Marcia, la editora del film y esposa de George Lucas, lloraba. “Esto es horrible, esto es horrible”, repetía. No se sabe si hablaba de la película o de la reacción de ese grupo de amigos clasificados que había ido esa tarde de febrero de 1977 hasta su casa californiana. El matrimonio Lucas les había proyectado, por primera vez, un corte de Star Wars, su próxima película. Pero ese público prestigioso y cercano estaba espantado. Se imaginaban la caída del amigo, el fin de la carrera, el escarnio público. Algunos se preguntan qué habían visto. Y esa era una buena pregunta. Por más sencillo que pareciera todo, había nacido un nuevo lenguaje.
La aristocracia de Hollywood estaba en esa casa, la del matrimonio Lucas. Steven Spielberg, Brian De Palma, el crítico del New York Times Jay Cocks. A la mayoría les pareció ridícula, confusa, infantil. Un desastre.
Brian De Palma era uno de las más enfáticos: “¿Qué eso de La Fuerza? Esa cosa mística no puede funcionar. ¿Ese es el villano, Darth Vader? ¿No se podían haber esforzado un poco más? ¿Y qué son esas dos cosas ridículas que tiene la princesa en el pelo?”.
En el jardín, fumaba, solo, Alan Ladd Jr., productor de la película. No levantaba la mirada del piso, con su pie jugaba con las cenizas que él mismo tiraba. Parecía que en esas dos horas había envejecido varios años. Steven Spielberg se acercó y le dijo que no se preocupara, que le iría bien. Pero él también se equivocó. Se quedó corto, muy corto: “Va a recaudar cien millones”, le había dicho Spielberg a Ladd.
Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana... Esas palabras iniciales que corrían en un texto que hacía recordar los seriales de los cines continuados y de las primeras producciones televisivas se convirtieron en una especie de Había una vez moderno.
Ese prólogo, esas palabras iniciales, que parecen convencionales (que Brian De Palma se ofreció a reescribir luego de aquella función inicial), que evocan a lo clásico, van a provocar una pequeña revolución. El cine ya no sería lo mismo.
El concepto del cine como negocio y como entretenimiento se modificó a partir de Star Wars. La película mutó en franquicia y se transformó en un inmediato fenómeno popular. De pronto, se borraban los géneros y las brechas generacionales. ¿Era una película infantil? ¿Era exclusiva para adultos? Esas preguntas que hoy suenan obsoletas, estaban muy presentes en el momento de su estreno y debían tener una respuesta unívoca.
El film de George Lucas produjo una revolución. Introdujo cambios en varias facetas de la industria. En los efectos especiales, en el sonido, en marketing, en el merchandising, en tratamiento de una marca cinematográfica, en la explotación de las secuelas.
Si dos años antes Tiburón de Steven Spielberg fue el punto de partida de los tanques veraniegos (Blockbusters), Star Wars Inauguró lo de la película como experiencia, como evento (casi social).
Hay espadas luminosas, personajes peludos, robots medio descuajeringados, una extraña cantina, luchas intergalácticas, una princesa, dos personajes masculinos contrapuestos, una maestro, un villano sin dobleces.
Es una historia y unos personajes bastante convencionales, poco novedosos, con escasa profundidad aunque con un envase nunca visto. El concepto visual, sonoro y comercial marcaban un camino absolutamente original.
Star Wars es cursi, pero también divertida, emocionante, repleta de suspenso y con guiños atemporales, con conflictos universales. Entre tantos trajes plásticos, robots, naves espaciales, robots y efectos especiales, la película tiene otra cosa que es fácilmente reconocible. Star Wars tiene corazón.
