Cuando nació le pusieron el nombre de su hermano muerto. Fue como una maldición. Su vida resultó una larga sucesión de fracasos de todo tipo. Problemas psiquiátricos, frustraciones amorosas, ataques de furia y enfermedades sexuales. Una oreja cercenada cosió su destino con ribetes dramáticos hasta llegar al final, que lo encontró acurrucado en una cama de un humilde albergue, jaqueado por el dolor, luego de que un balazo atravesara su pecho.
Demasiado tarde llegaron la fama y el reconocimiento de la humanidad al gran maestro de la pintura. Su cuadro Retrato del doctor Gachet fue vendido, en 1990 cuando se cumplía el centenario de su muerte, en 82,5 millones de dólares y hoy está valuado en 139.5 millones. Pero se dice que si se pusiera a la venta su obra La noche estrellada, que se encuentra en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, su precio oscilaría entre los 500 y 1000 millones de dólares. Increíble para alguien que murió en la pobreza y sin poder pagarse un plato de comida caliente.
Un joven de carácter volátil
El primer Vincent van Gogh había llegado al mundo en 1852. El segundo Vincent nació el 30 de marzo de 1853, en Groot Zundert, Holanda. Heredar el nombre del primogénito muerto al nacer ya fue un peso. Su madre fue Anna Cornelia y su padre Theodorus, era un pastor protestante muy austero. Después de él, nacieron cinco hermanos más: Theo, Cornelius, Elisabetha Huberta, Anna Cornelia y Wilhelmina Jacoba.
Vincent fue un niño difícil y nervioso y un adolescente de carácter volátil. Se pasó la etapa escolar cambiando de internados. En uno de ellos, estudió francés y alemán. Durante el secundario, en Tilburg, vivió por un tiempo con una familia llamada Hannik. De esa etapa de su vida él mismo dijo melancólico: “Mi juventud fue triste, fría y estéril”.
Cuando terminó de estudiar volvió a su casa. En 1869, con 16 años, empezó a trabajar en una compañía de arte internacional, en La Haya, llamada Goupil & Co, que luego cambió su nombre y pasó a llamarse Boussod & Valadon. Entró a la empresa que se dedicaba a comercializar obras de arte por su tío que era uno de los dueños.
Cuando tenía 20 años lo enviaron a Londres para trabajar en una sucursal. Se alojó en la casa de la viuda Sara Ursula Loyer, en Covent Garden. Esta mujer había convertido su vivienda en pensión por necesidades económicas. Vincent se enamoró de su hija, Eugénie Loyer. Sara no aprobó la relación porque pensaba que había demasiadas diferencias sociales. Además, la joven estaba de novia y no mostraba ninguna intención de relacionarse con Vincent. Otra versión más arriesgada sostiene que, en realidad, Vincent se había enamorado de la madre que obviamente lo rechazó.
En todo caso, Vincent se volvió insistente por demás y terminaron expulsándolo de la casa. Él volcó su decepción en las lecturas de libros religiosos y de la Biblia. Eso lo llevó a aislarse y a desatender su trabajo en la galería de arte.
El gran confidente y consejero de Vincent era su hermano Theo, quien también trabajaba como marchante. Vivían escribiéndose largas cartas (se conservan unas 650 y fueron cruciales para rearmar la biografía del pintor) donde Vincent le contaba sus peripecias y sinsabores tanto laborales como emocionales. Por todos los escritos no hay dudas de que Theo fue un personaje central en la vida de su hermano.
El joven Vincent ya había sido rechazado en sus dos primeras propuestas de matrimonio: Caroline Haanebeek, en 1872, y Eugénie Loyer, en 1873. Angustiado le escribió a Theo por esos años: “Pensé, para mí mismo, que me gustaría estar con una mujer. No puedo vivir sin amor, sin una mujer. Daría todo en la vida por tener algo infinito, algo profundo, algo real”. Las frustraciones amorosas lo habían golpeado.
En 1875, la compañía lo trasladó a París, donde por un tiempo recobró su pasión por la pintura.
