El helado día de Navidad de 1929, Charles Davis Lawson (43) se levantó decidido. Hacía semanas que tenía muy bien pensado el regalo que quería para su mujer y sus hijos. Había planificado con cuidado cómo iba a concretarlo. Fue en su granja Brook Cove Road, cerca de la población de Germanton, en el estado de Carolina del Norte, Estados Unidos, donde esa tarde, antes de la cena navideña, les regaló la muerte.
La foto que se manchó con sangre
Hacía tiempo, quizá varios meses, que Charlie -así le decían en la familia- andaba errático, medio perdido en sus cavilaciones. Tenía, además, fuertes dolores de cabeza y un insomnio fatal. A tal punto que decidió visitar a un médico para ver si podía solucionar su falta de sueño y sus jaquecas. Fue a ver al doctor C.J. Helsabeck, en Danbury. Si lo que le indicó el doctor surtió efecto o no, nadie lo sabe, ni está registrado en ficha alguna. Pero estos síntomas adquirirán importancia con el devenir de la historia.
A principios de diciembre, Charlie le propuso a su mujer algo inusual en esa época para una familia rural y que provenía de una clase trabajadora: sacarse una foto todos juntos. Charlie Lawson ya no era pobre, tenía su propiedad y generaba importantes ingresos, así que Fannie, su esposa, no se opuso. Aun así, el evento era todo un acontecimiento: requería tiempo, posar en un estudio especial y pagar mucho dinero. Dicen los que saben que la foto podía salir lo que hoy cuesta un viaje familiar de una familia norteamericana a Disney.
Se compraron todos ropa nueva, más bien elegante y se engalanaron para la cita. Charlie había sido claro: quería que estuvieran de punta en blanco, impecables.
Él no lo dijo, pero sabía que ese sería el testimonio de lo que había construido en los dieciocho años que llevaban juntos con su mujer. Era un lujo que quería darse: que la eternidad los contemplara congelados, en una -hipócrita, claro- postal feliz.
Para Arthur, el único sobreviviente de la familia, esa foto sería la única forma de volver a recordar sus queridos rostros.
La rueda de la vida y de la muerte
Corría el año 1911 cuando Charlie Lawson se casó con Fannie Manring. Tuvieron ocho hijos. En 1918, siguiendo a sus hermanos menores que se habían mudado a Germanton, Charlie decidió probar suerte en la zona y se instaló allí con su familia. Los Lawson, que eran agricultores de tabaco, alquilaron tierras y comenzaron a cultivarlas con mucho esfuerzo.
En el año 1920 enfrentaron una desgracia: el tercero de sus hijos, William, cayó enfermo y murió. Tenía solo 6 años. El pesado trabajo rural y los nuevos hijos que fueron llegando los mantuvieron distraídos. Además, en esos años, previos al uso de los antibióticos de manera masiva, la mortalidad infantil era altísima. Y estas fatalidades eran frecuentes.
El esfuerzo rindió frutos y pudieron ahorrar dinero. Tanto que, en 1927, tuvieron suficiente para adquirir su propia granja en Brook Cove Road. Fue una verdadera felicidad para toda la familia que ya se completaba con seis hijos.
La menor, Mary Lou, nacería en épocas de bonanza económica, en agosto del año 1929. Pero el dinero no siempre va de la mano del amor o de la salud psíquica. De eso se enteraran todos sin remedio.
Unos días antes de las celebraciones navideñas, como ya anticipamos, Charlie concurrió al pueblo con su familia para sacarse la foto. Iba con Fannie (37) y sus siete hijos: Marie (17), Arthur (16), Carrie (12), Maybell (7), James (4), Raymond (2) y Mary Lou (de solo 4 meses).
Esperada Navidad
El miércoles 25 de diciembre de 1929 amaneció frío, el invierno estaba en su apogeo. Había mucha nieve acumulada sobre el campo y se sentía un clima destemplado. Marie, la hija mayor se levantó temprano, era la encargada de cocinar el pastel navideño con pasas. Se puso manos a la obra y pronto la cocina se llenó del aroma clásico de las fiestas.
