Igual que el personaje que lo llevó a la fama, en la mitad de su vida, el joven Jonathan Hamm reinventó su futuro. Cuando llegó a Los Ángeles en 1996, no había cambiado su identidad como Don Draper, pero sí buscaba dejar atrás las dificultades de su pasado en su Missouri natal. “No estaba escapando, pero necesitaba dar vuelta la página”, le confió a la revista Esquire en 2018, puesto otra vez a reinventarse: tras siete años de interpretar al protagonista de Mad Men (2007-2015), su identificación con el oscuro publicista –que le valió un Emmy y dos Golden Globes– había llegado a ser total.
El mundo se dejó seducir por la sonrisa medida y el impecable traje de Don Draper mucho antes de saber quién era Jon Hamm. Y al igual que en la ficción, muchos se preguntaron cómo un hombre de 37 años sin conexiones en Hollywood se había convertido en la cara de semejante éxito de la noche a la mañana. ¿De dónde había salido? Su historia tenía mucho que ver con la del misterioso personaje: el creador de Mad Men, Matthew Weiner, no quería un actor conocido para encarnar el rol principal. Hamm era atractivo, sensible, inteligente, y sobrellevó con aplomo las ocho audiciones que finalmente le dieron el papel de su vida. Pero algo de lo que Weiner vio en él fue realmente decisivo en su elección: “Jon parecía herido”.
Lo estaba. Si Don Draper tomaba whiskies y martinis frente a millones de espectadores, detrás de las cámaras, Hamm también vivió su propia batalla contra el alcoholismo. En 2015, justo antes de la temporada final de Mad Men, pasó 30 días en rehabilitación. En plena gira promocional, fue inevitable que se hiciera público que el actor, que pronto ganaría su primer Emmy tras varios intentos frustrados, luchaba para desintoxicarse. Como en esa imagen de los títulos de la serie en la que un hombre cae al vacío, mientras todo en su historia muestra un camino ascendente, su pasado todavía estaba ahí para acecharlo, en el pico de popularidad de su carrera.
“Todos tienen una historia triste”
Igual que Draper, Hamm perdió a su madre demasiado pronto. Único hijo de una secretaria y el dueño de un negocio de camiones, sus padres se divorciaron cuando tenía dos años y su madre murió de un cáncer de colon fulminante cuando él solo tenía 10: “Fue invasivo, agresivo y fatal. Murió tan rápido…”. Jon se mudó entonces a vivir con su papá y sus hermanas mayores que también eran huérfanas de madre. Ninguno supo bien cómo tratar a ese chico que acababa de perder a su mamá. “Mi padre no podía manejarlo. No sabía qué decir, así que no decía nada –contó Hamm a Esquire–. Era un hombre que había perdido a dos esposas, así que era un tipo bastante triste. Y eran los 80 en St. Louis. Me dieron un libro que se llamaba Qué hacer cuando se muere un padre. Y yo pensé que con eso me iba a arreglar”.
Jon empezó a ir al colegio en donde comenzó sus clases de actuación porque fue el último deseo de su madre. Era uno de los pocos alumnos que no pertenecía a una familia rica en el John Burroughs School. Sabía que estaba ahí por y para su madre: sacaba buenas notas, destacaba como jugador de fútbol americano y en las obras de teatro escolares. En el 89, se fue a la Universidad de Texas y se unió a una fraternidad que le traería graves problemas con la ley al año siguiente. Su violenta transgresión estudiantil salió a la luz en 2015, mientras trataba de despedirse del personaje que lo había convertido en una estrella. Se lo acusaba de participar junto a algunos de sus compañeros de una feroz iniciación contra Mark Allen Sanders. La víctima dijo que Hamm participó “hasta el final” de la golpiza y prendió fuego sus pantalones. El actor, habitualmente afable, no ocultó su enojo cada vez que la prensa lo consultó al respecto. Cuando aceptó hablar del tema, le restó trascendencia: “Todo eso fue puro sensacionalismo. Fui absuelto. Era un niño estúpido en una situación estúpida. No fui condenado por nada. Pude dejar eso atrás”.
No fue lo único que Hamm tuvo que dejar atrás en 1990. Una década después de la muerte de su madre, el joven Jon, de 20 años, regresó a su casa en St. Louis para enterrar a su padre. Nunca más volvió a Texas: “Tuve que ocuparme de mi propia salud mental y de convertirme en una mejor persona”. Por entonces se mudó con su hermana, se inscribió en la Universidad de Missouri y consiguió trabajo como camarero y lavacopas. Atravesaba una profunda depresión. Hasta que vio un aviso en el diario local y se presentó a una audición de una compañía teatral para Sueño de una Noche de Verano. Quedó. Alguien del departamento de teatro de la Universidad lo vio y le dijo que audicionara para una beca. La ganó.
