1. Sarah eligió caminar por caminos seguros e iluminados de la ciudad.
2. Sarah se vistió con colores llamativos.
3. Sarah tenía zapatillas para correr.
4. Sarah habló por el celular con su novio para contarle que estaba volviendo a su casa.
5 .Sarah Everard no tenía puesta una “provocadora” minifalda.
6. Sarah Everard trabajaba mucho.
7. Sarah Everard tenía una familia funcional, que se preocupaba por ella.
8. Sarah Everard no estaba borracha.
9. Sarah Everard no estaba drogada.
10. Sarah Everard se portaba bien.
A pesar de eso, no pudo llegar a casa.
Los “diez mandamientos” que impone la sociedad patriarcal para que las mujeres creamos que se puede circular seguras, como tantas veces, no alcanzaron. Sarah Everard tenía 33 años y solo deseaba llegar a casa esa noche y dormir como cualquiera. A salvo de los malos.
Pero no. Sarah Everard se convirtió en víctima el 3 de marzo de 2021. Y devino en emblema de marchas y protestas por la inseguridad que enfrentamos las mujeres del mundo en las calles.
El tiempo vuela en el hogar del Big Ben
Era miércoles y Sarah, ejecutiva de marketing, había ido a comer a lo de una amiga en el barrio de Clapham, al sur de la ciudad de Londres. Luego de la comida, emprendió el regreso. Salió del departamento ubicado en la calle Leathwaite a las 9 en punto de la noche. Serían unos cincuenta minutos de caminata hasta su propia casa en Brixton Hill. En tiempos de coronavirus caminar al aire libre despeja. Hacía frío, iba abrigada y con ropa -como suele recomendarse para mujeres solas en las calles casi desiertas por la soledad de la cuarentena- de colores llamativos. Recorrería los tres kilómetros con cómodas zapatillas verdes y rojas, un barbijo rosado y un gorro de lana blanco encasquetado hasta las cejas. Se despidió de su amiga y partió. Apenas comenzó la caminata llamó a su novio Josh Lowth desde su celular. Estuvieron conversando durante catorce minutos. Sería la última llamada de su vida. El celular jamás volvió a ser usado, ni fue encontrado todavía.
Una cámara callejera capta a Sarah a las 21.15. Va caminando sola, hablando por el teléfono con Josh con el barbijo colocado. Lleva su campera campera verde brillante abierta sobre un saco colorado que asoma y una remera blanca. El pelo alborotado y rubio emerge bajo el gorro. Sus pantalones estampados atrapan la mirada. Su imagen es pura vida y color.
A las 21.28, la registra un video de una puerta de una casa. A esa hora ella corta la llamada. A las 21.32 la cámara de un auto de policía la toma otra vez. A las 21.35, la CCTV de un ómnibus de pasajeros captura la escena de dos figuras en la calle Poynders donde también se observa un auto Vauxhall Astra blanco con sus luces intermitentes encendidas. Otra filmación, desde otro ómnibus, ve el mismo auto con las dos puertas delanteras abiertas.
Eso es todo.
Diez días de ausencia y una detención
El 4 de marzo Sarah falta a una reunión laboral y a un encuentro con su novio Josh Lowth (33, director de marketing de MA Exhibitions), que vivía a unas pocas cuadras de donde lo hacía ella. Él no puede comunicarse con Sarah porque el teléfono parece apagado. Se asusta y reporta su desaparición a la policía. Josh con su familia y sus amigos se adelantan a la investigación policial y distribuyen flyers por las redes e imprimen posters que pegan por las calles.
El 6 de marzo, la policía Metropolitana de Londres eleva el nivel de alarma por la desaparición de Sarah diciendo que está fuera de toda “normalidad que ella no se contacte con su familia y amigos”. Dan a conocer una de las imágenes de las cámaras de la calle y muestran el itinerario que fue siguiendo para dirigirse a Brixton.
La policía va casa por casa, rastrea, pregunta, habla con unos 750 vecinos. Quiere saber sobre las personas que pudieran haber estado manejando cerca de la calle Poynders y pide al público que, si tienen cámaras en sus autos, las revisen. La empresa Uber colabora pidiéndole a sus 45 mil conductores londinenses que también lo hagan y aporten cualquier dato por menor que parezca.
El 8 de marzo, la policía reconoce estar abierta a todas las posibilidades. Es el Día Internacional de la Mujer y Josh postea desesperado: “Sarah todavía está desaparecida. Por favor compartan este post para ayudarnos a encontrarla. Hoy más que nunca nosotros extrañamos a nuestra fuerte y bella amiga”
El 9 de marzo, botes y buzos sondean el lago del parque Clapham Ponders. Perros entrenados la buscan por las calles y los parques cerca de donde fue vista caminando aquella noche.
Descubren que el vehículo blanco que se ve en la filmación con las puertas abiertas fue alquilado en Dover y que fue visto por más cámaras cuando deja la ciudad de Londres en dirección hacia Kent.
El 10 de marzo por la mañana, estalla la noticia: la policía anuncia que, al filo de la medianoche anterior, ha arrestado en Kent a uno de los suyos. El sospechoso es policía de la Metropolitana y está en actividad. La novedad corre encendida como la pólvora. El comisionado adjunto de la Metropolitana, Nick Ephgrave, se dirige al centenar de periodistas que se ha congregado en el exterior del edificio de New Scotland Yard y reconoce que las circunstancias son “shockeantes y profundamente perturbadoras”.
En los días que siguen se va sabiendo más a cuentagotas: el sujeto llamado Wayne Couzens, es un oficial que trabaja en la seguridad de las calles que rodean al Parlamento y la zona de embajadas. Registran su casa y un antiguo garaje de la familia Couzens en Dover, cerca de los Acantilados Blancos.
La peor noticia
El 10 de marzo, a las 16.20, en una zona boscosa llamada Hoad ‘s Wood, en Ashford, en el condado de Kent, detrás de un complejo en desuso de golf, se encuentran restos humanos dentro de una gigante y resistente bolsa de las que se usan para la construcción. El 12 de marzo esos restos son identificados por sus registros dentales: es Sarah. Estaba a 80 kilómetros de donde había desaparecido.
La primera autopsia resulta inconclusa, el patólogo forense no puede explicitar una causa médica certera para su muerte. Aunque confirma que no ha sido por ninguna enfermedad preexistente. Se pide una segunda autopsia. Los resultados hasta la fecha no han sido publicados.
Luego de este segundo análisis, el cuerpo es entregado a su familia para que se celebre el funeral. A ellos, se cree, les habrían dado más detalles de las pesquisas.
Sarah nació en Surrey, en 1987, pero creció con sus padres (Sue y Jeremy) y sus hermanos mayores (Katie y James) en York, donde su familia todavía reside. Jeremy tiene un doctorado y se desempeña como profesor de Electrónica en la Universidad de York; Sue, trabaja para una organización benéfica. Lo ocurrido con la menor de sus hijos los ha quebrado.
Luego de haber terminado la secundaria en el colegio Fulford, Sarah ingresó en la Universidad de Durham, donde estudió Geografía entre los años 2005 y 2008. De ojos azules, rubia y contextura pequeña, apenas llegaba el metro sesenta de altura, Sarah era conocida por su excelente humor y su carácter empático. Su primer trabajo fue en la empresa de marketing Proximity. En septiembre de 2009, fue contratada por otra agencia creativa, Rapier Consumer Agency, como gerenta de cuentas.
Sarah era una apasionada por los viajes. En el año 2013, decidió tomarse seis meses para viajar por todo Sudamérica. Al momento de ser asesinada, era directora de cuentas de McCormack & Morrison.
Padre, marido, policía y... asesino
Wayne Couzens ofrecía, según los prejuicios que suelen asistirnos, una imagen de policía confiable. De aspecto prolijo y espesas cejas rubias, se desempeñaba en un área estratégica de Londres donde el turismo y los londinenses solían confluir de a miles cada día.
Se había unido a la policía metropolitana de Londres en septiembre de 2018 y fue asignado a la protección del Parlamento británico y de la zona de embajadas.
Por esos días previos a la desaparición de Sarah, Couzens había protagonizado un altercado en un McDonalds por una “exposición indecente”. No se sabe qué pasó con este registro policial de su conducta inapropiada.
El 2 de marzo Couzens empezó su turno de 12 horas a las 19. Luego tendría unos días libres y debería volver a presentarse en su trabajo el día 8 de marzo. Pero no fue así, porque el 5 de marzo Wayne Couzens (48 años, casado, con dos hijos y residente en una casa en Deal, Kent) reportó a sus jefes que estaba sufriendo estrés. El 6 de marzo le mandó un mail a su supervisor diciéndole que no quería portar más armas de fuego. Era muy raro su comportamiento.
El 9 de marzo a las 23.54 fue arrestado en su propia casa. El auto blanco que se vio detenido en las cámaras, en la zona donde desapareció Sarah, había sido alquilado por él.
Luego de declarar, volvió a su casa, pero fue arrestado nuevamente un día después, luego de que fueran descubiertos restos humanos en un bosque.
El 11 de marzo, Couzens fue internado con golpes en su cabeza que habrían ocurrido mientras estaba solo en su celda. Retornó a su lugar de detención, pero veinticuatro horas más tarde hubo un segundo episodio por el que también tuvo que ser atendido. Había sido encontrado inconsciente por otro golpe en la cabeza.
El 13 de marzo, Couzens asistió a la audiencia con el Tribunal de Magistrados de Westminster. Llegó en una van azul, de la que bajó a las 10.30 vestido con un buzo gris. Tenía una herida en su frente. Se sentó entre dos oficiales y solo habló para confirmar su nombre y brindar datos personales. Quedó con prisión preventiva.
El 16 de marzo, vía videoconferencia, compareció desde la Prisión de Belmarsh en la audiencia de The Old Bailey. Se lo acusó por el secuestro y asesinato de Sarah Everard.
El juicio se celebraría entre el 9 de julio y el 25 de octubre de 2021.
Mientras tanto, su mujer Elena (quien es nacida en Ucrania) fue vista por primera vez en público desde que su marido fue arrestado. Los testigos notaron que ya no llevaba su anillo de casamiento. Más tarde, la vieron dejando su casa familiar, cargada de bolsos y valijas.
Una marejada de protestas
La trágica historia de Sarah Everard se ha convertido en un símbolo de la inseguridad a la que las mujeres de Londres, y también del planeta, se sienten sometidas. Y abrió un abanico de protestas que han generado un profundo debate en el Reino Unido.
El 10 de marzo se realizó una vigilia de silencio frente al edificio de New Scotland Yard. El primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, salió a decir el 11 de marzo, que estaba “shockeado y profundamente triste” y que deberían “trabajar rápido para encontrar todas las respuestas en este horrendo crimen”. El alcalde de Londres, Sadiq Khan, aseguró tener el corazón roto por el caso y reconoció que las calles de Londres no son seguras para mujeres y chicas.
La ira fue in crescendo. ¿Por qué se les pedía a las mujeres que se quedaran seguras en sus casas y no a sus atacantes hombres que eran los culpables? El grupo Reclaim These Streets (Reclamen estas calles) convocó a otra vigilia nacional para el 13 de marzo. Después de agrias discusiones con la policía la protesta fue cancelada. La policía esgrimía que iban a romper las restricciones impuestas debido a la cuarentena por COVID-19 y anticipaba que podrían ser arrestadas. Se suspendió oficialmente, pero a pesar de ello miles de mujeres asistieron igual en distintas ciudades británicas. No querían ser acalladas. El coro de voces se hizo sentir e inspiraron los hashtags #ReclaimTheseStreets (Reclamen estas calles) y #TextMeWhenYouGetHome (Mandame un mensaje cuando llegues a casa). Sostenían que era muy injusto que se les impidiera salir a la calle cuando era a los hombres a quienes se les debería exigir cambiar su conducta hacia las mujeres. Rothna Begum, dedicada a los derechos de género en Human Rights Watch, le dijo a NBC News: “Creo que la razón por la que la muerte de Sarah nos shockeó tanto es porque podríamos haber sido cualquiera de nosotras. A las mujeres siempre nos han dicho cómo mantenernos a salvo, pero la carga debería estar puesta en los hombres. Son ellos los que están matando mujeres”.
Las protestas mostraron los dientes cuando se supo que en el parlamento inglés se estaba discutiendo una controvertida ley que si bien, por un lado, endurece sentencias contra violaciones y otros delitos sexuales, por otro, le otorgaría a la policía mayor poder para terminar con las protestas imponiendo multas de 3000 euros y penas de hasta diez años de cárcel.
El 13 las mujeres se manifestaron de todas maneras. Incluso Kate Middleton, la mujer del príncipe Guillermo de Inglaterra, asistió sin séquito ni fotógrafos oficiales y dejó unas flores. Pero el evento fue reprimido duramente por la policía que arrestó a muchos por crear desorden público y quebrar las restricciones.
La Metropolitana, de la cual el asesino era parte, arrestando gente y caminando sobre las ofrendas florales para Sarah fue demasiado. Se generó una segunda ola de repudio y furia.
El alcalde Khan tuvo que salir a admitir que la actuación de la policía no había sido ni proporcionada ni apropiada. La gente pedía la renuncia del número uno de la policía. Algo que todavía no ha ocurrido.
El 14 de marzo más de mil personas marcharon otra vez. La policía esta vez se contuvo.
Las conquistas no son pocas. Hasta el domingo 21 de marzo se había juntado más de medio millón de libras esterlinas para diferentes causas femeninas; el tratamiento de la polémica ley parece haber detenido su marcha por el momento; trascendió que la misoginia iba a ser catalogada como un crimen de odio dentro del proyecto de ley de Abuso Doméstico; desde la segunda mitad del año se les pedirá, a los agentes policiales, que registren e identifiquen los delitos que la víctima considere que se deben a una hostilidad basada en el género. Además, se anunció que el gobierno piensa invertir 30 millones de euros adicionales para mejorar la iluminación de las calles, el sistema de vigilancia por cámaras y colocar agentes de policías encubiertos en pubs y clubes nocturnos en todo el Reino Unido.
Los detalles de lo ocurrido y el total esclarecimiento sobre cómo murió Sarah quedarán para más adelante, quizá para cuando se celebre el juicio. ¿Tenía el asesino planeado un ataque? ¿Cómo la abordó y la sometió? ¿De qué manera fue asesinada Sarah? ¿Será la única víctima de Couzens? Por ahora, esto es una incógnita. El caso de Sarah recién comienza a develarse.
Su muerte ha desbordado el vaso de la paciencia: todas sienten que Sarah es cada una de ellas. La ola se está armando y parece que, esta vez, será muy alta.
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