Lo que pudo reconstruirse, a falta de testigos oculares, es que esa tarde Charlie esperó escondido en el granero donde almacenaba el tabaco a sus hijas, Carrie y Maybell. Sabía que cuando ellas salieran de la cabaña para ir a visitar a sus tíos tenían que pasar justo por el camino que estaba frente a él. Tuvo paciencia. Cuando las vio salir esperó a que estuvieran a tiro de su escopeta y disparó. No se sabe cuál de las hermanas cayó antes, pero es fácil imaginar el horror de la otra. No conforme con eso, luego se acercó a los cuerpos caídos y las golpeó hasta asegurarse de que habían muerto. Las alzó y las metió en el interior del depósito. Les cruzó los brazos prolijamente sobre el pecho y les puso una piedra debajo de la cabeza, a cada una, a modo de almohada.
Luego, recargó el arma y se dirigió al porche de su cabaña donde estaba Fannie tomando aire. Quizá su mujer había salido a ver qué eran esos disparos cercanos o quizá solo estaba descansando de un ajetreado día en la cocina con los preparativos. Ella no tuvo tiempo de nada, su marido apretó el gatillo. La mató y entró esquivando el cuerpo. Marie escuchó el estruendo y pegó un grito. Su padre no estaba dispuesto a perdonarle la vida a nadie y la baleó sin dudar.
Los pequeños de la familia, James y Raymond, sí adivinaron a tiempo lo que estaba pasando y corrieron a esconderse. Fue inútil. Charlie los encontró y los asesinó a golpes. Todavía quedaba la pequeña Mary Lou en su cuna, pero su padre no la olvidó. Fue hasta donde estaba y la golpeó varias veces en la cabeza. La bebé murió por fractura de cráneo.
Charlie prosiguió su enloquecido plan. Colocó estos cinco cadáveres en igual posición que los primeros, solo que debajo de sus cabezas, ahora puso almohadas verdaderas.
El único que había sobrevivido a la masacre era Arthur, el hijo varón mayor. Su padre lo había dejado ir a Walnut Cove, para comprar municiones para la caza de conejos en el negocio de un amigo. Su padre, ¿le salvó la vida por algún motivo o solo lo alejó para que no entorpeciera su plan? Hubo muchos que se inclinaron por pensar que la verdadera razón por la que Charlie lo había enviado fuera de la granja fue porque era el único que podía hacerle frente. Cuando Arthur volvió se encontró con el desastre de su vida. Pero su padre no estaba allí.
Luego de los asesinatos, Charlie se internó en el bosque nevado con sus armas y sus dos perros, Sam y Queen. En un arroyo se lavó a conciencia las manos llenas de sangre. Sus pisadas rojas quedaron estampadas, en círculos, sobre el suelo blanco alrededor de un árbol. Estuvo unas tres horas dando vueltas y pensando.
Mientras él se decidía, Arthur y otros familiares, que habían ido a visitarlos por Navidad, habían descubierto los cuerpos y llamado a la policía.
En el interior de la casa las habitaciones estaban anegadas con sangre y los muebles volcados, como si allí hubiese habido una pelea. Todavía estaban todos en shock cuando sintieron el disparo.
Los tiros en los campos de la zona eran frecuentes por la caza, pero en este contexto el estampido sugería algo más. Se movieron hacia el lugar desde donde habían llegado los sonidos y encontraron a Charlie despatarrado. Se había descerrajado un tiro. En sus bolsillos la policía encontró dos notas escritas en la parte de atrás de unos recibos de la granja. Eran frases inconclusas. En una decía: “Los problemas pueden traer...” y no terminaba la idea. La otra: “Nadie a quien culpar”.
