Primero fueron unos gritos. Tan inesperados como urgidos. Entre los oídos tapados y el ruido de las turbinas, fueron muchos de los pasajeros que no entendían lo que estaba sucediendo. El estupor fue instalándose en el avión. De pronto tres hombres y una mujer, armados hasta los dientes, con ametralladoras y granadas, los estaban apuntando. El piloto del avión con el caño helado de una de las armas en su nuca debió cambiar el plan de vuelo. Ese avión no aterrizaría en la Ciudad Luz. Lo llevaron hasta Libia. El norte africano serviría para reaprovisionar la nave, para después continuar el camino hacia el destino final. Nada era improvisado. Luego de la escala en Libia, siguieron hacia Entebbe, en Uganda, el país en el que mandaba Idi Amin.
El 27 de junio de 1976 el vuelo 139 de Air France despegó desde Tel Aviv. Su destino era París. Hacía, antes, una escala de reabastecimiento en Atenas. En esa ciudad subieron al avión cuatro pasajeros. Dos integrantes de las Células Revolucionarias de Alemania y dos de una fracción absolutamente radicalizada del Frente Palestino de Liberación. Tenían todo planeado. Aprovechar la laxitud de los controles griegos, desviar el avión hacia un país que los protegiera mientras ellos dieran a conocer sus exigencias. Los terroristas avisaron que tendrían de rehenes a los 248 pasajeros y a los 12 tripulantes hasta que fueran liberados 53 palestinos detenidos en cinco países diferentes del mundo; 40 de ellos estaban en cárceles israelíes. Además reclamaban, para financiar su causa, 5 millones de dólares al gobierno de Israel. Avisaron que de no ser satisfechas sus condiciones, el 1 de julio empezarían a matar dos rehenes por hora. Y que empezarían por los niños.
El viaje a Uganda fue aterrador. Nadie sabía dónde se dirigían. Dentro del avión, todo estaba quieto. Y en silencio. El único movimiento lo provocaron unas breves turbulencias. Los secuestradores mantuvieron sus armas en alto todo el trayecto. El destino final sorprendió a los pasajeros. Cuando descubrieron que estaban en Uganda, muchos recordaron las historias de Idi Amin; su supuesto canibalismo, las matanzas, sus excentricidades y la arbitrariedad como norma de gobierno. Los rehenes habían esperado estar en tierra para que surgiera una luz de racionalidad. Pero Entebbe, el sólo nombre de la ciudad, diluyó esa esperanza.
Recién 24 horas después del aterrizaje en Uganda, bajaron a los pasajeros del avión y los instalaron en una terminal del aeropuerto. Afuera, rodeando la construcción y protegiendo la pista, los rehenes vieron que los hombres con armas se habían multiplicado. A los cuatro secuestradores se habían sumado decenas de soldados ugandeses.
Amuchados, con las luces siempre prendidas, dormían, como podían en el suelo o en los asientos de la sala. El calor se hacía sentir. A los que a pesar de todo lograban dormir o a los que el cansancio derribaba, los mosquitos los acosaban. La comida, mientras hubo para todos, siempre era la misma. Un poco de carne dura, arroz, papas y cantidades industriales de bananas. Los rehenes lo llamaron “El Menú Ugandés”.
Idi Amin, el dictador ugandés, que al principio de su mandato había recibido ayuda de Israel y de Occidente, para 1976 era totalmente impredecible. Para ser más preciso: de él sólo se podía esperar lo peor. Amin conoció el plan desde el principio y dio su anuencia para que el aeropuerto de su ciudad funcionara como base operativa. Pasados unos días del cautiverio se apareció en el lugar con un ejército de guardias y un séquito que parecía la Armada Brancaleone. Su presencia física era imponente. Siempre con traje militar y muchas condecoraciones (inventadas), paseaba con decisión sus casi dos metros de estatura y más de 120 kilos. Al entrar a la terminal, Amin saludó a los secuestradores, habló con ellos y hasta se río. Parado al lado de los hombres (y la mujer) que apuntaban a los secuestrados, Amin trató de mostrarse amistoso y prescindente. Afirmó que él haría lo posible para mejorar su situación. Pero nadie le creyó, porque terminado su corto discurso, giró y siguió hablando con los terroristas.
Israel mientras tanto trataba de hallar una solución. Las potencias de Occidente intercedieron ante Idi Amin que prefería hacerse el desentendido. Insistía que él no tenía nada que ver, que intentaría mejorar la situación de los rehenes. Israel trató de encontrar la solución a través de la vía diplomática aunque anunció que no cedería a la pretensiones de los secuestradores. Los caminos del diálogo se cortaron casi de inmediato.
Si bien los grandes hechos son conocidos, hay algunas actitudes personales que deben destacarse. Hombres y mujeres que ante una situación límite acudieron a la nobleza y el coraje.
Uno de ellos fue Michael Bacos, el piloto del avión.
Pasados unos días, los secuestradores separaron a los pasajeros israelíes y judíos de aquellos que no revestían ninguna de las dos categorías. A estos últimos se los liberó. En ese contingente de varias decenas de personas, estaba incluido el piloto del avión y su tripulación. Michael Bacos se negó a abandonar su nave. Liberó a los otros miembros de la tripulación de su decisión, los dejó elegir su camino. Todos lo siguieron. Ninguno de los 12 aceptó la propuesta de liberación antes de que estuvieron libres todos los rehenes que ellos transportaban. Los pasajeros reconocieron el liderazgo que Bacos ejerció. Intentó serenar a cada uno que se alteraba, hablaba con los secuestradores y estaba alerta cada nuevo acontecimiento. Años después por su actuación en Entebbe, el gobierno francés le otorgó la Legión de Honor.
La selección según la nacionalidad y la religión hizo revivir a varios de los presentes el horror del holocausto. Había algunos sobrevivientes entre los rehenes, que no necesitaron mirar los números tatuados en su antebrazo para evocar los sufrimientos en los campos de concentración. Uno de ellos era Michel Cojot- Goldberg, uno de los héroes no siempre reconocidos de esta historia. Cojot-Golderg viajaba con su hijo Olivier de 12 años. Su padre había muerto en Auschwitz. Michel era un ejecutivo exitoso, con una personalidad pública arrolladora. Pero, según contó Hadley Freeman en una nota en The Guardian, por dentro lo atormentaba la imagen de su padre muriendo en las cámaras de gas. Durante un tiempo se propuso encontrar y asesinar al responsable de la muerte de su padre. Ese hombre era Klaus Barbie. Cojot-Goldberg supo que estaba en Bolivia. Fue hasta allí, lo rastreó durante semanas con esfuerzo, hasta que finalmente pudo dar con él. Lo vio caminando solo por una calle. Lo llamó por su nombre real. Cuando Barbie giró sorprendido, Cojot- Goldbert le apuntó con un arma. Barbie se paralizó. Cojot- Goldberg le dijo quién era y por qué había ido hasta allí. Pero no apretó el gatillo. Bajó su arma y se fue.
En Entebbe, Michel le sacó provecho a su condición de políglota. Sirvió de intérprete a Idi Amin y también fue el que trasladó algunos pedidos urgentes de los rehenes. Nunca perdió la serenidad. Logró que su hijo integrara el primer contingente de salvados. Con Wilfried Böse, el líder alemán de la operación discutió de política durante horas. A él, también lo liberaron. Al llegar a París, los agentes del Mossad y de la policía secreta francesa, interrogaban a los recién llegados. Necesitaban tener información del lugar, de cuántos hombres había, en qué lugar se refugiaban, cuál era el estado de salud de los retenidos. Cojot- Goldberg fue de gran utilidad en esta etapa. Describió al detalle la terminal, qué tipo de armamento tenían los secuestradores y en qué lugar descansaban. El jefe de la fuerza de ataque israelí afirmó que las precisas indicaciones de Michel Cojot-Goldbert evitaron la muerte de muchos civiles.
Sara Guter- Davidson viajaba con su esposo y sus dos hijos, de 8 y 12 años. Su padre había muerto hacía poco tiempo y decidieron tomar unas vacaciones en familia. Sara procuró cada día de cautiverio que sus hijos no sufrieran, que se distrajeran. Les jugó, no les trasladó su pesar ni sus temores. En una entrevista que brindó hace poco a la BBC, ya octogenaria, dice que cada día de su vida recuerda algún suceso de Entebbe, y que cuando eso sucede, cada vez, se le instala en el cuerpo el mismo temor por la vida de sus hijos.
Los chicos que había en el avión se hicieron amigos entre sí. Corrían entre los asientos, pateaban chapitas o pelotas hechas con papel, o jugaban a las escondidas. También gritaban, concentrados en sus juegos y abstraídos del drama que los rodeaba.
A Shai Gross, que tenía 6 años, Briggite Kuhlmann, la secuestradora alemana, le pegó un cachetazo en la mejilla porque los ruidos que los chicos producían en sus juegos la ponían nerviosa. Kuhlmann estaba siempre alterada, en la cornisa del desborde. Su presencia atemorizaba a los rehenes porque la veían fuera de control.
La fecha del primer ultimátum se corrió unos días. Mientras tanto, el Mossad y las Fuerzas Armadas israelíes preparaban el rescate. La solución diplomática parecía imposible. El tiempo corría y en cualquier momento los rehenes empezarían a cumplir con las amenazas de matar a los rehenes.
El Mossad decidió que intentaría rescatar a los rehenes con una operación militar. La llamaron Operación Thunderbolt o Entebbe.
Contactaron a los constructores de la terminal del aeropuerto de Entebbe y estudiaron cómo abordarla.
El principal problema era cómo trasladar un centenar de hombres, armamento, aviones de guerra, carros de combate y vehículos de apoyo miles de kilómetros sin ser divisados.
El itinerario de viaje fue intrincado. Además el vuelo de la pequeña flota de aviones fue muy bajo para que los radares no los detectaran. Aterrizaron en Kenia. Allí desplegaron la fuerza terrestre. Los flancos de ataque eran diversos. Pero el principal era una caravana que simulaba ser la de Idi Amin. Autos blindados negros que se desplazaban a gran velocidad con la bandera ugandesa colgada de la antena delantera. Pero hubo un detalle que no habían tenido en cuenta. La comitiva presidencial había cambiado pocas semanas atrás el auto del presidente. El negro le parecía demasiado discreto a Idi Amin. Lo cambió por uno blanco. Eso alertó a dos guardias en el camino. Así que el primer enfrentamiento se adelantó y eso puso en peligro todo el plan. Abatieron a unos soldados ugandeses en esa ruta pero alertaron de su presencia.
Simultáneamente, otra unidad atacaba y destruía la totalidad de la flota de la Fuerza aérea ugandesa para evitar ser perseguidos después. Alrededor de tres decenas de aviones fueron inutilizados.
El 4 de julio de 1976, los soldados israelíes llegaron al aeropuerto de Entebbe, cerca de Kampala, la capital ugandesa. El secuestro llevaba una semana. El ánimo de los secuestradores y de los rehenes se había deteriorado. Las condiciones alimentarias y sanitarias también.
El ataque a la terminal fue una especie de relámpago. A los gritos los soldados israelíes gritaban a los rehenes que se tiraran al piso para que los disparos no los impactaran. A pesar de ello tres rehenes murieron en la acción. Pero un centenar fue rescatado a salvo.
Los secuestradores fueron abatidos y también más de cuarenta soldados ugandeses. En las fuerzas de ataque murió el comandante de las fuerzas de asalto, Yonathan Netanyahu, hermano de quien fuera el Premier israelí hasta hace pocos meses, que de inmediato se erigió en héroe nacional. Otros cinco soldados resultaron heridos.
Una de las rehenes originales no estaba en el aeropuerto. Dora Bloch, de 75 años, se había descompensado en los primeros días en Entebbe. Fue trasladada al hospital de la ciudad. El día después del rescate, dos soldados ugandeses, enviados por Idi Amin, ingresaron a la sala en la que estaba internada y la mataron a sangre fría. Esa no fue la única represalia. Amin ordenó matar a los keniatas que vivían en Uganda debido al apoyo de Kenia a la Operación Thunderbolt o Entebbe.
En Israel los rehenes fueron recibidos por una multitud en el aeropuerto. De paso el país demostró su fuerza militar. Mientras tanto en la comunidad internacional se debatían los hechos. Algunos se indignaban por la intromisión en otro país, por la violación a la soberanía ugandesa, mientras otros hablaban de legítima defensa.
Los hechos de Entebbe fueron llevados al cine en tres películas de ficción y otros tantos documentales.
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