Cuando el representante la llamó, ella creyó que le había conseguido una nueva publicidad. Estaba otra vez con su pequeño grupo musical de gira por el centro de Estados Unidos. En esos tiempos no era tan fácil ubicar a alguien. El hombre le dejó un mensaje en la recepción del hotel de mala muerte en el que paraba, ella sacó un papelito que tenía en el bolsillo con el número del agente, marcó, esperó que la secretaria le pasara y del otro lado escuchó la voz urgida: ¡Volvé ya mismo! ¡Te dieron el papel!. Ella con sus 24 años no podía saber todavía que ese rol sería el más importante que le tocaría en su vida profesional, el que la determinaría.
Lynda Carter había hecho el casting junto a otras dos mil chicas que aspiraban a ser la primera superheroína de la televisión. Hasta ese momento, los súper poderes eran sólo cosa de hombres. Ella sería, casi sin experiencia en la actuación, la Mujer Maravilla, el personaje femenino más importante de DC Comics.
Su madre era de origen mexicano y su padre provenía de una familia que mezclaba raíces inglesas e irlandesas. Se crió en Phoenix junto a dos hermanos. Desde muy chica participó en publicidades y concursos de talentos. Su sueño era cantar, dedicarse a la música. A los 17 años desechó la posibilidad de ir a la universidad y con una banda de country compuesta por hombres más grandes que ella salió a recorrer Estados Unidos. Muchos años después, su marido Robert Altman le preguntó a la madre de Lynda Carter cómo había permitido que su hija se fuera a tratar de vivir de la música, con hombres adultos: “Me extraña que me preguntes eso. ¿No conocés a Lynda? Es imposible detenerla cuando se le mete algo en la cabeza”, respondió la señora.
Como la música no alcanzaba para subsisitir y el gran contrato discográfico no aparecía, Lynda aceptaba cualquier trabajo que tuviera relación con el mundo del espectáculo. En 1972, alguien le avisó que había un concurso de belleza. Se anotó el día de cierre de la inscripción. Fue superando etapas, ganó el zonal y luego fue elegida como la representante norteamericana para la edición de ese año de Miss Mundo. También hizo papeles muy menores en algunas series.
En 1974, un productor tuvo una idea que creyó revolucionaria. Hacer una serie televisiva con el personaje de la Mujer Maravilla. Los ejecutivos de ABC le dieron vía libre para filmar un piloto. La actriz elegida fue Cathy Lee Crosby, una rubia, muy bella y ex tenista. Los guionistas se alejaron del cómic. Ella viste una especie de vestido y era más como una James Bond colorida (sin la parafernalia: el presupuesto era acotado) que superheroína. El piloto se paso como un telefilm y el proyecto se dio de baja. Pero, al poco tiempo, en la ABC insistieron y decidieron adaptar el cómic sin alejarse demasiado de él. Pero también agregarle otros ingredientes y mezclarlo con el espíritu camp del Batman de Adam West.
Ese fue el casting al que Lynda Carter concurrió sin demasiada esperanza y el que le cambiaría la vida cuando sólo le quedaban 25 dólares en su cuenta bancaria. Se presentaron actrices que luego alcanzarían la fama como Cheryl Ladd, Farrah Fawcet (luego ambas Ángeles de Charlie) y Angela Bowie. Pero la elegida resultó Joanna Cassidy. Al conocer el resultado, Lynda volvió a la ruta. Pero Cassidy a último momento no acordó su participación y los productores eligieron a Lynda. En ese momento le llegó el llamado urgente de su representante.
La serie tuvo tres temporadas. Sesenta capítulos en total que fueron un gran éxito y consagrarían a Lynda Carter como una estrella global. Inocencia, una música pegadiza, humor, aventuras simples pero con cierto encanto, un mensaje positivo, y una mujer inteligente, bondadosa y fuerte.
Lynda contó que ella hizo un aporte fundamental al personaje. Los guionistas no sabían cómo resolver la transición entre Diana Prince y la Mujer Maravilla, cómo llevar a la pantalla esa transformación. Por lo general, eso sucedía fuera de campo pero ellos tenían la necesidad de mostrarlo. Cuando escuchó la discusión y la tormenta de ideas en el set, Lynda se acercó y les dijo que ella sabía hacer piruetas gimnásticas y giros de ballet. Y les mostró. A partir de ese momento sólo fue cuestión de diseñar el efecto especial (por lo general una explosión o un destello que dominaba la pantalla) para que empezara a girar Diana Prince y terminara de hacerlo la Mujer Maravilla.
