No es que fuimos a la guerra por un exprimidor. Pero casi. Pasó a la historia como “La discusión de la cocina” y fue, sí, una batalla, pero verbal, entre el entonces vicepresidente de Estados Unidos, Richard Nixon y el primer ministro soviético, Nikita Khruschev. Ninguno de los dos era un dechado de virtudes filosofales, sino más bien dos candidatos a energúmenos sin filtro, que se trenzaron a discutir sobre cuál sistema era mejor, si el capitalismo o el comunismo. Nada menos.
Todo sucedió el 24 de julio de 1959, hace sesenta y dos años, a catorce de terminada la Segunda Guerra Mundial y cuando los antiguos aliados contra Hitler eran ahora enemigos metidos hasta el cuello en la casi flamante Guerra Fría.
Si aquella riña de gallos, con dos gallos de riña al frente, se conoce como el “debate de la cocina”, o la charla, o la discusión, fue porque el escenario de la batalla fue una cocina típica de un hogar americano, instalada en una casa también típica americana, pero levantada en el muy soviético parque Sokolniki, de Moscú para la primera Exposición Americana en la URSS. Todo era parte de un acuerdo entre los dos países que pretendía, al menos en los papeles, un intercambio cultural, de ideas y de información, más abierto y libre. La URSS había presentado su exposición en Nueva York el mes anterior y allí había exhibido su portentoso adelanto técnico: el satélite artificial Sputnik, que había sido lanzado en 1957 y era un símbolo de la exitosa carrera espacial iniciada por la URSS. Una daga clavada en el costado de Estados Unidos.
Ahora era el turno de los americanos. Sin tecnología espacial para exhibir, Estados Unidos decidió mostrar el alto nivel de vida que gozaban sus ciudadanos gracias a la técnica civil, más que a la militar. Llegaron a Moscú con autos Cadillacs, lavavajillas, televisores a color, heladeras, comidas congeladas, pavas y ollas eléctricas, trituradoras, licuadoras y exprimidores, juegos “Monopoly” una lúdica incursión por el capitalismo, y hasta cientos de botellas de Pepsi Cola. Todo aquel arsenal doméstico formaba parte de la decoración de una casa típica de los suburbios americanos, plantada en el escenario moscovita de la exposición. Los términos del acuerdo establecían que no se podía exhibir ningún material político, pero todo era allí política pura.
En esa casa de estudio de cine, y en la cocina de esa casa, fue que se encontraron Nixon y Khruschev. ¿Quién era quién? Khruschev era un comunista fervoroso, que había enfrentado a los nazis en Stalingrado, que había heredado a Stalin tras su muerte en 1953 y después de una breve lucha por el poder en el Kremlin, y que había terminado con el mito stalinista en 1955, cuando responsabilizó a su antecesor de todos los males de la URSS. La culpa la tuvo el otro.
Nixon era un anticomunista visceral, un político sin demasiado vuelo, consciente de sus limitaciones, que ambicionaba llegar como fuere a la Casa Blanca y que solía enfrentar las responsabilidades de su cargo zampándose cuatro o cinco martinis antes de tomar las decisiones. Para Khruschev, un especialista en la ironía, el sarcasmo y el lenguaje duro, Nixon era la encarnación del capitalismo más cerril y amenazante. Para Nixon, un hombre inseguro y vacilante, Khruschev era el carnicero que, con métodos stalinistas, había aplastado en 1956 la rebelión húngara contra la URSS en demanda de mayor libertad.
Días antes de la exposición americana, ambos estadistas se habían visto por primera vez en el Kremlin. Como el Congreso americano había votado una resolución que reclamaba ayuda para las naciones de Europa bajo dominio soviético, a las que llamó “naciones cautivas”, Khruschev recibió al vicepresidente con un categórico: “Bienvenido a las naciones cautivas… Eso huele a mierda fresca de caballo. Y no hay nada que huela peor”. Nixon creyó oportuno recordarle al soviético que, por experiencia personal, “la mierda de cerdo es peor”. Khruschev le recordó entonces que él mismo había “paleado la versión humana de aquello”. Así fue como empezó aquel intercambio cultural y de ideas: Khruschev con la intención de humillar a Nixon; Nixon dispuesto a seguir el consejo que la había dado Elmer Bobst, un millonario hombre de la industria farmacéutica: “Andá, dale una trompada en la cara a Khruschev y volvé para ser presidente de Estados Unidos”, como revela el historiador Anthony Summers en su “Nixon, the arrogance of power . Nixon, la arrogancia del poder”.
