Madonna estaba en La Zona. Todo lo que tocaba se convertía en oro. Es decir: en un éxito en los charts o en una fenomenal controversia. A veces en ambas en simultáneo. El Blonde Ambition Tour, su tercera gira profesional en la que presentaba Like a Prayer, incluía 57 conciertos en tres continentes. La apuesta escénica era ambiciosa. Un show con gran despliegue, vestuario de Jean Paul Gautier, cinco secciones, polémicas y un puñado de grandes canciones. Nueva York, Los Ángeles, París, Roma, Londres, Tokio: las grandes ciudades del mundo verían a Madonna en acción (muchas de ellas por primera vez).
La idea de dejar un registro de esos recitales nació junto con la gira. No era demasiado original: una forma más de recaudar de esa máquina de hacer dinero que era la cantante por esos años.
Alguien propuso grabar algunos de los shows de la gira y con eso hacer un especial para HBO, con el beneficio extra de poder editar más adelante el VHS. El director que se iba a hacer cargo era David Fincher (Pecados Capitales, El Club de la Pelea, Zodíaco, Mank) que había dirigido varios clips de Madonna en los últimos años: Express Yourself, Vogue, Oh Father. Sin embargo se bajó del proyecto a días del inicio del tour, de los primeros shows en Japón.
Madonna había visto la tesis de graduación de Harvard de Alek Keshishian, un joven director de 25 años, en la que hacía una osada adaptación en el formato de ópera pop de Cumbres Borrascosas. Lo llamó por teléfono luego de ver el video. Hablaron más de cinco horas. Se dieron cuenta que tenían mucho en común. La conversación pasó por los videoclips, los discos de moda, el cine clásico y hasta las comidas favoritas de cada uno. Cortaron ya de madrugada.
A la mañana siguiente, un cadete tocaba el timbre de la casa de Keshishian. En un sobre había un pasaje en primera clase para Tokio en un vuelo que despegaba esa noche. Dos días después, en la capital japonesa empezaba el Blonde Ambition Tour.
Un poco de contexto: Madonna no sólo era la reina del pop desde su aparición un lustro antes. Era también una fuerza natural que parecía abarcar todos los campos posibles del mundo del espectáculo. Dominaba los charts y había encontrado en los videoclips un medio en el que afirmar su carrera.
Pero todo era cambio y desafío en su vida. No se quedaba quieta. Tenía una pulsión por la innovación. Cada movimiento era desafiante, arriesgado, que ponía todo lo conseguido en el abismo. Su imagen sexual, las declaraciones poco complacientes, la historia de amor fulminante y volcánico con Sean Penn, una carrera en el cine que no despegaba y la polémica omnipresente de Like a Virgin.
El video de la canción que daba título a su más reciente disco había provocado una revolución. Pepsi pagó 5 millones de dólares para ser el sponsor del clip pero luego de su primera emisión sacó su nombre de él (permitió que ella conservara el dinero). MTV dejó de pasarlo. Los calificativos se amontonaban: blasfema, hereje, insultante. En el video hay iglesias, besos a la figura de un santo negro, cruces ardientes del KKK, alusiones sexuales y varias imágenes desafiantes más. La condena del Vaticano fue tan inmediata como la fuga de Pepsi. Madonna siguió su camino sin inmutarse. La canción, por otro lado, es extraordinaria. Probablemente una de las mejores que ella haya grabado.
En ese contexto, la cantante empezaba su gira. Aunque faltan consignar algunos elementos que alimentaban todavía más la expectativa. El divorcio turbulento con Sean Penn, su participación con banda sonora incluida en Dick Tracy, el nuevo romance con Warren Beatty, director de la película y el amante de mayor fama de Hollywood, y el diseño de un show novedoso e impactante.
Keshishian llegó a Japón con sus cámaras. Se dedicó a grabar en los camarines y a registrar a los que estaban alrededor de la diva. Las coristas y los bailarines. Escuchó sus historias, los siguió en la intimidad y captó la relación de Madonna con ellos.
Cuando la gira se dirigió hacia otro destino y mientras el manager de la cantante y los ejecutivos de la discográfica apuraban a Keshishian para que les dijera cuáles eran sus exigencias técnicas para poder filmar un concierto completo, así ellos podían lanzar el especial apenas finalizado el tour, Keshishian pidió ver a Madonna a solas. El manager se opuso pero el director consiguió su objetivo. Era lo único que necesitaba: un par de horas con Madonna. En ese lapso le mostró lo que había filmado. Ambos acordaron que ese material era único, que el foco debía virar. Tenían la oportunidad única de mostrar el backstage de una gran gira, de la vida de una estrella pop, como nunca antes había sido hecho. Y de contar buenas historias.
Pero nadie más estuvo de acuerdo con ellos. El entorno de Madonna dijo que eso era un suicidio, que bastante se exponía en cada movimiento como para hacerlo también en una película; Warren Beatty, su novio por entonces y hombre fuerte de la industria, también creyó que era inoportuno. Algún productor apeló al último ejemplo conocido, a Rattle and Hum, el documental de U2 que había dejado indiferente (y en sus casas) al público. Pero Madonna se mantuvo firme. Les dijo que el documental sería ese, el que ella y Alek habían descubierto en esos primeros días. Para evitar intromisiones lo financió con su propio dinero. La inversión fue de 4 millones de dólares.
Los bailarines y otros miembros del show aparecen entrevistados en la cama. El director dijo que ese recurso, más que fruto de su ingenio o de una súbita inspiración, apareció por necesidad. Luego de cada recital, los integrantes del equipo se quedaban festejando hasta muy tarde. Así que se despertaban a la tarde del día siguiente, tan sólo unas horas antes de la salida hacia el estadio para la siguiente presentación. Decidió abordarlos mientras estaba en la cama. Les llevaban el desayuno, los iluminaban bien y les preguntaban sobre asuntos personales. Así lograron la intimidad que necesitaban. También hay escenas de todos ellos con Madonna en la cama. Juegan, bromean, se seducen.
De esos momentos salió el título internacional de la película. A La Cama con Madonna. Un nombre que no es el original. En Estados Unidos el documental se llamó Madonna: Truth or Dare. Hace referencia al juego Verdad o Consecuencia que era uno de los pasatiempos del equipo en el backstage. Harvey Wenstein, distribuidor del film, propuso el doble título porque temía que en el extranjero, los posibles espectadores se perdieran la referencia al juego. Uno de los episodios memorables del documental es cuando en medio de un Verdad o Consecuencia, Madonna simula una fellatio (o da una clase de cómo practicarla) utilizando una botella de agua mineral Evian.
Más allá de esta escena, toda la sensualidad y la sexualidad del show están a la vista. Los corpiños cónicos, la cama de terciopelo rojo con forma de corazón, la masturbación simulada y estentóreo durante Like a Virgin, las charlas subidas de tono.
En Toronto hay tensión. La policía se presenta antes del show para evitar actos indecentes. Se centran en la masturbación. Madonna decide hacer show. Comienza hablando de la libertad de expresión. Y cuando llega el momento de Like a Virgin, la representación es más explícita que nunca antes. Su manera de decirle a los demás que lo mejor es no desafiarla.
En Roma también se produce un gran revuelo. La cercanía con el Vaticano reaviva la polémica del video de Like a Prayer. Los medios la atacan con persistencia pero ella, una vez más, persiste y no suaviza su espectáculo ni retira la iconografía religiosa de escena.
En el documental aparecen varias celebridades. Al Pacino (compañero de elenco en Dick Tracy), Olivia Newton John, Lionel Richie, Pedro Almodóvar, Sandra Bernhard. En uno de los backstages, Kevin Costner con el pelo largo pasa a saludar a la diva. La felicita con cierta renuencia, hay una incomodidad evidente en el encuentro. Costner le dice que el show fue ordenado, prolijo (neat). Apenas sale, Madonna se mete los dedos en la garganta y simula vomitar.Cuando el documental se estrenó esa escena molestó al actor. Pero casi quince años después, en un recital en Los Ángeles, al que Costner había acudido con su hijas, la cantante, al enterarse de su presencia, le pidió disculpas desde el escenario.
