“Nolite te bastardes carborundorum”. El juego de palabras derivado del latín que el personaje de Elisabeth Moss talla en la pared del cuarto de la familia que la tuvo cautiva como una incubadora humana significa algo así como “No dejes que los bastardos te opriman”, y se volvió tan poderoso que miles de seguidoras de la serie El cuento de la criada en todo el mundo se lo tatuaron en el cuerpo como un símbolo de la lucha feminista. En el drama distópico basado en la novela homónima de la escritora canadiense Margaret Atwood por el que Moss ganó un Emmy como Mejor Actriz y otro como productora, la misoginia y el odio de género son llevados al extremo por la Gilead, un culto totalitario y patriarcal que divide a la sociedad en castas, impone el trabajo esclavo, arranca a las mujeres de sus seres queridos, les roba a sus hijos y las usa como meras máquinas de engendrar.
A los 38 años, la protagonista de la serie de Hulu –que también se puso detrás de cámara para dirigir su recién estrenada cuarta temporada– ya se había convertido en un ícono del feminismo made in Hollywood con su papel de Peggy Olsen, la brillante publicista de Mad Men que lograba hacerse camino en el ambiente machista de una agencia de los sesenta. En la vida real, sin embargo, Moss vive y defiende su propia Gilead.
Al igual que Tom Cruise, John Travolta y Russell Crowe, la actriz forma parte de la lista de miembros famosos de la controvertida iglesia de la Cienciología, cuyas prácticas abusivas –tanto físicas y psicológicas, como sexuales–, homofóbicas y misóginas fueron denunciadas por ex devotos disidentes que hablan de trabajos forzosos, torturas, aislamiento total de quienes se alejan del culto, y hasta de mujeres obligadas a abortar o separadas de sus hijos al nacer, como en las escenas más crueles de la distopía de Atwood.
Pero a diferencia de Cruise y otras celebridades que fueron reclutadas en su adultez por la obra fundada en 1955 por el autor de ciencia ficción Ron Hubbard –recordado por haber dicho que “para conseguir el primer millón de dólares había que crear una religión”–, Moss fue criada en la Cienciología desde que nació. Creció en lo que solía ser un enclave hippie en Los Ángeles; su madre, Linda, tocaba la armónica en una banda de blues; su padre, Ron, era manager de grupos de jazz. Jamás fue al colegio y fue educada en su casa al margen de la formación tradicional y de los consumos culturales de las chicas de su edad: “No sabía lo que era Nirvana ni Oasis ni conocía el rock, pero vivía rodeada de músicos que hacían enormes jam sessions de jazz. Escuchaba a Gershwin, a Ella Fitzgerald, música clásica. Amaba el ballet. Fui bailarina por diez años”, contó en una entrevista con The Guardian.
Cuando a los 15 años se graduó rindiendo libre, eligió la actuación sobre la danza. Pronto su carrera despegaría al interpretar a la hija de Martin Sheen en la serie The West Wing, algo que ella misma considera su mejor jugada: apostar desde sus comienzos por los buenos guiones de televisión. “Debutamos en 1999, junto con Los Sopranos, antes de que existiera la noción de prestigio en TV. Incluso cuando hice Mad Men, en 2007, todavía se suponía que si hacías televisión eras un actor menor”, le dijo a Vulture en 2017.
Salvo en contadas oportunidades, desde que alcanzó la popularidad siempre se mostró renuente a hablar sobre sus actividades dentro de la Cienciología. Es que el hermetismo es una de las claves del culto, considerado una secta en varios países del mundo.
“Hay dos cosas de las que se supone que nunca tenés que decir nada en una comida: religión y política, y yo estoy haciendo El cuento de la criada, que es sobre política y religión y tengo que pasar por esta situación en la que sé que me van a preguntar por estos temas. Pero elijo expresarme a través de mi trabajo y de mi arte. Yo no solo no hablo de mi religión, sino que no hablo de mi vida personal, no cuento con quién estoy de novia, ni esas cosas…”, admitió en una entrevista con The Daily Beast la actriz, que estuvo casada por apenas ocho meses, en 2009, con el comediante Fred Armisen, de quién se separó por diferencias irreconciliables. Por entonces, muchos hablaron de la Cienciología como una de esas diferencias, aunque Armisen reconoció después que había sido un pésimo marido.
“Lo que creo –dijo Moss a The Daily Beast en 2019– es que la gente debe poder hablar o no de lo que quiere y creer en lo que quiere creer, porque cuando empezás a limitar eso, cuando empezás a decir ‘no podés pensar así’, ‘no podés creer en esto’, ‘no podés decir aquello’, es cuando entrás en la Gilead. Nunca voy a estar en contra del derecho de nadie a creer en algo, pero tampoco pueden quitármelo a mi”.