En sus memorias “Khruschev remembers”, editadas en Estados Unidos en 1974, tres años después de su muerte, el soviético recuerda haber alzado un exprimidor eléctrico y decirle a Nixon: “¡Pero qué cosas más tontas trae usted para mostrarle al pueblo soviético! A un ama de casa le lleva mucho tiempo usar esto para hacer lo que nuestras amas de casa hacen: cortan un limón por la mitad, la ponen en un vaso y luego extraen unas gotas para el té con una cuchara. Siempre lo hemos hecho así, desde que yo era chico. Esta clase de objetos sin sentido son un insulto a nuestra inteligencia.”. Khruschev reveló que Nixon estuvo en desacuerdo, “y trató de hacerme entender su pensamiento con aquellas formas suyas, tan exuberantes. Pero yo también tengo mi propia manera de ser exuberante en una disputa política”. Cuando vio la variedad de electrodomésticos expuestos, todos tan modernos y tan al alcance de la mano, Khruschev preguntó con dolida ironía: ¿No tienen una máquina que ponga la comida en la boca y la empuje para abajo?” El confort americano era la daga que la URSS tenía clavada en el costado.
Cuando los dos hombres en pugna se detuvieron frente a la cocina de la casa de exposición, empezó la fiesta de los dos chicos camorreros.
Nixon: Quiero mostrarle esta cocina. Es como las que tenemos en nuestras casas en California.
Khruschev: Nosotros tenemos ese tipo de cosas.
Nixon: Este es nuestro último modelo. Se produce en miles de unidades para la instalación directa en las casas. En Estados Unidos nos gusta hacerles la vida más fácil a las mujeres...
Khruschev: Su actitud capitalista hacia las mujeres no tiene lugar bajo el comunismo.
Nixon: Yo creo que esa actitud hacia las mujeres es universal. Lo que queremos es hacerles la vida más fácil a nuestras amas de casa. Esta casa se puede comprar por catorce mil dólares. Y la mayoría de los estadounidenses pueden comprar una casa de entre diez y quince mil dólares. Déjeme darle un ejemplo que usted podrá apreciar. Nuestros obreros siderúrgicos, como sabe, están en huelga. Pero cualquiera de ellos podría comprar esta casa. Ganan tres dólares por hora. Esta casa cuesta unos cien dólares mensuales con un contrato que dura de veinticinco a treinta años.
Khruschev: Nosotros tenemos obreros siderúrgicos y campesinos que pueden pagar catorce mil dólares por una casa. Sus casas estadounidenses están construidas para durar sólo veinte años, para que los constructores puedan vender casas nuevas al final. Nosotros construimos con solidez. Construimos para nuestros hijos y nuestros nietos.
Nixon: Nuestras casas duran más de veinte años pero, en todo caso, después de veinte años, muchos estadounidenses quieren una casa nueva o una cocina nueva porque la que tienen es obsoleta para ese entonces... El sistema estadounidense está diseñado para aprovechar nuevos inventos y nuevas técnicas.
Khruschev: Esa teoría no se sostiene. Hay cosas que no deben tener fecha de vencimiento. Las casas por ejemplo, tal vez los muebles y accesorios. He leído mucho acerca de Estados Unidos y sus casas y no creo que éste sea un ejemplo, ni que lo que usted dice sea exacto.
Nixon: Bueno, pero…
Khruschev: Espero no haberlo insultado.
Nixon: He sido insultado por expertos. De todas formas estamos hablando con cordialidad. Siempre hablo con franqueza.
Es muy interesante la referencia a haber sido insultado por expertos que hace Nixon, carcomido por cierto resentimiento que sería decisivo en sus años de presidente, entre 1969 y 1974.
Khruschev se lanzó luego a resaltar las bondades, o lo que él creía eran las bondades del comunismo.
Khruschev: Los estadounidenses han creado su propia imagen del hombre soviético. Pero no es como ustedes piensan. Creen que el pueblo ruso se quedará boquiabierto al ver estas cosas, pero el hecho es que las nuevas construcciones rusas tienen todo este equipamiento ahora mismo.
Nixon: Sí, pero...
Khruschev: En Rusia, lo único que tienes que hacer para conseguir una casa es haber nacido en la Unión Soviética. Aquí tienes derecho a la vivienda. En Estados Unidos si no tienes un dólar, sólo tienes el derecho a elegir dormir en la calle. Sin embargo, ustedes dicen que nosotros somos los esclavos del comunismo.
Nixon: Me doy cuenta de que usted es muy elocuente y lleno de energía...
Khruschev: Ser enérgico no es lo mismo que ser sabio.
