Aclamó a Hitler, fue colaboracionista y ferozmente antisemita: Céline, el escritor genial que terminó sus días maldito y repudiado

Tenía prestigio y fama. Había escrito obras maestras -Viaje al fin de la noche, De un Castillo a Otro-y revolucionado la literatura francesa y mundial, pero su nombre fue y es sinónimo de antisemita. Publicó panfletos atacando a los judíos y aseguró que para él no debería haber quedado ninguno vivo. Después de la guerra huyó a Dinamarca, se salvó de una ejecución, pero terminó encarcelado y rechazado por todos

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Louis Ferdinand Céline nació en Francia en 1894. En 1924 comenzó a ejercer como médico. Se dio a conocer en el mundo literario en 1932 con Viaje al Fin de la Noche. Su aparición significó un cimbronazo en las letras europeas (The Grosby Group)
Louis Ferdinand Céline nació en Francia en 1894. En 1924 comenzó a ejercer como médico. Se dio a conocer en el mundo literario en 1932 con Viaje al Fin de la Noche. Su aparición significó un cimbronazo en las letras europeas (The Grosby Group)

Louis Ferdinand Céline escribió al menos una obra maestra. Muchos sostienen que fueron varias más. Viaje al Fin de la Noche, De un Castillo a Otro, Muerte a Crédito. Revolucionó la literatura francesa y mundial a principios de la década del treinta con su lenguaje renovado, la gramática sin rigidez, los temas que los demás no se animaban a abordar, “inventó una rítmica inaudita” según Philippe Sollers.

Pero Céline, también, es sinónimo de antisemita. Era un antisemita feroz y virulento. Antes de la Segunda Guerra Mundial publicó panfletos atacando a los judíos y clamando por la alianza con la Alemania Nazi. Luego fue colaboracionista. Al final de la guerra llegó a escapar a Dinamarca. Eso lo salvó de la ejecución.

Cada vez que su figura resurge, en la opinión pública francesa se instalan polémicas cruentas. La censura, la libertad de expresión, si alguien debe ser condenado por sus opiniones. Y el transitado tema de la separación entre la obra y el artista.

Louis Ferdinand Céline (Louis Ferdinand Auguste Destouches) nació en Francia en 1894. En 1924 comenzó a ejercer como médico. Se dio a conocer en el mundo literario en 1932 con Viaje al Fin de la Noche. Su aparición significó un cimbronazo en las letras europeas. Bardamú, su personaje principal representa al hombre moderno. El autor dijo de su novela: “El hombre está desnudo, despojado de todo, aún de la fe en sí mismo. Mi libro es eso”. Al entregar el manuscrito de su novela, luego de trabajar en ella cinco años, anuncia sin modestia: “Aquí hay pan para un siglo de literatura y el premio Goncourt 1932 para el feliz editor”. El Premio, aunque lo merecía, no se lo dieron.

En 1936, tras un viaje por la Unión Soviética publicó un texto político que tituló Mea Culpa. Las pésimas condiciones de vida de los soviéticos, la rigidez, ineficacia y ahogamiento del régimen comunista lo habían impactado.

Louis Ferdinand Céline junto a su esposa Lucette, la única que lo acompañó cuando el mundo comenzó a despreciarlo  (The Grosby Group)
Louis Ferdinand Céline junto a su esposa Lucette, la única que lo acompañó cuando el mundo comenzó a despreciarlo (The Grosby Group)

En 1937 publicó unos panfletos incendarios. Bagatelas para una Masacre era un ataque frontal contra los judíos. Vendió más de 75.000 ejemplares. Enseguida publicó otras dos entregas: La Escuela de los Cadáveres y Les Beaux Draps. André Gide, tratando de salvaguardar el genio literario de su colega, dijo que unos textos tan desbordados sólo podían tratarse de una broma. Pero Céline hablaba en serio y con convicción.

Luego, llegó la guerra. La ocupación nazi en Francia, los colaboracionistas, la Resistencia, el Gobierno de Vichy. Céline siguió viviendo con comodidad y gozando de su fama y prestigio. A fines de 1944 emprendió la retirada.

Cuando desde Francia se podía ver cuál era el curso que la guerra iba a tomar, Céline se dio cuenta de lo que le esperaba. Recibía, casi todos los días, amenazas, insultos, ataúdes en miniatura, desplantes. Era despreciado. Su voz ya no era escuchada. Todo había cambiado. Sus días en Francia no iban a ser fáciles. Pero él había tomado sus recaudos. Sus ganancias las enviaba a Dinamarca. Tenía sus ahorros resguardados en oro en ese país. Creía que en caso de cambiar las cosas, el país nórdico se mantendría neutral y él tendría un refugio seguro.

Los cálculos le fallaron. En diciembre de 1945, cuando Francia pidió su extradición por el delito de colaboracionismo y traición a la patria, Dinamarca se opuso a devolverlo a su país de origen pero lo detuvo y lo sometió a juicio. Permaneció preso 18 meses en el mismo pabellón que los condenados a muerte.