Analizando su cerebro
Las autoridades junto con los familiares tuvieron que hacer un gran esfuerzo para trasladar los cuerpos, envueltos en sábanas, hasta los coches fúnebres que estaban lejos, sobre la calle principal. Había demasiada nieve y se hundían a cada paso.
Primero los llevaron hasta una casa para funerales en Walnut Cove, pero la empresa resultó pequeña. No podía llevar a cabo las autopsias ni embalsamar los ocho cuerpos. Sorteando la nieve volvieron a trasladar los cuerpos a una casa mortuoria más importante.
Las autopsias fueron presididas por el doctor Helsabeck, el mismo que había atendido a Charlie por sus jaquecas. El médico tuvo un colaborador casual que había llegado para pasar las fiestas: el doctor Spottswood Taylor, quien era hermano del sheriff del lugar. Taylor trabajaba nada menos que en el prestigioso centro médico Johns Hopkins, de Baltimore.
Entre los dos removieron, esa misma noche, el cerebro de Charlie Lawson para examinarlo. Luego, en un tarro con formol, lo enviaron a Baltimore para un análisis más profundo. La autopsia inicial reportó que el cerebro del asesino era relativamente pequeño y tenía una parte que no parecía totalmente desarrollada. Pero no mostró otras peculiaridades.
Un tour siniestro
El funeral se llevó a cabo, el 27 de diciembre, en el cementerio de Browder. Hubo amigos, familiares, periodistas y, sobre todo, montones de curiosos.
Si bien los ocho cuerpos fueron embalsamados solo hubo siete ataúdes. Mary Lou, la bebé, fue enterrada entre los brazos de su madre.
Tal fue el interés que despertó el caso que, apenas semanas después de lo ocurrido, Marion Lawson, un hermano de Charlie, decidió abrir la casa para hacer macabros tours y cobrar las visitas. La gente interesada era muchísima, todos querían ver donde los Lawson habían vivido. A falta de mejores programas, el drama era como una película viviente. La cabaña estaba dada vuelta como la encontró la policía, manchas de sangre incluidas. La idea era que el espectáculo fuera auténtico, que la experiencia fuera vívida y se sintiera real. Una de las mayores “atracciones” la constituía la torta horneada por Mary que la familia jamás llegó a comer. Los turistas del morbo empezaron a llevarse, a escondidas, pasas del pastel como souvenirs. Cuando Marion se dio cuenta lo cubrieron con una tapa de cristal y así estuvo durante años. Era lo que quedaba del día. El testimonio más tangible y humano de un crimen múltiple, violento y repulsivo.
Los visitantes con su ticket de ingreso se llevaban fotografías de la escena del crimen como recuerdo. A veces, disfrutaban también de música en vivo. Podía recibirlos el cantante Walter “Kid” Smith en el porche familiar con su canción La balada del asesinato de la familia Lawson. La canción se hizo tan popular que, un año después, la grabó con la banda Carolina Buddies. Y, en 1956, el grupo Stanley Brothers hizo una nueva versión. Los crímenes rendían económicamente para todos.
Muchas personas cuestionaron a Marion Lawson por semejante emprendimiento y exposición de crueldad. Él se defendió argumentando que la decisión había tenido que ver con poder hacer frente a los entierros, mantener al hijo huérfano y solventar los gastos de la granja.
Tuvieron miles y miles de visitantes que llegaban desde todos los rincones del país. Uno fue especial: el gánster y ladrón de bancos John Dillinger, que acababa de escapar de prisión. Se presentó en la granja con su novia y otro delincuente que había encontrado en el camino. Dillinger se dio el gusto de dejar colgada una nota, en la puerta de la casa, donde bromeaba que se habían perdido conocer al norteamericano más buscado de la época.
Hipótesis: ¿abuso sexual o daño cerebral?
Las especulaciones sobre qué podía haber llevado a Charlie Lawson a matar a su familia empezaron inmediatamente. Una de ellas sostenía que el victimario tenía daño cerebral como consecuencia de haber sufrido un fuerte golpe en la cabeza meses antes de los asesinatos. Según los amigos y familiares, en los últimos tiempos, Charlie había estado diferente y alterado. Lo cierto es que la autopsia no detectó nada más allá de lo contado antes: no había lesiones ni huellas de golpes ni malformaciones que avalaran una conducta como la que había tenido.
La hipótesis que resultó más creíble se respaldaba en un rumor que decía que Charlie había violado y dejado embarazada a su hija Marie. Eso habría desatado la peor tormenta. El chisme provenía de las conversaciones entre las visitas que fueron a la casa de los Lawson luego de los homicidios.
Años después, cuando en 1990 se publicó un libro sobre el caso llamado Navidad Blanca, Navidad Sangrienta, escrito por Bruce Jones y Trudy J. Smith, esta teoría tomó más sustento. En esas páginas se planteaba el abuso sexual del padre a su hija. Un día antes de su publicación, el autor atendió una llamada telefónica de Stella Lawson Boles, una sobrina del asesino. La mujer, que ya había sido entrevistada para el libro, ahondó sobre el tema. Le confesó haber escuchado a sus tías, que eran cuñadas de Fannie (entre ellas a su propia madre Jettie Lawson), decir que ella estaba muy preocupada porque creía que su marido mantenía una relación incestuosa con su hija Marie. El dato clave era que Jettie, la madre de Stella, había muerto a principios de 1928, casi dos años antes de los crímenes. Esto quiere decir que el temor por el incesto y los comentarios de Fannie tenían que haber sucedido mucho antes de su muerte.
Con esta versión se condimenta mejor la idea de que, intramuros, nada era un secreto y que las rabias podrían haber sido tan intensas que condujeran a actos irracionales.
En 2006, se publicó otro libro sobre los Lawson que se llamó El significado de nuestras lágrimas, firmado otra vez por Trudy J. Smith. En este, la autora contó algo más que abona esta idea. Una íntima amiga de Marie Lawson, llamada Ella May, semanas antes de esa Navidad, había estado conversando con ella. La mayor de los Lawson le había revelado un secreto perturbador: la joven estaba embarazada de su propio padre. Marie, además, le había dicho que tanto él como su madre Fannie estaban al tanto de la gestación.
Un vecino de los Lawson, Sam Hill, sumó su propia versión contando que sabía que una tarde Charlie había abusado de su hija y que, cuando ella le dijo había quedado embarazada, Charlie la había amenazado: si contaba algo los mataba a todos. El final de la historia, según su vecino, estaba escrito.
En aquella foto familiar en blanco y negro quizá no eran nueve sino diez las vidas retratadas. Solo que una estaba creciendo bajo el nuevo traje en el que se había enfundado Marie.
Si era así, motivos para los dolores de cabeza de Charlie había de sobra.
Es justo aclarar, por otro lado, que esto no quedó plasmado en la autopsia. En ningún lado quedó escrito que la joven estuviera embarazada al momento de su muerte.
El único sobreviviente de la familia Arthur Lawson no tuvo, después de tanto drama, mejor fortuna. Ni tendría una muerte natural. A pesar de los tours del horror, el dinero no alcanzó para que él no perdiera la granja familiar. Comenzó a beber de más y un día de 1945 se estrelló con su auto. Tenía 32 años, estaba casado y dejó huérfanos a cuatro hijos.
La cabaña de los Lawson, muchos años después, fue finalmente tirada abajo. La madera se usó para construir un puente privado cubierto. Aunque algunos vecinos admitieron haberse guardado algunas maderitas como souvenirs para luego hacerse marcos de fotos. El morbo no es patrimonio de pocos.
Hoy, la propiedad está en otras manos y no está abierta a nadie. El horror, al fin, ya no tiene espectadores en Brook Cove Road.
SEGUIR LEYENDO: