Los 12 niños de la cueva de Tailandia: cómo sobrevivieron 17 días atrapados en la oscuridad, el dramático rescate y qué fue de sus vidas

Tenían entre 11 y 16 años, quedaron sumergidos junto a su entrenador a mil metros de profundidad, entre ríos subterráneos y estrechos pasadizos. Un equipo de buzos logró la hazaña: rescatarlos en una claustrofóbica travesía de cinco horas por túneles bajo el agua. A tres años de la difícil experiencia, los estremecedores detalles de sus días encerrados y las enseñanzas budistas que los ayudaron a soportar la angustia y el miedo

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Los niños que fueron rescatados de la cueva en Tailandia tenían entre 11 y 16 años y eran parte del equipo de fútbol Jabalíes Salvajes
Los niños que fueron rescatados de la cueva en Tailandia tenían entre 11 y 16 años y eran parte del equipo de fútbol Jabalíes Salvajes

Tailandia es un país con un clima húmedo y tropical donde, de mayo a octubre, los monzones (vientos estacionales intensos) azotan sus frondosos y verdes paisajes de ensueño. Eso es algo que todos los tailandeses saben muy bien. Pero lo que sucede con habitualidad, puede llevar a algunos a minimizar los riesgos que conlleva desafiar a la naturaleza.

El sábado 23 de junio de 2018, faltaba una semana para que comenzara una fuerte temporada de lluvias, doce chicos de entre 11 y 16 años, pertenecientes a un equipo de fútbol llamado Jabalíes Salvajes, y uno de sus entrenadores, Ekkaphon Chanthawong, de 25 años, se juntaron para entrenar. Después de hacer ejercicio decidieron, como lo habían hecho tantas veces, ir a la cueva Tham Luang, en la provincia tailandesa de Chiang Rai, en el norte del país justo en la frontera con Myanmar. La experiencia solía ser parte de un rito iniciático juvenil: entrar en lo profundo de la caverna y tallar en la roca los nombres del equipo. Solo era un poco de aventura con amigos, antes de volver a casa. Además, aprovecharían para hacer un picnic por el cumpleaños de Peeparat Sompiangjai, que ese día cumplía 17.

La cueva a la que se dirigieron forma parte un intrincado sistema de cavernas que alcanza los diez kilómetros de extensión y está situado unos mil metros debajo de la montaña. El mapa es complejo y lleno de desafíos, con pasadizos de no más de setenta centímetros de ancho, túneles zigzagueantes, oscuros y empinados senderos que suben y bajan entre claustrofóbicas paredes de piedra. El agua, cada tanto, se cuela por esos pasillos naturales y forma enérgicos ríos subterráneos llenos de estalactitas.

La cueva Tham Luang, en la provincia tailandesa de Chiang Rai, en el norte del país justo en la frontera con Myanmar
La cueva Tham Luang, en la provincia tailandesa de Chiang Rai, en el norte del país justo en la frontera con Myanmar

Los chicos y su entrenador, tiraron las bicicletas y bolsos en la entrada. Ignorando el cartel que advertía que desde el 1 de julio la cueva sería cerrada porque empezaba la temporada de lluvias (durante los monzones el agua puede subir hasta 5 metros), se internaron con sus linternas encendidas.

La expedición duraría una hora, pero todo salió mal.

No contaban que el diluvio, que estaba por desplomarse desde lo alto del cielo, cambiaría sus planes inmediatos.

Atrapados sin salida

Pocos minutos después de que los jóvenes entraran alimentando la oscuridad con sus risas y alegría, el agua y el viento empezaron a golpear la verde montaña. Eran las 15 horas cuando el agua se coló y comenzó a lamer las paredes internas de las grutas, acumulándose y haciendo subir con rapidez el nivel en los túneles. Cuando los chicos se dieron cuenta y quisieron dar marcha atrás, ya no pudieron. Por el contrario, tuvieron que adentrarse cada vez más para escapar del agua que les pisaba los talones. La cueva ya estaba tan inundada que no había salida posible por donde habían entrado. Un muro líquido subterráneo los separaba del resto del planeta.

