Las dos caras de Adolf Eichmann: verdugo implacable o una simple pieza de la maquinaria asesina de Hitler

Fue teniente coronel de las SS y el arquitecto de la “solución final”, el asesinato de todos los judíos de Europa. Huyó a la Argentina donde fue secuestrado por agentes israelíes en 1960. Se presentó ante sus jueces como un simple contable, como una ínfima parte del engranaje nazi. Y dijo que él también era una víctima

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Otto Adolf Eichmann nació hace
Otto Adolf Eichmann nació hace 115 años en Solingen, Renania del norte. Fue teniente coronel de las SS y arquitecto de la "solución final" (Universal History Archive/UIG/Shutterstock)

Fue el arquitecto de la “solución final”, un eufemismo que ocultaba el plan nazi de eliminar a toda la población judía de Europa; diseñó con la precisión de un entomólogo, y con su misma pasión, la red de espionaje, interrogatorios, persecución, detención, deportación a los campos de exterminio y ejecución de millones de personas.

En un informe elevado en agosto de 1944 a su jefe, Heinrich Himmler, uno de los principales jerarcas del Tercer Reich y responsable de los campos de concentración en la Europa nazi, reveló que, según sus cálculos, unos cuatro millones de judíos habían muerto en los campos de concentración y otros dos millones habían sido asesinados por los Einsatzgruppen, las unidades móviles de exterminio creadas en los países ocupados por la Alemania de Adolf Hitler.

Ese era Adolf Eichmann, que nació hace ciento quince años, y de esa forma se atribuía la responsabilidad de haber llevado adelante, a conciencia y con fervor, el plan de ejecución masiva de personas que él mismo había ayudado a diseñar.

Dieter Wisliceny, su antiguo ayudante en las SS que dio testimonio en el juicio de Nuremberg a los jerarcas nazis, dijo que Eichmann le había confesado que “saltaría contento a la fosa porque la sensación de llevar a cinco millones de personas en su conciencia era una fuente de extraordinaria satisfacción”.

Rudolf Höss, comandante de Auschwitz, dijo que Eichmann no sólo había estado involucrado en la construcción del más grande complejo dedicado al exterminio de seres humanos, sino también en la elección del Zyklon B, el pesticida a base de cianuro usado para gasearlos. Dijo Höss, como si él mismo hubiese sido un parámetro digno de ser tenido en cuenta, que Eichmann “era un antisemita más recalcitrante que yo”.

Adolf Eichmann se presentó a
Adolf Eichmann se presentó a sí mismo como un simple “engranaje” de la gigantesca maquinaria asesina del nazismo, como un sencillo burócrata, una especie de contable de vidas humanas que sólo organizaba la tela de araña de los trenes que partían de los países ocupados, cargados de deportados, con destino a los campos de concentración (Everett/Shutterstock)

Kurt Kaufmann, defensor en Nuremberg de Ernst Kaltenbrunner, mano derecha de Himmler en la Oficina de Seguridad del Reich, dijo en una de las audiencias que “Auschwitz estaba bajo la conducción intelectual del célebre Eichmann”.

Ese era Adolf Eichmann, el hombre que se presentó a sí mismo como un simple “engranaje” de la gigantesca maquinaria asesina del nazismo, como un sencillo burócrata, una especie de contable de vidas humanas que sólo organizaba la tela de araña de los trenes que partían de los países ocupados, cargados de deportados, con destino a los campos de concentración. Sólo en Auschwitz se calcula que el 75 por ciento de las personas que llegaban a diario eran gaseadas ni bien desembarcadas; el resto era destinado a trabajo esclavo.

Eichmann, dijo durante su juicio en Jerusalén, que él también era una víctima, un hombre perseguido, acusado y difamado por todo el mundo. Que había sido un desconocido hasta que en Nuremberg se ventiló su nombre como criminal de guerra. Que sólo había sido “un funcionario obsesivo, un pedante”, alguien que “no cruzaba los límites de sus atribuciones”.

Mentía con descaro, pero también revelaba el laberinto mental de los verdugos y torturadores que conciben e impulsan un plan criminal, pero a la hora de las responsabilidades afirman que solo pudieron mirar, impotentes, como otros lo llevaban a cabo. As así como el victimario se convierte en víctima.

Es probable que Eichmann no haya participado de los asesinatos masivos de los campos de concentración. Sí presenció algunas ejecuciones, niños incluidos. Describió luego la índole insoportable de esas muertes, dijo haberse sentido mal, que le temblaron las rodillas. Pero para aquel verdugo de escritorio lo insoportable no era que asesinaran a criaturas, sino que él, que tenía dos hijos pequeños, no tuviera más remedio que verlo.

Ese era Eichmann.

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Eichmann en su celda en Israel. Como antisemita más recalcitrante que el comandante de Auschwitz, halló en el nazismo un sistema de valores que le daba apariencia de corrección y legalidad a sus crímenes de sencillo oficinista obsesivo y puntilloso (Shutterstock)

Durante su juicio en Israel, después de que un comando del Mossad lo secuestrara en Buenos Aires el 11 de mayo de 1960, Eichmann se presentó con aquella máscara de burócrata irremediable que no había hundido jamás sus dedos finos en el fango de los campos de exterminio: sólo había dirigido trenes, estipulado horarios, fijado la cantidad de seres humanos que viajarían hacia la muerte. Un verdugo bueno. Casi no se le podían atribuir muertes cometidas por su mano, excepto una que lo convertía en quien no quería ser: sus biógrafos cuentan que mató de un balazo en el pecho a su jardinero, un chico judío de 17 años, porque había comido una fresa sin permiso.

Aquella imagen de sí mismo que forjó el jerarca nazi, hizo que su personalidad fuese interpretada, o intentara ser descifrada, por la filósofa judía Hannah Arendt, que elaboró una teoría, basada en conclusiones previas, sobre la banalidad del mal. Su libro, Eichmann en Jerusalén es un clásico ineludible cuando se trata el nazismo y, en especial, el caso Eichmann. Arendt no lo eximió de la responsabilidad que le cupo en el Holocausto, ni de la culpa en el asesinato de millones de personas. Sugirió, tal vez afirmó, que lo realmente preocupante de la existencia del mal es que cualquier hombre, en determinadas circunstancias, puede reaccionar como Eichmann y realizar actos de una maldad inconcebible porque está convencido de que ése es su “trabajo”. De tal forma, Arendt pareció coincidir con el acusado: los jueces israelíes estaban frente a una víctima, como lo es todo individuo inmerso en un régimen totalitario.

La teoría de Arendt tiene una contra partida no teórica, sino sustentada en datos aterradores. La historiadora Bettina Stangneth, deja en claro en su obra Eichmann before Jerusalen (Eichmann antes de Jerusalén), que Eichmann no era un individuo cualquiera, sojuzgado por las circunstancias, sino un ferviente seguidor, desde joven, del régimen totalitario del que pretendía ser víctima.

El documento de Adolf Eichmann
El documento de Adolf Eichmann con su identidad falsa como Ricardo Klement (Yad Vashem)

Stangneth sostiene, y demuestra, que Eichmann quiso ser quien fue, quiso hacer lo que hizo y buscó el reconocimiento de sus superiores por haber hecho lo correcto; pretendía ascender en la escala social de Alemania, de hecho lo hizo, y, como antisemita más recalcitrante que el comandante de Auschwitz, halló en el nazismo un sistema de valores que le daba apariencia de corrección y legalidad a sus crímenes de sencillo oficinista obsesivo y puntilloso.

Afirma Stangneth: “Hasta la ideología menos respetuosa de la dignidad humana se torna muy atractiva cuando se es miembro de la raza superior que la difunde, y cuando protege un proceder condenado por todas las concepciones de lo correcto y lo moral”.

Ese era Eichmann, a quien se le oyó gritar en Hungría en abril de 1944: “Soy un perro de presa! ¡Yo hago girar los molinos de Auschwitz... Les doy a los judíos lo que ellos quieren. Hará sacar toda la basura judía de Budapest. ¡Mi nombre se convirtió en un símbolo!”. En julio de ese año, 437.000 de los 725.000 judíos de Hungría habían sido asesinados.

Había nacido en Solingen, Renania del norte; fue un alumno regular, nada brillante, trabajó en la empresa minera donde trabajaba su padre, en Austria; entre los 21 y 27 años trabajó en una compañía petrolera y se unió a los 25 años al partido nazi local y a las SS austríacas. De regreso en Alemania y ya con Hitler en el poder, se integró al Servicio de Seguridad de las SS., el servicio de información interna del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) de Adolfo Hitler.

Foto del criminal nazi en
Foto del criminal nazi en Tucumán

Se casó el 21 de marzo de 1935 con Vera Liebl, que trabajaba en la Gestapo al igual que sus dos hermanos. Los Liebl se beneficiarían con el ascenso social de Eichmann en las SS. La fecha de su casamiento con Vera Liebl marcaría en gran parte su destino: 25 años después, al celebrar su cuarto de siglo casados, los Eichmann alzaron sus copas en la casa de la calle Garibaldi, en San Fernando, Argentina. Oculto por el terraplén del ferrocarril, un agente del Mossad los vio por la ventana. Fue la confirmación de que aquel hombre, que se hacía llamar Ricardo Klement, era Eichmann.

Después de haber “confraternizado” con la comunidad judía de Berlín, años en los que gustaba del anonimato, Eichmann fue director de la Sección de Asuntos Judíos de las SS, bajo órdenes de Reinhard Heydrich, a quien consideraban el delfín de Hitler. En 1938, cuando ya la guerra era casi un hecho, Alemania decretó la emigración forzosa de los judíos: Eichmann ahora aparecía con el uniforme negro de las SS y una fusta en las manos. Había pasado de la discreción a la vida pública y proclamaba estar destinado “a controlar y dirigir las cuestiones judías en Viena”, ya que Austria había sido anexada al Reich. A los 32 años, Eichmann integraba la elite del nazismo.

En marzo de 1939 los representantes de las comunidades judías de Berlín debieron comparecer ante Eichmann que los atacó, disconforme con el ritmo que llevaba la emigración forzosa; los amenazó con internarlos en un campo de concentración y anunció la apertura, al día siguiente, de la “Oficina Central del Reich para la Emigración Judía”.

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Eichmann fue el arquitecto de la “solución final”, diseñó con precisión la red de espionaje, interrogatorios, persecución, detención, deportación a los campos de exterminio y ejecución de millones de personas (REUTERS/Kacper Pempel)

Dos meses antes del estallido de la Segunda Guerra, en julio de 1939, Eichmann pasó a depender directamente de Himmler. Pero cuando estalló la guerra y ya con Alemania instalada en la invadida Polonia, la política nazi de forzar la emigración judía pasó a encarar directamente “la deportación de los territorios controlados por el Reich”, según órdenes de Heydrich. Eichmann se encargó, como una de sus primeras misiones, de la deportación de ochenta mil judíos de Ostrava, en Moravia y de Katowice, en Polonia.

Desde el comienzo de la guerra hasta 1941, miles de judíos europeos fueron deportados hacia el “Gobierno General”, la parte sur de la Polonia ocupada por las huestes de Hitler. El plan era transportar allí a seiscientos mil personas. Un tercio de los deportados murió en el trayecto. En las grandes ciudades, la comunidad judía se nucleó en ghetos, hacinados, faltos de alimentos y de condiciones sanitarias, en espera de ser trasladados al Este.

Eichmann era ya un personaje célebre: “Me conocían en todas partes”, dijo con orgullo en Argentina al nazi holandés Willem Sassen, que grabó una serie de entrevistas a Eichmann. Junto con los escritos del propio Eichmann en Argentina, las entrevistas de Sassen forman parte de los “Papeles de Argentina”, que revelaron la vida, pero sobre todo el pensamiento, del jerarca nazi en su exilio y bajo una falsa identidad. No sólo estaba orgulloso de su pasado, lo reivindicaba sin arrepentimiento alguno, sino que afirmaba que quienes habían “huido de la justicia de los aliados querían algo más que una vida tranquila: elaboraban planes para defender la visión que el mundo tenía del nacionalsocialismo y, acaso, tornar a Alemania para llevar adelante un plan político”. Eichmann era figura clave en ese plan.

Adolf Eichmann en la prisión
Adolf Eichmann en la prisión en Israel donde esperó el juicio, luego de que un comando del Mossad lo atrapara en la Argentina (Shutterstock)

El 31 de julio de 1941, Herman Göring entregó a Heydrich una orden escrita para que preparara una “solución final de la cuestión judía”, en los territorios bajo control alemán. Era el Generalplan Ost (Plan General para el Este). Según revelaría Eichmann, Heydrich le dijo que Hitler había ordenado que todos los judíos de la Europa controlada por Alemania fuesen asesinados. Eichmann ascendió a teniente coronel de las SS y organizó la Conferencia de Wannsee que, el 20 de enero de 1942, reunió a los líderes administrativos del régimen nazi a orillas del lago Wann, en el sector más sur occidental de Berlín.

La estremecedora pulcritud y eficiencia alemanas, revelaron en las actas de Wannsee que había once millones de judíos en toda Europa: al menos la mitad vivían en países fuera del control alemán. Himmler había prohibido ya las emigraciones, la solución era ahora “evacuar” a los judíos como paso previo a la “solución final”. Eichmann dijo durante su juicio en Israel que había tenido poco y nada que ver con Wannsee, que prácticamente había permanecido apartado en una mesa, “afilando lápices”. Era parte de su máscara.

Ya con la guerra perdida para Alemania, con los rusos en avance por el este de Europa, camino a Berlín, Eichmann organizó de todas formas los últimos transportes de prisioneros judíos a los campos de concentración y exterminio. El horror quedaría al descubierto cuando el Ejército Rojo liberó Auschwitz, y cuando los americanos hicieron lo propio con otros centros de exterminio nazis, Bergen Belsen, Buchenwald, Dachau y Mauthausen entre ellos.

El terreno en San Fernando,
El terreno en San Fernando, provincia de Buenos Aires, donde vivió Eichmann bajo la identidad falsa de Ricardo Klement

Eichmann logró huir. Fue apresado por los americanos, pero para entonces, con documentos falsos, era un ex oficial de las SS llamado Otto Eckmann (de fonética parecida a Eichmann) y logró escapar de un destacamento de trabajo en Cham, Alemania, cuando presintió, con acierto, que lo habían descubierto. Bajo una nueva identidad, la de Otto Heninger (Otto era el primer nombre de Eichmann) y pese a los testimonios en su contra dados en Nuremberg por ex prisioneros y por antiguos camaradas, vivió en Altensalzkoth, un vecindario de la Baja Sajonia, hasta 1950.

Huyó a la Argentina por la tradicional ruta de escape preparada por la organización Odessa. Llegó a Buenos Aires el 14 de julio de 1950 con un pasaporte humanitario de la Cruz Roja a nombre de Ricardo Klement. Dos años después llegó el resto de su familia: Vera y sus tres hijos, Klaus, Horst y Dieter. El cuarto, Ricardo, nació en Buenos Aires en noviembre de 1955.

Los Eichmann-Klement vivieron en Tucumán, en las afueras de La Plata y en una casa de la calle Chacabuco 4261, en Olivos, mientras Eichmann trabajó para la fábrica de calefones Orbis. Cuando Mercedes Benz reabrió sus puertas en 1959, Eichmann fue gerente de planta. Compró un lote en Bancalari, en la calle Garibaldi 6061 y levantó una casa, hoy derruida.

En aquella serie de entrevistas a Sassen, en Argentina, Eichmann dijo cosas como las que siguen: “¡No lamento absolutamente nada! ¡No me arrepiento humillado! Dentro de mí todo se opone a decir, por ejemplo, que hicimos algo mal. No. Debo decirle con toda sinceridad que, si de los 10,3 millones de judíos que Korherr identificó, como sabemos ahora, hubiéramos matado a 10.3 millones de judíos, estaría satisfecho y diría, bien, hemos eliminado al enemigo”.

Eichmann fue hallado culpable de
Eichmann fue hallado culpable de sus crímenes y sentenciado a muerte. Murió en la horca de la prisión de Ayalon, Ramla, el 1 de junio de 1962 (Granger/Shutterstock)

Richard Korherr fue el jefe de la Oficina de Estadísticas de las SS y elaboró un informe, conocido como “Informe Korherr”, al que hace referencia Eichmann en sus entrevistas con Sassen. También dijo: “A este burócrata cauteloso se unía un luchador fanático por la libertad de mi sangre, la sangre de donde vengo (…) Su pulga, camarada Sassen, la que le pica a usted, a mí no me interesa. A mí me interesa mi pulga, la que tengo bajo el cuello. A esa la aplasto.(…) Yo también soy cómplice de que, desde algún punto de vista o desde alguna concepción imaginaria de lo real, la eliminación total (de los judíos) no se haya llevado a cabo (…)”

Aquel nazi convencido, descarado y orgulloso de Argentina se presentó ante sus jueces en Jerusalén como un contable inofensivo, un burócrata casi inocuo, la ínfima pieza de un enorme engranaje.

El mal nunca es banal: no está en su esencia. Algo debe haber intuido Hannah Arendt, que luego de su teoría dejó una breve y dramática confesión en una carta dirigida a Karl Jaspers: “En verdad, no tengo las cosas nada claras”.

Adolf Eichmann no fue la víctima indefensa de un sistema absolutista y fanático. Por el contrario, estaba extasiado frente al pensamiento totalitario porque le daba poder y sentido a su vida. Se entregó al nazismo, entre otras tantas cosas, porque, como afirmó Stangneth, todo totalitarismo, aun el más denigrante de la dignidad humana, es muy atractivo para quien está del lado de quienes lo sostienen, defienden y practican.

Aquel jerarca nazi que “saltaría contento a la fosa” porque llevaba cinco millones de muertos en su conciencia, no tuvo fosa.

Eichmann fue hallado culpable de sus crímenes y sentenciado a muerte. Murió en la horca de la prisión de Ayalon, Ramla, el 1 de junio de 1962. Fue incinerado. Sus cenizas fueron arrojadas al mar, fuera de las aguas jurisdiccionales de Israel.

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