Esta es una historia sórdida, repleta de dolor. Acá no hay éxito ni gloria. Ni siquiera amor. Se trata de la caída de una estrella infantil, tal vez la más rutilante de los años ochenta. Pero no es un historia más. Porque la vida de Corey Feldman, aunque paradigmática, en cada aspecto es extrema.
Pasó hace menos de ocho años, pero parecen muchos más. Casi otra vida. Tal vez en lo que se refiere a Corey Feldman, el tiempo se retuerza y corra de distinta manera que para el resto. También pareciera que nunca fue una estrella de Hollywood, que su serie imbatible de películas a mediados de los ochenta no hubiera ocurrido nunca. Volvamos al 2013. Feldman presentaba su libro de memorias Coreyography. En The View un programa televisivo con mucho rating, Barbara Walters, la implacable reportera norteamericana, escuchaba las denuncias y las acusaciones de Feldman, y con cierta indignación lo interrumpió: “¿Te das cuenta que estás ensuciando a toda la industria?”
Feldman había dicho la palabra prohibida: pedofilia. Y no fue lejos para buscar el ejemplo. Habló de él y de Corey Haim, su mejor amigo. “Lo que digo es que la gente que nos hizo estas cosas a Corey y a mí todavía está ahí afuera, tiene éxito y prestigio. Algunos son de los hombres más poderosos y millonarias de Hollywood”. Walters seguía sin convencerse, meneando la cabeza en señal de disconformidad.
Corey Feldman asintió y continuó con su alocución. Un hombre narraba abusos que había recibido y que había visto mientras era un chico. Y lo que recibió fue incredulidad, descrédito y miradas acusatorias.
El de Walters es, al mismo tiempo, un ejemplo del trato que recibió Corey Feldman en estos años y de la actitud del mundo respecto al descuido con que Hollywood sometía a las estrellas infantiles. La intervención de la periodista (ella tenía prestigio y Corey sólo descrédito) pasó totalmente inadvertida hace ocho años cuando la defensa corporativa era lo más usual.
El de Feldman es un caso interesante, que obliga a pensar la cuestión en profundidad. Es una víctima imperfecta, falible, llena de defectos y pasible de ser acusado él mismo de una no tan escueta fila de delitos, faltas e incorrecciones. Pero nada de eso invalida sus dichos, sus experiencias, ni su sufrimiento. Sus faltas, su vida tumultuosa, su aspecto extraño e inquietante se suelen imponer en el análisis.
Eso hace que su dolor no pueda apaciguarse, no encuentre consuelo. Feldman parece condenado a no ser escuchado, a que nadie preste atención a sus desgracias (y a sus acusaciones).
Cuando se convirtió en el actor más taquillero de su generación ya era un veterano de la industria pese a que todavía no había cumplido 14 años. La primera vez que se paró ante las cámaras tenía 3 años. Ya había filmado más de 50 publicidades y había participado en un centenar de programas televisivos.
Era el crédito familiar. Todo estaba apostado a él. Los padres habían merodeado el mundo del espectáculo sin demasiada suerte. Habían estado cerca de las luces, pero el brillo y las ventajas de la fama se les habían escapado. Un músico que nunca pudo pegar el salto y una conejita de Playboy de fama fugaz. A través de Corey, tal vez, iban a poder cumplir sus sueños, saciar su ambición. Cada casting fallido implicaba un deterioro en las condiciones de vida de la familia que habían decidido explotar el desparpajo y la fotogenia de Corey. Por eso las presiones sobre él eran enormes. Cuando en 1986 actuó en Cuenta Conmigo, Rob Reiner en el reparto de papeles juveniles tuvo dos certezas. River Phoenix sería el protagonista y Corey Feldman haría a Teddy, un chico lastimado por su padre, un ex combatiente alcohólico. “Fue una decisión sencilla: ningún otro chico tenía tanto dolor y bronca en su mirada como Corey”, explicó Reiner.
