Las historias de la realeza siempre han generado una particular atracción. La revista Hola, el éxito global de The Crown, los medios que durante años siguieron las desventuras amorosas de las princesas monegascas y las peripecias neerlandesas de Máxima, lo demuestran de manera cabal.
En las cortes hay glamour, pujas de poder, dramas pasionales, historias de relegamiento y frustración, ambiciones desatadas. Pero hay una historia real que parece superar a las demás en cuánto a drama y sangre, en la que la tragedia y la locura traspasaron los límites imaginables.
Veinte años atrás una masacre destruyó a la familia real de Nepal. Durante un festejo nueve de sus miembros murieron acribillados y otros seis tuvieron heridas de gravedad. El rey y la reina, dos princesas, un príncipe, cónyuges de ellos, hermanos del rey. El asesino fue Dipendra, príncipe heredero. Tras consumar la matanza, Dipendra trató de suicidarse. El disparo lo dejó en estado comatoso pero con vida. Internado en terapia intensiva, con un mínimo hilo de vida, fue coronado rey. Su reinado fue breve. Murió tres días después.
Dipendra en el mismo acto se convirtió en asesino serial, parricida, magnicida y, también , en rey. Era el único que quedaba vivo en la línea sucesoria de manera directa.
El 1 de junio en el palacio en el que vivían el Rey Birendra y la reina Aishwarya se celebraba una lujosa y exclusiva fiesta. Casi todos los miembros de la familia estaban allí. Cómo era un asunto familiar, como excepción los guardias reales habían quedado fuera del salón. Bailaban, gritaban, festejaban. En medio de la celebración hubo un estruendo. Después una ráfaga de ruidos secos, reiterados, temibles. Hubo corridas, aullidos de pánico y alaridos de dolor. El hombre que manejaba el arma a repetición se movía con frialdad. Elegía a sus víctimas. No mató a nadie del personal de servicio. Al primero que le apuntó, monárquico al fin, fue al rey, a Birendra, a su padre. Luego, atacó a los demás. Después ya no hubo jerarquías. Los iba liquidando a medida que se le cruzaban en su camino. Sus hermanas, su hermano, cuñados y tíos. Los cuerpos se desplomaban sobre los pisos de mármol. Él no se detenía a mirar su obra. Seguía disparando y persiguiendo al resto de su familia. A la madre, la Reina Aishwarya la persiguió hasta el jardín exterior. Él abrió fuego y la reina cayó acribillada sobre el césped.
Los guardias intentaban abrir las puertas que alguien había cerrado con llave. Cuando rompieron un vidrio exterior y dispararon rompiendo una cerradura, no había mucho que hacer. El Príncipe pasó entre ellos.
Cuando Dipendra creyó que su trabajo estaba terminado, salió del salón y se pegó un tiro en la cabeza.
El príncipe Dipendra era querido por su pueblo. Se mostraba afable y cercano. La gente lo llamaba por su apodo, Dippy. Uno de los guardias del rey, tiempo después de la tragedia, declaró que su cara pública era muy diferente a la privada. Afirmó que era un joven resentido, gris, que “no había recibido de chico el amor que todo chico necesita”.
Dipendra había estudiado en Londres, en el Eton School, el colegio de reyes, banqueros y gobernantes. El Rey Birendra lo había mandado allí para prepararlo para ser su sucesor. En los pasillos de Eton conoció a Devyani Rana, una hermosa nepalí, hija de un importante político de su país y descendiente de un maharajá indio. Y se enamoraron. Ese amor, parece, desató la tragedia.
Ambas madres se opusieron al romance. La reina Aishwarya no aceptaba por nuera, y por futura reemplazante de ella en el trono, a alguien que no perteneciera a la nobleza. Ella ya había pensado en una candidata para su hijo. Un matrimonio arreglado con una pariente lejana pero con sangre real.
Por su parte, la madre de Devyani no quería que su hija ingresara a la familia real nepalí. Decía que como cualquier madre ella no quería que su hija bajara el nivel de vida. Era tan fastuosa la vida de la familia de Devyani que ser reina significa una caída en su status. Los Rana eran multimillonarios. Hasta dudaba de que su hija pudiera sobrevivir en una casa tan pobre según sus parámetros. A pesar de la oposición de las familias, los jóvenes estaban dispuestos a continuar con su relación. Se vieron clandestinamente por años. El príncipe le rogaba al padre que le permitiera casarse con ella. Pero el rey no cedía. Para él esa boda no era un tema de amor sino un asunto de estado. Dipendra era el primogénito y de su matrimonio dependía la sucesión en el trono.
A principios del milenio la situación se tensó. Mientras el joven no quería abandonar su amor, los padres creían que era el momento de tomar una decisión. En los diarios se filtraban trascendidos sobre una posible resolución real que desplazara a Dipendra de la sucesión por el trono. Para poder ser rey debía estar casado y tener descendencia. Parece que la posibilidad de pasar por encima del primogénito hacía relamer a su hermano menor; y también a sus hermanas que, por ser mujeres, no podían aspirar al trono, pero tenían alianzas construidas con Nirajan, el hermano menor.
Según la versión oficial, durante la noche del 1 de junio de 2001 la velada transcurría tranquila en el palacio real hasta que llegó el príncipe heredero. Había tomado mucho y se le notaba. Estaba pendenciero. A cada invitado tenía algo ofensivo para decirle. Buscaba pelea. Se interpuso en el camino de su padre, empujó a uno de sus cuñados, amenazó a su hermano. Salió del salón y la guardia real trató de tranquilizarlo pero eso sólo consiguió enojarlo más. Su hermano Nirajan y uno de sus primos lo fueron empujando hacia su habitación. Allí trataron de calmarlo. Mojaron su cara y lo acostaron. Creyeron que el problema había sido sofocado.
Pasados unos minutos, la reunión había recuperado su ritmo festivo. Había música y risotadas (algunas, hasta exageradas, intentaban tapar el pequeño escándalo anterior). Pero Dipendra no se había ido a dormir. Ni mucho menos se había tranquilizado. Apareció vestido con ropa militar y tres armas colgadas de su cuello. Con una M-16, empezó a disparar contra su familia. Uno por uno fueron cayendo a su paso. El rey, la reina, el príncipe, las princesas, sus tíos. Toda su familia ultimada por sus balazos furiosos. Cuando creyó que todos habían recibido su merecido, Dipendra se disparó en la cabeza.
Al día siguiente Nepal estaba conmocionado. Casi toda la familia real estaba muerta. Y el nuevo rey Dipendra permanecía en el hospital sin que se supiera cuál era su estado. Nadie entendía nada. Y la información oficial, los partes provenientes desde el palacio, tampoco ayudaban. Hablaban de un trágico accidente. La inverosímil explicación quería hacer creer a la población que un arma a repetición se había disparado decenas de veces accidentalmente y que sus disparos, casualmente, habían impactado en la humanidad de cada miembro de la familia real.
Dipendra agonizaba en el hospital. Murió el 4 de junio de 2001. Su lugar lo tomó quién había decidido que el moribundo fuera coronado, su tío. Gyanendra fue proclamado nuevo rey de Nepal. Ordenó una exhaustiva investigación. Aunque su noción de lo exhaustivo fuera algo lábil. Nombró una comisión de dos personas muy allegadas a él que en una semana emitieron un dictamen culpabilizando al fugaz Rey Dipendra. La anterior descripción de los hechos es la que consta en el informe oficial.
Sin embargo, el daño a la monarquía ya estaba hecho. La gente no creyó la versión inicial del accidente y salió a la calle a protestar. Esa primera versión dañó de manera inevitable al resto de las informaciones sobre el caso que provinieron del estado. Los nepalíes se resistían a creer que su rey había muerto y que el asesino había sido el querido Dippy.
Birendra había iniciado un proceso de apertura de hacia una monarquía constitucional. Con el tiempo circuló el rumor que Dipendra mató a su padre para evitar esa apertura que recortaría el poder de su siguiente reinado. Eso parece improbable por dos motivos. Era inevitable que la monarquía tuviera algún tipo de apertura democrática, y Dipendra fue quien trajo esas ideas constitucionales y democráticas de su paso por las aulas inglesas. La teorías sobre el crimen motivado por el odio y la frustración amorosa es la que prevaleció.
Sin embargo, la oposición maoísta fijó su mirada sobre el único que había salido indemne y beneficiado de tamaña tragedia. El hermano del Rey Birendra y el tío de Dipendra, el nuevo Rey Gyanendra.
Las sospechas sobre él se instalaron muy rápidamente. Entre la desilusión de la gente por la repentina desaparición de la familia real, el cariño que tenían por el rey y su hijo, la desconfianza con Gyanendra y la llegada de nuevos tiempos, la monarquía no resistió mucho más. Seis años después cayó definitivamente el régimen monárquico.
Sobre el nuevo rey Gyanendra se plantearon muchas preguntas que quedaron sin respuesta. ¿Fue sólo suerte que justo el único miembro de la familia que faltara en ese banquete fuera él, que se había ausentado de la ciudad de manera sorpresiva unas horas antes? ¿Fue pura casualidad que su esposa y sus hijas estuvieran recluidas en sus dormitorios del piso de arriba y que su hijo fuera el único miembro del círculo íntimo familiar que sólo tuvo heridas leves? ¿Quién había ordenado que en la reunión familiar no hubiera guardias reales? ¿Es cierto que quién tenía problemas con el alcohol era Paras, hijo de Gyanedra, y no su primo?
Aunque no hubiera demasiados datos ni testimonios que cimentaran la culpabilidad del nuevo rey, salió tan poco favorecido de la masacre que la opinión pública de Nepal sólo podía sospechar de él. Y cómo la investigación que ordenó fue débil y apresurada, el paso del tiempo lo único que hizo fue que las teorías conspirativas y los rumores crecieran.
La monarquía de Nepal se desmoronó después de la masacre. No pudo resistir el baño de sangre. Las certezas no habitan en esta historia cuyo protagonista principal puede haber sido un príncipe borracho y despechado o un hábil y ambicioso manipulador que desde las sombras eliminó a gran parte de su familia para hacerse con el poder.
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