Un niño de 6 años atrapado en un pozo de 36 metros, 60 horas de rescate y un trágico final transmitido al mundo por televisión

El 10 de junio de 1981, Alfredo Rampi, un chico italiano, cayó en un pozo artesiano. A partir de esa fatalidad, no solo cambió su vida y la de su familia, también lo hizo la forma de comunicar los dramas a través de la pantalla. La historia hizo llorar al presidente de ese país y fue la primera que tuvo impacto global en vivo y en directo

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Alfredo Rampi tenía apenas 6
Alfredo Rampi tenía apenas 6 años. Su tragedia conmovió al mundo

Eran las 7 de la mañana del 13 de junio de 1981. Uno de los guardaespaldas abrió la puerta del auto y el hombre de 85 entró con dificultad al auto. El traje negro se había tornado gris: el polvo lo cubría. La transpiración caía por su frente. Estaba muy cansado pero eso no fue lo que le hizo bajar la cabeza. “¡Vamos!”, ordenó con un hilo de voz. Apenas, el auto arrancó, Sandro Pertini, presidente de Italia, lloró con desconsuelo.

El 10 de junio de 1981, un chico de seis años cayó en un angosto pozo en una localidad en las afueras de Roma. Las tareas de rescate se extendieron por tres días. La historia paralizó a Italia y al mundo. Alfredo Rampi estaba atrapado en las profundidades y los equipos de expertos no podían liberarlo. En un fenómeno inédita para la época, la televisión italiana, la RAI, televisó las alternativas en vivo, sin detener la transmisión. 60 horas de un drama humano que sólo provocaba empatía e identificación. Los ratings fueron históricos. 22 millones de italianos estuvieron sentados delante del televisor, una audiencia similar al de un partido de la selección italiana durante un Mundial. Alrededor del pozo estaban los especialistas, la familia de Alfredo (conocido como Alfredino en toda Italia), el presidente del país y sus guardaespaldas, cientos de periodistas, casi una decena de miles de curiosos y una galería de fenómenos que se ofrecían como voluntarios. Fueron casi tres días de tensión y de expectativa. La historia terminó en tragedia.

No eran buenos tiempos para Italia. Los primeros ministros no lograban estabilidad. Unos pocos meses antes había renunciado el último. La violencia política asolaba. Cuando todavía no se habían cerrado las heridas del asesinato de Aldo Moro, esa misma mañana del 10 de junio las Brigadas Rojas habían secuestrado otro hombre. Tres semanas atrás le habían disparado a Juan Pablo II. Ni el fútbol se salvaba: el escándalo del Totonero y los sobornos y arreglos en el fútbol que incluyó a grandes como el Milan, Albertosi y Paolo Rossi. A pesar de todos esos focos inestables y de atención, el destino de Alfredo monopolizó la atención como no había sucedido antes.

Fernando Rampi y dos amigos estaban arreglando unas cercas en su casa de descanso de Virmicino, una localidad con viñedos y olivos a veinte kilómetros de Roma. Cuando empezó a oscurecer decidieron interrumpir la tarea y regresar a su casa. Alfredo, el hijo de 6 años de Fernando, le pidió cortar camino, atravesar unos matorrales y sortear unas pequeñas lomas: una módica aventura. El padre, como tantas otras veces, se lo permitió. Cuando Fernando llegó a su casa, su esposa le preguntó por Alfredo. Él le dijo que seguro estaba jugando por ahí. Ninguno se preocupó. Pero cuando la cena estuvo lista, la mujer ordenó a su marido que saliera a buscar al pequeño Alfredo. Media hora después ya eran varios vecinos los que lo buscaban. Dieron aviso a la policía cerca de las 10 de la noche.

La comunicación con Alfredino se
La comunicación con Alfredino se llevó a cabo en forma permanente.

En los primeros momentos, antes de la llegada de los demás, la abuela de Alfredo dijo que tal vez se había caído en el pozo que había hecho el maestro que vivía en la propiedad vecina. Nadie le prestó atención: esa perforación tenía una especia de cerca que la protegía.

Cuando ya era más de una decena de hombres (ya habían llegado los bomberos también) los que buscaba al nene en la oscuridad de las primeras horas del 11 de junio. Los focos de camionetas y autos y varias linternas iluminaban el lugar. Uno de los bomberos vio que un pozo estaba cubierto con una tela y piedras que la sostenían para que no se volara. De allí creyó escuchar unos gritos. Pidió silencio, corrió el trozo de género y escuchó a Alfredo llorar. Era un llanto débil, apagado, que venía desde muy profundo. El dueño de la propiedad reconoció que tapó el pozo recién a las 9 de la noche. en ese momento el chico de 6 años llevaba más de una hora dentro de él aunque el hombre ni lo imaginara.

Era un pozo artesiano. Una instalación ilegal pero admitida por todos y bastante usual en la época para tratar de obtener agua para sus tierras. Era muy estrecho (algo menos de 30 centímetros) y muy profundo (ochenta metros).

El rastrillaje había terminado. Pero nadie supo qué hacer. Uno de los bomberos, tras unos minutos de deliberación, bajó una soga con una linterna para que el nene viera que ya se estaban ocupando y para calcular a qué distancia del suelo se encontraba. Repitieron la operación dos veces porque no pudieron creer la primera estimación. Alfredo estaba a 36 metros de profundidad. Cada tanto repetía un pedido: “Mamá, mamá”. La madre acostada en el suelo, con la cabeza hacia la oscura excavación le hablaba con fingida serenidad.

El plan para rescatar a
El plan para rescatar a Alfredino que fracasó. Un joven espeleólogo lo advirtió pero fue desoído: luego de este intento, el niño -que estaba a 36 metros de profundidad- se deslizó a 60.

Entre la gente que se acercó había un espeleólogo de 23 años, Tullio Bernabei. Como especialista en cuevas y subsuelos, dio algunas precisiones y sugirió algunas líneas de acción. Pero no fue escuchado: era demasiado joven. Alguien propuso una idea que a todos les pareció genial, que nadie, excepto el espeleólogo, cuestionó. Bajaron una tabla atada a una soga. El plan era que Alfredo se atara a ella, que pusiera sus manos en unas especies de manijas de cuerda que habían hecho y desde la superficie lo izaran. Pero en un momento el descenso de la tabla se frenó. Por más fuerza que hicieron, por más tironeos que dieron, nada pudieron hacer. Se atoró a los 24 metros de profundidad. Habían obturado el estrecho camino hacia el chico.

Desde hacía unas horas, los bomberos enviaban oxígeno hacia el fondo para que pudiera respirar. En el transcurso de la madrugada llegó la televisión que prestó unos micrófonos para comunicarse con el nene. También empezó a emitir en directo. Al poco tiempo Elvino Pastorelli, el jefe de los bomberos romanos se puso al frente del operativo. Mientras los italianos se despertaban, las imágenes de la televisión mostraban los hombres cavilando alrededor del pozo, la preocupación de la madre y las discusiones de los diferentes planes de acción.

De a poco el lugar se llenó de curiosos. El espeleólogo se ofreció a entrar en el pozo y tratar de quitar la tabla que tapaba el camino. La operación fue infructuosa. Las discusiones seguían.

Alguien propuso un nuevo método de acción. Construir un pozo paralelo más ancho, llegar hasta la altura en la que Alfredo se encontraba y unir los dos a través de un corto túnel. En menos de una hora una máquina perforado estaba en el lugar. La tarea avanzaba pese a las objeciones de Bernabei que dijo que esa actividad podía provocar que el chico siguiera cayendo.

Hablaban con Alfredo. Le pedían que no se durmiera. Él se quejaba del cansancio y decía que tenía sed. Le bajaron agua. La madre le hablaba y él respondía.

Los dos pozos: a la
Los dos pozos: a la izquierda, el que cayó el niño. A la derecha, el que cavaron y por el que intentaron rescatarlo

La transmisión televisiva se alteró. Alguien hizo llegar un dato. El nene sufrió un problema cardíaco congénito del que sería operado en septiembre. Eso podía empeorar las cosas. Los especialistas en el lugar decían que la respiración se escuchaba demasiado acelerada. Casi cinco veces más que la normal.

Para empeorar el panorama la excavación del pozo paralelo se detuvo a los pocos metros. Una capa de granito se hizo impenetrable para esa máquina. Tuvieron que esperar el arribo de una tuneladora más potente. Cuando la pusieron en marcha, Alfredo se asustó por los ruidos. El jefe del operativo le dijo que Mazinger, su dibujo animado favorito, estaba yendo con sus garras mecánicas a rescatarlo.

Afuera, más allá de las tareas de rescate, ocurrían en simultáneo varios sucesos extraordinarios. No había un cordón protector, y cualquiera se asomaba al pozo, se interponía entre los rescatistas o se acercaba a abrazar a la madre. En algún momento de la tarde del segundo día se calcula que hubo alrededor de 10.000 personas en el lugar.

La televisión seguía alimentando la expectativa. Parecía que el segundo pozo solucionaría todo y que habría final feliz. De pronto hubo un alboroto. gritos, exclamaciones, una pequeña avalancha, aplausos. Pero provenían del fondo de la multitud, del lugar más alejado a dónde estaba Alfredo. Unos custodios abrieron paso y Sandro Pertini, presidente de Italia caminó decidido hacia los padres. Abrazó a los Rampi y les prometió que no se movería del lugar hasta que el rescate se hubiera consumado. Pertini era un político socialista que había sido de los primeros anti fascistas en el país, luego partisano y fue uno de los que firmó la condena a muerte de Mussolini. Era presidente desde 1985. Era muy vital pero mayor con sus 85 años a cuesta (al año siguiente volvería a ganarse el corazón del mundo al celebrar alborozado cada gol italiano en el palco de honor, ante el Rey Juan Carlos y las máximas autoridades alemanas, en la final de España 82). Sin embargo, Pertini permaneció de pie, al lado de la familia, durante toda la noche. Escuchó con unos auriculares los latidos de Alfredo y dispuso que todos los medios técnicos del país estuvieran a disposición del jefe del operativo.

La desorganización fue total. Junto
La desorganización fue total. Junto al pozo había tanto familiares y rescatistas como curiosos.

El tercer foco de atención de los alrededores fue la galería de fenómenos que se acercaron como voluntarios al lugar. Todo el que era esmirriado, extremadamente flaco, bajo o directamente sufría de enanismo era empujado por el resto de los italianos a presentarse en el lugar. Había enanos, contorsionistas, anoréxicos, fenómenos de circo, desnutridos y hasta varios con apariencia de elfos.

Algunos hasta venían con su representantes. Se ofrecían a descender por el pozo para tratar de entrar en contacto con el nene.

El primero de los que entró se ganó su lugar por la decisión que mostró. Aseguró que él iba a poder. Era un hombre de unos cincuenta años, con barba larga y blanca, los pelos desprolijos y en cueros. Pero al llegar a los veinte metros tuvieron que subirlo.

Así fracasaron dos más. Mientras la televisión anunciaba que era inminente el rescate.

La sorpresa fue que con el tercer descenso confirmaron que los que había dicho el joven espeleólogo al principio del procedimiento había sucedido. Luego de terminar el segundo pozo y hacer el túnel para conectarlos, descubrieron que Alfredo no estaba en el lugar de antes. Se había deslizado otros 25 metros. Ahora estaba a 61 metros de la superficie. Sus signos vitales se debilitaban y su voz se apagaba.

Después de la llegada de
Después de la llegada de la televisión italiana, el drama de Alfredo Rampi se hizo global

El quinto en entrar fue uno de los más célebres y obstinados de los rescatistas, Angelo Licheri. Un hombre extremadamente delgado, casi sin piel en sus mejillas, con las costillas al aire que se presentó como experto en sumergirse en pozos y espeleólogo. No era lo segundo y el primer oficio, claro está, no existe. Se sacó todo la ropa y quedó en calzoncillos. Probaban un nuevo sistema: ahora los introducían cabeza para abajo. Eso daba un tiempo máximo de 25 minutos de inmersión. Mientras descendía le comentaba a los de la superficie sobre las paredes irregulares y el barro. Cuando lo quisieron levantar pidió más tiempo, ya estaba por llegar. Hablo con Alfredo, lo tranquilizó. Tocó sus manos pero cuando las tomó, el nene se resbaló unos metros más hacia abajo. Licheri no abandonó. Siguió intentando. Pero cada vez que lograba agarrarlo, el barro hacía que el nene cayera un poco más. Lo tuvieron que izar. Estuvo 50 minutos dentro del pozo: el doble de lo recomendado. Licheri salió con múltiples lesiones, las extremidades en carne viva y problemas respiratorios. Se desvaneció y fue llevado al hospital donde permaneció durante varias semanas. Le quedaron algunas secuelas permanentes de su misión valiente.

Alguien trajo a otro que parecía ideal para la tarea. Era pequeño, ágil pero fuerte. Cuando estaba por ingresar, el juez presente en el lugar preguntó por la edad del voluntario. Tenía 16 años. No le permitieron actuar como rescatista.

Unas horas después, el que bajó fue Donato Caruso. Con la experiencia de los intentos anteriores, bajó más rápido. Pero Alfredo ya no respondía. Estaba rígido. A esas profundidades el frío había terminado de hacer el trabajo. Cuando lo subieron y Caruso habló con las autoridades, un rumor creció. Los hombres se agarraban la cabeza, algunos cayeron al suelo. La madre se lanzó hacia el pozo a los gritos.

Los médicos comprobaron que no había actividad respiratoria ni latidos. El juez ordenó tirar una sustancia química y congelar el cuerpo para que pudiera ser sacado después en buenas condiciones.

El anuncio del rescate del
El anuncio del rescate del cuerpo de Alfredino Rampi

La televisión informó al país y al mundo que Alfredo Rampi, el chico de 6 años, cuya foto con una musculosa rayada en la playa había ocupado horas de pantalla estaba muerto. Sandro Pertini se subió a su auto oficial y se puso a llorar.

La televisión -clave para la repercusión final del drama- llegó muy pronto. Los tres principales canales italianos eran estatales, de la RAI. Pero había una gran cantidad de emisoras locales. Una muy cercana a los hechos, en medio de la búsqueda inicial del nene, envió un corresponsal. Algunos dicen que un televidente local viendo a este periodista, dio aviso a la RAI. Otros afirman que en realidad los rescatistas llamaron a la televisión estatal para que les facilitaran micrófonos con los cuáles hablar y a escuchar al pequeño que estaba atrapado en el fondo del pozo. A partir de la llegada del primer equipo al lugar, la transmisión no se interrumpió. En algún momento llegó a tener 22 millones de espectadores. Cuando todavía no había pasado tanto tiempo y se abrió la posibilidad de que Alfredo fuera rescatado a través de la vía del segundo pozo, cavado a tal efecto, las cámaras se quedaron ahí para no perderse la gesta. Cuando ese intento fracasó, ya era tarde para retirarse. Italia supo que Alfredo había muerto a las 6.48 de la mañana del 13 de junio de 1981 en la voz de uno de los principales conductores de noticieros de la RAI que permaneció de guardia durante toda la jornada.

La cobertura mediática del episodio generó una nueva tendencia. En Europa está reconocido como el inicio de lo que llaman “La Televisión del Dolor”. En la que no se ahorran las imágenes escabrosas, los micrófonos incrustados en la cara de los deudos y las cámaras quitándole espacio a los equipos profesionales (de rescate, médicos o policiales). Una televisión en la que lo explícito es la norma, en la que la cámara está siempre prendida, sin pudor, sin dilemas morales, con los planos más gráficos posibles. El caso de Alfredo Rampi fue, también, por las características una especie de primer reality show. La tragedia sucedía en vivo y en directo, sin red, con resultado final incierto. Sin edición previa. Una barrera se quebró con este caso; el desarrollo tecnológico posibilitó que los móviles fueran más usuales y que la transmisión desde lugares apartados no requiriera tanta planificación. Este tipo de dramas se fue haciendo cada vez más habitual. Hasta que a la televisión no le bastó salir en busca de ellos: a partir de la tragedia de Alfredo Rampi cuando no los encontró, los provocó.

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