El papel de los padres. La presión, empujar para que los chicos ganen la carrera. La fascinación por el mundo del espectáculo que nubla hasta las decisiones más elementales. La fractura en la relación con los hijos. El itinerario se suele repetir. Y los hijos terminan iniciándoles juicio para intentar recuperar lo ganado en su carrera. Después está la industria, voraz, que se olvida que son chicos, que no se hace cargo de su rol de cuidado. Predadores que abusan de su poder, a los que no les importa arruinar vidas. Durante décadas, Hollywood rompió a sus estrellas infantiles y juveniles.
¿Cuántos actores pueden encadenar tres éxitos consecutivos, tres películas que se terminan convirtiendo en clásicos? Muy pocos. Corey Feldman entre los 13 y los 15 años protagonizó The Goonies, Gremlins y Cuenta Conmigo. Después continuó con Lost Boys y la dupla con Corey Haim, que enseguida se conoció como Los Dos Coreys. Algunos proyectos fallidos, malas elecciones, el cambio de voz y de aspecto, típicos de la edad, y de pronto el actor joven que parecía que había llegado para quedarse para siempre vio como su carrera se esfumaba, se desmoronaba irremediablemente cuando aún no tenía edad de terminar el colegio (que había abandonado hacía años).
Toda su juventud y su vida adulta las vivirá con el peso de la nostalgia, sabiendo que lo mejor ya había pasado, que ya no accedería a esas cimas a las que había subido casi sin darse cuenta. Pero en su caso y en el de las mayorías de las estrellas juveniles, lo peor no es el aforismo tanguero del dolor de ya no ser. Lo peor es que ni siquiera se puede refugiar en los recuerdos amables de su gloria. Fueron tiempos brutales para él. De desamparo, de excesos, de situaciones a destiempo, que llegaron cuando no estaba preparado.
A los 14 era una súper estrella. Era, también, millonario. Su cara estaba en las tapas de revistas y su poster en las piezas infantiles. Después todo tomó velocidad. Los abusos. Las noches de fiesta con adultos. La adicción a las drogas. A los 15 consiguió por vía judicial la emancipación de sus padres. Pero el dinero se había esfumado. Del más del millón y medio de dólares que había ganado sólo quedaban 40.000. A los 20 era un paria para la industria que había gastado sus ahorros en drogas. A los 22 ya había sido detenido tres veces por posesión de heroína.
Chicos y chicas que crecen frente al público. No sólo ganan centímetros. Les cambia la voz, le crecen los pechos o les sale barba. Muchos dan su primer beso en cámara. El mundo entero es testigo de su primer acercamiento amoroso a otra persona.
Will Weathon, uno de los actores de Cuenta Conmigo (Stand By Me) tiene un buen presente. Luego de varios papeles en películas y series cambió de rubro. Ahora triunfa con la escritura. Tal vez por eso, por haberse despojado del peso de seguir triunfando en el cine, su mirada es más lúcida y descarnada que la de otros. Su madre había querido ser cantante o actriz pero su familia se opuso. A ella le pareció normal empujar a su hijo hacia Hollywood, aunque se haya olvidado preguntarle qué era lo que deseaba.
“Los adultos me decían ‘Esto es un sueño’. Y me empujaban, y me empujaban a lugares en los que no me sentía bien, que me asustaban” dijo Will Weathon.
Otros de los chicos protagonistas de Cuenta Conmigo, la maravillosa película de Rob Reiner tuvo un final trágico y prematuro. River Phoenix, la gran esperanza de la actuación de los noventa, sucumbió en la puerta de The Viper Room, el club nocturno angelino propiedad de Johnny Depp. Todavía circula el audio de la llamada de su hermano menor, Joaquin, al servicio de emergencias. Una sobredosis acabó con él cuando tenía 23 años.
Cuando Netflix estrenó Stranger Things y se desató una especie de boom con la serie, los periodistas buscaron su testimonio, querían saber si la había visto y qué opinaba: “¿Un grupo de chicos en bicicleta en los ochenta que tratan de derrotar una conspiración perversa, pero que no son escuchados por ningún adulto, a los que nadie les cree? Claro que sí. Estuve ahí. Así fueron mi infancia y adolescencia”.
