No fue mágica ni misteriosa. La gira de los Beatles por de 1966 Alemania, Japón y Filipinas fue intensa, desgastante y estuvo repleta de problemas. Fueron 13 shows en 10 días recorriendo largas distancias. El formato, usual por esos días, causa extrañeza hoy. Dos recitales por día, una cartelera con muchos números locales como soporte y el show final que duraba alrededor de media hora.
El sonido era muy deficiente; no existía todavía la tecnología para que grandes estadios repletos pudieran escuchar con fidelidad la música. A los asistentes no parecía importarles. No iban a escuchar al grupo. Los gritos tapaban las canciones. Iban a verlo, a vivir la experiencia, a ser parte de la Beatlemanía.
Pero esta gira, en especial la parte asiática, modificó el cariz del fenómeno. Los Beatles después de estas actuaciones cumplieron con las que tenían pactadas en Estados Unidos para agosto, y después de eso ya no volverían a tocar en vivo (más allá del súbito Concierto de la Terraza).
Prescindieron de Brian Epstein, su manager hasta entonces, que concebía el negocio de manera demasiado esquemática: vieron que de no modificar el rumbo estaban condenados a repetir los errores de Elvis Presley y anquilosar si carrera haciendo siempre lo mismo. Dos discos por año, película y una larga serie de shows desgastantes por el mundo. Aunque, tal vez, el argumento más importante fuera su fenomenal desarrollo y progreso en estudios, que era imposible de replicar en vivo. Lo que creaban todavía no podía ser tocado. Una vez más, se habían adelantado a su tiempo.
En esos shows ellos tocaban su viejo repertorio. El único estreno era el single que había salido en esos meses, Paperback Writer. Sin embargo, aunque todavía no había sido lanzado, los Fab Four ya habían grabado Revolver. Su música -la música popular moderna- había ingresado en una nueva dimensión.
Lo que los Beatles vivieron en Filipinas fue algo muy diferente a todo. Por primera vez desde su aparición recibieron repudio, agresiones y hasta su integridad física estuvo en peligro. Pasaron de ser amados a odiados en unas pocas horas. La responsable fue Imelda Marcos, esposa del dictador Ferdinand Marcos.
Imelda tenía todo preparado. La imponente Sala de Música del Palacio Malacañang, el hogar presidencial, un vestido exclusivo, sus tres hijos (Irene, Imee y BongBong -gran nombre-) de punta en blanco y otros 400 niños, hijos de ministros, allegados y empresarios. En las mesas esperaban manjares varios; decenas de meseros descansaban en la trastienda. Y dos equipos televisivos, que en un gran esfuerzo para la época, iban a transmitir el evento en directo para todo Filipinas.
La Primera Dama, Imelda Marcos recibiría a los Beatles. Lo dicho: todo preparado. Aunque a alguien se le había olvidado un pequeño detalle: avisarle a los Beatles, obtener su consentimiento.
El empresario que había servido de nexo con la banda, el que aparecía como el productor de la gira (aunque todos supieran que se trataba de un testaferro de Ferdinand Marcos o de alguien que si bien había invertido su dinero lo hacía para satisfacer un deseo presidencial), al momento de la contratación había mencionado esta recepción. Brian Epstein sin prestar demasiada atención al tema le contestó lo que a todo el mundo: los Beatles no hacían visitas a embajadas, políticos ni gobernantes durante las giras. El emisario habrá pensado que, a pesar de todo, en Filipinas sería diferente, que llegado el momento se las ingeniarían para conseguir para conseguir el encuentro.
Los Marcos habían llegado al poder pocos meses antes. Occidente, en esos años de Guerra Fría, los miraba con beneplácito. Ellos, Ferdinand e Imelda, cultivaban una imagen con la que pretendían convertirse en el JFK y la Jackie de Filipinas. Jóvenes, exitosos, siempre arreglados, sonrientes y con pequeños hijos, simpáticos y prolijos.
El 3 de julio de 1966, los Beatles aterrizaron en Manila. Venían de Japón en el que habían dado 5 shows exitosos. Pero por primera vez habían encontrado fuerte resistencia. Los tradicionalistas decían que esa música alienante no permitiría la reconstrucción cultural del país, que los Beatles atentaban contra una tradición milenaria. La polémica se extendió cuando los organizadores situaron los shows en el Budokan, estadio que se usaba para las luchas de artes marciales. A pesar de estos inconvenientes, el paso de los Beatles por Japón fue un suceso extraordinario que dejó profunda huella en el país asiático. La siguiente escala era Filipinas.
Apenas aterrizado el avión en el aeropuerto internacional de Manila, los músicos se dieron cuenta de que algo no estaba funcionando de la misma manera que en otros lugares. Mientras descendían por la escalerilla, les sacaron los bolsos personales de las manos y a las corridas metieron a los cuatro en un auto. “Desde el mismo momento en que llegamos se notó que algo no andaba bien. Nunca nos había recibido así. En todos lados había, gritos, corridas e histeria. Pero acá era algo diferente”, contó George Harrison tiempo después.
Los Beatles fueron separados de sus acompañantes y también de su equipaje personal. Esto último les preocupaba más. Allí llevaban marihuana y temían que los revisaran y los pusieran presos en un país que no era el suyo. El auto, con varios otros de escolta con personal fuertemente armado, atravesó la ruta maltrecha a toda velocidad.
Los hicieron descender en una base militar. Ellos no entendían nada. Cuando entraron a un galpón amplio vieron que se trataba de una conferencia de prensa. 40 periodistas hicieron algunas preguntas. Las fotos de ese momento muestran a los cuatro detrás de una larga mesa. Todos excepto Paul McCartney llevan anteojos negros. En sus caras se nota el enojo y la falta de ganas de estar ahí. No hay ni un atisbo de sonrisa.
Cumplida esa formalidad, creyeron que ya se habían terminado las actividades hasta la hora del show. Iban distendidos mirando por la ventanilla del auto como las calles estaban empapeladas con el anuncio de sus recitales y del estreno filipino de Help en las salas cinematográficas. Miles de chicas los saludaban a los gritos desde las veredas. En cada cuadra el personal militar, muchas veces vestido de civil, pero con armas largas, custodiaban las calles. El operativo de seguridad fue el más exhaustivo de la historia filipina. Todavía no estaban preocupados por el destino de Brian Epstein y los otros.
En cada una de sus giras, el programa era similar. Un poco de prensa y después reclusión en el hotel (en la habitación del hotel, ni siquiera podían transitar por el lobby) hasta la hora del show. Pero Manila les tenía preparada una nueva sorpresa. El auto no se detuvo en el hotel y los llevó hasta un muelle. Allí los hicieron abordar un yate de lujo en el que lo esperaban Manolo Elizalde, un importante empresario amigo de Marcos, y su hijo más varias decenas de amigos.
Apenas John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr subieron a bordo, pese a su descontento, la embarcación zarpó. Brian Epstein ya estaba a bordo. Los Beatles no podían entender qué era lo que pasaba. Era una especie de secuestro festivo, con chicas, música y alcohol. Pero ellos no querían estar ahí. De nada valieron sus quejas. Bian Epstein exigió que la fiesta terminara. Sólo recibió como respuesta una estruendosa carcajada. Volvieron al muelle muchas horas después. Recién ahí los dejaron en su hotel.
Al día siguiente eran los recitales. El primero a las 4 de la tarde y el otro a las 8.30 de la noche. En total se habían vendido 80.000 localidades. La mayor cantidad de espectadores que los Beatles tuvieron en un solo día en toda su trayectoria.
Todavía afectados por los sucesos del día anterior, entendieron que algo no andaba bien cuando vieron entrar a la habitación a su manager estaba pálido, despeinado y la agitación lo hacía jadear. Antes de llegar al Rizal Memorial, un estadio de fútbol, debían pasar por el palacio presidencial. Epstein les explicó que él había dicho que no, pero que lo estaban obligando, que las presiones eran muy intensas. Lennon le recordó que ellos no hacían visitas de ese tipo, que les dijera que necesitaban concentrarse en las actuaciones.
Pero Imelda Marcos estaba convencido de que conseguiría lo que deseaba. Y eso era que ella y sus hijos merendaran con los Beatles. Y que el evento fuera televisado para todo el país. Los Beatles no cedieron.
Las pantallas de cada hogar filipina reflejaron como los hijos residenciales lloraban con desconsuelo y cómo Imelda se encargaba de señalar las cuatro sillas que habían quedado vacantes en Malacañang. La primera dama pidió un primer plano, sus ojos estaban cargados de odio, gritó que esos peludos eran unos maleducados, que lo que habían hecho era un desprecio a toda la nación.
Los recitales fueron como siempre. La banda no estaba demasiado afiatada (ocupados en Revolver casi no habían ensayado para el vivo), el sonido era pésimo y escaso, y al público nada le importaba, sólo quería gritar hasta tapar cualquier sonido humano.
Las tapas de los diarios filipinos del día siguiente no reflejaron la excitación popular por la presencia de los Beatles, sino la indignación presidencial. “Desplante histórico”, “Los Beatles le hacen un desplante a la Primera Dama”, “Una banda inglesa le falta el respeto a Filipinas”. Un analista político escribió que el conjunto británico “había escupido a Imelda Marcos en la cara”. Otro escribió que sólo un subnormal podía ser fan de los Beatles.
Los Beatles, al regreso de los shows, ya habían notado la hostilidad creciente. Mientras las espectadoras más jóvenes persiguieron su auto, un grupo de jóvenes matones los hostigó en la puerta del hotel. Pero pensaron que se trataba de otro grupo de nacionalistas que clamaban por la pureza perdida como habían encontrado en Japón.
A la mañana siguiente se levantaron temprano; debían tomar el avión que los llevaría a India. Pidieron el desayuno pero nunca llegó. Cuando preguntaron les informaron que para ellos no había room service. Cuando Mal Evans bajó a recepción para buscar algo de comer, se percató de que todos los guardias y hombres armados que había la noche anterior para protegerlos, se habían marchado. Afuera una pequeña turba vociferaba.
Bajaron para subirse a los autos. Pero antes de poder salir un funcionario del gobierno frenó a Epstein y le dijo que debían una fortuna en impuestos. Él trató de explicar que ni siquiera habían cobrado el dinero todavía y sacó el contrato de un maletín y mostró como de las cargas impositivas se hacía cargo el coproductor local. Ningún argumento fue válido. Toda la comitiva sería detenida hasta que se pagara lo que Marcos estaba pidiendo.
Epstein decidió pagar lo solicitado para poder salir del país. La etapa filipina del tour sólo dio pérdidas.
En el camino al aeropuerto ya no los vivaron. La gente los insultaba y hasta tiraba proyectiles contra su auto. Al llegar, nadie los ayudó ni con las valijas, ni con los instrumentos que ellos mismos debieron arrastrar por la pista. Todo el personal se retiró del lugar. Una vez más, también lo hizo la seguridad.
Un hombre miraba indignado al costado de la pista: era el alcalde de Manila que se había perdido su momento de gloria; ya no podría darles la llave de la ciudad que había mandado hacer con tanta anticipación. Al volver a su despacho prohibió la difusión de las canciones de los Beatles y la venta de sus discos. Muchos se abalanzaron sobre los músicos y en especial sobre su séquito. Los empujaron, escupieron y patearon. Uno de los integrantes de la comitiva sufrió la factura de varias costillas. Tuvieron miedo de ser linchados. Llegaron al avión como pudieron.
Ya sentados en la avión, luego de agradecer por estar vivos y sin lesiones, se convencieron de que nunca más saldrían de gira.
John Lennon en sus declaraciones posteriores no ocultó su enojo. Ni siquiera lo matizó con algunas de sus frases irónicas. Dijo que nunca la habían pasado tan mal en su vida, que tuvieron miedo por su integridad y que podría haber terminado en una tragedia. Entre ellos se felicitaban por no haber respondido a las agresiones. George Harrison, abandonó por un rato sus posturas zen y fue un poco más lejos: “La única manera en que volvería allá sería en un avión y para tirar una bomba que destruyera todo Filipinas”.
Cuando muchos años después, en 1986, cayó el gobierno de Marcos, algunas emisoras radiales y canales de televisión que habían sido clausurados por la dictadura, volvieron al aire. El principal canal de televisión eligió el clip de los Beatles cantando Love Me Do para retomar sus emisiones.
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