“En cumplimiento del fallo que había dictado el Tribunal Popular de Munich, el 1 de abril de 1924 debía comenzar mi reclusión en el presidio de Landsberg, sobre el Lech”. Así empieza, con esa prosa gris, el libro más polémico del Siglo XX.
Un libro del que se habló (y todavía se lo hace) mucho, que circuló más todavía pero que muy pocos leyeron. 800 páginas farragosas. De su contenido basta con saber que es un amasijo de antisemitismo, ideas con ambiciones imperiales, mensajes de odio y autobiografía acomodada. La obra de un alucinado que le mostró al mundo que pensaba hacer una década después y al que nadie tomó en serio hasta que fue muy tarde. Un texto destinado a sus seguidores, que pretendía dar una visión edulcorada del pasado del líder y contener el ideario del movimiento del nacionalsocialismo.
Hitler escribió la primera parte del texto, en 1924, en su celda de la prisión de Landsberg. La reclusión no fue en condiciones de escasez ni de rigidez carcelaria. Tenía una celda muy amplia, dividida en dos ambientes, amueblados. No sentía el rigor penitenciario. Recibía visitas, su régimen de actividades era libre y no regulado como el de los reclusos normales, y sus comidas eran más variadas y abundantes. Dentro de las facilidades, en una parte de la celda tenía un lugar de trabajo con su máquina de escribir. El mito sostiene que mientras él caminaba y dictaba como poseído el texto, Rudolf Hess, su secretario, escribía a máquina. Investigaciones recientes parecen demostrar que fue el mismo Hitler quien tipeó el texto.
La segunda parte la escribió ya fuera de la cárcel. Lo hizo en una cabaña retirada que pertenecía a un matrimonio amigo. La dictó a diferentes amanuenses. Aunque se supone que gran parte del trabajo lo realizó Hertha Frey, que a partir de ese momento se convertiría en su secretaría.
El título original del libro era pretencioso y representaba mejor el estilo literario del autor: Cuatro años y medio de lucha contra las mentiras, la estupidez y la cobardía.
El editor logró convencerlo de la modificación y pasó a llamarse: Mein Kampf, Mi Lucha.
El mismo editor quedó muy desilusionado con el manuscrito original. Creyó que el texto sería una descripción detallada del fallido golpe de estado, aventuras políticas y chismes del poder, pero se encontró con pensamientos desbordados, que giraban sobre sí mismos, invectivas a veces incoherentes. Era un texto rígido, que tropezaba en cada página.
En sus primeras páginas Hitler sostiene que muchos le reclamaron que escribiera esa obra y que el libro sería muy útil para la causa nacionalsocialista. Anuncia que además de contar los hechos pasados de su vida expondrá los fines de su partido, pero también los caminos que va a tomar para desarrollarlo, lo que ve para el futuro de su movimiento (“delinear también un cuadro de desarrollo”, dice con su escritura alambicada).
El libro estaba destinado a los convencidos, a los miembros de su partido. No tenía como móvil la seducción de los indecisos o captar la atención de los rivales. Hitler conocía los límites y los alcances de su obra. Afirma que “el progreso de los grandes movimientos en el mundo se han debido en general a los grandes oradores, sin embargo es imprescindible que la doctrina quede expuesta en su parte fundamental”. En esas líneas está explicitado el fin instrumental de Mi Lucha (el otro era que se vendiera bien y contar con otra fuente de ingreso para no tener que depender de aportes y donaciones de terceros).
Al inicio del texto aparecen los mártires del movimiento, los nombres de 16 caídos en el fracasado Putsch. Como todo texto con pretensiones litúrgicas, es decir de plantar una doctrina, de pontificar a sus fieles, establece su santoral. Sin embargo esos nombres fueron olvidados con velocidad. En el nazismo no había lugar para adorar otra figura que no fuera el Führer.
Mi Lucha tiene dos partes. La primera es autobiográfica (a pesar de que ese recuento de su vida este repleto de imprecisiones, falsedades y tergiversaciones), la segunda es la descripción de sus objetivos políticos y de su trayectoria política entre 1920 y su detención. Esta descripción hace parecer al libro como una obra armónica y articulada. Pero no es así. Sven Felix Kellerhof autor de Mi Lucha. La Historia del Libro que Marcó al Siglo XX, el mejor estudio sobre este texto y su circulación, afirma: “Es un libro caótico y sumamente repetitivo. La enorme cantidad de digresiones y divagaciones merma su estructura. En general lo único que queda claro son dos aspectos fundamentales: su radical antisemitismo, con fantasías de aniquilación, y su sensación de estar llamado a asegurar el futuro del pueblo alemán a través de la conquista de espacio vital en el Este, lo que se conseguiría a través de lograr el tan anhelado (pero poco realista) entendimiento con Gran Bretaña”.