Convertirse en pastor
En marzo de 1876 Vincent regresó a Inglaterra y se convirtió en un religioso fervoroso y devino en ayudante de un predicador metodista. Incluso llegó a dar sermones desde el púlpito. Le escribió a su adorado hermano Theo: “Cuando me encontraba en el púlpito, me sentía como quien desde una oscura cueva subterránea vuelve a salir a la plena luz, y es maravilloso pensar que, desde ahora, predicaré el Evangelio por todo el mundo”. Tan obsesionado estaba con la religión que su trabajo quedó abandonado y su tío lo acabó echando.
En 1877 partió a la ciudad de Ámsterdam con la intención de ser teólogo. Lo rechazaron por no saber latín ni griego. En realidad, el motivo tenía que ver también con su carácter: nunca obedecía. Aun así, en 1879, con 26 años, fue enviado como misionero a una región minera de Bélgica. Vincent debía evangelizar a los mineros y compartir con ellos las duras condiciones en las que vivían. En sus ratos libres se dedicó a dibujar y a pintar a estos trabajadores. Otra vez, emergió su fanatismo: no comía y repartía lo poco que tenía entre los más necesitados. Su salud se resquebrajó.
Theo, que lo ayudaba económicamente, le aconsejó dejar de predicar para dedicarse solo a pintar. Vincent le hizo caso y viajó a Bruselas. En 1880 se hizo amigo del pintor holandés Anthon van Rappard y se inscribió en la Academia de Bellas Artes donde estudió dibujo y perspectiva. Parecía que las cosas mejoraban para él.
La tercera no es la vencida
En 1881, en una de sus visitas a sus padres que estaban en Etten, Holanda, se reencontró con su prima Cornelia Adriana Vos-Stricker, a quien le decían Kee. La había conocido en Ámsterdam, cuatro años antes, cuando él soñaba con convertirse en pastor. Kee, de 35 años, estaba de vacaciones en la casa del pintor Anton Mauve. Era viuda desde hacía poco tiempo y tenía un pequeño hijo llamado Jan. Vincent tenía 28 y se llevaba muy bien con los niños. Jan y Kee empezaron a acompañarlo cuando él montaba su atril en el medio del campo para pintar. Vincent se confundió. Tenía poca experiencia amorosa y se manifestaba con demasiada intensidad. Le declaró su amor y Kee se escandalizó. Le respondió: ”No, nunca, nunca”. A partir de entonces la viuda se negó a verlo, pero Vincent insistió con los padres de ella. Los familiares llegaron a calificar esa insistencia como “asquerosa”. Kee se marchó para Amsterdam y, poco tiempo después, se casó con otro. La tercera propuesta de casamiento de Vincent había sido otro bochorno.
En diciembre de 1881, se desahogó contándole estas historias por carta a su hermano Theo. También le habló de las peleas con su padre: “Como puedes ver, estoy nuevamente en La Haya; por Navidad tuve una disputa bastante grave con nuestro padre, que llegó al extremo de decirme que sería mejor que abandonase la casa. Lo dijo tan enérgico que me fui aquel mismo día”.
Prostitución y enfermedades sexuales
El rechazo de Kee lo hizo caer en la desesperación. Un poco por necesidad y, otro poco, por su vocación por los débiles, cuando conoció a Clasina María Hoornik (a quien le decían Sien) en las calles de La Haya, no lo pensó y se involucró con ella. Sien era cinco años más grande que él, ejercía la prostitución, era alcohólica, padecía de sífilis, estaba embarazada y tenía una hija llamada María. Vincent las llevó a vivir con él. Empezó trabajando como ama de casa, pero Vincent terminó enamorado. En julio de 1882 nació el bebé al que llamaron Willem. ¡Tanto deseaba una familia! Y, ahora, parecía tenerla. Sien sabía calmar sus ansiedades y terrores. Ella, que además era costurera, y su hija se convirtieron en modelos gratuitas para sus cuadros.
Una de las frases famosas que se le atribuyen al pintor se la habría dedicado a ella: “¿Por qué te vas, si mañana vendrás de nuevo?”.
Por supuesto, Vincent pretendió casarse con ella y para hacerlo le pidió ayuda económica a Theo. Le escribió: “Me necesita y eso me hace sentir bien”. En otra carta le explicó: “No es la primera vez que no puedo resistir ese sentimiento de amor y afecto por aquellas mujeres a las que los clérigos condenan y desprecian de manera soberbia”.