Nixon: (…) Esta exposición no fue diseñada para asombrar, sino para interesar. La diversidad, el derecho a elegir, el hecho de que tengamos mil constructores construyendo mil casas diferentes es lo más importante. No tenemos una decisión hecha desde arriba por un funcionario del gobierno que decide por nosotros. Esa es la diferencia.
Khruschev: En política, nunca estaremos de acuerdo con ustedes. Por ejemplo a Mikoyan (Anastas Mikoyan era viceprimer ministro soviético y escuchaba el diálogo entre el asombro y la resignación) le gusta la sopa muy picante; a mí no, pero esto no quiere decir que no nos llevemos bien.
Nixon: Ustedes pueden aprender de nosotros y nosotros de ustedes. Debe haber un libre intercambio. Deje que la gente elija el tipo de casa, el tipo de sopa o el tipo de ideas que quieran.
Khruschev: (bromea): Lo veo muy enojado, como si quisiera pelear conmigo. ¿Todavía está furioso?
Nixon: (bromea también): ¡Ciertamente!
Khruschev: ¡Y Nixon alguna vez fue un abogado! Ahora está nervioso.
Nixon: Sí, (ríe) todavía lo soy (un abogado).
Durante la discusión, ambos oscilaron entre la furia y el humor, entre la amenaza y la concordia, esperaron expectantes la versión del adversario vertida por los incrédulos traductores, se apuntaron con el índice o lo apoyaron directamente en el pecho del otro, se acercaron las caras como dos matones dispuestos a medir la valentía del rival. Todo fue seguido por un grupo de periodistas y grabado a color en video tape, una innovación americana: en la URSS nunca se había visto televisión a color. Khruschev aprovechó los segundos siguientes para vaticinar el rotundo triunfo de la URSS sobre Estados Unidos:
Khruschev: (…) Esto es lo que Estados Unidos es capaz de hacer y ¿cuánto tiempo ha existido? ¿Trescientos años? ¿Ciento cincuenta años de independencia y este es su nivel? Nosotros aún no hemos alcanzado los cuarenta y dos años, y en otros siete, estaremos en el nivel de Estados Unidos y, después de eso iremos más lejos. Cuando los pasemos, los saludaremos con un “Hola” y luego, si quieren, nos detendremos y diremos: “Por favor, vengan detrás de nosotros”. Si quieren vivir bajo el capitalismo, adelante, cuestión suya, un asunto interno, no nos concierne. Podemos sentir lástima por ustedes, pero realmente, no lo entenderían. Ya hemos visto cómo entienden las cosas.
Nixon intentó contestar, conciliador en parte, interrumpido siempre por Khruschev que esgrimía sus dotes de pendenciero profesional. La discusión subió de tono hacia el final, cuando Khruschev planteó la posibilidad de ser censurado en Estados Unidos cuando se emitiera el contenido de su debate con Nixon.
Nixon: En cuanto a los comentarios del señor Khruschev, -dijo a los periodistas- siguen la tradición que aprendimos a esperar de él de hablar extemporánea y francamente cada vez que tiene una oportunidad. Sólo puedo decir que para que esa competencia que describió tan eficazmente -en la que planea superarnos, particularmente en la producción de bienes de consumo- beneficie a nuestros pueblos y a las personas en todas partes, debe haber un libre intercambio de ideas. Hay algunos casos en los que pueden estar por delante de nosotros, por ejemplo en el desarrollo de sus cohetes para la investigación del espacio exterior. Puede haber algunos casos, por ejemplo, la televisión en color, donde estemos por delante de ustedes. Pero para que ambos nos beneficiemos...
Khruschev: (lo interrumpe) No, en los cohetes los rebasamos, y en la tecnología...
Nixon: (sigue hablando) Ya ve, nunca concede nada…
Khruschev: Siempre supimos que los estadounidenses eran personas inteligentes. Las personas estúpidas no podrían haber llegado al nivel económico que alcanzaron. Pero en cuarenta y dos años hemos progresado.
Nixon: No deben tenerle miedo a las ideas.
Khruschev: Estamos diciendo que son ustedes quienes no deben tenerle miedo a las ideas. Nosotros no le tenemos miedo de nada.
Nixon: Bueno, entonces, tengamos más intercambio de ideas. Todos estamos de acuerdo en eso, ¿verdad?
Khruschev: Bien. (Khruschev pregunta al traductor) ¿En qué estoy de acuerdo?
Nixon: (interrumpe) Ahora, veamos nuestras imágenes (Se refiere a la televisión color, que Khruschev no había visto nunca).
