En 1969, Albert Panka cumplió 80 años. Era un minero alemán que a esa altura llevaba varios años retirado. Un hombre hosco y reservado que en los últimos 25 años había sido detenido alrededor de trescientas veces. No era un delincuente ni tenía problemas con el alcohol. Su problema era de fisonomía. Su parecido con Hitler era tan grande que cada vez que aparecía en público, alguien lo denunciaba y era apresado e interrogado por las autoridades. Al cumplir 80 pidió públicamente que lo dejaran tranquilo y le permitieran transitar su vejez en paz.
Lo que sufrió Panka no fue solo por un bigote ceñido o el pelo cayendo sobre su frente. Se debió a la vocación de una buena parte de la población a creer que Hitler se fugó del bunker, que nunca se suicidó sino que escapó hacia algún destino lejano en el que envejeció oculto, en paz e impune.
La mayoría de los que están convencidos del escape del Führer sitúan sus serenos años finales en el sur argentino.
Es difícil saber con exactitud quién es el que pone en marcha una teoría conspirativa, quién es el primero en dar a conocer una versión verosímil pero falsa de un evento histórico. Sin embargo, en el caso de la muerte de Hitler se sabe con exactitud quién fue su iniciador: Joseph Stalin.
Los soviéticos se enteraron de la muerte de Hitler al día siguiente de su suicidio. El jefe del Estado Mayor del Ejército alemán, Hans Krebs, fue con una propuesta de paz a los soviéticos y les informó del suicidio del Führer. La reunión fracasó porque los soviéticos exigieron rendición incondicional (estaban en condiciones de hacerlo y, además, era lo acordado entre los aliados). Krebs, que siempre había sido leal a su jefe, se suicidó esa misma tarde. Y la mayor autoridad soviética en Berlín, el general Georgy Zhukov, ordenó poner la noticia de la muerte de Hitler en la primera plana del Red Star, el diario de sus tropas; quería que sus soldados conocieran lo antes posible sus logros, premiarlos con la noticia. También lo comunicó Karl Dönitz al pueblo alemán por radio. Pero tres semanas después Stalin le dijo a un enviado norteamericano que Hitler se había escapado. La información del destino se excedía en su vaguedad geográfica. Stalin dijo que estaba en España o Argentina. Mientras tanto, Zhukov en Alemania empezó a repetir la misma versión.
Se supone que la motivación de Stalin era sembrar la incertidumbre, que las demás naciones vencedoras carecieran de las certezas que él ya tenía. De paso dejaba a su gran enemigo como un cobarde, como alguien que ante el peligro, ante la posibilidad de caer en manos enemigas prefirió escapar antes que resistir hasta el final tal como él le pedía a su pueblo. Pero además, si Hitler estaba vivo, existía siempre la posibilidad de un regreso. Por lo tanto no había espacio para contemplaciones ni para medidas blandas. La sombra del Hitler fugado le permitía convencer a los demás de aplicar sanciones duras, de ser inflexibles con Alemania y con los restos del nazismo.
Los ingleses se preocuparon y enviaron a un agente del servicio secreto y al historiador Hugh Trevor-Roper a reconstruir los hechos y a obtener todos los testimonios y pruebas posibles. Trevor-Roper elaboró un informe que determinó el suicidio de Hitler que fue publicado como libro poco después (Los últimos días de Hitler) y que tuvo un gran éxito. El historiador inglés sin embargo no pudo contar con los testimonios de los colaboradores más cercanos de Hitler en los últimos días del Bunker porque estaban en manos de los soviéticos. Sin embargo cuando se desclasificaron esos informes y declaraciones fueron concordantes con las conclusiones del inglés.
Lo cierto es que la estrategia de Stalin fue efectiva. Sobre Alemania y los antiguos jerarcas nazis se actuó con firmeza. Pero además generó el desconcierto en las otras fuerzas vencedoras.
Un informe del FBI de los meses posteriores a la rendición nazi consignaba los múltiples destinos en los que se decía haber visto con vida a Hitler. El informe enumeraba posibilidades tan variadas como contradictorias. A la agencia habían llegado rumores de que había sido asesinado en el bunker; que había escapado de Berlín por aire, o desde Alemania en un submarino. Otros afirmaban que vivía en una isla alejada del Báltico, en una fortaleza en Renania, en un monasterio español, en un campo sudamericano. Hasta decían haberlo visto viviendo entre delincuentes en Albania. Un periodista suizo declaró que Hitler y Eva Braun residían en Bavaria. Y hasta la agencia de noticias soviética envió un cable afirmando que Hitler fue encontrado en Dublín travestido.
Otros destinos en los que dijeron haberlo visto en esos primeros meses de posguerra: un café austríaco, una congregación de monjes tibetanos, Arabia Saudita o una prisión secreta en los Urales a disposición de los soviéticos.