Theo, al principio, aceptó la idea, pero con el correr del tiempo sintió que Sien se aprovechaba de su hermano. Lo había contagiado con dos enfermedades sexuales, sífilis y gonorrea y, encima, con la excusa de la necesidad económica, había vuelto a la prostitución. Preocupado decidió no ayudarlos más. Eso, sumado a la presión del resto de los familiares de Vincent, hizo que el ensayo familiar terminara en otro fracaso.
La “familia” había durado un año y nueve meses. Su padre le aconsejó abrir su propia galería y dar clases de pintura. Furioso Vincent rechazó la idea y le dijo a Theo que también él debía renunciar a ese trabajo en la empresa porque el comercio del arte era, en realidad, “una farsa”.
Terminada su pareja con Sien, regresó a la casa paterna. Esta vez, a su padre, lo habían trasladado a Nuenen, donde lo recibieron con una habitación preparada como atelier.
En una de las tantas cartas Vincent razonó: “¿Estás enamorado Theo? Quisiera que lo estuvieras porque, créeme, aun estas pequeñas miserias tienen su valor. A veces, uno se encuentra desconsolado, hay momentos en los cuales uno se cree en el infierno. Existen tres grados: 1) No amar y no ser amado. 2) Amar y no ser correspondido (éste es mi caso). 3) Amar y ser amado”. También escribió: “Amar es fácil, lo difícil es ser amado por quien uno ama”.
El amor era un tema irresuelto en su vida.
De amor, suicidio y peleas
En septiembre de 1884 cayó rendido por la hija de un vecino, llamada Margot Begemann. Ella le llevaba diez años. Él quiso casarse, pero la familia de Margot se opuso. La mujer intentó suicidarse tomando estricnina (un veneno que se usa para matar ratas) y todo terminó pésimo. La tristeza por esta relación malograda le duró pocos meses porque la vida le asestó otro golpe: el 26 de marzo de 1885 el papá de Vincent murió de manera repentina. Enseguida, se desataron las peleas por la herencia entre su madre y sus hermanas. La vida en la casa se volvió imposible. Se mudó a un sitio tranquilo que le ofreció un sacristán de la iglesia católica. Los van Gogh que eran protestantes consideraron esto un agravio. Vincent, agobiado, sentía que tenía problemas por todos lados.
Fue ese mismo año que pintó una de sus grandes obras: Los comedores de patatas. Pero no todos le decían cosas agradables al pobre Vincent. Su amigo pintor, Anthon van Rappard, quizá por celos artísticos, le envió una crítica lacerante que provocó el fin de la amistad: “Estarás de acuerdo conmigo en que este trabajo no se puede tomar seriamente. Pero, ¿por qué todo lo observas y lo tratas superficialmente, de la misma manera? ¿por qué no estudias minuciosamente los movimientos? La mano de la mujer del fondo... ¡qué poco real! ¿Y qué relación hay entre la cafetera, la mesa y la mano que toca el asa? ¿Qué función hace esta cafetera? No se mantiene, tampoco la sujetan. ¿Por qué la mujer de la izquierda tiene por nariz un mango de pipa acabada en un dado? El arte es demasiado elevado para tratarlo con tanta negligencia”.
Por suerte otros artistas no pensaron lo mismo.
Perder hasta los dientes
A finales de 1885 van Gogh se instaló en Amberes, en un pequeño atelier cuyo alquiler pagaba Theo.
Los tratamientos que le hicieron para combatir la sífilis, con gas de mercurio, provocaron que perdiera todos sus dientes. Sus penurias económicas eran tremendas. En el frío febrero de 1886, en sus cartas a Theo escribió que no podía pagarse comidas sustanciosas y calientes. Y le aclaró que, en el último año, no debía haber ingerido más de seis o siete. Terminó yéndose a vivir con su hermano a París y se instalaron en Montmartre. A pesar de quererse mucho, las peleas eran cotidianas. Theo siempre cedía. En esta etapa conoció a grandes pintores como Henri de Toulouse-Lautrec, Paul Gauguin y Paul Cézanne. Sus pinturas dejaron los tonos sombríos para empezar a adquirir luminosidad y alegría. En febrero de 1888 se marchó a Arlés, en el sur de Francia.
Gauguin y la oreja izquierda
Cuando llegó, primero se instaló en una habitación del Hotel-Restaurante Carrel, pero era demasiado caro. No podía mantenerse. Pensó, entonces, en hacer un taller para artistas donde pudiera vivir. Theo le mandó dinero con el que alquiló y acondicionó una casa de paredes amarillas. El único de sus amigos pintores que aceptó la idea de ir fue Paul Gauguin. Aunque en verdad fue Theo, también marchante de Gauguin, quien lo convenció para que viajara. Llegó a la casa amarilla el 23 de octubre de 1888, pero la convivencia no funcionó. Resultó tremenda: los dos eran temperamentales. La tarde del 23 de diciembre fue el apogeo del desastre. Discutieron y terminó ocurriendo un macabro episodio, el más recordado de la vida de van Gogh: el cercenamiento de su oreja izquierda.
En sus memorias, Gauguin dijo que van Gogh lo amenazó y lo persiguió por toda la casa con una navaja de barbero y que él mismo se cortó la oreja. Sangrando, la envolvió en un trapo y se dirigió a un prostíbulo de Arlés. El paquetito se lo dio como “regalo” a una prostituta llamada Rachel y, luego, volvió a casa. Gauguin se había vuelto precipitadamente a París.
A la mañana siguiente, la policía lo halló inconsciente y lo llevó al hospital.
Vincent les dijo a todos que no recordaba nada. Estuvo internado catorce días. Gauguin y él no volvieron a tener contacto en persona, solo por carta.
¿Qué podría haber llevado a que Vincent van Gogh se cortara la oreja? Algunos especularon que podría haber sido una rabieta por la noticia de que su hermano se iba a casar. Otros, hablaron de un brote psicótico. En 2009, unos historiadores llegaron a la conclusión de que podría haber sido Gauguin, maestro de esgrima, quien hubiera herido a van Gogh con su sable mientras se peleaban. Según esta teoría, Vincent solo habría terminado de cortársela. Las armas no fueron halladas y van Gogh nunca dijo una palabra. Quizá para proteger a su amigo. Los que sostienen esta versión creen que es sospechoso que Gauguin hubiese regresado tan apurado a París y que hay una frase, en una de las cartas de van Gogh a Gauguin, que abona esta idea: “Mantente callado y yo también lo haré”.
Al salir del hospital, van Gogh realizó su famoso Autorretrato con la oreja vendada.
Escapar de la melancolía
Pasadas cuatro semanas del hecho, Vincent tuvo que volver a ser internado en un hospital. Padecía manía persecutoria y se imaginaba que lo querían envenenar. Estuvo diez días bajo tratamiento y le dieron el alta. En marzo del mismo año estuvo ingresado durante casi seis semanas. El 17 de abril de 1889, Theo se casó con Johanna Bonger en Ámsterdam. El 8 de mayo, Vincent fue al hospital mental Saint-Paul-de-Mausole, un ex monasterio en Saint-Rémy-de-Provence, por decisión propia. Allí aprovechó el tiempo para pintar en los jardines de la institución. En esos meses se llevó a cabo la primera exposición de su obra en París. Se exhibieron solo dos cuadros que Vincent le indicó a su hermano: La noche estrellada e Iris. En enero de 1890, lo invitaron para participar de una exposición en Bruselas y envió seis obras. Allí vendió El viñedo rojo en Arlés. La compró la pintora impresionista Anna Boch, hermana de un amigo por unos 1200 dólares de hoy. Fue la única pintura importante que vendió en vida. Luego, llegó a exponer en París diez trabajos más.
Todo esto tenía lugar mientras su psiquis naufragaba sumergida en el pánico, la ira y las alucinaciones. Se sentía solo y atrapado por una gran melancolía.
El final ¿por mano propia o ajena?
Después de muchos meses, Vincent dejó la clínica y visitó a su hermano en París. Sesenta días antes de morir, en mayo de 1890, se instaló en un pueblo llamado Auvers-sur-Oise, 35 kilómetros al norte de París. Llegó en tren y alquiló un cuarto en una humilde posada llamada Ravoux. Allí conoció a la hija de su médico, Marguerite Gachet. Vincent intentó tener una relación con ella y la joven parecía entusiasmada. El padre se opuso porque conocía perfectamente los desequilibrios del pintor.
Vincent tenía solamente 37 años cuando, el domingo 27 de julio de 1890, una bala le atravesó el pecho. Siempre se habló de suicidio. Uno de los motivos que se esgrimió para aseverarlo fue que él podría no querer ser una carga económica para su hermano Theo, que ya había formado su propia familia. O, quizá, fuera que ya estaba acorralado por la locura.
En 2016, un equipo de 30 investigadores entre historiadores y psiquiatras, luego de analizar las cartas de Vincent, llegaron a la conclusión de que el pintor había tenido episodios de psicosis intermitentes y que presentaba alterada su capacidad para interpretar la realidad. Su epilepsia estaba documentada por las convulsiones que experimentó pero, también, podría haber sufrido desorden bipolar.
Respecto de su muerte, en el año 2011, otra investigación realizada por Steven Naifeh (historiador recibido en la Universidad de Princeton y ganador del Premio Pulitzer) y Gregory White Smith, sostuvo que la bala que lo mató fue disparada accidentalmente por otro. Los hermanos René y Gastón Secrétan veraneaban en Auvers y eran conocidos del pintor con quien mantenían una relación tensa. Los jóvenes habrían estado jugando con una pistola en el medio del campo donde pintaba van Gogh. El tiro se le habría escapado a René, el hermano menor de 16 años, un adolescente problemático que solía disparar a los animales. Naifeh aporta como dato que, en una entrevista que dio René Secrétan en 1956 cuando se estrenó una película sobre van Gogh, sus declaraciones parecían estar impregnadas con un gran sentimiento de culpa. Vincent, fiel a su estilo, no habría querido culparlos de nada.
Sesenta años después de su muerte, un campesino encontró en un campo cercano a la posada, un revólver oxidado con la culata de madera podrida. Muchos están seguros de que es el arma de la que salió el disparo por cuatro razones: el estado en el que estaba, el lugar donde se la halló, el calibre de 7 mm que coincide con la bala que mató a van Gogh y la posición en la que se encontraba el gatillo. En junio de 2019 fue subastada por la hija de uno de los propietarios del campo. Un coleccionista anónimo pagó, luego de una fuerte puja, 182.000 dólares.
Agonía en la habitación 5
Ese trágico domingo de verano, cuando estaba anocheciendo, Vincent retornó a la posada tambaleándose. Se sujetaba el estómago con sus dos manos y tenía la ropa manchada de rojo. No habló con nadie y subió las escaleras. La mujer del dueño de la posada le alcanzó a preguntar si estaba bien. Vincent respondió a medias: “No, pero tengo…”. No se le entendió. El pintor se dirigió a su habitación, la número 5. El dueño del lugar, preocupado, lo siguió y entró a su cuarto donde lo encontró en posición fetal sobre la cama. Vincent le dijo: “He intentado matarme”.
Llamaron a un médico de la zona, pero no había demasiado para hacer. Vincent repitió sus dichos: se había disparado, se había desmayado por el dolor y se había despertado al anochecer, en medio del trigal. Había intentado buscar el arma para terminar con la tarea comenzada, pero estaba muy oscuro y no la encontró. Se arrastró y, como pudo, volvió al albergue.
El que sería considerado uno de los maestros de la pintura mundial (dejó unos 900 cuadros y más de 1600 dibujos) murió dos días después retorcido de dolor. Cuando ya estaba agonizando llegó su hermano Theo a quien le dijo: “La tristeza durará para siempre”.
Post scriptum
La muerte de Vincent provocó en Theo un colapso mental. Eso, sumado a que padecía sífilis (como su hermano), hizo que terminara internado en un hospital de Utrecht. Falleció el 25 de enero de 1891, a los 33 años, seis meses después que su hermano. En 1914, Vincent y Theo van Gogh se reencontraron: el cuerpo de Theo fue exhumado y llevado junto al de Vincent. Johanna, la viuda de Theo había quedado sola con un bebé a cuestas. Ella desoyó a quienes le dijeron que se deshiciera de todas esas valijas repletas de cuadros y de las cartas entre los hermanos porque eran trastos sin ninguna utilidad. Lo cierto es que, por aquel entonces, carecían de valor monetario. Sensible y despierta, Johanna decidió hacer exactamente lo contrario. A ella le debemos, también, que Vincent haya llegado a ser quien es. Pero esta ya es otra historia.
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