Corey en 2016 realizó Mi verdad: la violación de los dos Coreys, un documental en el que relató estos abusos y el sistema inhumano de Hollywood con los niños que trabajan en el ambiente. Lo que se destacó fue una denuncia con nombre propio. Afirmó que su amigo Corey Haim fue violado cuando tenía 13 años por Charlie Sheen, de 19 en ese entonces, mientras compartían elenco en la película Lucas. “Corey me contó que Charlie lo llevó entre dos contenedores a un costado del set de filmación y lo penetró analmente”, sostuvo Feldman. Otras personas cercanas a Haim confirmaron los dichos mientras que Charlie negó de manera terminante los hechos.
Unos meses atrás cuando el señalado fue Marylin Manson, Corey también apoyó las denuncias y habló de décadas de conducta indecorosa y delictiva del músico.
En su adolescencia, Corey integró el círculo más cercano de Michael Jackson. Fue uno de los que participó del funeral de Jackson. Lo hizo ataviado como el cantante. Él que siempre ha denunciado a distintos personajes del ambiente muchas veces con nombre y apellido, en los últimos años defendió con énfasis a Jackson. Dijo que Michael estaba en contra de las drogas y el alcohol, y que le había brindado cariño y protección en los peores momentos. Que nunca había abusado él. Aunque reconoció que Jackson una vez le mostró un libro con desnudos masculinos.
En 2017, Feldman pidió 10 millones de dólares. Dijo que esa era la cifra que le permitiría hablar y señalar públicamente a los responsables de los abusos que él sufrió. Pensaba destinar esa cantidad al pago de los abogados que necesitaría para afrontar el diluvio de juicios que caería sobre él. “He guardado silencio toda mi vida pero desde que decidí hablar me arrestaron, casi me matan en un robo en mi auto, y fui amenazado… Estoy muy solo. Necesito proteger a mi familia y a mí mismo, contratar seguridad adicional y un contratar un equipo legal que me ayude en este proceso”, dijo antes de iniciar la campaña de crowfunding.
Con los años ha hecho muchas declaraciones de este tipo. La duda se planteó en los medios: ¿Paranoia o persecución real?
Sus detenciones, que Corey siempre consideró parte de un plan macabro y superior para castigarlo y silenciarlo, parecen fruto de sus desbordes y del descontrolado consumo de drogas y alcohol que lo dominó durante años.
Poco tiempo después formó Los Ángeles de Corey, una banda de chicas, ex conejitas de Playboy que lo acompañaban en unos números musicales de escasa afinación. Eran también animadoras de las Fiestas de Corey, unas celebraciones en las que por distintas tarifas acompañaban de diferente manera a los invitados. Varias de esas mujeres denunciaron a Corey por intento de abuso y malos tratos. Él negó cada una de las imputaciones, y las justificó como parte de un plan maestro destinado a perjudicarlo y a callarlo.
Coreyography, su libro de memorias, empieza con una escena impactante. Lo despiertan muy temprano un día del 2010 a la mañana. Lo urgen a bajar al living. Allí encuentra mucha gente, las caras serias, las miradas lo evitan. Sabe que algo malo pasó. Hace un paneo y trata de adivinar quién falta. Pero de pronto se detiene en la televisión prendida. Allí está él, pero con veinticinco años menos. Imágenes de sus películas y del reality show The Two Coreys. En ese momento entiende. Algo pasó con su amigo Corey Haim. Alguien dice lo que nadie se atrevía a decir: “Está muerto. Una sobredosis”. Corey Feldman sabe que ese podría haber sido él.
Hoy Corey Feldman cumple 50. Sus años de gloria quedaron muy lejos. En el medio hubo mucho dolor. Incomprensión y rechazo. “Viví asustado toda mi vida como la mayoría de las víctimas. Me hicieron sentir raro, incomprendido y degradado a múltiples niveles. Hubo rumores, mentiras sobre mí e insultos porque ellos también tienen miedo de que diga la verdad. Pero veo que no estoy solo”, declaró.
Todos los chicos de los años ochenta querían ser Corey Feldman, protagonizar sus aventuras. Hoy ningún hombre de cincuenta desea haber vivido y sufrido como él.
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