Los niños permanecieron atrapados durante 17 días en la oscuridad de la cueva. Su entrenador les enseñó técnicas budistas de respiración que los ayudaron a controlar el miedo y la angustia
Los niños permanecieron atrapados durante 17 días en la oscuridad de la cueva. Su entrenador les enseñó técnicas budistas de respiración que los ayudaron a controlar el miedo y la angustia

A eso de las 19 horas, el entrenador principal del equipo, Nopparat Khanthawong, se sorprendió al chequear su celular. Tenía más de veinte llamadas de los padres de sus alumnos. Preguntaban por sus hijos, que no habían vuelto a casa todavía. La primera preocupada era la madre del cumpleañero: lo estaban esperando con un gran festejo. Nopparat llamó a su asistente Chanthawong, quien era el que estaba con ellos ese día, pero no logró comunicarse. Intentó con algunos celulares de los chicos, pero tampoco tuvo éxito. ¿Dónde estaban los Jabalíes Salvajes? Finalmente, uno de ellos respondió, Songpon Kanthawong. Este chico de 13 años le dijo que no estaba con sus compañeros porque lo habían ido a buscar al entrenamiento, pero le dio un buen dato: el resto del equipo había decidido ir a explorar la cueva Tham Luang. El coach se desplazó con rapidez, bajo la lluvia, hasta la entrada de las cavernas. Los padres también. Allí estaban las bicicletas, algunas bolsas deportivas, celulares y botines, pero no se veía a ninguno de ellos.

Llamó a la policía y reportó la desaparición. Eran las diez de la noche y la lluvia era torrencial.

Diario de una pesadilla

Los padres se congregaron en el ingreso de la cueva llorando y gritando los nombres de sus hijos. Los primeros que llegaron eran guardaparques y no pudieron sobrepasar más que la primera parte de la cueva. Donde se volvía estrecha, el espacio para ingresar a los túneles, estaba ya totalmente cubierto de agua. Necesitaban equipos de buceo.

A las doce de la noche le avisaron al gobernador de la provincia lo que estaba ocurriendo. Enviaron buzos rescatistas, pero los tanques de oxígeno se trababan peligrosamente en los bordes de los túneles.

Durante el operativo de rescate los familiares se acercaron al lugar y rezaron esperando el "milagro" (AP/Sakchai Lalit)
Durante el operativo de rescate los familiares se acercaron al lugar y rezaron esperando el "milagro" (AP/Sakchai Lalit)

A las dos de la madrugada del domingo 24 de junio, los buzos locales le pidieron ayuda a un experto en cuevas británico que vivía en la zona, Vernon Unsworth, quien se sumó al equipo. Cuando vio lo caótico de la situación, tomó el caso en sus manos.

El lunes 25 de junio llegaron 22 buzos de las fuerzas de operaciones especiales de la marina tailandesa (llamados Navy Seals). Al salir de la cueva contaron que el agua era tan oscura que, aun con luces y linternas, era imposible ver algo debajo de la superficie.

Los rescatistas supieron, por un compañero de los chicos, que era posible que estuviesen en un lugar de la cueva conocido como Pattaya Beach. Analizando el mapa de la montaña, que databa de 1988, los espeleólogos se convencieron de buscarlos en esa dirección.

Afuera, la vigilia, ya había comenzado. Las familias movilizadas rezaban porque la lluvia se detuviera y no empeorara el escenario. Hora tras hora, un verdadero asentamiento solidario comenzó a establecerse en los alrededores de Tham Luang. Los campesinos donaban comida; cientos de voluntarios cocinaban para los rescatistas; los trabajadores rurales permitieron que el curso de los arroyos que desembocaban en Tham Luang se desviaran e inundaran sus plantaciones. Lo material podría recuperarse, dijeron empáticos, las vidas no.

Los tres expertos que llegaron para el rescate de los niños; Richard Stanton, Robert Harper y John Volanthen (AFP)
Los tres expertos que llegaron para el rescate de los niños; Richard Stanton, Robert Harper y John Volanthen (AFP)

El equipo intentó avanzar y, el martes 26 de junio, los hombres llegaron hasta una compleja bifurcación con forma de T. La meta que se habían impuesto era llegar hasta esa playa subterránea llamada Pattaya. No pudieron seguir adelante en la bifurcación porque las fuertes corrientes de agua lo impedían.

Se habían instalado varias bombas extractoras que trabajaban a pleno para intentar bajar el nivel de las aguas dentro de la cueva. Vern Unsworth escribió una nota urgente pidiendo a las autoridades que convocaran a los mejores buzos en cuevas del mundo… Garabateó tres nombres: Richard Stanton, John Volanthen y Robert Harper.