Pero con los años la versión que tomó más fuerza y que casi monopolizó las teorías conspirativas fue que Hitler logró fugarse del búnker y del asedio del Ejército Rojo y, junto a Eva Braun, llegar hasta Argentina. ¿Cómo logró escapar? No está claro. ¿Cuál fue el primer destino? Tampoco. Algunos sostienen que un helicóptero lo llevó hasta Austria, de ahí un avión lo acercó en Barcelona y luego sí pudo abordar el submarino que atravesó el Atlántico para depositarlo en la Patagonia. Otros suponen una travesía terrestre hasta España y hasta el submarino. Estas versiones no profundizan en cómo pudo atravesar media Europa en esos álgidos meses de 1945.
Argentina era el destino ideal para encontrarle residencia (real o ficticia) al Führer. Una tierra lejana, de gran extensión y más que amable receptora de nazis. Pero en este caso, Hitler no habría llegado como el resto de los criminales nazis a través de la Ruta de las Ratas sino en submarino.
Pero pese a lo intrigante e interesante de este tipo de narraciones siempre la historia con sus datos fríos se impone y termina destruyendo versiones más entretenidas. Es cierto que dos submarinos alemanes llegaron a Argentina después de la guerra (el U-530 y U-977). Lo hicieron para no tener que entregarse a las fuerzas británicas. Pero en ninguno de ellos arribó ningún jerarca. Los que sostienen esta versión alternativa hablan de una flota de tres submarinos que desaparecieron en abril de 1945. Pero lo cierto no es que las naves se esfumaron sino que fueron hundidas por la flota aliada: el U-1235 fue alcanzado el 15 de abril por los torpedos enemigos, el U-880 fue hundido el 16 de abril, un día después, por un destructor americano y el 22 de abril sucedió lo mismo con el U-518. Es decir, los tres submarinos no desaparecieron para oficiar de ferrys privados del Führer sino porque los destruyeron los aliados. Otro tema con el submarino y su salida desde Barcelona: en caso de haber sido así tuvo que atravesar Gibraltar y eludir la guardia inglesa, hecho que parece poco probable.
El historiador Richard Evans ha publicado recientemente un libro que analiza varios mitos y teorías conspirativas alrededor del nazismo. Se llama The Hitler Conspiracies y en su último capítulo (el más extenso de todos) analiza las versiones sobre la fuga de Hitler y las demuele una a una con paciencia y precisión.
Evans, que además de sus sólidos trabajos sobre el nazismo ya se había ocupado en textos anteriores de los negacionistas y los revisionistas del Holocausto, muestra cómo si bien desde el fin de la guerra se tejen versiones sobre Hitler y su vida en Argentina, es en el siglo XXI cuando más obras se produjeron al respecto, cuando estos rumores o versiones alternativas encuentran mayor eco.
El mundo moderno es un lugar fértil para las teorías conspirativas. Cuanto más popular y lejano el hecho, más verosímil cualquier supuesto que cuente una versión paralela de la historia. Parte del público se muestra dispuesta a defender a capa y a espada la versión alternativa de grandes hechos políticos, de muertes y de alunizajes. Posiblemente uno de los terrenos en los que se reproducen con más facilidad es todo lo relacionado con el Tercer Reich. Pese al paso del tiempo el tema genera interés siempre renovado pero las revelaciones reales cada vez son más escasas.
Los argumentos que sostienen los que niegan el suicidio de Hitler en el bunker son similares y trabajan sobre los mismos resquicios. Eisenhower y Stalin en algún momento expresaron sus dudas, nadie presenció el suicidio, hubo informes del FBI con las versiones múltiples, existirían grandes extensiones de tierra en la Patagonia que eran propiedad de nazis, Argentina acogió a muchos nazis, algunos testigos vieron al Hitler anciano reposar en Argentina.
Las versiones alternativas más difundidas cuentan a grandes rasgos este recorrido: Hitler y Eva Braun se fugaron del bunker bajo las bombas soviéticas, de alguna manera imprecisa llegaron a España y abordaron un submarino que los depositó en la Patagonia, en donde vivieron tranquilos y felices sin ser molestados por nadie aunque sin quedarse quietos, porque viajaron por diversos lugares del continente, desde Mar del Plata hasta Colombia. Hasta sostienen que la pareja tuvo dos hijas, una de las cuales sospechan podría ser Angela Merkel.
Hasta hace unas décadas, el escape y el establecimiento de Hitler tenía mucho que ver con el accionar de Martin Bormann. Pero la influencia de Bormann se fue difuminando desde que se comprobó fehacientemente que nunca salió de Berlín y que murió en mayo de 1945. Bormann sirve como ejemplo para otro aspecto más. Los cazadores de nazis con Simon Wiesenthal al frente lo buscaron en Argentina hasta comienzos de los años setenta sin estar convencidos de su muerte. A la mayoría de los jerarcas nazis que lograron escapar los persiguieron sin descanso, los rastrearon por cada rincón del mundo, dando con varios de ellos. Sin embargo ni Wiesenthal ni el matrimonio Klasfeld ni ninguna otra organización que persiguió a nazis fugados buscó nunca seriamente a Hitler, ni en Argentina ni en ningún otro sitio.