La cuestión estaba en el aire desde la noche de agosto de 2017 en que se la vio retirarse de la ceremonia de entrega de premios de la Asociación de Críticos de Televisión (TCA) –donde había sido galardonada por su rol de la criada Offred–, en el exacto momento en el que Leah Remini subió a recibir la estatuilla como productora de la serie documental Scientology and The Aftermath. Como Moss, la actriz que alcanzó la fama al protagonizar la sitcom The King of Queens había crecido dentro del culto, pero lo abandonó después de 34 años para convertirse en una de sus más férreas detractoras. Primero escribió el bestseller Troublemaker: Surviving Hollywood and Scientology (2015), en el que se centraba en su experiencia personal; y luego, la docuserie –que también se alzó ese año con un Emmy–, donde recopilaba aberrantes testimonios y denuncias de otros ex miembros de la secta, incluyendo la extraña desaparición de Shelly Miscavige, la mujer de su actual líder, David Miscavige.
Era una razón de principios la que impedía, según Remini, que Moss pudiera siquiera escucharla: “Hay algo en la Cienciología llamado ‘la verdad aceptable’ –explicó por entonces a The Hollywood Reporter–. Significa que solo podés decir lo que es públicamente aceptable. Elisabeth cree que soy una ‘persona supresiva’ porque me atreví a decir mi verdad en contra de la religión y por eso no se le permite hablar conmigo.”
Se refería a la desconexión, una de las políticas básicas de la Cienciología, que implica que todos los que no forman parte de la iglesia son potenciales SP (por las iniciales en inglés de “suppressive person”). Los que hacen algo en contra, como dudar de la organización establecida, dejarla, o, como Remini, ir más allá y denunciarla, son declarados de inmediato SP. Se trata de una práctica de disciplinamiento: busca aislar a los miembros y reducir al máximo sus posibilidades de salida del culto.
No es la única técnica con la que previenen eventuales disidencias. Como parte fundamental de su evolución espiritual, los cienciólogos practican auditorías un con e-meter, una especie de detector de mentiras con dos manijas plateadas, mientras un auditor a cargo toma nota de todo. Desde niños son sometidos durante horas a este procedimiento pago, que va subiendo de precio conforme se avanza en la organización. El objetivo es llegar al nivel Clear o limpio, y convertirse en un OT (Operating Thetan): un espíritu puro y libre de memorias negativas pasadas que pueda crear “un puente hacia la libertad total”, tal como lo diseñó Hubbard.
Alcanzar el grado máximo de OT VIII toma más de veinte años y un mínimo de medio millón de dólares. Nadie lo logra sin revelar sus más profundos secretos, lo que habilita una forma de chantaje. Ese sería el caso John Travolta quien, según el multipremiado documental de Going Clear: Scientology and the Prison of Belief (2015), no abandona la iglesia por el miedo a que salgan a la luz detalles sobre su vida privada.
La orden religiosa de los cienciólogos se llama Sea Org. Sus miembros llevan uniformes, trabajan por sueldos ínfimos y firman al ingresar un contrato de servicio por mil millones de años, puesto que la fe no contempla la muerte. Recibe su nombre porque se fundó con una flota de barcos y hasta hoy tiene varias sedes flotantes que se suman a las misiones en un número indeterminado de países en todo el mundo (la organización no comparte cifras claras sobre eso ni sobre la cantidad total de fieles que reúne). En los años setenta, Hubbard solía viajar a bordo del Apollo por el Mediterráneo y el Caribe con una tripulación en la que las mujeres vestían un particular uniforme de microshorts y plataformas.
Un dato más: los religiosos pueden ordenarse a edades tan tempranas como los siete años. “El dogma de la Cienciología dictamina que los niños son hombres y mujeres adultos en cuerpos pequeños. La Dianética dice que un niño de siete años no debe temblar si es besado apasionadamente”, dice Remini en alusión al libro fundacional de Hubbard. Todos los miembros infantiles, tal como fueron en su momento Moss y Remini, reciben cursos de oratoria y persuasión que luego sirven como herramientas para reclutar nuevos fieles.
“Si un niño se une a la Sea Org, es porque sus padres lo entregaron a la Cienciología. Son tratados como tripulación, como activos. Si hay abusos, ni ellos ni sus padres pueden denunciarlos, porque está en contra de la religión. En el mejor de los casos se maneja internamente: se le dan auditorías espirituales al abusador y se castiga a la víctima por habérsela buscado”. Se dice que en parte fue por este motivo que Katie Holmes temió por la seguridad de su hija Suri –que ya había sido sometida a auditorías– al momento de su divorcio de Cruise.
De la misma manera, parte del trabajo de las mujeres como novias y esposas –contaron varias disidentes– es “darle sexo a sus parejas cuando ellos quieran”. Pero a los miembros de Sea Org no se les permite tener hijos debido a que “es el único grupo que toma la completa responsabilidad de cuidar al planeta entero. (...) Tener hijos ha resultado una carga impráctica y ha inhibido su eficiencia”. Por eso, las mujeres que quedan embarazadas dentro de la orden son obligadas a abortar o separadas de sus bebés, que quedan en guarderías de la iglesia.
