Kathy Gillcrist (63) sentía, desde hacía mucho tiempo, enorme curiosidad por sus raíces y deseaba encontrar algún pariente sanguíneo. Comenzó su búsqueda en 2017, cuando le dio “sí” a una pregunta de la empresa experta en biotecnológica 23andMe. Esta compañía, que se dedica a comparar y testear ADN, suele enviar la pregunta si se desea conocer a alguien de su misma sangre. Esta vez, Kathy clickeó en el casillero que decía “sí”. Y avanzó. Compró el kit, rellenó papeles, se hizo el test con una muestra de su saliva y envió todo junto.
Los resultados de su ADN llegaron relativamente pronto: habían encontrado una coincidencia con alguien en un banco de datos. Esa persona era una prima tercera de Kathy, llamada Susan Gillmor, que vive en Portland. Curiosamente, Susan, que hoy tiene 71 años, era una exitosa genealogista de la zona. Había ayudado a mucha gente a reencontrarse con sus familias biológicas. Era la persona indicada para ayudarla. Enseguida se ofreció para intentar encontrar respuestas a la historia de Kathy. Empezó a dibujar árboles familiares, a revisar papeles y archivos y a hablar con parientes. La investigación llevó años.
“Nos sentimos conectadas desde el primer momento. Hemos sido amigas desde entonces”, reveló Susan quien también le dijo al noticiero 10News, “cuando tengo un hilo para seguir, me convierto en un pitt bull”. Exactamente, eso fue lo que hizo. Gracias a ella, se llegaron a completar las ramas de ese árbol genealógico oculto, por décadas, tras un frondoso follaje de mentiras.
Lo primero que Susan hizo fue rastrear a esa madre que había dado en adopción a Kathy en el año 1957. Resultó ser una joven del estado de Maine, que se había casado con solo 17 años, había tenido una bebé, la había dado en adopción y se había separado. Todo en un lapso breve de tiempo. Vale aclarar que Kathy eligió no dar a conocer el nombre de su madre, para proteger a sus hermanos del acoso mediático.
Encontrar al padre sería una tarea mucho más compleja porque en el acta de nacimiento, la madre había asentado un nombre falso. A Susan los desafíos la apasionan así que, poco a poco, empezó a encastrar las piezas del rompecabezas. La clave estaba en los secretos familiares y en las historias no contadas.
“Nos llevó un año descubrir qué parte de mi rama familiar era la de Kathy. Había docenas de candidatos que podían ser el padre. Empecé a chequear a todos”, explica. La pista crucial la encontró en un aviso fúnebre de otro pariente que habían encontrado por el ADN. Ahí surgía que el padre biológico de Kathy Gillcrist se llamaba William Bradford Bishop Jr. Feliz, Susan tipeó el nombre en su computadora... y comenzó otra historia.
El más buscado por el FBI
Susan googleó y lo que Internet le devolvió fue surrealista. William Bradford Bishop Jr no era cualquier hombre. Era uno de los diez criminales más buscados, nada menos, que por el FBI. Rechequeó la información y todo coincidía.
Tomó coraje y llamó a Kathy: “Tengo novedades para vos, pero sería mejor que estuvieras sentada para escucharlas”. Kathy, divertida, respondió: “¿Es alguien famoso?”. Con humor negro, su prima, titubeó: “Uh, yeah, yeah, sí ¡lo es!”. Acto seguido, le dijo que el nombre de su padre era William Bradford Bishop Jr.
Luego, vendrían las explicaciones: que había sido un oficial de los servicios de inteligencia norteamericanos en el extranjero y que todavía era un fugitivo de la justicia. Porque Bishop es, desde la década del setenta, uno de los homicidas más rastreados por el gobierno norteamericano. En abril de 2014, el FBI lo incluyó en la lista de los diez más buscados por asesinato. Allí estuvo hasta junio de 2018, cuando pasó a segundo plano, para dar espacio a nuevos delincuentes.
Pero, ¿por qué era buscado?, ¿qué había hecho?
Precuela de 5 asesinatos
Todo comenzó, o podría decirse que terminó, en marzo de 1976 cuando, con 39 años, Bishop mató a su madre de 68 años; a su mujer de 37 y a sus tres hijos de 5, 10 y 14 años, en Bethesda, Maryland, y huyó para siempre.
Rebobinemos y veamos de dónde venía y quién era. Bishop nació el primero de agosto de 1936, en Pasadena, California. Sus padres eran Lobelia Amaryllis (de origen canadiense) y William Bradford Bishop Sr. Terminado el secundario, se graduó en Estudios Americanos en la Universidad de Yale en 1959 y, luego, realizó una maestría en italiano en la Universidad de Middlebury. Para ese entonces Kathy ya había nacido y entregada en adopción. Aunque no sabemos a ciencia cierta si el enigmático Mister Bishop supo algo de su existencia.
Una vez recibido, Bishop se casó con su compañera del secundario Annette Kathryn Weis, con quien tuvo tres hijos varones. Paralelamente, entró a la Armada de los Estados Unidos donde pasó cuatro años trabajando en contrainteligencia. Dueño de una mente brillante y muy perfeccionista, Bishop aprendió a hablar con fluidez varios idiomas: italiano, francés, español y serbo-croata. Terminado su trabajo en la Armada entró al Departamento de Estados de los Estados Unidos, donde se enroló como oficial de inteligencia en el Servicio Exterior. Para eso había estudiado tantas lenguas. Estuvo destinado en las ciudades italianas de Verona, Milán y Florencia. En esos años, siguió estudiando en las universidades locales. El paso siguiente fueron dos años en África: Addis Abeba, en Etiopía, y Gaborone, en Botswana.
A partir de 1974, volvió con su familia a los Estados Unidos para trabajar en las oficinas centrales del departamento de Estado en la ciudad de Washington, como asistente jefe de la división de Actividades Especiales y Tratados Comerciales. Vivía con su familia y su madre Lobelia, en la ciudad de Bethesda, Maryland, a solo doce kilómetros de Washington. Una linda casa, un excelente barrio arbolado, una vida aparentemente feliz. Pasaban vacaciones en la playa, iban a esquiar y los chicos concurrían a buenos colegios. No les faltaba nada.
Pero la verdad es que Bishop no estaba conforme, no le gustaba nada trabajar detrás de un escritorio.
Bishop, que había obtenido una licencia para pilotear aviones pequeños cuando vivió en África, que adoraba las motos, acampar, el ejercicio y la vida al aire libre, se sentía acorralado. A él también le gustaba leer, el buen whiskey, la comida picante y los ambientes organizados y prolijos. Su personalidad intensa y egocéntrica, podía ser por momentos volátil y presentar altibajos de ánimo. Tenía, además, serios problemas de insomnio y tendencias depresivas que trataba con un psiquiatra. Más allá de estas particularidades, antes de ese día de marzo, nada en su historia hacía pensar que sería capaz de algún crimen espantoso.
Crímenes de sangre
El lunes primero de marzo de 1976, luego de enterarse de que no recibiría el ascenso que había pedido, Bishop (cuyo sueño era ser embajador de su país en algún buen destino) le dijo a su secretaria que no se sentía bien y que iría a ver a un doctor. Dejó su oficina y manejó hacia su banco donde sacó de su cuenta varios cientos de dólares. Luego, condujo hacia el shopping Montgomery donde adquirió un martillo pesado, de los que se utilizan para romper grandes piedras, y un bidón para combustible. De allí, se dirigió a una estación de servicio y llenó el tanque de nafta de su auto Chevy Malibú familiar -modelo 1974- y, también, el bidón. Poco después, fue a otro negocio para comprar una pala y un tridente.
Ya tenía todo preparado para volver a su casa en el número 8103 de la calle Lilly Stone Drive, en Bethesda. Llegó, estacionó y abrió la puerta de entrada poco antes de las ocho de la noche. Desde aquí, lo que contaremos, son las suposiciones derivadas de los peritajes de los especialistas en escenarios criminales.
La primera en estrenar el pesado martillo fue su mujer Annette, que fue sorprendida leyendo. Los golpes fueron directos a su cabeza. Con el martillo en mano, Bishop subió al piso superior y fue, cuarto por cuarto, dejándolo caer con violencia sobre la cara y cabeza de cada uno de sus tres hijos. William Bradford III de 14 años, Brenton de 10 y Geoffrey de 5, fueron hallados en pijama, en sus camas, con sus cráneos destrozados. A Lobelia, su madre, tuvo que esperarla. Había ido a pasear al perro. Bishop amaba a Leo, el golden retriever de la familia. Cuando su madre llegó repitió los martillazos.
Nadie sabe si alguno de ellos vio venirse la muerte. Pero la secuencia mortal quedó demostrada por los patrones de las salpicaduras de sangre que analizaron los expertos.
El único ser vivo de la casa, aparte del novel asesino, era Leo, la mascota. Bishop subió los cuerpos y al perro a su coche y manejó hacia Carolina del Norte, unos 450 km. ¿Habrá encendido la radio? ¿Habrá derramado alguna lágrima? ¿Habrá pisado el acelerador con asesina alegría por sentirse liberado de sus ataduras? Se desconoce qué pudo pasar en su cerebro durante esas seis horas de viaje.
Bishop sabía muy bien a dónde se dirigía. Se adentró en una zona boscosa en la mañana del 2 de marzo. Bajó sus herramientas y cavó un pozo poco profundo. Tiró allí a los cadáveres, los roció con la gasolina del bidón y encendió la hoguera.
Por la tarde, se compró unas zapatillas nuevas en un negocio de Jacksonville, en el estado de Carolina del Norte. Las que llevaba habían quedado arruinadas por la noche salvaje. Varios testigos dijeron haberlo visto con su perro.
Con su nuevo calzado y su nueva vida enfiló el Chevy familiar hacia Great Smoky Mountains y... se evaporó. Desde ese día, es un exitoso fugitivo, ya que la justicia jamás pudo darle alcance.
¿Dónde están los Bishop?
El mismo 2 de marzo, mientras Bishop hacía shopping, un guardabosques detectó humo en una zona de bosques que debía controlar. Dio aviso a la policía local. Había pocas pistas y muchos restos para identificar. Esa horrorosa pira humana de NN tenía una particularidad: algunas etiquetas de la ropa, que habían sobrevivido al fuego, denotaban haber sido de prendas muy caras de negocios en Bethesda. La pala que encontraron también pertenecía a un local de la ciudad. Pero, increíblemente, la policía no tenía reportes de gente desaparecida.
La ausencia de información fidedigna y de denuncias sería vital para la exitosa huida de Bishop.
Pasaron ocho días hasta que alguien se dio cuenta de que la familia Bishop no estaba en su casa. El 10 de marzo, un vecino llamó a la policía. Dijo estar preocupado porque no los veía desde hacía varios días. El teniente Joe Sargent fue quien llegó hasta la casa. Con el vecino, se acercaron a inspeccionar. En el mismo porche de entrada, Sargent observó sangre. Abrió la puerta y el reguero rojo oscuro continuaba por todos lados. Siguió el rastro hasta las habitaciones. El desastre estaba estampado en el piso, en las paredes y hasta en los techos de los dormitorios.
La escena era diabólica, pero ¿dónde estaba la familia Bishop?
Las autoridades conectaron, sin mucho esfuerzo, la sangre en la coqueta casa de los Bishop con el hallazgo siniestro de los cuerpos quemados en el bosque. Solo tenían que comprobar las identidades. El 18 de marzo, el auto de Bishop fue descubierto en un solitario campamento en Elkmont, en el Parque Nacional Great Smoky Mountains, a 640 kilómetros de dónde habían sido hallados los cadáveres de la familia. Dentro del vehículo había una manta ensangrentada, galletitas para perros, un hacha, el martillo, la medicación de Bishop padre y su equipo para afeitarse. El baúl estaba repleto de sangre.
Poco después, los restos calcinados de las cinco víctimas, fueron reconocidos por sus registros dentales.
Al día siguiente del hallazgo, un gran jurado acusó a Bishop de cinco asesinatos en primer grado y le imputaron, también, cargos federales por evadir el proceso. Juzgado en ausencia, fue declarado culpable.
Motivos insondables
Un artículo publicado, en 1977, por The Washington Post, aseguró que no había evidencia alguna en el caso de “infidelidad, problemas financieros o laborales”. Por lo menos, no de la envergadura para semejante acción.
Los motivos concretos nunca pudieron ser esclarecidos, pero algunos estudiosos esgrimieron que Bishop podría haberse sentido bajo extrema presión en ese momento de su vida. Aunque, aclararon que no creían que hubiera asesinado a nadie más, ni antes ni después, de haber matado a toda su familia.
Si se lo mira desde esta perspectiva, el caso recuerda una historia famosa, pero posterior en la línea del tiempo: la del falso médico francés, Jean Claude Romand, que al borde de ser descubierto como un farsante estafador cosió a balazos a su mujer, a sus dos hijos, a sus padres y a su perro. Tan espeluznante fue este caso (ocurrido en 1993), que inspiró al autor Emmanuel Carrère, luego de cartearse extensamente con el convicto, para escribir su famosa obra El adversario.
Como relatamos, en los días anteriores a los crímenes, Bishop había tenido la mala noticia de que no le darían un puesto que ambicionaba. Por otro lado, estaba quedándose sin dinero. Eso, sumado al hecho de que disfrutaba de estar solo y amaba viajar, podría haberlo hecho sentir atrapado. Según esta teoría, quiso cortar de cuajo con todos los lazos. En un poema que había escrito, no lejano a la fecha de la matanza y que los detectives encontraron en su casa, Bishop mencionaba el deseo de sentirse libre y autosuficiente. Trascendió que, tanto con su madre como con su mujer, tenía frecuentes discusiones en las que ellas le habrían reprochado su desempeño laboral y sus ansias de vivir mudándose.
Bishop, que sufría de insomnio extremo y había estado bajo tratamiento psiquiátrico por su depresión, al momento de los crímenes estaba medicado con la droga oxazepam para domesticar su galopante ansiedad. “Su respuesta a las presiones puede haber sido matar a todos y empezar de nuevo”, dijo al medio Business Insider, el agente especial a cargo del FBI en Baltimore, Stephen Vogt, cuando su nombre fue añadido a los más buscados del FBI. Explicó que la carrera de Bishop había despertado tensiones maritales. Él no quería estar sentado en una oficina, prefería moverse de lugar en lugar, pero Annette había optado por dejar la vida de ama de casa nómade y había empezado a estudiar arte en la Universidad de Maryland.
“Ser capaz de golpear con un martillo las cabezas y las caras de tus hijos mientras duermen, realmente exhibe una brutalidad imposible de comprender”, concluyó Charles Adams, quien definió a Bishop como un “sociópata y narcisístico asesino de sangre fría”.
Avistajes de un asesino múltiple
Bishop se esfumó junto con su pasaporte diplomático (el único que no fue hallado en su casa) y sus imborrables cicatrices verticales, en la parte baja de su espalda por una cirugía. Se adelantó una semana a las autoridades policiales y habría aprovechado esos días para escapar del país. Como experto en inteligencia militar, estaba entrenado para no ser encontrado. Desde 1976, Bishop habría sido visto, en varias oportunidades, por Europa: Italia, Bélgica, Gran Bretaña, Finlandia, Países Bajos, Alemania, Grecia, Suecia, Suiza y España.
En julio de 1978, una mujer sueca que había colaborado con él en un viaje de negocios a Etiopía, reportó haberlo visto dos veces en el parque público de Estocolmo. Dijo estar absolutamente segura de que era Bishop, pero que no lo reportó a la policía porque no sabía que el fuera buscado por asesinato en los Estados Unidos.
En enero de 1979, un ex colega del Departamento de Estado, Roy Harrell, se topó con él en unos baños públicos en Sorrento, Italia. Bishop estaba barbudo, pero lo reconoció igual. Se miraron a los ojos. Roy lo enfrentó: “Hey, sos Brad Bishop ¿no?”. Y le exigió que viajara con él a Roma para entregarse a la policía. Bishop entró en pánico y escapó sin que Harrell pudiera impedirlo.
En el otoño de 1992, los investigadores del caso dieron con una vieja carta que indicaba que Bishop había intentado pagarle a alguien para que cometiera los crímenes. La carta era de un convicto por robos a bancos llamado Albert Kenneth Bankston.
El 19 de septiembre de 1994, en un andén de una estación de tren en Basel, Suiza, un hombre que había sido su vecino en Bethesda (lo había conocido bien a él y a su familia) lo descubrió y denunció el hecho a las autoridades. Lo describió como bien vestido y confirmó que lo vio subirse a un auto.
En 2010, las autoridades creían que Bishop estaba viviendo en Suiza o en Italia y que estaría trabajando como profesor de lenguas o envuelto en redes criminales.
Todos los reportes de muertos cuyos cuerpos se atribuyeron a Bishop fueron cotejados con su ADN y sus huellas y fueron descartados. En 2014, las autoridades reconocieron que podía ser que él estuviera viviendo, muy tranquilamente, en los Estados Unidos.
Los hallazgos de Kathy
Kathy Gillcrist creció en las afueras de la ciudad de Boston sabiendo que era adoptada. Su madre la entregó apenas nació, en junio de 1957, a un orfanato llamado New England Home for Little Wanderers.
Sus padres por elección fueron Norma y Jack Sidebottom y se crió en Stoughton, al sur de la ciudad de Boston. Vivió su infancia junto a otro hermano adoptado antes llamado John. Sus padres eran muy tranquilos y normales, “casi aburridos” los describió ella riendo. Kathy, en cambio, tenía una personalidad diferente, opuesta a la de ellos. Era la ruidosa de la casa, la aventurera y la competitiva que soñaba con ser una actriz famosa. Las diferencias de carácter generaban muchas bromas entre ellos.
Finalmente, terminó estudiando teatro en la Universidad de Boston y se convirtió en profesora de arte dramático. Se casó, se mudó a Georgia y tuvo dos hijas.
Una vez retirada, Kathy dio rienda suelta a la curiosidad sobre sus raíces. Se hizo el test y llegamos a esta historia. En un reportaje aseguró estar contenta de haber sabido la verdad ya pasados los sesenta años: “Básicamente, soy lo que soy y, ahora, sé por qué. Pero si hubiera descubierto esta información cuando era una persona joven, eso podría haberme afectado de una manera muy diferente”. Con humor negro, agregó: “Ahora, con mis amigas, ¡voy a tener la mejor historia a la hora de un almuerzo!”.
Kathy, que en la actualidad vive en Carolina Shores en Carolina del Norte, documentó su experiencia en un libro de memorias al que llamó Está en mis genes, que fue publicado el pasado 12 de noviembre de 2020.
Le pidió al FBI dejarla comparar su ADN con el de Bishop para terminar de reconfirmar su lazo filial, pero su pedido fue desestimado por la agencia gubernamental. Sostienen que sus registros de ADN son en extremo confidenciales. Por el lado materno, también hubo descubrimientos. Ella fue la primera bebé que su madre biológica dio en adopción, pero no la única. Había dos bebas más. Luego de haber entregado tres hijos, la madre de Kathy volvió a casarse y tuvo tres más, pero a nadie le contó demasiado.
Kathy Gillcrist logró encontrar a sus medio hermanas, pero pasó seis meses intentando convencerlas para que hablaran con ella. Estaban muy conmovidas con las novedades. “Mi madre biológica mantuvo mi existencia en secreto durante 62 años y se llevó a la tumba todo lo que sabía” , lamentó Kathy.
Cuando Kathy descubrió, en 2018, quién era su madre, ella todavía estaba viva. Sin embargo, nunca llegaron a encontrarse. Murió en 2020, sin abrir su boca.
Lo que nunca podrá saber con certeza Kathy es si su madre conocía el lado oscuro de su padre, o si se había enterado de que Bishop había exterminado a su nueva familia.
Las fotos de los hijos de Bishop impactaron a Kathy: “Ellos se parecen a mí más que mis propios hijos”, confiesa. También explicita que le impresiona el parecido físico con su padre: la nariz y la boca, asegura, son idénticas. Como si eso fuera poco, padece insomnio igual que él y ansiedad. Además, está su inclinación hacia el arte dramático, algo que viene de la línea paterna.
Cuando le preguntaron si querría encontrarse con su padre si fuera hallado dijo que sí, pero solo bajo ciertas condiciones: “En un lugar supervisado… ¿Querría que él golpee a mi puerta? ¡No gracias!”.
Hoy Bishop (el apellido quiere decir obispo en inglés, nombre que para esta historia parece un mal chiste) tendría 84 años y ya no es una prioridad para el FBI.
En su búsqueda, Kathy no halló a un hombre paternal a quien podría haber amado, sino a un desalmado que les rompió el cráneo a esos hermanos menores que no llegó a conocer. Al fin de cuentas, no haber tenido cerca a papá Bishop pudo haberle salvado la vida.
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