Antes de seguir, antes de meternos en la lenta construcción del film que dio inicio al universo creado por George Lucas, una digresión: existe una brecha generacional insalvable, una distancia que nadie podrá saltar, una grieta definitiva que se manifiesta según la manera en que uno llame a la película original. Los que éramos chicos en el momento de su estreno, los que la vimos en el cine la seguiremos nombrando como La Guerra de las Galaxias o en su defecto Star Wars. Sin mención a episodio alguno. Los de los nuevos generaciones, los que tienen interiorizado cada movimiento de la franquicia la llaman con su actual nombre Episode IV: Una Nueva Esperanza ( A New Hope). Ya no es la primera, si no la del medio, la que inicia la segunda trilogía, la cuarta de un conjunto de nueve (o de muchas más con sus desmembraciones y Spin Off) pergeñadas por George Lucas.
George Lucas presentaba THX 1138, primera película producida por Francis Ford Coppola, que fracasó en taquilla. Cuando después del estreno se reunió con un ejecutivo por primera vez, en Cannes, le contó la idea de American Graffiti, siguiendo un consejo de Coppola para que olvidara las intenciones de filmar ambiciosas ideas de ciencia ficción. Obtuvo 10.000 dólares para desarrollar el proyecto. Pero antes de que terminara la reunión, le preguntaron si tenía alguna otra idea en mente. Él sacó de la manga su viejo anhelo: “una historia de ciencia ficción, una especie de Flash Gordon”, dijo. El productor le respondió que firmarían que el acuerdo incluiría las dos historias.
Había otra película que quería filmar George Lucas, que rondaba por su cabeza y de la que había escrito algún tratamiento; era una adaptación de El Corazón de las Tinieblas de Joseph Conrad ambientada en Vietnam, es decir Apocalypse Now.
Nadie creía demasiado en Star Wars. Sólo Alan Ladd Jr. se animó a contratar el proyecto. El arreglo fue rápido. Le ofreció a Lucas 15.000 dólares para desarrollar el proyecto, 150.000 por escribirla y dirigirla, más un bono de 10.000 y 3 millones de dólares de presupuesto. Pero cuando American Graffiti triunfó, un agente le dijo al director que debía renegociar sus honorarios. “Ahora sos un director de 500.000 dólares”, trató de convencerlo. Pero Lucas se negó. El ya había dado su palabra. Lo que sí sucedió después fue que el presupuesto debió ajustarse y lo llevaron hasta los 10 millones de dólares de los cuales el cuarenta por ciento serían destinados a los efectos especiales.
Los directores suelen cobrar de acuerdo al presupuesto. Eso sumado al éxito de su anterior película lo habilitaban a pedir un aumento. Era más que probable que lo obtuviera. Lucas realizó un pedido diferente que fue aceptado de inmediato: solicitó conservar los derechos para las posibles secuelas y con los derechos del merchandising. “No lo hice porque pensé que me iba a hacer millonario. Lo hice porque quería conservar esos derechos y hacer lo que quisiera” explicó Lucas, que no quería que hubiera productos de mala calidad con el nombre de su película. Fue, sin duda, mejor decisión, la más extraordinaria negociación -guiándonos por sus resultados- de la historia de Hollywood.
Con ese permiso el estudio perdió miles de millones de dólares. Lucas vio algo que los ejecutivos no pudieron ver. El mundo, el negocio estaba cambiando. O, tal vez, los del estudio ni siquiera pudieron preverlo porque el que cambió el mundo fue George Lucas con su película. Posters, juguetes, muñequitos, cartas, cuadernos, revistas, libros, remeras y cualquier otro producto que uno pudiera imaginarse quiso tener la marca y los personajes de Star Wars.
Lucas empezó a escribir en 1973. El primer título del trabajo fue The Journal of the Whills. En 1975, en un segundo draft en el que, a diferencia del anterior, ya había muchos elementos que después aparecerían en el producto final, el título era Adventures of the Starkiller.
En cada una de las versiones había un hilo argumental que podía reducirse a un chico del campo, un granjero rescata a una princesa y se convierte en un héroe intergaláctico. Originalmente, Lucas quiso filmar Flash Gordon, aggiornar esa historia. Pero los derechos estaban vendidos. Así que se puso a crear su propio Flash Gordon. Además del héroe que lucha en galaxias extrañas le sumó elementos de las películas de Akira Kurosawa, en especial de The Hidden Fortress, de los Westerns y hasta los documentales de los directores norteamericanos de la Segunda Guerra Mundial. Pero también se inspiraba en momentos de su vida cotidiana. Un día que vio a su perro Indiana, un Alaska Malamute, bien peludo, en el asiento del acompañante del auto, mientras su esposa manejaba, se le ocurrió Chewbacca. Otra inspiración: mientras trabajaban en la post producción de American Graffiti, el editor de sonido Walter Munch etiquetó algo como Reel 2 Dialogue 2; como era muy largo, lo redujo a una nomenclatura R2D2. A Lucas le gustó el sonido de la palabra que se formó y lo guardó en su memoria para usarlo más adelante (Gran mérito de la traducción el Arturito, debe decirse).
Ya con 1975 muy avanzado, terminó una nueva versión del guión que se llamaba Episode 1: The Star Wars. Allí aparece una influencia que se suma a las fuentes heterogéneas: Carlos Castaneda y las Enseñanzas de Don Juan. El personaje inspirado en el libro se llama, en esta versión, General Ben Kenobi.
El último guión, la cuarta versión, estuvo listo menos de dos meses antes del inicio del rodaje, en enero de 1976. Pero George Lucas no estaba conforme todavía. Sabía que aun era endeble. Sin embargo, el trabajo de pre producción sería tan exigente que ya debían contar con algo más definitivo para trabajar.
En diciembre de ese año se hizo el casting. En algún momento George Lucas consideró que Jodie Foster podía ser una buena Princesa Leia. Pero a la recta final llegaron dos tríos con posibilidades. Will Setzer, Terri Nunn y Christopher Walken versus Mark Hammill, Carrie Fisher y Harrison Ford. Ya sabemos quién ganó.
Esta segundo trío era menos formal, más liviano, menos intenso que el primero. A Carrie Fisher la obligaron a bajar de peso. Y Harrison Ford se quedó con el papel al final del proceso. Lucas no lo quería porque ya había actuado en American Graffiti y no deseaba repetir miembros del elenco. Pero tenían una amistad y le pidió que lo ayudara en los castings, para que actuara con los diferentes candidatos. En esas pruebas, el director se dio cuenta que no iba a encontrar un Hans Solo mejor que ese.
Aunque ahora que no podamos imaginarnos a Luke, Leia y Hans interpretados por otros actores, en ese momento las elecciones de Lucas no convencía a nadie. El productor general Alan Ladd Jr. quería nombres importantes, conocidos. Se tuvo que conformar con Sir Alec Guinness para Obi Wan Kenobi. Guinness detestaba la ciencia ficción pero necesitaba plata para producir una obra de teatro en Londres, así que aceptó la oferta no sin antes darse cuenta de la necesidad que el proyecto tenía de grandes nombres, por lo tanto pidió algo más: un porcentaje de las ganancias. Star Wars lo transformó en millonario.
A David Prowse le dieron a elegir entre Chewbacca y Darth Vader. Eligió el villano porque no quería quedar escondido en el disfraz de un animal, no quería ser invisible. Al finalizar su primera prueba de vestuario, Prowse estaba desolado. Comprendió que nadie vería su cara, que nadie lo asociaría con el personaje.
A fines de marzo de 1976, hace 45 años, empezaba el rodaje. El lugar elegido era el desierto tunecino, un sitio ideal para mostrar tierras áridas y secas. John Barry, el director de arte del film, ya lo había utilizado unos años antes para una adaptación de El Principito. Pero el primer problema fueron las tormentas. Cuatro días de diluvio ininterrumpido. Algo totalmente inesperado e inoportuno. Hacía siete años que no llovía en el lugar. El temporal destrozó decorados y varios robots. Cuando pudieron empezar a filmar varios de los actores se descompusieron por la comida local y los mecanismos de R2D2 y C-3PO no funcionaban. Todo era más difícil de lo que Lucas imaginaba. Su falta de experiencia era un inconveniente para un proyecto de esta magnitud, de estas ambiciones. Pero al mismo tiempo, una ventaja. De haber sabido más, no lo hubiera encarado.
El rodaje en Túnez duró dos semanas, después siguieron en unos estudios londinenses. El director estaba devastado. Había logrado plasmar la mitad de lo que había imaginado. La película iba camino al desastre.
Los actores se reían a veces de sus líneas de diálogo. Les parecían irreales, solemnes. A veces hasta las cambiaba
n. George Lucas se acercaba a ellos y con gesto duro, les decía que no cambiaran nada. Esto es muy serio, repetía. Episodios de ese tipo muestran que había algo más que el ego herido del guionista. Había un convicción, un saber hacia dónde se dirigía, cuál era la línea de llegada.
Los directivos de MGM estaban asustados. Cuando veían lo filmado hasta el momento, Lucas les explicaba qué faltaba en cada escena. “Ahí va una gran nave espacial”, explicaba. En más de una oportunidad amenazaron con dar de baja la filmación y aceptar que lo invertido hasta el momento pasara a pérdida. El presupuesto se excedió en más de un millón de dólares y el rodaje duró veinte días más de lo previsto.
En Estados Unidos mientras tanto se trabajaba en los efectos especiales. Lo que quería Lucas era imposible. O al menos no se había hecho hasta el momento. No alcanzaba con lo que la industria había desarrollado hasta el momento. Al director no se le ocurrió resignarse ni rendirse. El camino más natural le pareció crear su propia empresa de efectos especiales que pudiera desarrollar las ideas y la tecnología para conseguir que sus ideas se vieran en la pantalla. Así fue que fundó Industrial Light & Magic.
Cuando terminó de filmar en Londres, Lucas fue hasta Estados Unidos y descubrió que sólo se había finalizado uno de los 360 efectos especiales requeridos. Esa misma noche internaron al director de 33 años con dolores en el pecho. A los dos días, al salir del hospital, tomó el control de ILM y estableció un cronograma espartano de acción.
También despidió al montajista. Y él y su esposa Marcia se dedicaron a la tarea. El tiempo los acosaba. También los directivos del estudio que amenazaron con sacarle el negativo y llevar la película a las salas con un corte diseñado por ellos. Hasta quisieron eliminar, por su complejidad, la escena del ataque en la Death Star, el clímax del film.
Los ejecutivos de Fox nunca le vieron futuro a la película. Por eso cedieron el merchandising, por eso planearon un estreno acotado. Ni siquiera cuando los efectos especiales se incorporaron o cuando la música de John Williams hizo su aparición. La música de Williams o el diseño visual imaginado por Ralph McQuarrie fueron aportes invalorables al universo Star Wars. Estaban convencidos que ese verano las películas taquilleras serían El Salario del Miedo de William Friedkin y Más allá de la Medianoche. Y que la película de ciencia ficción del año sería Damnation Alley (¿alguien la recuerdo hoy?)
El 1 de mayo de 1977 hubo una función de preestreno en San Francisco. Marcia y George Lucas se hundieron en las butacas a esperar la reacción del público. Alan Ladd Jr. no aguantó y salió de la sala. Pero debió volver al escuchar un estruendo. Era el público que gritaba y se agitaba con las vicisitudes de sus protagonistas. Cuando Hans Solo llega a la nave a último momento se produjo una explosión. “Nunca antes o después vi una cosa igual en un cine. En ese momento supe que sería un éxito”, dijo Ladd.
Pero el estudio seguía sin confiar. La estrenó el 25 de mayo de 1977 en sólo 40 salas. Al poco tiempo Star Wars ocupaba más de 800 cines a lo largo de Estados Unidos. El fenómeno había explotado. Las imágenes de C3PO y R2D2, del trío protagónico, de Darth Vader o de los Storm Troopers estaban en todas las tapas de revistas, en los posters y en las jugueterías.
Esa primera película recaudó más de 550 millones de dólares en ese momento (luego casi duplicó esa cifra). Pero la totalidad de la saga vendió entradas por más de 10 mil millones de dólares. Número que se duplica si se suman el merchandising y demás derechos.
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