Hace un año, cuando hasta los actores Daniel Radcliffe y Emma Watson se diferenciaron públicamente de la escritora que creó a los personajes que los hicieron mundialmente famosos por sus declaraciones transfóbicas, Joanne Rowling –tal el verdadero nombre de la autora de Harry Potter– publicó un largo ensayo en su página web en el que se defendía de las acusaciones por las que muchos llamaban a cancelarla e incluso a quemar sus libros y hacía una dolorosa revelación.
Siempre se supo que la suya había sido una increíble historia de superación: de ser una madre soltera que escapó de un matrimonio tormentoso y mantenía a su hija mayor, Jessica, con la asistencia social del Estado, a ser señalada por Forbes como la primera escritora multimillonaria de la historia; de tener que firmar con dos iniciales –una inventada, la K, que usa en honor a su abuela paterna, Kathleen– para que los varones no evitaran la saga solo porque estaba escrita por una mujer, a abrirle paso a autoras que hoy son furor entre los adolescentes, como Stephanie Meyers y Suzanne Collins. Pero desde la primera edición de Harry Potter y la piedra filosofal, en 1997, la británica que hoy cumple 56 y casi un cuarto de siglo en el ojo público, jamás había sido tan clara sobre la violencia y el abuso sexual que sufrió a manos de su primer marido.
“Soy una sobreviviente –escribió entonces–. Si no lo dije antes no es porque me avergüence, sino porque recordar es traumático. Hoy estoy casada con un hombre bueno (el médico escocés Neil Murray), pero las cicatrices de la violencia no desaparecen, no importa cuán amada seas, ni cuánto dinero hayas hecho”, señaló la también guionista y productora cinematográfica (parte de su fortuna proviene de los derechos de reproducción de las películas) que alguna vez sostuvo que solo quienes siempre fueron ricos pueden decir que el dinero no importa.
“Cuando alguien roba en tu casa y no tenés ni para pagar el cerrajero, el dinero importa. Cuando te faltan dos peniques para comprar porotos en lata y tu hija tiene hambre, el dinero importa. Cuando te planteás robar pañales en la tienda, el dinero importa”, contó Rowling, que en 1993 huyó de Oporto y de ese portugués que la había golpeado durante todo su embarazo –el periodista televisivo Jorge Arantes, con quien se casó en 1992–, sin más que su beba recién nacida y una pequeña valija para instalarse en Edimburgo.
En esa valija llevaba sin embargo la semilla –la piedra filosofal– sobre la que transformaría su vida, la de su hija, y la de millones de chicos y otros tantos adultos en todo el mundo: los tres primeros capítulos del borrador de la historia de un pequeño mago y sus amigos que perfeccionan sus poderes como pupilos en la escuela de hechicería Hogwarts. La idea se le había ocurrido tres años antes, cuando viajaba en tren de Manchester a Londres. Y como si la magia se trasladara de la fantasía a su propio destino, desempleada y aparentemente sin perspectivas, siguió escribiendo durante las horas muertas en los bares –único lugar donde conseguía dormir a Jessica gracias al murmullo de la gente–, con un café con leche que estiraba durante horas, y se sacó la depresión del postparto, las violencias, la pobreza y la soledad, inventando Dementores, esas criaturas oscuras que absorben la energía, la felicidad, la esperanza y la paz de quienquiera que tengan cerca, y un poderoso hechizo para alejarlos: el célebre “Expecto Patronum”, que evidentemente funcionó.
Porque parece también mágico lo que pasó con el libro, que fue rechazado por doce editoriales mientras ella no dejaba de escribir. No le importaba no tener quien la publicara: creía profundamente en el universo de Harry Potter y, antes de tener la respuesta que llegaría solo cuatro años más tarde, ya había redactado el final… ¡de la séptima entrega! Es que J. K. Rowling, o Jo, como era conocida entonces, ya tenía claro que lo que haría sería una serie de novelas fantásticas y que, en total, estaría compuesta por siete libros.
Ni ella ni el presidente de la editorial Bloomsbury, que finalmente le ofreció un contrato después de darle a leer a su hija el borrador del primer capítulo y comprobar cómo la niña suplicaba que le diera los otros para seguir leyendo, podían saber que la historia de Harry Potter se convertiría en la serie de libros más vendida de todos los tiempos, con 500 millones de copias vendidas, y sería traducida a más de 76 idiomas. ¿Otro récord? Los últimos cuatro marcaron un hito como los libros que más rápido se vendieron en la historia, con millones esperando su salida en las librerías de todo el mundo; el último fue un absoluto bestseller instantáneo que superó a todos los anteriores: solo en los Estados Unidos, vendió once millones de copias en menos de 24 horas.
Pero, de nuevo, ni el presidente de Bloomsbury ni Rowling podían saber eso de antemano, por lo que la escritora cobró apenas US$4.000 por ese manuscrito, y la tirada inicial fue de mil ejemplares. Por entonces, todo le parecía muchísimo frente a los US$400 mensuales que le daban los servicios sociales británicos, con los que siempre dijo sentirse en deuda (por eso fijó su domicilio fiscal en el Reino Unido). Incluso había tenido que transcribir entero el texto completo de la novela para enviarla a cada una de las editoriales que lo rechazaron: ni siquiera le alcanzaba para las fotocopias.
Es hasta gracioso cómo también en eso parece haber sido tocada por sus propias varitas mágicas. En 2007, el manuscrito original de un libro de relatos mencionados en el último de la serie de Harry Potter del que la autora inglesa escribió e ilustró solo siete en forma artesanal para sus amigos y editores, fue subastado en Sotheby’s. La idea de Rowling era destinar lo que recaudara a las numerosas causas filantrópicas con las que colabora (la erradicación de la pobreza, el bienestar infantil, el estímulo de la lectura, la investigación sobre la dislexia, la lucha contra la esclerosis múltiple y, desde 2020, contra el Covid-19), pero tampoco imaginó que instalaría un nuevo récord.
Casada con Murray desde 2001, tienen a David, de 18, y Mackenzie, de 16, y viven en una mansión del siglo XVII en Edimburgo. Pero Rowling asegura que, aunque tiene “dinero de sobra, no es tanto como la gente cree”. Hace unos años, desapareció de la lista de multimillonarios de Forbes. ¿La razón? Donó la mayor parte a obras benéficas. Lo que tengo es “más que suficiente”, aclaró hace poco la mujer que dos décadas atrás estiraba una taza de café con leche durante todo el día mientras soñaba con el mayor bestseller de la historia. El original de Los cuentos de Beedle el Bardo se vendió en 2007 por US$3,23 millones, casi cuarenta veces más que el valor anticipado. Como si fuera un incunable, ese ejemplar es, hasta hoy, el libro contemporáneo más caro jamás comprado.
Tan impredecible como instantánea, la pottermanía tenía para entonces una década. Hollywood quiso los derechos para llevar la saga del niño mago al cine solo con las repercusiones de la primera entrega. Y Joanne lo cuidó como si fuera su hijo: sabía que el éxito de los libros pendientes también dependía de que la adaptación fuera tan buena como fiel. Así que colaboró con el guionista, y exigió que los actores y locaciones fueran británicos. Eso también era parte de lo que sentía que debía devolverle a su país por haberla sostenido cuando era solo una madre soltera que luchaba para mantener a su hija y desarrollar su carrera.
La gratitud en estos años ha sido recíproca. Ha sido nombrada Miembro de la Orden de los Compañeros de Honor del Commonwealth, con la Orden del Imperio a la Excelencia, y como la Mujer más Influyente de Gran Bretaña. Pese a eso, firmó con seudónimo de hombre –Robert Galbraith– los libros para adultos que escribió tras el éxito de Harry Potter, la saga policial Cormoran Strike. Ahora, los prejuicios a evitar eran dobles: ¿qué varón querría leer la novela policial escrita por una mujer que además es un bestseller infantil? No tardó en saberse que la autora detrás del nuevo fenómeno era ella, ni en desatarse la polémica. En la última, Troubled Blood, que publicó en 2020, la trama gira en torno a un asesino serial que se viste de mujer para cometer sus crímenes. Travestida ella misma como un varón para escribir, J. K. Rowling insiste contra toda crítica: “Mi vida ha sido moldeada por ser mujer”.
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