo set de música oriental que el público escuchó con paciencia y algo de perplejidad. Shankar habló sobre la situación de Bangladesh. Después fue el turno de George con una banda de 20 miembros detrás. Cada uno tuvo su momento de lucimiento. Los Badfinger (que interrumpieron la grabación del disco por estas presentaciones porque George era el productor), Leon Russel, Billy Preston. Clapton no estaba en buen estado aunque su talento suplió sus problemas. George cantó algunos de sus clásicos beatles (Something, While My Guitr Gently Weeps, una versión acústica de Here Comes The Sun) y canciones de su disco triple All Things Must Pass. Ringo además de tocar la batería en casi todos los temas (junto a Jim Keltner) cantó Don´t Pass me By. El otro gran momento fue la irrupción de Bob Dylan en el escenario. Más allá de alguna presentación como invitado de The Band, hacía muchos años que no tocaba en vivo. Las 40.000 personas deliraron con sus canciones. Además era el primer encuentro en vivo, en un recital entre los artistas que definieron la década anterior y que revolucionaron la música moderna: los Beatles y Dylan.
El set de Dylan fue de cinco canciones en cada show. Tocó clásicos y fue ovacionado por el público. Fue uno de los grandes momentos de esos recitales. A Hard Rain’s A Gonna-Fall, Blowing in the Wind, Just Like a Woman, Love Minus Zero. Para la segunda función, ya disipado el temor del fracaso y del rechazo, decidió premiar al público e incorporó otro de los temas que la gente conocía y adoraba: Mr. Tambourine Man.
El final fue con My Sweet Lord y con Bangla Desh (en esa época todavía se escribía separado), el single que Harrison grabó especialmente para la ocasión.
La recaudación superó las expectativas. Lograron juntar 250.000 dólares. Pero a eso hay que sumarle otras dos fuentes de ingresos que se derivaron de las actuaciones del Madison Square Garden. El disco triple que las registró y la película documental. En total fueron más de 12 millones de dólares de la época.
La película tiene una historia peculiar. George no quería cámaras. Tampoco varios de sus invitados, en especial Dylan. Las dos máximas estrellas del programa temían que su inactividad escénica hiciera que sus actuaciones fueran deficientes. Y no querían que quedara su falta de estado perpetuada en celuloide. Mientras tocaban ese 1 de agosto, vieron algunas cámaras, pero alguien de la producción les dijo que eran de algunos noticieros de TV. A la mañana siguiente mientras Harrison comentaba lo bien que había salido el concierto se lamentó por no haberlos filmado. Bennett le replicó: “¿Quién te dijo que no los filmamos?”. Así sin que Harrison lo supiera, el documental se registró.
Las ventas y las críticas fueron muy buenas. Pero hubo un problema serio. Cómo todo se había organizado de manera súbita, creyeron que alcanzaba con declarar que lo recaudado sería destinado a los refugiados de Bangladesh. Unos días después, ya pasado el fragor de los conciertos, arreglaron con Unicef para que se hiciera cargo de la administración y destino de lo recaudado. Pero las autoridades impositivas norteamericanas retuvieron los impuestos como si no se tratara de una obra benéfica porque no se había anunciado la intervención de Unicef en el momento adecuado. La situación se resolvió mucho después. La IRS tardó años en liberar esos fondos.
Pero lo más importante del Concierto por Bangladesh no fueron las grandes sumas recaudadas ni el disco triple. Esos dos recitales domingueros en Nuevo York lograron poner luz sobre la situación en Bangladesh. El tema hasta ese momento era invisible para los medios y para las sociedades occidentales. Un drama humano de dimensiones colosales ignorado en la vorágine diaria. Pero la intervención de Harrison fue determinante para que eso dejara de ser así. Fue una enseñanza que el rock tardó mucho en decodificar. George Harrison fue el primero que entendió que podía utilizar su arte, su capacidad de fuego mediático, su notoriedad y hasta sus amistades para hacer visibles situaciones injustas y para conseguir fondos para los que más lo necesitaban. Y eso lo hizo a través de sus grandes poderes: sus bellas canciones y sus amigos.
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