El primer volumen -lo que hoy se conoce como la primera parte-, se publicó en 1925. Su recepción no fue demasiado entusiasta. Aunque logró vender unos 10.000 ejemplares durante ese primer año. En los años siguientes las cifras fueron bajando, hasta parecer que el interés se había extinguido definitivamente.
Respecto al origen de sus ideas, a aquellos que lo inspiraron, el historiador Christian Hartmann escribió: “Hitler bebió de muchas fuentes, en su mayoría poco claras. Sus ideas apenas tenían nada de original. La originalidad de su obra, estiba, en realidad, en cómo combinó lo que había leído, lo que le había quedado del pensamiento del siglo anterior y de principios del XX”.
Cita, naturalmente, el panfleto apócrifo Los Protocolos de los Sabios de Sión y El Judío Internacional, la obra flagrantemente antisemita de Henry Ford.
Las partes autobiográficas tienen mucho de invención. “Prácticamente cada página tiene errores demostrables, malentendidos y otras incorrecciones. (...) Lo más interesante no son los errores sino los pasajes en los que Hitler llevado por el deseo de provocar un determinado efecto en su público, falsea conscientemente la realidad para embellecerla”, cuenta Kellerhoff en su libro.
Todas estas deliberados desajustes con el pasado son lo más entendible del texto. Es comprensible que alguien distorsione y acomode su propio pasado, ¿qué autobiografía no lo hace? Ni siquiera se puede afirmar que Hitler mintió acerca de su vida anterior más que otros memorialistas en la historia; lo que sucede es que su vida fue inspeccionada de manera tan detallada en los años posteriores a su suicidio, ha tenido tantos biógrafos atentos que no han dejado ninguno de los documentos existentes sin inspeccionar, que ese escrutinio dejó en evidencia cada mentira.
Apenas apareció, las primeras críticas fueron lapidarias. En algunos diarios hasta se burlaron del autor: “Tonterías más o menos patéticas”, “fórmulas huecas”, “repleto de trivialidades bien triviales”. Todos coincidían en que Hitler no había aprovechado su tiempo en prisión para realizar un acto de conciencia. El periodista Stefan Grossman se sorprendía por la obsesión con los judíos y vio lo evidente: “Tengo ciertas dudas sobre la integridad mental del autor”, escribió.
Cuando a fines de 1926 salió la segunda parte, la prensa se mostró indiferente. El anterior volumen no había cumplido con las expectativas, nada nuevo había sido dicho, no se habían enterado de las circunstancias íntimas del fallido golpe. Para colmo el segundo tenía una vocación más doctrinaria; aunque en realidad era una serie de vómitos de odio y delirios de grandeza y ánimos de invasión y sometimiento hacia cualquier estado vecino, proponiendo a la fuerza como ley rectora.
El otro aspecto a tener en cuenta es que eran libros caros. 12 marcos de la época. El entusiasmo por Mi Lucha (si es que había existido hasta ese momento) parecía extinguido. Se vendían un par de miles de ejemplares al año. Pero en 1930 todo cambió. La gran crisis, la convulsión social y el ascenso de Hitler en la consideración pública influyeron. Aunque pareciera que el factor clave fue que pusieron en la calle una nueva edición, sin tapa dura, con los dos tomos anteriores unificados en un solo volumen y a un precio mucho más accesible: poco más de 7 marcos.
Decenas de miles libros vendidos por años, hasta que en 1934 con la llegada de Hitler al poder se produjo la explosión de ventas. Un millón de ejemplares en un año. Si el libro se difundía también tenía consecuencias económicas: Hitler, su autor, se convertía en millonario gracias a los derechos. Hasta ese año había cobrado lo que le correspondía por contrato pero no había pagado los impuestos correspondientes. La deuda con el fisco de su país era muy abultada. Pero ese no fue problema. Las autoridades fiscales alemanes decidieron indultar a su líder y, de paso, eximirlo de por vida del pago de cualquier tipo de tributo.
A partir de ese año el ritmo fue sostenido. Siempre los números daban por arriba del millón. Eso duró casi doce años. La gente se paseaba por la calle mostrando el mamotreto, como un signo de pertenencia. Se distribuyó por todo el país, se hicieron llegar decenas de copias a cada biblioteca. Martin Bormann dio una orden precisa: “La máxima difusión de Mi Lucha es la obligación más urgente de todos los órganos del partido”. La intención era que algún día cada familia alemana, aún las de más bajos recursos, tuviera un ejemplar del libro en su casa.
Así el estado compró un gran lote para repartirlo entre los ex combatientes con algún tipo de discapacidad o mutilación.