Al día siguiente del estreno del primer capítulo, Lynda Carter fue a un concurrido restaurante. Se vistió con sus mejores ropas, se maquilló ostentosamente y se peinó. Con tacos altos caminaba segura y altiva. Iba a buscar sus primeras dosis de fama. Soñaba con que la pararan, le pidieran autógrafos, le preguntaran cómo había grabado determinada escena. Pero nadie lo hizo, nadie la reconoció. Su desilusión fue enorme. Eso cambiaría muy velozmente. A las pocas semanas ya era una celebridad.
La serie triunfó pese a que muchos sostenían que el mundo de los superhéroes era masculino, que a los espectadores no les interesaría una mujer en ese rol. Sin embargo, el éxito no les aseguró la continuidad en la pantalla de ABC tras el primer año. Era un proyecto demasiado costoso. Eso se debía a que, al igual que el cómic, estaba ambientada en la Segunda Guerra Mundial y la reconstrucción de época era muy cara. La solución que encontró el equipo creativo fue trasladarla de época y llevarla a la década del setenta y mudarse a otra cadena. Como la Mujer Maravilla era una amazona atemporal nada importaba el corrimiento de tres décadas.
Lynda Carter se ofreció, muchas veces, a hacer las escenas de riesgo. Los efectos todavía no eran lo suficientemente sofisticados como para que el público no se diera cuenta, por ejemplo, que esa mujer que colgaba del patín de un helicóptero no era ella. También manejaba con pequeños controles escondidos en las palmas de sus manos los destellos y chispas que salían de sus muñequeras-brazaletes.
Su compañero era Lyle Waggoner que ya había tenido un contacto cercano con los superhéroes: fue el último descartado para encarnar al Batman televisivo que hizo Adam West. Pero su carrera se encauzó de inmediato y tuvo varios éxitos en la pantalla chica. Las relaciones entre Carter y Waggoner no eran las mejores. Según él, Lynda no quería compartir el protagonismo y atentaba contra su mayor participación en la historia. Según ella, lo que al actor le molestaba era que ella cobrara el mejor salario del programa; algo bastante poco habitual en la televisión de ese momento. Waggoner continuó en la serie a pesar del cambio de época. Pero como él no era una amazona había que justificar de alguna manera que el paso del tiempo, esos más de treinta años, no habían afectado su aspecto, que no había envejecido ni un solo día. Por lo tanto en las restantes temporadas, el actor interpretó al hijo del personaje (Steve Trevor) que empezó haciendo. Los guionistas no se molestaron en explicar (era inexplicable) por qué el hijo era idéntico al padre. Sólo eliminaron la tensión amorosa entre los protagonistas porque ya hubiera sido algo bastante extremo para esos tiempos que la superheroína tuviera escarceos amorosos con padre e hijo sucesivamente.
En 1979 los ratings bajaron y los costos siguieron aumentando. Eso llevó al canal a dar la serie de baja. A diferencia de otros actores y actrices que muestran un resentimiento hacia el personaje que, al mismo tiempo, los consagró y los encasilló a tal punto de cercenarles la carrera posterior, Lynda siempre se mostró agradecida hacia la Mujer Maravilla y reivindicó su participación. Tanto es así que Lynda apoyó con fervor a Patty Jenkins, la directora de las películas de la Mujer Maravilla, alabó a Gal Gadot, celebró el estreno de la primera de la saga e hizo un cameo estelar (sin spoilers para los que no la vieron) en la segunda película.
Patty Jenkins afirmó que ella aceptó el proyecto porque la Mujer Maravilla fue de las primeras que le mostró que las mujeres podían hacerlo, que no había límites, que podía conseguir lo que se propusiera y que no tenía que avergonzarse por ello.
Es diferente al resto de los superhéroes. No hay oscuridad en ella. Prima la inteligencia, un mensaje optimista y la necesidad de esparcir el amor, de buscar la concordia. Y naturalmente, está la cuestión del empoderamiento femenino que para la década del setenta es casi revolucionario. Contra los analistas y los focus groups, una mujer con súper poderes, una tiara y un lazo podía ser un éxito.