Khruschev: De acuerdo. Pero antes quiero aclarar en qué estoy de acuerdo. ¿No tengo ese derecho? Sé que estoy tratando con un buen abogado. Por lo tanto, quiero ser inquebrantable para que nuestros mineros digan: “¡Es nuestro y no se da por vencido!”
Nixon: No hay duda de eso.
Khruschev: Eres un abogado de capitalismo, soy un abogado del comunismo. Besémonos.
Nixon: Por la forma en que habla y la forma en que domina la conversación, usted habría podido ser un buen abogado. Lo que quiero decir es esto: aquí puede ver el tipo de cinta que transmitirá nuestra conversación de inmediato, y es una muestra de las posibilidades de incrementar la comunicación. Un aumento en la comunicación nos enseñará algunas cosas a nosotros y a ustedes también. Porque, después de todo, usted no lo sabe todo.
Khruschev: Si yo no lo sé todo, entonces usted no sabe absolutamente nada sobre el comunismo, ¡excepto el miedo! Pero ahora la disputa será sobre una base desigual. El aparato es suyo, y usted habla inglés, mientras que yo hablo ruso. Sus palabras están grabadas y se mostrarán y escucharán. Lo que yo digo acerca de la ciencia no se traducirá, por lo que su gente no lo escuchará. Esas no son condiciones iguales.
Nixon: No hay un día que pase en Estados Unidos en el que no podamos leer todo lo que ustedes dicen en la Unión Soviética. Y le puedo asegurar, nunca haga una declaración aquí pensando que no la leeremos en Estados Unidos
Khruschev: Si es así, le tomaré la palabra. Prométamelo. Quiero que usted, el vicepresidente, me dé su palabra de que mi discurso también será grabado en inglés. ¿Lo será?
Nixon: Ciertamente lo será. Y, del mismo modo, todo lo que yo dije se grabará y traducirá y se transmitirá por toda la Unión Soviética. Es un trato justo.
Por fin, Nixon y Khruschev estrecharon las manos, aunque dejaron la famosa cocina todavía en plena charla. Nixon cumplió su promesa. La discusión y la vehemencia de ambos, sus puntos de vista, sus enfoques, sus vaticinios, sus bromas y sus furias, fueron transmitidas en su totalidad y sin cortes a los Estados Unidos. El debate de la cocina también se emitió en la televisión soviética, en horas de la madrugada, aunque algunas de las observaciones hechas por Nixon fueron censuradas.
Todavía faltaba una trampita de Nixon a Khruschev, en el stand de la Pepsi Cola. Fue una idea de Donald Kendall, jefe de operaciones de Pepsi en el extranjero, que quería una foto de Khruschev con una copa de la gaseosa en la mano. Nixon se prestó de buen grado. Le preguntó al soviético si quería que le sirviera un poco de gaseosa de una botella fabricada en Nueva York o de una botella fabricada en la URSS. Khruschev dijo de inmediato que de la botella fabricada en la URSS. Y sólo bebió un sorbo de la bebida capitalista, pero Kendall tuvo su foto. La imagen dio la vuelta al mundo y fue el centro de la campaña mundial de Pepsi. Kendall llegó a ser presidente de la compañía y contrató a Nixon como abogado cuando decidió dejar la política después de perder las elecciones frente a John Kennedy en 1960. De hecho, y como abogado de Pepsi, Nixon dejó el aeropuerto de Dallas en la mañana del 22 de noviembre de 1963, horas antes del asesinato de Kennedy en la Plaza Dealey.
Nixon siempre tuvo la impresión, acaso la certeza, de que había perdido el combate con el irrefrenable Khruschev. Si lo hubo, ese triunfo fue temporal.
Trece años después de la discusión de la cocina, Nixon era presidente de Estados Unidos y la URSS estaba regida por Leonid Brezhnev, que había sucedido a Khruschev cuando fue barrido del poder, en 1964. En mayo de 1972 y en su primer viaje como presidente a la URSS para firmar un tratado de limitación de armas, (SALT), Nixon preguntó al Kremlin cuál regalo vería con agrado el primer ministro Brezhnev de parte del gobierno y del pueblo de Estados Unidos. La respuesta sorprendió a la Casa Blanca: Brezhnev quería un Cadillac.
No hay registro de que Nixon haya recordado su discusión con Khruschev y el vaticinio del soviético sobre el seguro triunfo de la URSS frente al capitalismo estadounidense. Pero para su viaje a Moscú, hizo embarcar en el Air Force One un Cadillac modelo 72, negro, fabricado por la General Motors.
Y se lo regaló a Brezhnev.
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