En prisión perdió más de veinte kilos, varios dientes, vestía harapos, su cuerpo se atrofió por el reuma, su piel se llenó de eczemas, se profundizó su misantropía. Perdió conexión con el mundo. No quedaba (casi) nadie en el mundo que quisiera estar con él. Era exiliado, maldito, casi un espectro, alguien cuya compañía envenenaba. Sólo le quedaban su esposa Lucette, su gato y su abogado.

En prisión perdió más de veinte kilos, varios dientes, vestía harapos, su cuerpo se atrofió por el reuma, su piel se llenó de eczemas, se profundizó su misantropía. Perdió conexión con el mundo. No quedaba (casi) nadie en el mundo que quisiera estar con él (The Grosby Group)
En prisión perdió más de veinte kilos, varios dientes, vestía harapos, su cuerpo se atrofió por el reuma, su piel se llenó de eczemas, se profundizó su misantropía. Perdió conexión con el mundo. No quedaba (casi) nadie en el mundo que quisiera estar con él (The Grosby Group)

Así le describía su situación en la prisión a su abogado: “El médico jefe me anunció ayer que pronto me daría su dictamen sobre mi caso, creo que sería urgente que pasara usted (si lo tiene a bien) de nuevo a verlo. Así, ahora tiene el resultado sobre el corazón, que no va mejor, por lo demás, pues sigo teniendo de 90 a 120 pulsaciones por minuto (lo normal es 72), lo que quiere decir que tengo el corazón enfermo de forma irrefutable. Los nervios nada tienen que ver en eso. La enteritis tampoco mejor ni el reumatismo ni los vértigos. Desde mi marcha de París perdí treinta kilos y desde que estoy en la cárcel veinte kilos. Ésos son los hechos”

Sin embargo, el viaje (la huída) hacia Dinamarca le salvó la vida. De haber permanecido en su país muy probablemente hubiera sido ejecutado como Robert Brasillach o se hubiera suicidado como Drieu de La Rochelle. Su exacerbado odio a los judíos, su nazismo explícito y su escasa disposición a la sumisión y a aceptar sus errores (y la realidad en general) lo hubieran conducido a la horca en esos tiempos convulsionados de la Depuración.

Desde la prisión escribió muchas cartas que luego se compilaron en Cartas desde la Cárcel. Los destinatarios eran siempre los mismos: Lucette y el abogado. Al autor con decenas de miles de lectores sólo le habían quedado dos. A su esposa le escribió el 27 de abril de 1946: “Queridita mía, no te preocupes demasiado. Creo que la decisión no se va a hacer esperar mucho. Siento que por todas partes consideran que ya he vivido bastante, no creo que haya una decisión favorable. Persisto en pensar que nuestra única, última y remota posibilidad es España o la Argentina, e intensamente. En fin, nuestro amigo actuará como mejor pueda… si logra la expulsión, será ya cosa de milagro. El 1 de mayo vuelven a circular los trenes entre Copenhague y París. ¡Qué tentación! ¡Qué fácil entrega! Nadie ha movido un dedo en París por mí”.

En 1951 fue indultado y regresó a Francia. Se instaló en Meudon, en las afueras de París. Y volvió a publicar. Él estaba convencido de que nada había cambiado y que París se rendiría, una vez más, ante su talento literario. Pero eso no sucedió (The Grosby Group)
En 1951 fue indultado y regresó a Francia. Se instaló en Meudon, en las afueras de París. Y volvió a publicar. Él estaba convencido de que nada había cambiado y que París se rendiría, una vez más, ante su talento literario. Pero eso no sucedió (The Grosby Group)

Su mejor posibilidad, la salida que le generaba ilusión no era la declaración de inocencia que veía imposible. Era que lo expulsaran de Dinamarca. Eso le permitiría escapar a países en el que no sería molestado: Argentina o España.

Algunos de sus biógrafos cuentan que el juez danés era renuente a condenarlo, que buscaba en sus escritos y participaciones públicas alguna intervención que pudiera alivianar su situación. Esos párrafos eran escasos. Creyó encontrar una debilidad en la acusación del fiscal que había blandido que Goebbels en persona le había ofrecido ocupar la titularidad de la Oficina de Asuntos Judíos en París, la encargada de la deportación a los campos de concentración, y que él había declinado ocupar el puesto. Céline contestó la acusación con énfasis y algo ofendido: “Claro que me lo ofreció y me negué. Si yo hubiera estado a cargo de la Oficina no hubiera quedado ni uno”.

Mientras vivía en Dinamarca, ya fuera de la cárcel y en una vivienda sin comodidades, casi una choza, en Francia fue juzgado en ausencia. Lo condenaron a muerte y lo declararon Vergüenza Nacional. En 1951 fue indultado. Para sorpresa de muchos, Céline regresó a su país. Se instaló en Meudon, en las afueras de París. Y volvió a publicar. Firmó un contrato con Gallimard. Él estaba convencido de que nada había cambiado y que París se rendiría, una vez más, ante su talento literario. Pero eso no sucedió. Nadie olvidaba lo que había pasado y sus libros eran leídos bajo esa luz, la del antisemitismo. Publicó la Trilogía Alemana en la que destaca De un Castillo a Otro.

