No cualquiera festeja su cumpleaños con US$10.000 millones más que la semana anterior en su cuenta bancaria. Pero Elon Musk no es una persona cualquiera, y cumplir cincuenta años no es cosa de todos los días. Considerado por muchos “el arquitecto del futuro”, el hombre cuyo desafío más inmediato es conquistar Marte lleva la mitad de su vida como millonario.
Fue uno de los pioneros del boom de Sillicon Valley, y apenas había pasado los 30 cuando superó la barrera de los mil millones por la venta a Ebay de PayPal –la segunda startup que fundó junto a su hermano menor, Kimbal–. Sin embargo, el físico e inventor no se cansa de repetir su frase de cabecera: “Para mí nunca se trató del dinero, sino de resolver los futuros problemas de la humanidad”.
Lo demuestra con sus dos compañías estrella, la fábrica de autos eléctricos Tesla Motors, y la de exploración y transporte espacial SpaceX, cuyas principales misiones son “mejorar la calidad de vida que conocemos y asegurar el porvenir planetario”. También en los hechos: casi no se inmutó cuando en enero de este año escaló en la lista de Forbes hasta el puesto número uno entre los más ricos del mundo, por sobre el CEO de Amazon Jeff Bezos. Reaccionó con dos tuits casi tan breves como lo que duró en la cima del ranking: “Qué extraño”, “Y bien, a trabajar de nuevo”.
Tesla venía de multiplicar 9 veces su valor durante 2020, y su fortuna había alcanzado entonces los US$185.000 millones. Pero al emprendedor nacido en Pretoria, Sudáfrica, el 28 de junio de 1971, y nacionalizado canadiense y estadounidense, no le importó poner parte de sus ganancias en juego al anunciar en Twitter que la automotriz suspendería las transacciones en bitcoins ya que la criptomoneda estaba siendo sostenida con combustibles fósiles, como el carbón.
Sus declaraciones lo hicieron descender al tercer lugar en la lista de Forbes, por debajo del magnate del lujo Bernard Arnault y provocaron un tembladeral entre los inversores de esa moneda digital. Aunque dejaron en claro, una vez más, que su interés está en el largo plazo, y que, si hasta entonces Musk había sido uno de los mayores impulsores del bitcoin, no estaba dispuesto a hacerlo en contra del impacto ambiental y menos desde una compañía decididamente “verde”.
No era ese el tema que le quitaba el sueño en mayo último al también fundador de la empresa de energía solar SolarCity y la especializada en Inteligencia Artificial OpenAI que, después de varios intentos fallidos –y tres matrimonios, uno con Justine Wilson y dos con la actriz Talulah Riley–, parece haber resuelto su vida sentimental junto a la cantante canadiense Grimes.
Nacida como Claire Elise Boucher, es una millennial vegana y feminista que vive en las redes, con un estilo mezcla de pop, futurista, animé y manga, cuya música la prensa no duda en calificar como “de otro mundo”.
Casi una criatura transhumana, como una aparición que anticipa la llegada de la especie multiplanetaria que desvela a Musk desde que era un niño, al igual que la vida entre las estrellas y la colonización de Marte, sus tres deseos más profundos, que ahora tiene con quién compartir. Según confesó recientemente Grimes, que el año pasado dio a luz a X Æ A-XII –su primer hijo y el séptimo de Musk, que tuvo seis con Wilson–, está lista para mudarse a Marte en cuanto las condiciones estén dadas. El bebé cumplió un año en mayo y pese a que su nombre es digno de ciudadanía marciana, ni sus padres se ponen de acuerdo sobre cómo pronunciarlo: lo llaman simplemente X, o pequeño X, el Príncipe de Marte.
No falta mucho, vaticina Musk, para que la ansiada mudanza se concrete. Asegura que, para 2024, SpaceX ya podrá llevar y traer pasajeros a la Luna. Y que dentro de la próxima década también estará en Marte. Mientras tanto, durante el último año se mudó con su familia de California a Boca Chica, en el Sur de Texas, en donde tiene su propio Cabo Cañaveral, la base donde trabaja en el proyecto Starship, el cohete reutilizable con el que piensa redefinir los vuelos espaciales. Dicen que el magnate convirtió ese lugar al que llama Starbase y donde los vecinos del pueblo suelen verlo manejando su Tesla o paseando junto a su perro y sus hijos –además de X, los mellizos Griffin y Xavier, y los trillizos Kai, Saxon y Damian–, en lo más parecido a una réplica del planeta rojo en la Tierra.
¿Qué podía importarle perder unos millones o un lugar en el ranking de una revista al chico que creció sufriendo el bullying de sus compañeros –que llegaron a empujarlo por una escalera y mandarlo al hospital– por su inteligencia obsesiva, cuando estaba a punto de dar el paso por el que trabajó toda su vida? ¿Qué podía distraerlo justo a ese chico cuya madre aún recuerda “como un genio en su mundo, con un cerebro que se anticipaba al de todos”, ese al que “si alguien le decía ‘la luna está a millones de kilómetros’, respondía, ‘No, está a 384.400 km de la Tierra, dependiendo de cuando la mires’”; si estaba más cerca que nunca de unir esa distancia?
El 5 de mayo último, un día después del cumpleaños de su pequeño X, la nave Starship logró aterrizar por primera vez en una sola pieza en la superficie terrestre. Era la quinta en que un prototipo despegaba desde la plataforma de SpaceX en Boca Chica, pero a Musk, se sabe, nada lo detiene: “Cuando las cosas no fallan es que no estás innovando lo suficiente”, dice una de sus máximas más conocidas. Que el vuelo de prueba –sin tripulación– no terminara en una explosión sino en un suave aterrizaje sobre el Golfo de México, tenía el sabor de la victoria y de la motivación primigenia de Musk: el futuro.
Puede que Bezos lo supere en el ranking de los más ricos, pero Musk le ganó lo que más le interesaba, la exclusividad de un contrato con la NASA por el que también pujaba el CEO de Amazon para su propia compañía aeroespacial, Blue Origin. La agencia pública de administración del espacio norteamericana cerró un acuerdo de US$2.900 millones con SpaceX para el desarrollo de una versión del Starship que lleve astronautas a la superficie lunar por primera vez desde el cierre del Programa Apollo, en 1972. Por entonces, Elon tenía apenas un año, la edad de X.
“Hace medio siglo que estuvimos por última vez en la Luna. Eso es demasiado –dijo en una de sus últimas declaraciones públicas–, necesitamos volver y tener una base permanente y ocupada. Y después crear una ciudad en Marte para convertirnos en civilización espacial”. Con el anuncio de que en julio el Starship hará su debut con un vuelo orbital, la travesía parece todavía más cerca de cristalizarse.
“Tenés que tener razones para levantarte cada mañana y querer vivir –dice una de las citas más célebres del libro Rocket Man: Elon Musk en sus propias palabras (2017)–. ¿Para qué querés vivir? ¿Cuál es el punto? ¿Qué es lo que amás sobre el futuro? Si ese futuro no incluyera estar entre las estrellas y ser una especie multiplanetaria, sería increíblemente deprimente”.
Hubo un tiempo en el que aseguró que ninguno de sus extraordinarios logros lo hacían realmente feliz. Lo angustiaba la soledad y la búsqueda de su “alma gemela” se volvió para Musk un asunto tan serio como programar vuelos espaciales de un continente a otro, luego de la Tierra a la Luna, y de ahí a Marte. Las dos cosas suenan utópicas, pero hay que rendirse ante la evidencia: el multimillonario ha logrado transformar sus fantasías más locas en realidades cada vez más concretas.
No tuvo una infancia fácil, y no solo sufrió el acoso de sus compañeros de colegio. El que para su madre, Maye, era “un genio en su mundo”, sería diagnosticado muchos años más tarde con Síndrome de Asperger, como él mismo contó en su reciente intervención en el programa Saturday Night Live. Y creció con un padre abusivo que no tenía paciencia para tolerar la singular brillantez de un hijo diferente. Cuando en 1981 Maye, una modelo de origen canadiense que llegó a ser Miss Sudáfrica, se mudó a Durban para escapar de los maltratos de ese oscuro y rico ingeniero vinculado al tráfico de esmeraldas, Elon tenía solo 10 años y le tocó quedarse con él en Pretoria junto a sus hermanos menores Kimbal y Tosca. Las huellas de ese trauma lo acompañan hasta hoy: “Es un ser humano horrible: cometió casi todos los crímenes en los que puedan pensar –le dijo a Rolling Stone en 2017–. Tuve una niñez miserable: mi padre era bueno para hacerle la vida miserable a cualquiera”.
Maye describiría muchos años después a Errol Musk en sus memorias como “manipulador y abusivo física, emocional y financieramente”. De alguna manera, el primogénito se pasó la vida luchando para escapar de esa figura, aunque no siempre lo logró. Se prometió no volver a estar solo, una clave que marcó su historia amorosa: “Si no estoy enamorado, si no tengo una compañera a largo plazo, no puedo ser feliz… ¿Cómo podés ser feliz si no tenés a nadie con quien compartir la cama?”, dijo en la misma entrevista, y aseguró que no le gustan “las relaciones de una noche”.