Y se impuso una extraña costumbre: se lo regalaban a cada persona que se graduaba en la universidad y a cada matrimonio en el día de su boda. Cada título universitario y cada libreta matrimonial venía con un ejemplar de Mi Lucha de regalo (regalo que pagaban los contribuyentes alemanes). Como si se tratara de la verdad revelada, del texto que debía regir sus nuevas vidas. Y eso es lo que el estado pretendía que fuera: la Biblia del Nazismo.
En 1941 el estado nazi pagó una edición especial en papel biblia (casi una redundancia). La intención era que el libro ocupara menos espacio y pudiera ser llevado por los soldados en sus mochilas. Si se trataba de un texto sagrado, no debía faltar en el frente de combate.
Sólo en 1944 se detuvo el flujo de reediciones. El acecho del enemigo y la escasez de papel se encargaron de eso. Alemania había dejado de producir una gran cantidad de productos de uso cotidiano para privilegiar los materiales bélicos y de primera necesidad. Sin embargo la producción de Mi Lucha siguió su ritmo sin modificaciones hasta que ya no hubo ni tinta ni papel en todo el territorio. La última edición registrada fue la número 1031 (sí, mil treinta y uno) con un total de casi trece millones de ejemplares. Hasta hubo una versión en braille que requirió largas negociaciones, subsidios estatales, diseñadores que achicaran el proyecto original que ocupaban 11 tomos (entraron finalmente en 6) y hasta participación directa del Führer. Todo para 500 potenciales lectores.
El libro no fue sólo leído en Alemania. Tuvo traducciones a muchos idiomas. En Inglaterra apareció como My Struggle mientras que la primera edición norteamericana se tituló My Battle (Mi Batalla). La primera en español fue de 1935. Algunas de esas traducciones fueron parciales. Las que aparecieron antes de la guerra debieron salir del mercado ante el pedido de la embajada alemana de esos países porque violaban el derecho de autor de Hitler. Al principio, en el extranjero no se tomaron muy en serio el texto. Pero la mayoría no eran más que los lamentos algo alucinados de un presidario amargado. La evolución de los hechos los hizo cambiar de parecer, y muchos se abocaron a la lectura para tratar de entender el pensamiento del tirano.
Cuando la avanzada nazi ya se vislumbraba como inevitable proliferaron las versiones en Estados Unidos y en el resto de Europa. Algunas hasta salieron en fascículos semanales. Sus lectores se dividían entre los que querían saber cómo pensaba el líder enemigo, ese hombre con infinito afán conquistador; y los que tenían filiación nazi o proto nazi.
Tras la muerte de Hitler, Mi Lucha dejó de estar en las librerías y también en muchas casas. Se prohibió su reedición en Alemania y muchos destrozaron sus ejemplares. Sin embargo, fueron tantos los millones de libros que fueron puestos en la calle en su momento que muchos siguieron circulando. Con el tiempo aparecieron ediciones piratas. Ya en tiempos de internet, conseguirlo fue muy sencillo. Muchos de los que lo difunden son nazis fuera de tiempo o neo nazis.
En Alemania no se lo reeditó durante 70 años. Sin embargo siguió siendo el libro alemán más vendido de la historia. Más de 12 millones de copias entre el momento de su aparición y 1944. En sentido estricto podría decirse que no estaba prohibido. La ley no castigaba la circulación de los ejemplares antiguos. Los derechos- entregados por los Aliados al final de la guerra- pertenecían al estado federal de Baviera. Pero en 2015 entraron en el dominio público.
En 2016, liberados los derechos, se publicó una versión anotada del texto. Dos tomos, más de 3.500 notas, 6 académicos involucrados, tapas duras, una pulcra tapa blanca y tipográfica, 5.5 kilos de peso. Los 4.000 ejemplares de esa edición se agotaron de inmediato. Tardó varias semanas en reponerse. Eso generó sospechas. Muchos creyeron que se quería evitar generar un fenómeno y que el libro circulara una vez más. Pero provocó el efecto contrario. La espera aumentó las ansias de tener el libro. Las siguientes reediciones se agotaron con velocidad. Estuvo varias semanas en la lista de best sellers: vendió alrededor de 85.000 ejemplares.
En estos tiempos, prohibir Mi Lucha, con las posibilidades técnicas de reproducción y de su circulación inmediata a través de internet, parece algo ridículo.
Algunos estudiosos que intentan comprender una época creen que sin importar las facilidades que otorga la vida moderna, no debe pesar sobre el libro ninguna restricción. Eso propone, por ejemplo, el historiador Ernst Piper: “¿Qué texto podría ser más apropiado que Mi Lucha para demostrar la brutalidad y el desprecio hacia el ser humano que caracterizan a la ideología nazi?”.
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