Trío de expertos

El jueves 28 de junio, llegó a Tailandia un grupo de buzos británicos y norteamericanos para ayudar en la desesperante tarea. Los equipos tailandeses se unieron con integrantes del Comando del Pacífico de los Estados Unidos. También viajaron hasta el lugar esos tres buzos británicos expertos en cuevas: Volanthen (47), Stanton (56) y Harper. Eran el mejor team del planeta, pero ni ellos creían posible que la misión fuera a terminar bien. La fuerza del agua dentro de los túneles los hacía retroceder, una y otra vez. Ese día debieron suspender el operativo.

En el exterior, alrededor de 600 policías y voluntarios buscaban, en las paredes de la montaña, fisuras por donde ingresar al sistema de cavernas. Iban con perros adiestrados, drones y pequeños robots. No tuvieron éxito.

Cómo sobrevivir engullidos por la montaña

En el interior, los chicos tragados por la oscuridad, eran alentados por su entrenador que había sido por años monje budista. Chantawong se negó a comer la porción del snack que llevaban para el festejo y se la repartió a los chicos que estaban más débiles. Los mantuvo tranquilos en la oscuridad total: les enseñó técnicas de meditación para controlar el miedo y enfocarse en la compasión por los otros.

Empezaron por una respiración profunda, sintiendo el aire entrar por la nariz, reteniéndolo por unos segundos y, luego, exhalando. Repitieron esto muchas veces a lo largo de las horas. Así dominaron el estrés y consiguieron bajar el ritmo cardíaco, la respiración y el metabolismo, al tiempo que decrecieron sus niveles de cortisol, la utilización de oxígeno dentro de la cueva y la emisión de dióxido de carbono.

Además, sabía cómo había que desplazarse para restringir los movimientos y conservar la energía y les indicó que lo único que debían beber era el agua que caía por la roca, jamás la acumulada.

Ekkapol Chantawong, el entrenador que había sido por años monje budista, los mantuvo tranquilos en la oscuridad total: les enseñó técnicas de meditación para controlar el miedo y enfocarse en la compasión por los otros
Ekkapol Chantawong, el entrenador que había sido por años monje budista, los mantuvo tranquilos en la oscuridad total: les enseñó técnicas de meditación para controlar el miedo y enfocarse en la compasión por los otros

Dedicaron también tiempo a cavar, con otras piedras, los muros. Así lograron abrir un espacio de casi cinco metros cuadrados donde agruparse para darse calor. La determinación por sobrevivir y la calma serían vitales. Por suerte, la roca porosa y las fisuras en las paredes significaban que algo de aire podía ingresar al lugar.

A una semana de la desaparición y sin tener señales de vida de los chicos, el sábado 30 de junio, los buzos aprovecharon el respiro que les estaba dando el cielo. Avanzaron empujándose bajo el agua, colocaron luces, cuerdas y guías, pero no llegaron hasta donde querían. El camino era tan retorcido que, incluso a los expertos, les resultaba extenuante. Corrían el riesgo de quedarse sin oxígeno. Había sitios donde la altura de la cueva no llegaba a un metro y, en algunos sitios, debían sacarse los cilindros con oxígeno para conseguir pasar. Decidieron que tenían que establecer un sistema de postas para dejar allí tanques con aire comprimido y poder reabastecerse sin tener que volver hasta el primer punto. Eso les ahorraría tiempo.

El domingo 1 de julio los buzos se arriesgaron un poco más y alcanzaron una caverna más grande donde establecieron una tercera base de operaciones, con suministros indispensables, a la que llamaron Cámara Tres.

Dos buzos en la oscuridad

Llevaban ya nueve días de búsqueda y los ojos del mundo eran un peso para los agotados rescatistas.

El lunes 2 de julio, con las esperanzas congeladas, ocurrió el milagro.

Eran las 20.20 cuando los buzos llegaron a Pattaya Beach. Lo habían logrado, pero los chicos no estaban ahí. A pesar de estar extenuados, los británicos John Volanthen y Richard Stanton decidieron aventurarse un poco más lejos. Se hundieron en el agua y continuaron poniendo señales para guiar al resto de los profesionales. Habían recorrido unos 400 metros cuando emergieron en un gran bolsón de aire. Esta vez al sacar la cabeza los golpeó un fuerte olor a excremento humano.

“Primeros los olimos, antes de verlos o escucharlos”, contaría Volanthen después.

El video de cuando encuentran a los niños en la cueva

John prendió su linterna y no pudo creer lo que estaba alumbrando. Encaramados a una roca, había muchos chicos vestidos con remeras rojas.

-¿Cuántos son?, preguntó John.

-Trece, dijo el único de los chicos que hablaba inglés.

-¡Trece! ¡Brillante!, respondió emocionado el buzo británico.

-¿Qué día?, preguntó el chico

-Lunes, lunes... han estado aquí diez días. Ustedes son muy fuertes.

-Tenemos hambre...

-Lo sé, lo sé, entiendo. Volveremos con más gente. Volveremos. Somos Navy Seals, vendremos mañana con comida, un médico y todo…

Los buzos les dejaron las luces, les prometieron volver y desaparecieron bajo el líquido marrón. Eran las diez de la noche. El camino hacia la salida llevaba horas de esfuerzo y los minutos eran sagrados. Cuando el video del encuentro fue posteado on line el planeta vibró de emoción.

Las alternativas y una decisión

El alivio inicial cedió paso a la consternación de los expertos, ¿cómo sacarían a todos esos chicos vivos de allí? Parecía algo imposible.

El principal problema radicaba en que el grupo estaba a 4 kilómetros de la entrada y el camino hasta allí requería unas 5 horas en las que había que sumergirse durante larguísimos y apretados trayectos.

John Volanthen luego de una expedición en la cueva Tham Luang Nang Non mientras se estaba organizando el dramático rescate (Linh Pham/Getty Images)
John Volanthen luego de una expedición en la cueva Tham Luang Nang Non mientras se estaba organizando el dramático rescate (Linh Pham/Getty Images)

Empezaron a discutir las distintas maneras en las que se podía intentar un rescate. Las opciones eran:

1. Esperar a que terminara la estación de lluvias y bombear el agua hacia fuera de la cueva mientras se mantenía el suministro de comida y agua... Eso podría llevar cuatro meses. Además, deberían proveerles oxígeno de alguna manera.

2. Encontrar una entrada alternativa, que facilitara el escape. Pero no habían encontrado otra vía de acceso hasta el momento.

3. Sacarlos por el mismo camino por el que habían entrado. El problema era el agua. La mayoría no sabía nadar, menos bucear. Extraerlos vivos era un desafío monumental. Para esto había que enseñarles a bucear antes que el oxígeno se les acabara en la cueva. ¿Cómo iban a aprender en pocas horas habilidades que los buzos expertos habían practicado durante años? ¿Cómo jugarían el miedo y la desesperación en el trayecto? Si se desesperaban podían ahogar incluso a los rescatistas.

Richard William Stanton en el momento en que se preparaba para ingresar a la cueva. Ya habían decidido que a los niños los sacarían sedados (Linh Pham/Getty Images)
Richard William Stanton en el momento en que se preparaba para ingresar a la cueva. Ya habían decidido que a los niños los sacarían sedados (Linh Pham/Getty Images)

Descartadas las dos primeras opciones y ante la amenaza de los meteorólogos de que el 11 de julio comenzaría otra semana de abundantes precipitaciones, tuvieron que tomar una decisión. El rescate debía hacerse sin dilaciones y saldrían buceando.

Los buzos que llevarían a cabo semejante hazaña empezaron a entrenar en una pileta con otros niños para ver cómo podían transportarlos por lugares estrechos. Sobre todo en esa bifurcación en T, donde hasta los expertos temían cometer un error debido al escaso margen de movimiento. Además, estaban las peligrosas estalactitas.

Alimentos, remedios y abrigo

Mientras discutían el método de extracción, el martes 3 de julio, siete buzos tailandeses, incluyendo al Doctor Pak Loharnshoon y un enfermero hicieron el recorrido para llevarle al grupo atrapado geles de altas calorías, mantas térmicas y medicamentos. Cuatro de los buzos se quedaron con ellos hasta que comenzó el rescate final. Los chicos garabatearon cartitas que los rescatistas llevaron a sus familiares y grabaron un video diciendo sus nombres y sus edades.

El 4 de julio comenzaron los entrenamientos en la cueva con los chicos atrapados. Para salir tendrían que recorrer 4 kilómetros de los cuales, al menos dos, eran de aguas subterráneas.

Perder un héroe

El jueves 5 de julio no sería un buen día. Saman Kunan, un ex Navy Seal tailandés de 38 años, había ido de la base en Cámara Tres hasta la bifurcación con forma de T, que estaba ubicada en el camino a Pattaya Beach. Debía reponer tres tanques de oxígeno. Cuando volvía se le terminó el oxígeno y perdió la conciencia bajo el agua. Sus compañeros lo llevaron hasta la superficie e intentaron revivirlo. Falleció a las 20.30. Era la peor señal. Demostraba lo difícil que podía ser la salida de los chicos. De hecho una de las madres dijo muy preocupada: “Si murió un Navy Seal entrenado y fuerte… ¿Qué podemos esperar de un chico que nunca ha buceado antes?”. Su temor era compartido por todos. Parecía una misión suicida.

Saman Kunan, un ex Navy Seal tailandés de 38 años, había ido de la base en Cámara Tres hasta la bifurcación con forma de T. Debía reponer tres tanques de oxígeno. Cuando volvía se le terminó el oxígeno y perdió la conciencia bajo el agua. No pudieron revivirlo
Saman Kunan, un ex Navy Seal tailandés de 38 años, había ido de la base en Cámara Tres hasta la bifurcación con forma de T. Debía reponer tres tanques de oxígeno. Cuando volvía se le terminó el oxígeno y perdió la conciencia bajo el agua. No pudieron revivirlo

El sábado 7 de julio los meteorólogos presionaron a los buzos. Les dijeron que caería agua sin parar y que si no querían que el nivel subiera debían apurarse. Al mismo tiempo, ocurrió algo preocupante. Detectaron que los niveles de oxígeno en el aire de la cueva habían caído del 21 % al 15 %. Es sabido que con niveles de oxígeno de entre el 10 y el 14 % baja la coordinación, la respiración y la mente no piensa correctamente. Debajo del 10 % pueden sobrevenir vómitos y se puede perder la conciencia. Y, si desciende del 6 %, se llega al paro cardíaco. Al grupo, con suerte, le quedaban seis días de oxígeno.

Se pidió, entonces, a la prensa y a los voluntarios que dejaran libre el lugar para un inminente y dramático rescate.

Bajo el agua… ¿dormidos?

El domingo 8 de julio, a las 10 de la mañana, trece buzos especialmente seleccionados (entre ellos, 4 británicos, 2 médicos/buzos australianos y 5 navy seals tailandeses) entraron en la caverna con el objetivo de ir evacuando a los atrapados de a uno.

Los buzos hacían el recorrido de ida y vuelta en 5 o 6 horas. Esto, con cada chico, les iba a insumir más tiempo todavía, según tuvieran corrientes a favor o en contra. Por ello, el rescate se dividiría en dos secciones que harían equipos diferentes. Uno, desde donde estaban los chicos hasta la llamada Cámara Tres, que era el tramo más complejo. Otro, de allí hasta la entrada de la gruta.

Las labores de rescate fueron muy complicadas por túneles estrechos y sitios inundados de agua (Thailand Department of National Parks and Wildlife vía AP)
Las labores de rescate fueron muy complicadas por túneles estrechos y sitios inundados de agua (Thailand Department of National Parks and Wildlife vía AP)

El primer tramo tenía casi todo el camino bajo agua y lugares donde solo podía pasar una persona por vez. El frío, el agobio y el miedo serían compañeros inevitables del viaje. El plan trazado establecía que cada chico fuera acompañado por dos buzos: uno iría delante y otro detrás. Era un trabajo peligroso y que requería de infinita paciencia, calma y habilidad.

Por esto, los expertos junto con las autoridades del gobierno habían decidido que a los chicos se les suministrarían ansiolíticos. La idea era evitar que entraran en pánico.

Acá es donde se contaron dos historias distintas. La primera decía que los chicos habían, de alguna manera, buceado durante el riesgoso escape. La segunda, que es la verdadera, se supo poco después: los chicos fueron evacuados totalmente sedados. Y no se contó antes por temor a que todo terminara mal y a la reacción de los padres y del mundo en general. Es aquí donde el papel de un buzo y anestesiólogo australiano, llamado Richard Harris, resultó crucial.

El cansancio de los rescatistas en una tarea titánica donde cada segundo era valioso
El cansancio de los rescatistas en una tarea titánica donde cada segundo era valioso

Los chicos iban a ser enfundados en trajes de neoprene, les pondrían arneses y una máscara completa de buceo. El doctor Harris era el responsable (contaba con la venia total del gobierno más un certificado de inmunidad diplomática por si las cosas salían mal), con su asistente, de administrarles antes de la inmersión un poderoso anestésico/sedante llamado ketamina. También les daría una droga para la ansiedad (xanax) y atropina, para reducir las secreciones de saliva que podían ahogarlos.

El cóctel de pastillas los mantendría sedados para el trayecto más difícil de sus vidas. Pero el camino bajo agua era extenso y el efecto de la ketamina duraba solo unos 45 minutos. Por ello los buzos llevaban una jeringa prellenada para inyectarles, una hora después, una dosis extra. Cada chico llevaría, además, la manguera con oxígeno pegada a su boca, sellada con silicona. Un tanque de oxígeno iría adosado en el frente de cada uno y en la espalda tendrían algo así como una manija, que permitiría que los buzos manipularan sus cuerpos -casi inconscientes- en el agua. De esta manera, los trasladarían como delicados “paquetes vivientes”, cuidando de que no se golpearan con nada y sin que entraran en pánico. Los chicos llevarían, además, restringidos el movimiento de sus brazos y de sus piernas para evitar contratiempos.

Dos buzos llevarían a los niños desvanecidos bajo el agua, en el tramo seco acomodarían sus cuerpos en unas camillas sostenidas por un sistema de poleas
Dos buzos llevarían a los niños desvanecidos bajo el agua, en el tramo seco acomodarían sus cuerpos en unas camillas sostenidas por un sistema de poleas

En algunos espacios reducidos deberían empujarlos con cuidado para que sus máscaras no se descolocaran. Cuando llegaran al fin de esa riesgosa sección de buceo, vendrían 200 metros de recorrido seco donde se los transportaría, con un sistema de poleas sobre las rocas, en una camilla. En otros tramos, los rescatistas pondrían la camilla sobre una balsa para desplazarla.

Todo esto se haría de a uno por vez. La sincronización debía ser perfecta y los suministros de oxígeno, estar en su lugar. Aún así, sacar a todos podría demorar días.

La gran ventaja con la que contaron fue que los chicos eran fuertes, calmos y decididos.

Más de 600 voluntarios trabajaron en el rescate de los niños (REUTERS)
Más de 600 voluntarios trabajaron en el rescate de los niños (REUTERS)

Silencio de radio

Caída la tarde del 8 de julio se comunicó que el primer chico había llegado a la entrada de la cueva a las 17.40. A las 19 se anunció que ya eran dos los rescatados con vida. Se evitó dar los nombres para no sumar angustia a las familias que esperaban. A medida que fueron saliendo de la caverna, se los subía a una ambulancia rumbo al hospital. La noche del lunes 9 de julio se anunció que ya eran ocho los que estaban fuera de la cueva. El martes 10 de julio se dio la noticia de que el rescate se había completado exitosamente.

Ninguno tenía nada grave, pero todos quedarían en el hospital en observación y en cuarentena por si habían contraído algo bajo tierra.

Caída la tarde del 8 de julio se comunicó que el primer chico había llegado a la entrada de la cueva a las 17.40. A las 19 se anunció que ya eran dos los rescatados con vida. El martes 10 de julio se dio la noticia de que el rescate se había completado exitosamente
Caída la tarde del 8 de julio se comunicó que el primer chico había llegado a la entrada de la cueva a las 17.40. A las 19 se anunció que ya eran dos los rescatados con vida. El martes 10 de julio se dio la noticia de que el rescate se había completado exitosamente

El mundo conoció, entonces, sus nombres, apodos y edades: Chanin Vibulrungruang “Titán”, 11, era el más pequeño de todos; Panumas Sangdee “Mig”, 13, jugaba de defensor en el equipo; Duganpet Promtep “Dom”, 13 y capitán del equipo; Sompong Jaiwong Pong, 13, soñaba con ser futbolista profesional; Mongkol Booneiam “Mark”, 13, quien fue el último en ser rescatado y era nacido en Myanmar; Nattawut Takamrong “Tern”, 14, quien fue rescatado en la primera tanda; Ekarat Wongsukchan “Bew”, 14 y goleador de los Jabalíes Salvajes; Adul Sam-on “Dul”,14, era el único que hablaba inglés y también era de Myanmar; Prajak Sutham “Note” , 15, fue rescatado en la primera ronda; Pipat Pho “Nick”, 15; Pornchai Kamluang “Tee”, 16; Peeparat Sompiangjai “Night”, era quien cumplió 17 años el día que ingresaron en la cueva. Ekkaphon Chanthawong Eak, 25, el entrenador asistente y ex monje budista fue rescatado en el noveno lugar y fue quien más sufrió la desnutrición. Había nacido en Myanmar y perdido a sus padres cuando era chico.

Los 13 atrapados ya estaban afuera, pero dentro quedaban todavía unos 100 rescatistas. Fue, entonces, que ocurrió algo inesperado: las bombas de extracción de agua colapsaron y la cueva comenzó a inundarse a razón de 50 centímetros cada 10 minutos. Fueron momentos de dramatismo. El último buzo apareció en la Cámara Tres justo cuando todos estaban desesperados por salir. Alertados recorrieron los casi dos kilómetros que los separaban de la entrada dejando atrás sus equipos. Lo lograron.

Los 12 niños y el entrenador rescatados en Tailandia en el Hospital Chiang Rai Prachanukroh, donde pasaron una cuarentena luego del encierro, rindieron tributo al buzo fallecido durante el operativo (AFP)
Los 12 niños y el entrenador rescatados en Tailandia en el Hospital Chiang Rai Prachanukroh, donde pasaron una cuarentena luego del encierro, rindieron tributo al buzo fallecido durante el operativo (AFP)

Minutos después de que salieran, la cueva se inundó completamente. Uno de los dos últimos en abandonar la caverna fue el doctor Richard Harris. Él había interrumpido sus vacaciones para ir al rescate y emergía de Tham Luang como un héroe. Harris reconoció luego, en una entrevista: “Pensé que había cero posibilidades de éxito”.

Más de un año y medio después, en diciembre de 2019 el buzo tailandés, Beirut Pakbara, murió como consecuencia de una infección en la sangre que había contraído en el salvataje.

Ningún padre culpó al entrenador de nada. Es más: consideraron que fue clave para mantenerlos en calma y con vida.

Los 13 rescatados hicieron giras para contar su experiencia e inspiraron a muchos. Tuvieron una canción llamada Los Héroes de Tailandia y un libro del periodista británico Liam Cochrane llamado La cueva, donde reveló la verdad sobre cómo había sido la evacuación.

En octubre de 2019, se estrenó un filme que se llamó, también, La cueva. Ese mismo año, Netflix compró los derechos para una miniserie. En marzo de 2021 se supo que una nueva película, titulada Trece vidas, contaría con las caras de los conocidos actores Viggo Mortensen (como Richard Stanton), Colin Farrell (como John Volanthen) y Joel Edgerton (como Richard Harris) para interpretar a los heroicos buzos del rescate. Detrás de esta producción, que se estaría rodando entre Australia y Tailandia, están los estudios MGM.

En 2019, antes de la pandemia, los niños regresaron a la cueva Tham Luang. Once de los doce fueron iniciados como novicios en una tradición budista tailandesa para quienes sufren adversidad (REUTERS)
En 2019, antes de la pandemia, los niños regresaron a la cueva Tham Luang. Once de los doce fueron iniciados como novicios en una tradición budista tailandesa para quienes sufren adversidad (REUTERS)

La cueva reabrió parcialmente a finales de 2019. Ese mismo año, festejaron el aniversario del rescate con un maratón de la que participó también Vernan Unsworth. Los chicos, desde la dramática aventura, han atravesado fronteras y nuevas experiencias. “Titán” cuenta que ahora, a punto de cumplir 14 años, no sale de su casa jamás sin decirle a su madre dónde va.

Once de los doce niños fueron iniciados como novicios en una tradición budista tailandesa para quienes experimentan adversidad. Todos han viajado al exterior (de Argentina a Japón pasando por los Estados Unidos); se han sacado fotos con estrellas del deporte como el futbolista Zlatan Ibrahimovic y han dado conferencias de prensa con productoras de cine y grandes compañías como Netflix, quien le pagará por los derechos 94 mil dólares a cada uno. El mundo sabe que su historia con final feliz es altamente comercial: ¿qué mejor que un equipo unido que enfrenta a la muerte y gana la partida?

Los 13 que entraron esa tarde de junio al estómago de la montaña eran muy distintos a los 13 chicos que salieron 17 días después. Habían vivido una dramática aventura que se convirtió en la anécdota de sus vidas.

Este final casi feliz puede hacernos pensar que la mala fama del número 13 es un poco injusta.

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