Empezó en lo más alto. Su primera película fue un gran éxito de taquilla, su imagen cautivó a millones. Sus tres films iniciales fueron dirigidos por glorias del cine mundial: Stanley Kubrick, John Huston y John Ford. Después, todo fue en descenso. Una caída lenta y cruel, dolorosa y casi inevitable.
Sue Lyon impactó al mundo cuando en 1962 protagonizó Lolita, la adaptación cinematográfica de la novela de Vladimir Nabokov dirigida por Stanley Kubrick.
Su imagen se convirtió en un ícono, de lo sugerente y, también, de lo lascivo. La foto era inquietante. Una joven en traje de baño, los lentes oscuros con forma de corazón, el chupetín en la boca. Sue sólo tenía 15 años cuando encarnó a Lolita.
Era una nínfula, como llamó Nabokov a su personaje. Kubrick vio en la historia de Humbert Humbert y Lolita un enorme potencial cinematográfico, la clase de historia intrincada, con muchas caras y polémicas, desafiantes e incómodas, que a él le gustaba adaptar para el cine. Pero se encontraba con un obstáculo casi insalvable. Sólo podría hacer la película en caso de encontrar a su Lolita, a la chica que lograra representar aquello que Nabokov había imaginado y escrito.
Kubrick hizo un casting monumental. Pasaron más de 800 chicas delante suyo. Ninguna lograba la perfección que él requería, ninguna podía producir en Humbert Humbert lo que la novela mostraba. Hasta que un día, mientras miraba la televisión sin mirarla, pensando en cómo iba a resolver el problema de su protagonista femenina, descubrió a Sue Lyon en un papel muy menor (apareció en un sólo capítulo) en la serie Letter to Loretta. Supo de inmediato que esa chica tenía que ser su Lolita. Al día siguiente se puso en movimiento. Contactó a los productores del programa de TV para pedir los datos de la joven. Allí se enteró que la chica tenía 14 años, la edad que Kubrick le había dado a Lolita en su guión. Luego vendrían muchas sesiones de prueba; entre otras cosas Kubrick exigió verla en traje de baño y que compartiera escena con James Mason, el protagonista masculino.
Nabokov había tenido problemas para publicar su novela. Logró hacerlo en Francia en la editorial Olympia Press que se especializaba en material pornográfico y en autores censurados. Cuando el libro cruzó el Atlántico y se publicó en Estados Unidos se convirtió en un best seller fulminante. Vendió en muy pocas semanas más de 100.000 ejemplares. De inmediata, Kubrick consiguió los derechos para la adaptación.
¿Qué es lo que relata Lolita? La obsesión sexual de un adulto, Humbert Humbert, por una niña de doce años. Cómo la viola, cómo abusa de ella sin importarle su edad, ni que fuera su hijastra. Es la historia de una aberración, de una obsesión enfermiza. Humbert, el protagonista, incurre en todo tipo de perversiones y crímenes, hasta termina asesinando a un rival en el interés de Lolita.
En los últimos tiempos la controversia ya no reside en el supuesto contenido pornográfico de la historia sino en su “mensaje”. Se lo acusa, entonces, de ser una apología de la violación, del abuso masculino. El narrador es el propio Humbert Humbert, es él quien cuenta la historia y es por él que conocemos a Lolita: lo que sabemos de ella es lo que Humbert nos cuenta, por sus descripciones, su visión, sus recuerdos. Esto indica que esta Lolita sólo es la que veía el protagonista en la ceguera de su obsesión y enfermedad. Esa mirada patológica es lo que conforma la nínfula. Fuera de ese punto de vista, de esa obsesión que terminará destruyendo todo lo que toca, no hay Lolita.
Pero Lolita narra, también, cómo esa chica se va deshaciendo en el transcurso de esa relación forzada y muestra a una sociedad enferma, repleta de suciedad, en la que la maldad aflora en cada esquina.
Y a Sue Lyon le pasó como a su personaje. Se fue deshaciendo ante los ojos de los espectadores. Se fue rompiendo por dentro y por fuera, disputó una batalla que estaba condenada a perder.
Hollywood como cruel picadora de carne, como insensible máquina de producir éxitos y desechar personas. Sue Lyon, inestable, fue una de sus víctimas paradigmáticas.
Cada vez que se realizan antologías con los mejores comienzos de la literatura universal, el de Lolita integra la lista junto al de La Metamorfosis de Kafka, El Extranjero de Camus, Moby Dick o Cien años de soledad. El inicio del texto de Nabokov tiene un ritmo, una cadencia única. Más allá de su lirismo, planta en apenas tres líneas la historia y define el tono del texto. Posee una musicalidad excepcional: “Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita” (la traducción, notable, es de Enrique Pezzoni). Y por encima de todos los méritos mencionados, este como ningún otro inicio, como casi ningún otro párrafo de la literatura universal provoca un efecto físico en el lector: logra hacernos mover al tiempo que leemos. Todos reparamos en nuestra lengua y en su posición mientras silabeamos Lo-li-ta.
Esa chica es la que Sue Lyon debía interpretar, su presencia tenía que producir esas cosas. Sin importar que fuera una adolescente. Como medida de precaución, para no ahuyentar al público, Kubrick subió la edad de la protagonista dos años. La Lolita cinematográfica tiene 14.
El estudio mantuvo su identidad y su imagen ocultas durante el rodaje para aumentar la expectativa. Tuvieron que contratar guardias de seguridad para evitar que fotógrafos y curiosos se colaran al set. La que no pudo entrar al estreno fue Sue Lyon. Fue hasta la puerta del cine, dio notas, se sacó fotos, pero no vio la película. Era para mayores de 16 años y ella tenía 15.
La película fue un gran éxito. La carrera de Sue parecía despegar. Si en su primera película había compartido elenco con James Mason, Peter Sellers y Shelley Winters, en la segunda su coprotagonista fue uno de los actores del momento, Richard Burton. La Noche de la Iguana era una gran producción. Adaptación de una obra teatral de Tennesee Williams dirigida por John Huston. Sue, una vez más, era una adolescente seductora.
Después fue el turno de 7 Mujeres de John Ford. Parecía que la carrera de Sue despegaba definitivamente, que sólo sería dirigida por los grandes maestros. Pero hasta allí llegó. En ese momento comenzó su descenso profesional. El personal se había iniciado hacía bastante tiempo pero nadie se preocupó por ella, nadie pareció percibirlo. No estaba dentro del menú de Hollywood el cuidado de los actores. El que caía en el camino era reemplazado por otro, el que no estaba dispuesto a hacer lo que le pedían se quedaba sin posibilidades. Sue Lyon fue otra de las tantas caídas en combate.
Sue Lyon nació el 10 de julio de 1946. Su padre murió cuando ella era muy chica. Sue era la menor de cinco hermanos. Su madre vio en ella la posibilidad de una vida mejor para todos. Era una nena simpática a la que todos alababan su belleza. Madre e hija fueron a Hollywood en busca de un destino. Consiguieron alguna publicidad y breves participaciones en televisión hasta que llegó el llamado de Kubrick.
Se casó cinco veces. En 1963, con sólo 17 años lo hizo con Hampton Fancher, quien luego sería el guionista de Blade Runner. Ese primer matrimonio fue fracaso, duró apenas un año. Pero no sería su único fracaso conyugal.
En 1971 se casó con Roland Harrison, ex jugador de fútbol americano y fotógrafo. Él era de raza negra y los matrimonios interraciales todavía causaban estupor y generaban molestia. Algunos de los biógrafos de Sue Lyon sostiene que la pareja se fue a España unos años para escapar de la persecución racial, para encontrar nuevas oportunidades. Sue y Harrison viajaron a otro continente, también, para intentar espantar los fantasmas de Sue.
Allí filmó dos películas. Una gota de sangre para morir amando de Eloy de la Iglesia, con reminiscencias de La Naranja Mecánica, la última obra que había filmado Stanley Kubrick su descubridor. Tanto es así que en algunas partes se la conoció como La Mandarina Mecánica. Y también Tarot un film con Fernando Rey, guión de Rafael Azcona y un aire erótico.
Pero la estancia en España fue breve. Se separó de Harrison y en 1974 regresó a los Estados Unidos. También regresó al altar. Unos meses después se casó con Gary Adamson. La profesión del nuevo marido era la de convicto. Adamson cumplía una larga condena en la cárcel de Denver. Ella se enamoró de él, un día que fue a la prisión a visitar a un amigo. Los pocos miembros de la familia que seguían en contacto con ella y sus escasos amigos se preocuparon. El matrimonio se disolvió tan rápido como Adamson consiguió salir de la calle. La convivencia era muy diferente a las visitas carcelarias. Sue dio por acabada la relación, el día que supo que su marido había vuelto a delinquir.
Por la misma época alguien la convenció de visitar a un psiquiatra. Su conducta era errática, sus estados de ánimo fluctuaban con demasiada facilidad. El profesional la diagnosticó como bipolar. Inicio tratamientos con litio pero no era constante en su uso ni respetaba las dosis indicadas, incorporando a veces cantidades exageradas y en otras abandonándolo por semana.
Después de otro matrimonio fugaz, se casó con Richard Rudman, un ingeniero con el que estuvo casada 17 años.
Su carrera profesional se fue desvaneciendo. Cada vez la llamaban menos. Papeles cada más menores en películas cada vez de menor calidad. Su última aparición en pantalla fue en Alligator (La Bestia Bajo el Asfalto) en 1980. Después de años de inactividad, abandonó las esperanzas. Y se retiró oficialmente de la actuación en 1985. Aunque sabía que el ambiente ya había tomado la decisión por ella, Sue necesitó decirlo en voz alta, escucharse diciéndolo.
Hoy hubiera cumplido 75, pero Sue Lyons murió a fines de 2019. Un infarto la sorprendió en su casa de Los Ángeles. Tenía 73 años pero su cuerpo estaba devastado. Las últimas temporadas de su vida había sido muy angustiantes para ella. Muchas enfermedades y años de descuido. Ella cada mañana se miraba al espejo y buscaba a Lolita.
Cuando en los años noventa Adrian Lyne hizo la remake de Lolita, Sue volvió a ser mencionada en los medios, la gente se volvió a acordar de ella. Esta nueva versión protagonizada por Jeremy Irons y Melanie Griffith tuvo a Dominique Swain como Lolita. La carrera de Swain, igual que la de Sue Lyon, no despegó después de interpretar al personaje de Nabokov. Algunos hablaron de “la maldición de Lolita”. Pero no se trata de un conjuro ni de ninguna fuerza negativa. El estigma, en especial en el caso de Lyon y el enorme suceso de la versión en la que participó, es que ella fue cristalizada como esa nínfula, ella era la perfección adolescente. Y el público, por lo general, siempre quiere lo mismo. Y ella no se los podía dar, había crecido. Esa distancia entre lo que Sue era y lo que el público recordaba y/o pretendía de ella resultó insalvable y pulverizó sus aspiraciones de construir una carrera artística.
No aceptó entrevistas. Sólo se la escuchó lamentar: “Me horroriza que revivan la película que causó mi destrucción como persona. Esa película me expuso a tentaciones a las que ninguna niña de esa edad debía ser sometida. Desafío a cualquier chica bonita a ser catapultada al estrellato a los 14 años y poder mantenerse en ese nivel de ahí en adelante.”.
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