También en A la Cama con Madonna está la historia del intento de seducción a Antonio Banderas, que en ese momento todavía era un Chico Almodóvar. Ella lo descubre en una película y enloquece. Pregunta por él. Hace todo lo posible por encontrarlo. Hasta que se ven en persona en una fiesta, pero Madonna se entera que es casado. Tiempo después, con Banderas ya consagrado en Hollywood, ambos compartieron elenco en Evita de Alan Parker.
La otra celebridad es Warren Beatty, quien era su novio en esa época. Él aconsejó en algunos temas en la puesta en escena del show y acompañó en varias presentaciones. En el montaje original tenía más presencia. Cada vez que veía las cámaras, se disculpaba y decía que él estaba en otra etapa de su carrera. No quería tanta exposición. Cuando Keshishian tuvo un primer corte, Warren Beatty, como novio de la protagonista principal, fue uno de los pocos espectadores de esa pasada inicial. Al terminar la película no dijo demasiado. Pero a la mañana siguiente una carta documento llegó a las oficinas de la producción de la película. Warren Beatty, a través de sus abogados, exigía ser eliminado del montaje final. A través de un acuerdo, quedó en algunos breves pasajes (En una de las escenas eliminadas, Madonna le decía que lo amaba en el transcurso de una comunicación telefónica).
Otro que pidió cortes fue Harvey Weinstein, que oficiaba como distribuidor mundial del film. Exigió que se eliminaran 15 minutos del metraje. Para él era demasiado larga. Weinstein era poderoso pero todavía no dominaba la industria como lo haría en los años siguientes. Madonna se opuso y discutió agriamente con él. Le recordó que ella era quien ponía la plata, el nombre y el cuerpo. “Es mi película y la de Alek y dura lo que dura”. Años después, la cantante contó que recibió varias proposiciones impropias por parte del productor y flirteos incómodos pero que consiguió evitarlo.
El otro problema jurídico que enfrentó el film fue después de su estreno. Tres de los bailarines demandaron a Madonna y a la producción. Los acusaron de fraude, engaño, intromisión en la vida privada y de provocarles daños morales. Dijeron que no les pagaron por aparecer en A la Cama con Madonna. Uno de ellos dijo que el registro de un beso a otro varón le arruinó la vida. Desde la película sostuvieron que las cámaras estaban a la vista, que los integrantes del equipo habían prestado su conformidad brindando los testimonios y que habían firmado permisos antes de empezar el tour. Un par de años después hubo acuerdo extrajudicial.
Probablemente lo que motivó a los bailarines (que tuvieron una reentré cinematográfico un cuarto de siglo después con el documental Strike a Pose) fue el gran éxito en taquilla de A la Cama con Madonna. Recaudó más de 30 millones de dólares y fue el documental que más recaudó en la historia hasta el estreno de Bowling for Columbine de Michael Moore.
Pero más allá del suceso económico, la película de Madonna dejó como legado un cambio de paradigma en el cine musical. Los antecedentes más inmediatos podrían ser Don’t Look Back de Bob Dylan o Cocksucker Blues de los Stones. Pero con su cuota de Cinema Verité, el blanco y negro del backstage, la creación de la figura de Madonna como madre de su equipo, la aparición de celebridades, la pintura de un mundo casi desconocido, más el impacto de lo que sucedía en el escenario, este documental creó un nuevo paradigma.
La gran mayoría de las producciones de las divas musicales (Lady Gaga, Beyoncé, Taylor Swift, etc) de la última década toman como modelo -de manera consciente o inconsciente- A la Cama con Madonna, que instaló una nueva manera de contar el estrellato. La película de Madonna no sólo tiene el privilegio del adelantado sino de lo genuino e inimitable.
Los documentales musicales tienen un gran secreto, un intangible difícil de determinar previamente, que tal vez sólo se puede valorar a la distancia. Los que marcan la diferencia, más allá de habilidades técnicas o de revelaciones son aquellos que logran captar al artista en el pico de su rendimiento, los que lo eternizan en el cénit de su habilidad, de su arte, de su atracción. A la Cama con Madonna, sin duda, lo consigue.
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