Son varios los que dicen haberlos visto a la pareja de Hitler y Eva Braun. Pero la mayoría de los que citan a estos testigos lo hacen reservando su identidad o revelando su testimonio recién una vez que ellos murieron. Nadie aportó pruebas efectivas de alguna de estas afirmaciones (alguien hasta usó una foto que en realidad era una imagen modificada y envejecida del Bruno Ganz de La Caída, la película que muestra los días finales de Hitler).
El otro ataque que hacen los que sostienen estas versiones alternativas es el de intentar el desprestigio genérico de las investigaciones historiográficas más serias. Atacan aquello que llaman “Historia oficial”. Sin embargo, los historiadores serios que estudiaron el nazismo coinciden en las circunstancias de la muerte de Hitler. Se basan en los testimonios de los otros habitantes del bunker, en sus expresiones de los días previos a los otros jerarcas nazis, en el testamento dictado a su secretaria, en los archivos que los rusos desclasificaron después de la caída del comunismo que demuestran que Stalin quiso sembrar la incertidumbre en sus socios, y en el estudio forense realizado por especialistas franceses de las piezas dentales de Hitler que fueron encontradas en el lugar.
El cráneo es otra historia. Porque el fragmento de cráneo que los soviéticos dijeron que era de Hitler, según un ADN perteneció en realidad a una mujer.
Uno de los puntos flojos de los que sostienen que Hitler escapó es el estado de salud del Führer para esa época. Unánimemente los testigos hablan de un decaimiento evidente y de señales claras de un parkinson que avanzaba con celeridad. Difícil imaginar una gran sobrevida y en buenas condiciones de ese ser ya alienado, enfermo y frágil. La respuesta de la versión alternativa es que en realidad quien padecía los temblores y el mal estado no era Hitler, sino su doble. Lo extraño es que no lo haya notado ninguno de sus colaboradores más cercanos, aquellos que estuvieron dispuestos a dar la vida y a acompañarlo hasta el final -aun aquellos que mataron a sus hijos antes de suicidarse ellos como el matrimonio Goebbels-.
No importa quién haya ayudado a Hitler. Algunos sostienen que Allan Dulles, el director de la CIA, fue el que le pidió a Perón que lo cobije. Otros cargan todo a la cuenta de Odessa y su omnipresencia. A ninguno le parece extraño que tanta gente conociera un secreto de estas dimensiones y todos hayan guardado silencio. O que ninguno de los muchos criminales nazis que vivieron en Argentina lo haya contactado o hubiera hablado de la estadía de Hitler en Argentina. O que el plan para alojarlo no solo suponía que lo conociera Perón sino muchísima más gente. O que las supuestas hijas no hubieran aparecido nunca más.
Muchos de los que publican estos trabajos, que generan un interés evidente y que suelen tener una interesante repercusión, cuentan en su trayectoria con trabajos negacionistas o son especialistas en teorías conspirativas.
Evans sostiene que esta “pseudohistoria ofrece un entretenimiento perverso en donde nada es lo que parece, y que convence al lector de que los académicos de la historia dominante ocultaron secretos terribles durante décadas”.
Evans en su libro afirma que los textos del argentino Ariel Basti carecen de pruebas documentales, que los testimonios son de segunda mano y que los testigos no proveen evidencia certera, solo dichos casi imposibles de corroborar.
Los que elaboran teorías conspirativas buscan percudir los estudios académicos y metodológicos. Ingresan, gracias a una narrativa ingeniosa y atractiva, en zonas en las que hacen dudar a su público, ávido por desconfiar (muchas veces con razón). “Si dañamos la credibilidad de los trabajos investigados adecuadamente se puede sustituir a la realidad por los mitos. Y si los historiadores serios se equivocan respecto a la muerte de Hitler pueden estar equivocados en todo lo demás, incluyendo el Holocausto y sus consecuencias”, afirma Evans.
Libros, películas, series y notas periodísticas difunden estas historias alternativas que muchas veces no deben molestarse en brindar pruebas ni siquiera en tensar los argumentos lógicos porque cuentan de antemano con la buena voluntad del lector, con una disposición previa para creer. Y según ese sesgo previo, el receptor puede creer que Hitler fue un traidor y un cobarde que puso a un doble en su lugar, que hizo morir por él a toda una nación, que escapó a un destino seguro y confortable (si Argentina lo fuera) mientras los demás sufrían. O alguien de una habilidad extraordinaria, que escapó pese a todo, que logró engañar a las mayores potencias, que no logró ser derrotado.
En la mayoría de las versiones esta es la línea que subyace: la supervivencia de Hitler marcaría su superioridad, la habilidad para no rendirse ante el enemigo, para seguir engañándolo, como una victoria, una especie de reivindicación postrera en la que Hitler se habría burlado de sus enemigos, de la justicia y de la muerte. Como si él pudiera reescribir la historia.
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