Era el Jefe del ejército nazi, Hitler lo presionó para que se divorciara y él renunció por amor: un escándalo de prostitución y fotos porno

Werner von Blomberg era el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas Nazis. Tras casarse con su secretaria de 25 años, y con Hitler como padrino, la aparición de una carpeta que la incriminaba en actividades ilegales hizo que recibiera presiones para anular su matrimonio. Se negó, los persiguieron hasta Italia y lo instigaron al suicidio

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Werner Von Blomberg, ministro de Guerra y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas nazis Photo by ANL/Shutterstock
Werner Von Blomberg, ministro de Guerra y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas nazis Photo by ANL/Shutterstock

12 de enero de 1938. La ceremonia fue en un salón del Ministerio de Guerra. Algo privado, se suele decir. No se sabe si estaba alguno de los cinco hijos de él. De parte de la novia hubo muy pocos invitados. Un casamiento civil con testigos estelares: Adolf Hitler y Herman Göring. El que se casaba era Werner von Blomberg, el titular del Ministerio, el general que era el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas Nazis.

Blomberg había quedado viudo hacía seis años. Tiempo después una de las secretarias de su cartera lo deslumbró. Rulos dorados, mirada pícara, buenas piernas y una actitud algo desafiante. Se llamaba Erna Gruhn y era muy joven. Tenía 25 años, 35 menos que el general. El noviazgo fue breve pero intenso. En los diarios personales de otros jerarcas nazis se encuentran algunas entradas en las que se lo describe, a fines de 1937, como: “Eufórico, Blomberg hoy estaba particularmente excitado, se supone que por algún asunto personal”, asentó Alfred Jodl. Otro ministro escribe que por la misma época el general estuvo ausente en varias reuniones por un viaje de placer que duró ocho días. Blomberg tenía todo lo que ellos querían: poder, acceso directo al Führer y una mujer joven.

Werner von Blomberg había combatido en la Primera Guerra Mundial. Fue uno de los pocos miembros que conservó el ejército alemán luego de la derrota y el desarme. En 1928 un viaje le cambió la cabeza. Lo enviaron a la Unión Soviética. En eso periplo se convenció de que sólo en un estado totalitario, en una férrea dictadura, se podía tener unas fuerzas armadas predominantes, equipadas convenientemente y que controlaran el país. Esa era su mayor aspiración. Estaba convencido que sólo los militares podían hacer que Alemania retomara su camino, que recuperara la antigua dignidad, que volviera a predominar sobre las demás naciones.

Mientras tanto fue avanzando en su arma a fuerza de dedicación y opiniones firmes. En 1933 se convirtió en el Ministro de Defensa de Hindenburg. Al presenciar el ascenso de Hitler reconoció en él al líder autoritario que necesitaba su concepción de unas fuerzas armadas hegemónicas.

El entendimiento con Hitler fue inmediato. Luego de la muerte de Hindenburg, Blomberg no sólo no perdió su sitio, sino que acrecentó su poder. La matanza de La Noche de los Cuchillos Largas solidificó su posición en el universo nazi.

Erna Gruhn, la secretaria y luego esposa de Von Blomberg. El murió de cáncer después de la guerra. Ella, en 1978.
Erna Gruhn, la secretaria y luego esposa de Von Blomberg. El murió de cáncer después de la guerra. Ella, en 1978.

El Ministerio de Defensa se convirtió en el Ministerio de Guerra: casi una declaración de principios nazi (raro en los nazis que solían recurrir a los eufemismos, en el rebautismo de este ministerio acudieron a la sinceridad). Blomberg tenía los dos cargos militares más importantes. No sólo era ministro sino también la máxima autoridad de las Fuerzas Armadas, su Comandante en Jefe.

El rol de Blomberg era claro. Debía fortalecer y rearmar a Alemania. Brindar las condiciones materiales para que el Tercer Reich se impusiera.

En 1934 con las primeras leyes raciales, él encabezó la purga militar. De inmediato persiguió a los judíos y los echó de la fuerza. A todos los que tuvieran sangre judía, sin importar su fe actual, ni su pasado como combatientes en la Primera Guerra Mundial. La baja para ellos era deshonrosa, la que se reservaba a los que cometían delitos graves o se los consideraba traidores.

Se convirtió en uno de los militares más cercanos al Führer. Ambos tenían el mismo objetivo: una fuerza militar lo más robusta posible, armada y preparada. Una fuerza que fuera el centro del país, que todo se subsumiera a ella. Era la única manera de ganar una guerra total como la que los dos tenían en mente.