Conoció a su primera mujer en la Universidad de Queen’s, en Ontario, cuando ella era una aspirante a escritora en el primer año de su carrera. Musk se había mudado a Canadá a los 17 contra la voluntad de su padre y estaba en segundo año. Wilson reveló los entretelones de su divorcio en una columna que publicó la revista Marie Claire en 2010, en la que contó cómo aquel chico “prolijo y correcto con acento sudafricano” que parecía valorarla más que ningún otro llegó a despreciarla como jamás había imaginado.
Cuando se casaron, en el 2000, Elon le hizo firmar un acuerdo financiero y le aseguró que no era un prenupcial. Él ya era millonario, pero según Justine: “Su plata parecía abstracta e irreal, un montón de ceros que existían en un lugar ajeno a nosotros. Yo bromeaba con que un día me dejaría por una supermodelo, y su respuesta fue arrodillarse en una esquina y pedirme matrimonio”.
Las pruebas de amor eran menos abstractas, como el día en que la llevó a una librería, le dio su tarjeta de crédito y le dijo: “Comprate todos los libros que quieras”. Pero desde el día del casamiento, algo cambió. Elon le aclaró en la fiesta, mientras bailaban: “Yo soy el macho alpha de esta relación”. El hombre exitoso que amasaba fortunas no podía menos que dominar en su casa. Mientras ella le repetía que no era su empleada, una frase de Musk se volvió una muletilla: “Si fueras mi empleada, te despediría”.
Sufrieron la muerte súbita de su primer hijo, Nevada, cuando tenía sólo diez semanas. Justine dice que él le prohibió hablar del bebé, porque consideraba que el duelo era una “manipulación emocional”. Dos meses después comenzaron un tratamiento de fertilidad por el que llegarían, primero, los mellizos, y enseguida, los trillizos. Hacia afuera, la relación parecía ideal, pero Justine luchaba contra la depresión y se sentía insignificante frente a un marido al que sólo le importaba que fuera “cada vez más flaca y más rubia”. Ella le pidió hacer terapia de pareja, pero la agenda del magnate apenas le permitió ir a algunas sesiones antes de darle a su mujer el ultimátum: “Si no arreglamos esto hoy mismo, prefiero que nos divorciemos mañana”. Cumplió. Musk presentó el divorcio al día siguiente. Seis semanas después, Justine recibió un mensaje de texto en el que su ex le anunciaba que estaba comprometido con la actriz Talulah Riley.
Musk conoció a la actriz de Pride & Prejudice en Londres en julio de 2008. Él venía de dar una conferencia y ella de una gala. “Ahí estaba con su sonrisa gigante y hablándome de colonizar Marte –contó Riley en una entrevista con The Evening Standard–. Me mostraba todas esas fotos en su teléfono: ‘Este es mi cohete’, ‘Este es mi auto eléctrico’. Pensé que estaba un poco loco, de una manera maravillosa”.
Se reencontraron en el Hotel Península de Los Angeles y bastaron diez días juntos para que Musk le propusiera casamiento. La boda fue en 2010, en la catedral de Dornoch y con los hijos de él en el cortejo. La actriz aseguró en varias entrevistas que era virgen cuando lo conoció y que se enamoró con él del sueño de retirarse al planeta rojo y poblarlo con su descendencia. Musk diseñó personalmente el anillo de compromiso que los representaba con un enorme diamante rodeado de diez zafiros, cinco por los hijos que ya tenían, y cinco por los que vendrían. Cuando se separaron, en 2012, él le dijo a Forbes: “Simplemente se me acabó el amor. Ya no estoy enamorado”.
Sin embargo, se reconciliaron después del divorcio y volvieron a casarse dieciocho meses más tarde. Pero los rumores de crisis eran constantes. Tanto que los empleados de Tesla revelaron que solían chequear los cambios en el color de pelo de Talulah para adivinar el humor de su jefe. Igual que a Justine, la quería maleable y platinada. Se divorciaron de nuevo en buenos términos en el Año Nuevo de 2014. Como lo indicaba el prenupcial, Elon le dejó la mitad de la casa que compartían y US$16 millones en efectivo.
Se dice que para entonces, él ya tenía un romance con la actriz Amber Heard. Recién lo hicieron público en 2016, cuando ella se separó de Johnny Depp, aunque la verdad sobre el comienzo de la relación se puso en duda durante el escabroso juicio que el actor llevó a cabo –y perdió en noviembre de 2020– contra el diario The Sun. Citado como testigo de Depp, el conserje del edificio en el que vivía con Heard en Los Angeles, dijo que desde marzo de 2015 en adelante, ella era visitada “regularmente por las noches, hasta la medianoche, por Elon Musk” mientras el actor estaba rodando en el exterior. También se insinuó que Musk –y no Depp– pudo haber sido responsable de los golpes que sufrió la actriz, aunque eso jamás se comprobó. Sí se revelaron mensajes de texto en los que el magnate le ofrecía a Heard seguridad 24/7 sin importar lo que pasara entre ellos.
Depp, que lo llamaba “molusco”, lo amenazó públicamente con cortarle el pene. Macho alfa al fin, Musk le ofreció a Depp pelear en una jaula cuando quisiera y siempre negó que su historia con Amber hubiera empezado cuando aún estaba casada con el actor.
La leyenda asegura que la fijación de Musk con la actriz comenzó en 2013 cuando hizo un cameo en Machete Kills, una película de ciencia ficción en la que ni siquiera se cruzaron. Desde entonces, no paró de pedirle al director Robert Rodríguez que los presentara. Le llevó años, y como parte de su estrategia de seducción llegó a regalarle un Tesla. No parece el regalo más romántico del mundo, pero funcionó: Heard contó a The Hollywood Reporter que lo que la unió al dueño de SpaceX fue “la curiosidad intelectual, las ideas, la conversación y el amor por la ciencia”. No fue suficiente: se separaron un año más tarde, y aunque volvieron a estar juntos a principios de 2018, fue solo por un mes. Si bien en ese momento trascendió que la ruptura había sido de común acuerdo, Elon confió con el corazón roto a Rolling Stone que fue ella quien lo dejó: “Me dolió mucho. Tuve que poner mucho de mi para no deprimirme”.
Pero para el multimillonario que detesta dormir solo, el duelo duró tanto como la almohada vacía. Musk conoció a Grimes en Twitter, donde ambos tienen perfiles hiperactivos. Estaba por escribir un chiste sobre Inteligencia Artificial, y se dio cuenta de que ella había escrito una canción con el mismo juego de palabras... ¡tres años antes! La sensación de que estaba, finalmente, frente al alma gemela que nunca se había cansado de buscar, fue inmediata: “Es una de las personas más inusuales que conocí en mi vida. Tenemos un eterno debate: ¿Vos estás más loca que yo, o yo estoy más loco que vos?”, le dijo él en un reportaje que concedieron juntos a la periodista Maureen Dowd.
La pareja sorprendió desde su primera aparición pública en la gala del Met de mayo de 2018, a la que ella llegó luciendo un colgante con la T de Tesla. Desde entonces cambió su nombre por “c”, el símbolo de la velocidad de la luz. C fue la inspiración del holograma de una cyber-chica con sus mismos tatuajes que acompañó el lanzamiento del auto eléctrico que la compañía de Musk presentó en 2019.
Como en todas sus relaciones, hubo idas y vueltas, que se hicieron públicas cada vez que dejaron de seguirse en Twitter e Instagram, como cuando él criticó el uso de pronombres inclusivos. Las redes también son un testimonio de cómo ella pasó de morocha a platinada, aunque lejos del estilo tradicional de Justine, “c” acompaña el look con orejas de elfo: el Rey de Marte parece haber encontrado al fin su Princesa Galáctica. Para anunciar que esperaban a su hijo X, por ejemplo, la cantante posteó una foto en la que se la veía desnuda y con un feto photoshopeado en la panza. No había caption ni aclaraciones y recién confirmó en una entrevista dos meses más tarde que el padre era Musk.
“Sé que a veces digo o posteo cosas extrañas. Pero así es como funciona mi cerebro. Soy el que reinventó los autos eléctricos y el que va a mandar a la gente a Marte en un cohete. ¿Pensaban que además iba a ser un tipo común y corriente?”, dijo en su hilarante monólogo de Saturday Night Live.
Hacía muy poco que había anunciado en su red preferida con un mensaje casi críptico que la primera etapa del desafío de una vida interplanetaria estaba completa: “Aterrizaje normal del Starship”. A un mes y medio de llegar a los 50, sus tres deseos más grandes empezaban a cumplirse. Tal vez no sea descabellado pensar que la próxima década lo encontrará celebrando en su mansión marciana, con música de otro mundo.
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