A Céline sólo le correspondía el silencio o el escarnio. Ese regreso espectacular al mundo literario, esa ilusión que fue su combustible durante esos siete años no sucedió. Era imposible que ocurriera. Como no encontraba eco en los demás, escribió un libro para defenderse a sí mismo. Lo publicó primero en entregas en una publicación periódica y luego apareció como libro. Conversaciones con el Profesor Y (hay una excelente versión en español con traducción y prólogo de Mariano Dupont editada por Caja Negra) es un diálogo. Pero es el único diálogo que Céline podía mantener por esos días: uno imaginario, con un interlocutor que él creó. Esa defensa de su contribución a las letras universales, del valor de su obra es de la única manera que puede ser: exaltada, imperativa, maníaca y desbordada.

Céline y sus perros. Cuando lo visitaron los escritores Burroughs y Ginsberg dieron por sentado que a él le gustaban. Pero los corrigió con indignación: "¡Sólo los tengo por el ruido!"
Céline y sus perros. Cuando lo visitaron los escritores Burroughs y Ginsberg dieron por sentado que a él le gustaban. Pero los corrigió con indignación: "¡Sólo los tengo por el ruido!"

En 1958, William Burroughs y Allen Ginsberg lo fueron a visitar a Meudon. Céline no sabía quiénes eran. Pero le dio lo mismo: no solía recibir demasiadas visitas. Hablaron de poesía y de cárceles. Cada uno contó la suya. Burroughs habló de México y de cuando asesinó a su esposa emulando, drogado, a Guillermo Tell. Céline recordó Dinamarca. La conversación no fluía. El francés no demostraba mayor interés por nada. También, tal vez para salvar la charla, hablaron de los perros, que daban vueltas alrededor de los hombres y ladraban sin parar, casi con desesperación. Los escritores Beat dieron por sentado que a Céline le gustaban, que por eso tenía tantos. Él los interrumpió y los sacó del error. “No, sólo los tengo por el ruido”.

Un poco después, se levantaron para irse, Céline no lo lamentó. Mientras salían, eufóricos, Ginsberg y Burroughs gritaron a modo de despedida: “¡Saludamos desde Estados Unidos al más grande escritor de Francia!. Lucette, que los había acompañado hasta la puerta, los corrigió con algo de indignación: “¡Del mundo!”.

Murió el 1 de julio de 1961. Hace sesenta años. Tampoco tuvo suerte ese día. Su última gran posibilidad de notoriedad, algo que buscó toda su vida. las noticias corrían con lentitud en esos tiempos. Cuando los periodistas se enteraron de su muerte, el mismo día, se supo que Hemingway se había volado los sesos de un disparo. El 3 de julio de 1961, Céline quedó condenado a las páginas interiores de los diarios. De haber estado vivo, el disgusto lo hubiera matado.

Con el paso del tiempo, su obra fue recuperando el reconocimiento de los especialistas. Hoy ya casi nadie duda que era un notable escritor. Uno de los más importantes del Siglo XX (aunque a Adolfo Bioy Casares le molestaran tantos signos de admiración y el énfasis permanente: “Céline todo el tiempo le está gritando al lector”, decía).

En sus últimos años en Meudon, algunas mañanas, Céline se paraba en la puerta de su casa esperando al correo que nunca llegaba. Nadie le escribía. Pero él sostenía que no le dejaban cartas porque el cartero del pueblo era judío (Getty Images)
En sus últimos años en Meudon, algunas mañanas, Céline se paraba en la puerta de su casa esperando al correo que nunca llegaba. Nadie le escribía. Pero él sostenía que no le dejaban cartas porque el cartero del pueblo era judío (Getty Images)

Pero el escándalo sobre la figura de Céline nunca descansa. Con el correr de los años su nombre volvió a aparecer en varias ocasiones y nunca la conversación fue pacífica. Hoy a los sesenta años de su muerte no hubo homenajes oficiales. Esa discusión se saldó hace una década. Cuando se cumplió medio siglo de su muerte, el ministro de cultura francés anunció que Céline sería parte de los homenajes del estado francés. Una ola de indignación encabezada por Serge Klarsfeld, reconocido cazador de nazis, y la campaña público de denostación que encabezó, provocó la suspensión del reconocimiento oficial.

Tres años atrás otra vez se discutió sobre Céline. Su viuda, que contaba con 105 años (falleció en 2019) y su albaceas decidieron reeditar sus tres panfletos antisemitas. Las discusiones públicas escalaron una vez más. A pesar de que en ediciones piratas, extranjeras y por internet se pueden leer con facilidad los tres libritos antisemitas.

Philippe Sollers en Céline, el libro en el que compila sus textos sobre el escritor francés parafrasea una respuesta de Hitchcock a Truffaut y dice que Céline se veía a sí mismo como un inocente en un mundo perdido.

En sus últimos años en Meudon, algunas mañanas, Céline se paraba en la puerta de su casa esperando al correo que nunca llegaba. Nadie le escribía. Pero él sostenía que no le dejaban cartas porque el cartero del pueblo era judío.

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