El 5 de noviembre de 1937 hubo una reunión secreta en la Cancillería de Berlín. Hitler reunió a sus principales ministros y a los jefes militares. Allí expuso sus planes bélicos. Les anunció que a más tardar en los primeros años de la década del cuarenta, Alemania empezaría a conquistar Europa. El Führer se mostró enérgico, desbordado por la euforia, con sus gestos cortos y terminantes, algo ridículos, y la voz que se afinaba en los momentos de mayor énfasis. Golpeaba mesas, señalaba con su índice puntos en los mapas, imaginaba ejércitos invasores invencibles que se reproducían en todas las direcciones.

Como máximo jefe militar, luego, le tocó hablar a Blomberg. Dio algún rodeo, utilizó la antigua táctica de alabar la idea general y partes precisas de la exposición de Hitler. Pero al final tuvo que dar su parecer. Si bien el plan era bueno y el objetivo el que él siempre había soñado, Blomberg creía que el país todavía no estaba preparado para tamaño esfuerzo. Sostuvo que faltaban varios años para terminar de armarse y profesionalizar a sus hombres. Suponía que Alemania no podía invadir Francia, Inglaterra y también avanzar sobre los soviéticos en el estado de situación en el que se encontraban, pero que el camino ya estaba iniciado, que ese debería ser el destino final.

Hitler con Wener Eduard Fritz von Blomberg en 1938 durante unas maniobras militares. (Universal History Archive/Shutterstock)
Hitler con Wener Eduard Fritz von Blomberg en 1938 durante unas maniobras militares. (Universal History Archive/Shutterstock)

La intervención de Blomberg produjo la furia de Hitler y la alegría de sus enemigos. En especial del jefe de la Luftwaffe, la Fuerza Aérea. Göring no podía soportar que ese hombre fuera su superior. El Führer no iba a permitir que sus planes sufrieron dilaciones. Los recaudos que proponía su jefe militar le parecían excusas para no hacer lo que su destino imperial les indicaba.

Los días siguientes, a pesar de ese encontronazo durante la reunión secreta, la relación entre ellos fue la de siempre. A Blomberg varios de sus colegas, por lo bajo, lo habían apodado El León de Goma, por su sumisión hacia el Führer. Lo acusaban que toda su fiereza y convicciones se diluían frente a Hitler que lo convertía en alguien extremadamente dócil. Él explicaba que un militar debía obediencia a su jefe y que además era el hombre indicado para que Alemania alcanzara lo que él siempre había soñado.

En paralelo a las vicisitudes políticas y a las intrigas de palacio, Blomberg mantenía un romance con una de las secretarias de su Ministerio. Erna Gruhn era una joven con un aire desafiante y divertido. El general había enviudado en 1932. Con su primera mujer había tenido cinco hijos (tres mujeres y dos varones). Luego de algún tiempo de duelo, se había deslumbrado con Erna y su juventud y desparpajo. Él la sedujo con su poder y seguridad. Lo que había empezado con alguna mirada mientras ella escribía a máquina en una oficina se convirtió en una historia de amor.

Algunas escapadas furtivas, presentaciones más formales y el anuncio del casamiento. Una ceremonia civil, con pocos pero distinguidos invitados. Las tensiones de poder fueron dejadas de lado. El militar de mayor rango de la nación se casaba y los testigos fueron el Führer y el jefe de la Fuerza Aérea.

La pareja tenía planeado un viaje para más adelante. Mientras tanto Blomberg debía atender las cuestiones de estado. Pero su felicidad duró poco.

Comandantes nazis: el general Von Blomberg, el almirante Erich Raeder (detrás) y el barón Werner von Fritsch  Photo by Everett/Shutterstock
Comandantes nazis: el general Von Blomberg, el almirante Erich Raeder (detrás) y el barón Werner von Fritsch Photo by Everett/Shutterstock

El 25 de enero de 1938, a 13 días de la ceremonia, una carpeta confidencial llegó al escritorio de Göring. El jefe de policía puso delante suyo un expediente secreto. Göring no fue el primero en recibir la carpeta. Pero el anterior destinatario supo que el material era demasiado peligroso y que sólo lo podían manipular unos pocos, los que tenían mucho poder. Göring pasaba las hojas casi con deleite. Supo apenas vio ese prontuario y las fotos brillosas, en una blanco y negro que ya estaba virando al amarillo, que estaba listo para dar su gran golpe.

Entró al despacho de Hitler sin anunciarse y puso el expediente delante de él. Mientras el Führer hojeaba el material, Göring le explicaba que se trataba del prontuario de Erna Gruhn, la flamante esposa de Blomberg. La chica había sido detenida en algunas oportunidades por haber ejercido la prostitución y había posado desnuda para fotos consideradas pornográficas. La madre de ella, la suegra de Blomberg, también tenía su prontuario. Había ejercido la prostitución y regenteado como madame un prostíbulo cuya fachada era una casa de masajes.

Blomberg fue convocado al despacho de Hitler en la Cancillería. Casi sin decir palabra le extendieron la carpeta con los informes policiales y las fotos. Blomberg miró todo con detenimiento, sin gesticular. Cuando terminó, apoyó los papeles con suavidad sobre el escritorio y esperó el ataque. Göring le exigió que anulara su matrimonio. Argumentó que estaba sometiendo al escarnio y al deshonor a todas las Fuerzas Armadas. Blomberg con aplomo dijo que eso era una asunto privado que no tenía nada que ver con su desempeño y que además eran cuestiones del pasado: Erna hacía años que trabajaba en el Ministerio de Guerra y jamás había tenido un problema. Göring insistió. Le reprochó haberlos hecho oficiar de testigos de una boda con una contrayente de cualidades morales tan escasas, que si la gente se enterara, Hitler sería objeto de burla. El Führer tomó la palabra y repitió el pedido de Göring. Debía solicitar la anulación de su matrimonio, un trámite que a alguien con su poder le llevaría unas pocas horas. Göring lo amenazó con difundir las fotos y el prontuario a la prensa. Le recordó que la hija de Blomberg se iba a casar en pocos meses con el hijo de Erich Raeder, jefe de la Armada y que este escándalo haría peligrar también esa pareja. Una vez más, le exigió que anulara la reciente boda. Blomberg se negó. Dijo que ni siquiera tenía que pensarlo. Que él estaba enamorado. Sabía lo que significaba esa respuesta. Sabía que sus días como Ministro de Guerra habían terminado justo meses antes de que la guerra comenzara.

La despedida con su jefe fue amable. Compartían una visión y enemigos comunes. Hitler le aseguró -casi fue una promesa- que cuando la confrontación empezara lo volvería a llamar a su lado, que en tiempo de guerra él nuevamente comandaría las fuerzas alemanas, que en el Tercer Reich no había nadie mejor que él para esa tarea.

Von Blomberg revista sus tropas en Andover Photo by ANL/Shutterstock
Von Blomberg revista sus tropas en Andover Photo by ANL/Shutterstock

Blomberg y Erna se fueron de luna de miel a Capri. Allí permanecieron, alejados de los problemas, más de un año. A las pocas semanas, la pareja recibió una visita en la isla italiana. Un oficial de la marina, Otto von Wangenheim llegó con un mensaje del Almirante Raeder: el honor de la nación alemana requería que Blomberg se divorciara de manera inmediata y dejara a esa mujer. Blomberg echó al emisario. Pero el joven oficial lo persiguió durante semanas con el fin de convencerlo (u obligarlo) a abandonar a Erna. Una de esas tardes, Wangenheim sacó un arma, aferró a Blomberg y le puso el arma en la mano: quería obligarlo a suicidarse, como en la vieja tradición naval. Después de ese incidente, la pareja no fue molestada más.

Con la caída de Blomberg, el poder militar nazi se reconfiguraba. Hubo un incidente más que terminó de despejar el panorama. Werner von Fritsch, el Comandante en Jefe del Ejército, cayó en desgracia una semana después que Blomberg. Lo acusaron de ser homosexual, una acusación que era irremontable en la época (mucho más para un alto mando militar). Alguien hizo correr el rumor que había sido detenido en un baño público berlinés teniendo relaciones con un hombre. Fritsch apenas pudo desmentir la versión. Era una excusa perfecta para desplazarlo de su lugar. El más alto jefe del ejército era un “desviado”, un inmoral que no tenía las condiciones morales para el cargo. Fue dado de baja de manera inmediata. Tiempo después se comprobó que las acusaciones eran falsas. Sus enemigos internos utilizaron, el acta de detención de alguien con el mismo apellido para provocar su caída. Un juicio posterior demostró esta situación pero ya era tarde. Fristsch también había caído.

De esta manera sin Blomberg ni Fritsch la organización de las Fuerzas Armadas nazis se modificó de manera radical poco antes de entrar en acción. Ya no sería un militar la máxima autoridad. El puesto de Blomberg lo ocupó Hilter, él también sería el jefe militar más alto del Reich. Himmler y Göring, enemigos de Blomberg y Fritsch, ganaron en influencia.

Hitler no cumplió su promesa con el general Blomberg. No lo convocó tras la invasión a Polonia ni en los peores momentos de la guerra. En los años de beligerancia, Blomberg vivió en la oscuridad, sin intervención pública. Tras la guerra fue detenido y llevado a declarar a Nuremberg. Todavía seguía casado con Erna. Pero la enfermedad lo estaba devastando. Un cáncer de colon había hecho estragos; perdió más de cuarenta kilos. Murió en una prisión aliada el 13 de marzo de 1946.

Erna siguió viviendo en Alemania. Poco se supo de su vida posterior. A mediados de la década del cincuenta había reabierto la casa de masajes de su madre. Murió por problemas coronarios en 1978.

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