Como en los capítulos más espeluznantes del drama que hizo que miles de activistas en el mundo se vistieran con túnicas rojas en contra de la violencia machista, una ex miembro contó que fue obligada a realizar trabajos forzosos durante todo su embarazo, y que después le sacaron a su hija recién nacida para abandonarla enferma, “en una cuna empapada de orina, heces y cubierta de moscas”.
Desde el Sea Org también se controla la llamada Fuerza del Proyecto de Rehabilitación, que cuenta con campos de internamiento a los que se envía a los que no cumplen las expectativas de la organización, que, según diversos testimonios, son obligados a trabajar sin descanso. El máximo castigo es el encierro en unas instalaciones conocidas como The Hole (el agujero), en las que presuntamente Miscavige mantiene cautivos y hacinados a altos cargos díscolos a los que maltrata física y psicológicamente.
Se dice que su mujer estuvo en el agujero y también que desde hace años se encuentra en la base Twin Peaks, un búnker construido para soportar un ataque nuclear donde Cruise –considerado prácticamente una deidad dentro del culto– tendría un lugar reservado. Remini denunció la desaparición de Shelly Miscavige en la Policía de Los Ángeles, pero hasta hoy su paradero sigue siendo un misterio.
Además de Cruise, Moss, Travolta y Crowe, hay muchos otros cienciólogos confesos en la industria del espectáculo: en general desconocen los abusos porque se les prohíbe informarse en Internet o acceder a material al respecto que no sea proporcionado por la jerarquía, que se concentra especialmente en ellos, ya que son los que mantienen a la organización –propietaria de más edificios históricos en Hollywood que ninguna otra entidad– con sus ingresos. Entre ellos se cuentan el músico Beck, Lisa Marie Presley, Jason Lee, Giovanni Ribisi, Kirstie Alley, Jenna Elfman y Juliette Lewis, que asegura que se desintoxicó gracias a Narcanon, el programa antidrogas de la iglesia.
La Cienciología afirma que las adicciones, así como la dislexia y la homosexualidad, a las que considera patologías que deben ser tratadas con los mismos métodos, “se curan” a través de los libros de su creador y de las auditorías. La docuserie de Remini advierte sobre técnicas de “reeducación” aún más violentas como la extensión de esos interrogatorios “para confesar todos sus pecados” durante más de doce horas y también el encierro de los que no se ajustan a las normas.
La heroína de El cuento de la criada cree sin embargo que se puede ser cienciólogo sin ser homófobo: “En la Cienciología es muy importante la idea de libertad personal y yo traslado eso a la orientación sexual”, dijo al ser confrontada por una seguidora en Instagram. De hecho, una de las primeras veces que respondió sobre el tema también fue cuando una usuaria de esa red social le preguntó si la serie de Hulu no la había hecho replantearse su fe “teniendo en cuenta que tanto la Cienciología como la Gilead creen que todas las fuentes y noticias del exterior son incorrectas o maliciosas”. Moss escribió entonces: “Eso no es realmente cierto. La libertad de credo, la tolerancia y entender la verdad y la igualdad de derechos para todas las razas y religiones es muy importante para mí. Quizá lo más importante. Por lo que la Gilead y El cuento de la Criada me interpelan en un nivel muy personal”.
Consultada sobre el tema por The Daily Beast, aclaró: “Soy obviamente feminista y apoyo a la comunidad LGBTQ, y creo firmemente en que la gente debe hacer lo que quiere, amar a quien quiere, ser quien quiere. No puedo hablar en nombre de las creencias de otras personas ni en nombre de sus experiencias. Solo puedo hablar desde mi lugar”.
Remini, que se suma a ex cienciólogos famosos como Jerry Seinfeld, Demi Moore y el director y guionista Paul Haggis –cuya carta pública abandonando la secta por homófoba fue un hito en 2009–, no tiene pelos en la lengua para definir el mecanismo: “Dejan que Moss se salga con la suya. Es parte de la hipocresía que rodea a todos los famosos involucrados. Están adoctrinados para responder sin decir nada y repetir lo que necesita la Cienciología, y la prensa necesita que sigan dándoles notas”.
En público, Moss sigue mostrándose a favor de causas justas como el pago igualitario y eligiendo personajes de mujeres fuertes, inteligentes, luchadoras, e incluso contradictorias, como ella misma. Y dice no ver la paradoja entre haberse convertido en una heroína feminista y de la lucha por los derechos humanos y ser parte de un culto denunciado por oprimirlos: “Creo en la libertad de expresión y de prensa. Al mismo tiempo, espero que la gente pueda educarse y formar su propia opinión, como yo tengo la mía. El cuento de la criada se alinea perfectamente con mis ideas acerca de la libertad de expresión y de credo, las bases sobre las que se funda este país”.
Hace años que lleva siempre en el cuello un colgante que le regaló su asistente para una Navidad con una frase que también se volvió un símbolo para ella. Dice: “Nolite te bastardes carborundorum”.
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