Tras la Mujer Maravilla, Lynda protagonizó varias especiales anuales en los que cantaba y hacía entrevistas (en algunos avances se la ve cantando con Ray Charles). Hizo también participaciones como invitada en varias series y protagonizó películas televisivas.
Francis Ford Coppola la contrató para Apocalypse Now. Sería la conejita principal en el show que le dan a los soldados en Vietnam. Pero muy poco antes del rodaje de esa escena, un huracán destruyó, entre otras cosas, ese decorado. Cuando tres meses después se filmó la escena, Lynda no pudo abandonar su compromiso televisivo con la serie. En Apocalypse Redux, la versión ampliada que Coppola presentó varias décadas después, se la puede ver muy brevemente desnuda en el póster central de la revista, porque la sesión de fotos sí había llegado a realizarse.
Después de salir un tiempo con Michel Polnareff, un músico francés, Lynda se casó en 1978 con el productor Ron Samuels. El matrimonio duró poco. A los cuatro años llegó el divorcio. No fue una buena experiencia. Él era bastante mayor que ella e intentaba controlar sus movimientos. Se casó con la Mujer Maravilla pero quería que perdiera todos sus poderes y se convirtiera en una ama de casa. Hace unos años cuando le pidieron un consejo para los jóvenes, Lynda dijo de inmediato: “No se casen tan jóvenes. No le digan que sí al primero que les propone casamiento. Fui una estúpida”.
El mismo año de su separación conoció a Robert Altman, un abogado exitoso que luego fue también el CEO de Zenimax Media, una empresa de videojuegos. “Todos piensan que un abogado es alguien muy aburrido. No es así. Robert cambió mi vida. La clave tal vez estuvo en que éramos muy distintos y nos complementábamos”. La pareja se casó en 1984 y estuvieron juntos hasta febrero de este año cuando Altman falleció a los 73 años. Lynda publicó sentidos posteos en sus redes sociales en los que expresaba el profundo amor que sentía por él. Tuvieron dos hijos, Jennifer y James, que siguieron los pasos del padre y se convirtieron en abogados. Una de las últimas apariciones públicas de los cuatro fue en la premiere de la película de La Mujer Maravilla protagonizada por Gal Gardot.
Lynda Carter además de continuar su carrera musical (en las plataformas se pueden escuchar sus discos de standards y country), apoyó a lo largo de estas décadas diferentes causas sociales.
Un par de años atrás fue de las primeras en salir a apoyar el #MeToo y a las denunciantes iniciales. Contó que ella fue violada por un hombre muy poderoso de Hollywood al que ya la justicia estaba juzgando. Dijo que no iba a dar el nombre del victimario porque no quería que se tratara de ella, de su historia sino de algo colectivo, hacer visible una modus operandi que estaba instalado en Hollywood. Y que no deseaba revivir la historia. Contó también que alguien del equipo técnico la espiaba mientras se cambiaba en el set para verla desnuda y que fue expulsado de la filmación. Explicó que las actrices durante décadas vivieron con temor permanente porque las situaciones incómodas, los abusos, la violencia y las violaciones podían irrumpir en cualquier momento. Pero que las actrices no denunciaban los abusos porque no eran escuchadas y porque eso significaba el fin de sus carreras, de inmediato pasaban a integrar una lista negra.
También Lynda Carter reveló que desde fines de los setenta hasta bien entrados los ochenta padeció una adicción al alcohol que se intensificó durante el divorcio con el primer marido. Contó que su nueva pareja, Altman, fue su sostén y que finalmente debió entrar a rehabilitación para poder superar su problema. Hace 23 años que está sobria. Lynda contó sus problemas con la bebida porque quería que su voz, su historia sirviera a otros que pasan por lo mismo, para que supieran que la salida es posible.
Hoy, Lynda Carter, la superheroína que rigió nuestra infancia, cumple esplendorosos 70 años. Cada vez que la vemos esperamos que de un rápido giro y se convierta en la Mujer Maravilla. “Tuve una buena vida. No me quejo. Conocí el amor, tuve dos hijos de los que estoy orgullosa, pude hacer lo que me gustaba. Tengo varios logros en mi carrera pero sin duda el gran hito fue La Mujer Maravilla. Y amo que así lo sea. Sólo espero que no me olviden. Ese es mi único temor”, dijo hace un tiempo.
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