Y así fue como a ese actor al que solo una letra lo separa del nombre de su alter ego le llegó la reinvención: “Empecé a pensar que si me elegían tan seguido, tal vez esto era lo que tenía que hacer con mi vida”. Por un tiempo, dio clases de teatro en el colegio John Burroughs. Pero con el estímulo de su mentor en la Universidad, decidió finalmente mudarse a Los Ángeles. Tenía 25 años, un viejo Toyota Corolla que recalentaba y un puñado de dólares que le dieron las madres de sus amigos para el viaje. Se fue sin mirar atrás y con una convicción que nunca le permitió ser autocompasivo: “Todos tienen una historia triste. Nadie fue criado en la tierra de la felicidad. Eso no existe.”
SEGUIR LEYENDO:
Cualquier cosa para pagar las cuentas: sus inicios en el porno soft
Hamm se dio cuenta pronto de que Los Ángeles tampoco era la tierra de la felicidad. Había perdido su último trabajo como mozo en un catering cuando una amiga de la Universidad le dijo que podía quedarse con el suyo. Era como asistente de producción en un estudio de películas porno soft, donde las escenas sexuales nunca llegan a ser explícitas. “Solo tenía que mover cosas de un lugar a otro en el set, así que acepté”. Fue, en rigor, su primer trabajo en la industria cinematográfica, y lo recuerda como un paso menos deprimente que aburrido.
Frente a las cámaras, apenas si conseguía pequeños papeles, como en la serie Ally McBeal. “Llegué en la era de Dawson’s Creek; se usaban los tipos de estilo adolescente, ¡y yo nunca había parecido un adolescente! Así que, ahí estaba, con 25 años y audicionando para hacer de su padre”, dijo en una entrevista con la revista Elle. Hamm tenía demasiada vida sobre sus hombros y se le notaba, perdía trabajos porque se veía viejo o no tenía la suficiente experiencia y apenas si podía sobrevivir como actor. Incluso su agencia, William Morris, decidió rescindir su contrato. Para cuando se presentó en el casting de Mad Men, estaba preparado para dejar su carrera. En cambio, encontró la gloria.
“Es duro convertirse en el centro de atención, tanto profesional como personalmente”, respondió cuando le preguntaron por su tardía llegada al estrellato. Mad Men se estrenó en 2008 y ese mismo año aquel actor hasta entonces desconocido ganaría su primer Globo de Oro y recibiría su primera nominación al Emmy, premio que finalmente obtendría en 2015. Para entonces, ya ni siquiera estaba entre sus prioridades: “Tenía muchas más cosas de las que preocuparme que de si ganaba o no el Emmy”, admitió. Días más tarde, su representante daba a conocer que el galán más recio de la nueva televisión había cumplido un programa de rehabilitación por una recaída en su adicción al alcohol. Como si el personaje que por siete años se había emborrachado bajo el glamoroso manto de los años sesenta a la vista de millones de fans en todo el mundo se negara a abandonarlo.
Hamm hizo un tratamiento de 30 días en la clínica Silver Hill de Connecticut. “A veces la vida te bombardea con muchas cosas y hay que tratar de lidiar con ella con lo que se pueda”, explicó después. No se refería solo a su lucha contra el alcoholismo. 2015 también fue el año en el que el actor puso punto final a su relación con la actriz Jennifer Westfeldt tras casi dos décadas juntos.
“Creo que la oscuridad de Don Draper le pesó fuertemente a Jon, pese a haber sido el gran papel de su vida y la oportunidad que le dio la carrera de sus sueños”, dijo ella en una entrevista. Aunque nunca se casaron ni tuvieron hijos, Hamm habló muchas veces de ella como el amor de su vida y le agradeció públicamente por haber creído en él antes de que se hiciera famoso.
Después de recibir “más de cuarenta guiones situados en los 60 o en los que el protagonista era un publicista”, Hamm actuó en la serie Unbreakable Kimmy Schmidt, en un especial navideño de Black Mirror, en una comedia con Zach Galifianakis y Gal Gadot, en el drama Nostalgia y en el thriller político Beirut, entre otros papeles con los que demostró que es capaz de interpretar roles que nada tienen que ver con Draper.
Algo de Don, sin embargo, se quedó con Jon: durante el último capítulo de Mad Men el actor conoció a la actriz Anna Osceola, de 32 años. Su personaje de Clementina era una recepcionista de hotel que apenas si interactuaba unos segundos con Draper en pantalla. Pero en 2017 Hamm se mostró con ella por primera vez en público en un café y más tarde jugando al tenis. La confirmación de que estaban juntos llegó recién en 2020, a cinco años del final de la serie, cuando pasaron juntos la cuarentena en su casa de Los Ángeles: lo habían mantenido en absoluta reserva.
Es con ella y puertas adentro con quien el actor festejará hoy sus 50 años. “Creo que es importante tener una vida privada que solo compartas con tu gente más cercana –dijo Hamm en una entrevista reciente–. De otro modo, ¿quién sos realmente?”.
SEGUIR LEYENDO: