Collar de narices, cinturón de pezones y lámpara de piel humana: el asesino que hacía objetos con restos de sus víctimas

La macabra historia de Ed Gein, un hombre solitario y tímido que vivía en una granja, inspiró a Alfred Hitchcock para su película Piscosis. En su casa encontraron a la dueña de la ferretería colgada y decapitada. La investigación mostró que despellejaba y mutilaba a sus víctimas, coleccionaba sus órganos y solía abrir las tumbas de mujeres recién muertas para robar sus cuerpos y fabricar sus artesanías. Lo llamaron “el carnicero de Plainfield”

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El asesino serial Ed Gein
El asesino serial Ed Gein cuando fue detenido en el estado de Wisconsin luego de haber confesado dos crímenes macabros (Bettmann)

El día que se estrenó Psicosis, la obra maestra de terror y suspenso de Alfred Hitchcock, nació el spoiler. No se llamó así, porque esa es una palabra del siglo XXI y Psicosis se estrenó hace sesenta años, pasada apenas la mitad del siglo XX. La película llegó con un ruego, multiplicado en los afiches de propaganda: “Por favor, no cuente el final de esta película”. De manera que en muchas ciudades de todo el mundo, cuando la gente hacía cola para aterrarse en blanco y negro, alguien pasaba en moto o a la carrera para evitar el linchamiento con un grito de guerra: “¡El asesino es Anthooooony Peeerkins…!”. Y esto no es spoiler. Tampoco es la verdad completa.

Anthony Perkins, un gran actor al que Psicosis le arruinó casi su carrera, interpretaba en la película al asesino Norman Bates, uy qué miedo. Pero Hitchcock se había inspirado en la novela de Robert Bloch que dio título a su película, y que había trazado el perfil del asesino en base a uno real, un tipo desquiciado y despreciable que se llamó Edward Theodore Gein.

Comparado con el modelo verdadero, la ficción fue piadosa. Norman Bates era un chico atormentado por una madre dominante, severa y opresora que terminaba por parasitar la mente de su hijo. Gein también, pero además era un monstruo.

Trailer de "Psicosis", de Alfred Hitchcock

La verdadera historia de Psicosis empezó el sábado 16 de noviembre de 1957, por la mañana, en Plainfield, un condado del estado de Winsconsin, en el norte de Estados Unidos; un estado que mira a los lagos Michigan, Huron y Superior, que hacen de límite con Canadá, y que da un poco la espalda a Chicago. Todo pasó allí, Gein había nacido en La Crosse el 27 de agosto de 1906 y fue criado en Plainfield, escenario del drama. Esa mañana, Gein fue a la ferretería del pueblo porque necesitaba congelante para su camioneta. Quedó en retirarlo más tarde y la dueña del negocio, Bernice Worden, una viuda de 58 años, respetada, ordenada y pulcra con los asuntos contables, anotó la venta en su libro del día. Worden era, además, una flamante ciudadana ilustre del pueblo. Gein la felicitó por eso. Después salió del negocio. Volvió a entrar y pidió ver uno de los rifles en exhibición y, cuando Bernice miraba hacia la calle, la mató de un balazo. Y se fue a casa con el cadáver.

Nadie notó la ausencia de Bernice, Plainfield era un pueblo tranquilo, hasta la tarde, cuando empezó a oscurecer el ya frío otoño del norte. El dueño de una estación de servicio vecina vio las luces de la ferretería encendidas, la puerta cerrada y ningún movimiento. Llamó a la policía que encontró un gran reguero de sangre en la parte trasera del negocio, que atravesaba la puerta y se perdía justo tras las huellas de una camioneta.

La granja de Ed Gein
La granja de Ed Gein en Plainfield, Wisconsin, en1957. Gein confesó dos asesinatos y haber robado los cuerpos de varias mujeres muertas del cementerio local (Bettmann)

El hijo de Bernice, que era también ayudante del sheriff, cumplió con el ritual más lógico: fue a mirar el libro de anotaciones de su madre. Allí figuraba el nombre del último cliente, Ed Gein. Así que decidieron hacerle una visita a su granja. Lo que encontraron iba a cambiar para siempre la vida del pueblo, y también iba a alterar a aquellos Estados Unidos de las comedias livianas de Hollywood, de la Disneylandia exitosa, de los fabulosos autos con colas aladas, del boom del rock and roll y de un héroe de la Segunda Guerra, Dwight Eisenhower, en la Casa Blanca.

La policía halló el cadáver de Bernice colgando cabeza abajo, sólo que había sido decapitada, con las piernas abiertas en V atadas a una viga y abierta en canal, como un animal, desde la vagina hasta la garganta. Había sido eviscerada.

Llevó toda esa noche y hasta la mañana del domingo 17 hacer un inventario de espanto de lo que atesoraba Gein en su casa: una caja con cuatro narices, nueve vulvas pintadas de color plateado, un cuenco para tomar la sopa hecho con la mitad invertida de un cráneo, nueve máscaras construidas con piel de rostros de mujer, unas cuatro calaveras en los remates de una cama, otras tantas cabezas humanas prendidas a las paredes como trofeos de caza y una considerable cantidad de brazaletes, monederos, vainas para cuchillos, pantallas de lámparas que tenían pie elaborado con fragmentos de columnas vertebrales, forros de almohadones hechos con piel humana; un corazón en una sartén, una docena de órganos en la heladera, un collar hecho con labios, un cinturón hecho con pezones y un vestido completo elaborado con piel femenina.

En medio de aquel estercolero sangriento, en aquel basural en el que se mezclaban cadáveres con cajas de galletas, vísceras humanas con calendarios de paisajes bucólicos, lo único impecable y en orden era el cuarto clausurado donde había muerto la madre del asesino años antes. Era un santuario al que la policía entró sólo después de destrozar la puerta.

Un oficual de policía examina
Un oficual de policía examina los objetos en la cocina de la granja de Edward Gein, muchos de ellos fabricados con trozos, órganos y piel humana (Bettmann)

A Gein sólo pudieron probarle dos crímenes, el de Worden, y el de Mary Hogan, a quien había asesinado el 8 de diciembre de 1954 y que, desde entonces, figuraba como desaparecida en los registros policiales. La cabeza de Hogan estaba en los “coleccionables” que tenía Gein en su granja. La mujer había llegado a Plainfield desde el lejano sur americano, desde Dallas, Texas, después de dos divorcios. Atendía el bar del pueblo, lidiaba con los borrachines ayudada por su corpulencia y un lenguaje de cosaco, plagado de insultos, que hacía las delicias de sus clientes más fieles. Los forenses dirían años después que Gein la mató porque Mary Hogan le pareció siempre una versión grotesca de su propia madre.

En aquellos años, la psiquiatría empezaba a ser una herramienta de precisión para la ciencia criminal. Fue por entonces que John Douglas empezó a trazar en el FBI el perfil de los asesinos seriales. Resistido al principio, Douglas fue un hombre clave para desentrañar la mente de los criminales, o parte de ella con nuevas visiones sobre los motivos que los impulsaban a violar, torturar y matar. Lo hizo famoso la película El silencio de los inocentes, de Jonathan Demme. En Douglas está inspirado el jefe de Jodie Foster, y el guion del film tomó también parte de la conducta criminal de Gein para perfilar a Aníbal Lecter, al que dio vida Anthony Hopkins. Psicosis inspiró a mucha gente. Y Gein, también.

Bernice Worden, una viuda de
Bernice Worden, una viuda de 58 años, era la dueña de la ferretería y una flamante ciudadana ilustre del pueblo. Gein la felicitó por eso. Después pidió ver uno de los rifles y, cuando la mujer miraba hacia la calle, la mató de un balazo. Y se fue a casa con el cadáver (Bettmann)

En manos de la policía y con los hallazgos en su granja de Plainfield, a Gein no le quedó otra alternativa que confesar el asesinato de Bernice Worden. Contó que esa mañana, después de felicitar a Worden por su ciudadanía ejemplar, salió de la ferretería y vio a su madre, que había muerto doce años antes, en 1945, sentada en el asiento del acompañante. Y su mamá le había dicho que Dios le había encomendado matar a la señora Worden porque “era una mala mujer y merecía morir”. Y que después de asesinarla, había sonado el teléfono en la ferretería, él había levantado el tubo y, de nuevo, había escuchado la voz de su madre que le decía qué hacer. Así que cargó el cadáver, lo llevó a su granja y cumplió con lo que su madre le había enseñado que debía hacer para carnear cerdos. Así figura en el informe del examen hecho a Gein en 1957 por el doctor E. F. Schubert, el psiquiatra a cargo de la investigación.

Gein también admitió que solía abrir las tumbas de mujeres recién muertas, robaba los cuerpos y los cargaba en su camioneta Ford 49 hasta su casa, que allí curtía las pieles para sus trabajos de artesano del espanto. Admitió también el asesinato de la tabernera Mary Hogan y negó haber practicado canibalismo o haber practicado necrofilia: adujo que sus víctimas “olían muy mal”. Fue declarado enfermo mental y recluido en una institución psiquiátrica por el resto de su vida.

Edward Gein cuando era conducido
Edward Gein cuando era conducido hacia el lugar donde sería sometido al detector de mentiras. Admitió los asesinatos de Bernice y de Mary Hogan y negó haber practicado canibalismo o haber practicado necrofilia: adujo que sus víctimas “olían muy mal” (Bettmann)

Ed Gein había sido criado en un hogar caótico y siniestro, con los afectos corrompidos. Su padre, un alcohólico que estaba lejos de derrochar afecto, mucho menos de dar un ejemplo a los hijos, había muerto en 1940, a los 66 años y dejó a su mujer y a sus dos hijos, Ed tenía un hermano mayor, Henry, frente a una difícil realidad económica. Los chicos debieron salir a trabajar para mantener la casa. Augusta T. Lehrk, la jefa de la familia era una especie de fanática religiosa, que consideraba a la mujer fuente de todo pecado, despreciaba a todos los hombres y que estaba empeñada en impedir cualquier tipo de influencia extraña o peligrosa sobre sus hijos. Y para Augusta, la única influencia digna para sus chicos era la de ella.

Los psiquiatras que trataron a Gein afirmaron que en esos años se formó su conducta asocial, estableció un profundo lazo afectivo con su madre, llegó a dormir junto a ella y a obedecer las duras normas de disciplina que dictaba. De los interrogatorios y exámenes practicados a Gein surgen algunos datos estremecedores. Al nacer Ed, su madre ansiaba tener una niña, alzó al bebé hacia la Luna y juró a Dios que su hijo no iba a ser como el resto de los hombres: ella iba a encargarse de su educación. Impuso a sus hijos, a quienes cada noche leía los pasajes más duros de la Biblia, la idea de la furia y el castigo terribles que Dios depara a los pecadores. Es Augusta quien decide vender la pequeña tienda familiar de comestibles en La Crosse, y mudarse a una granja en Plainfield, con lo que sus hijos quedan aislados, sin contactos con otros chicos y en un ambiente cargado de represión y carencias, en especial, educativas. Ed abandona la escuela a los trece años y pasa a vivir y a trabajar en la granja y para su madre.

Los psiquiatras que trataron a
Los psiquiatras que trataron a Gein afirmaron que en esos años se formó su conducta asocial, estableció un profundo lazo afectivo con su madre, llegó a dormir junto a ella y a obedecer las duras normas de disciplina que dictaba (Bettmann)

El escritor Harold Schechter, un especialista en asesinos seriales, profesor emérito del Queens College y de la New York University, afirmó que después de la mudanza a Plainfield, la familia Gein se convirtió en un caldo de cultivo para una patología psiquiátrica. Henry, el hijo mayor intentó siempre eludir aquella vida y veía con malos ojos y peor espíritu los lazos que unían a Ed con su madre. Un día, se incendió el granero de la granja y Henry murió en el intento de apagar el incendio. El cadáver fue hallado con un fuerte golpe en la nuca atribuido en principio a un accidente: algo había golpeado al chico durante las tareas de rescate, y había muerto asfixiado. Sin embargo, años más tarde, ese fue considerado el primero de los asesinatos de Ed, que jamás lo admitió.

Enferma de cáncer, Augusta sufrió un paro cardíaco en 1944 y quedó postrada hasta su muerte, al año siguiente. Gein quedó solo en el mundo. Se desinteresó de lo poco que le interesaba, algo de música, algo de deportes; sus vecinos lo trataron con cierta condescendiente impiedad: era tímido, raro, inofensivo. Algunos le pidieron que cuidara a sus hijos, otros eludieron pagarle pequeñas deudas… Todo iba bien con el bueno de Ed, hasta que el sheriff entró en la casa de aquella granja. Después, el pueblo lo bautizó como “El carnicero de Plainfield” y quemó la propiedad hasta los cimientos para borrar toda huella del pasado, que es imborrable.

Una multitud de unas 2.000
Una multitud de unas 2.000 personas presenció la subasta el 30 de marzo de 1958 de la finca Ed Gein. El mejor postor por la tierra y las ruinas carbonizadas de la Casa de los Horrores fue Enden Schey, un corredor de bienes raíces de Wisconsin (Bettmann)

Gein comentó a sus psiquiatras que alguna vez, en aquellos años, había pensado en casarse, sólo si hallaba a la chica indicada. Rechazó a una de ellas porque supo que no se llevaba bien con su mamá. Y, luego, “(…) Sentí amor por otra chica, pero descubrí que había tenido un amorío con otro hombre antes. La moralidad es muy baja en Plainfield”.

Los informes médicos afirmaron que para esos años Ed empezó a experimentar extrañas sensaciones: “Ve cuervos en las ramas de los árboles, caras humanas en las hojas, se interesa por la magia negra y por la biología, en especial por la anatomía y la disección de cuerpos; estudia los rituales esotéricos destinados a devolverle el alma a los muertos, sentía que lo invadían extraños olores, se interesó en las todavía primitivas operaciones de cambio de sexo y, sobre todo, hablaba siempre con su madre muerta”.

Las ruinas de la casa
Las ruinas de la casa del horror que fue incendiada por los vecinos para tratar de borrar el espanto de los crímenes que habían sacudido al pueblo (Bettmann)

Según el psiquiatra Schubert, “Gein ha sufrido una esquizofrenia por un número no determinado de años, que se manifiesta por el pensamiento delirante. Afirmó que sus actividades fueron el resultado de una fuerza externa que actuaba sobre él, y que lo había elegido como un instrumento de Dios. Padeció varios incidentes de alucinaciones olfativas, auditivas y visuales en los últimos doce años. El paciente es sumamente sugestionable, estaba excesivamente unido a su madre, y fue de ella de quien adoptó sus ideas tan moralistas sobre el sexo y la bebida. Si bien reconocía que su madre había muerto hacía varios años, aseguraba que ella le hablaba desde el más allá y le decía que debía ser un buen hombre. Sobre sus crímenes, dijo que sólo hizo lo que su madre y Dios querían que hiciera”.

Es de Gein que nos llega el Alan Bates de la novela de Robert Bloch y de la Psicosis de Hitchcock. Con sutileza, casi con timidez, aquel trueno que era Hitchcock deja planteado en su película un enigma sin respuesta: cuál es el origen del mal, qué es lo que convierte a un hombre en un monstruo, cuáles son los hechos de la vida que conforman una estructura psicótica.

Edward Gein (51), después del
Edward Gein (51), después del descubrimiento del cuerpo mutilado y decapitado de una mujer de 58 años y diez cráneos en su propiedad. Las autoridades dijeron que se habían encontrado partes de 15 cuerpos femeninos en la casa de campo donde había vivido solo durante los últimos 12 años (Bettmann)

Ed Gein pasó el resto de su vida en el Mendota Mental Health Institute, un hospital psiquiátrico público de Madison, Wisconsin. Lo consideraron siempre un interno modelo, de excelente conducta, educado y cortés, excepto en algunas noches de luna llena en las que hacía extraños comentarios sobre mujeres y hablaba, incansable, de Augusta. No hay registro de que haya sabido que fue inspirador de novelas, películas, personajes y hasta de canciones.

Murió de cáncer el 26 de julio de 1984. Está enterrado en el cementerio de Plainfield. Junto a su mamá.

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