Sean todo oídos. O, mejor dicho, todo ojos. Porque para entender este caso policial, con varias víctimas muertas y vivas, hay que estar muy atentos. A lo largo de dos décadas, habrá muchos personajes por conocer. Intentaré que no se pierdan.
Rocío y Sonia, dos jóvenes asesinadas en años diferentes; Dolores, la pareja de la madre de una de ellas, condenada por un crimen que no cometió; King, un sádico asesino británico; Laura, la madre de Rocío, que sigue acusando a su ex; Cecilia, la mujer del monstruo que entregó evidencia clave. Ellos son los protagonistas de una trama que parece de película, pero que sucedió en la vida real de la España moderna y desnudó las terribles falencias del sistema judicial, la paupérrima investigación policial y los peligrosos preconceptos que pueden poblar el imaginario colectivo y presionar a las autoridades.
Todo comenzó cuando Rocío Wanninkhof, de 19 años y de origen holandés-español, fue asesinada en La Cala de Mijas, Málaga, en octubre de 1999. Su caso se convirtió en el más mediático del siglo XXI en la península ibérica. Teniendo una culpable condenada y presa, en 2003 la historia volvió a la palestra por otro asesinato que se le parecía y que logró poner a la policía sobre la pista del verdadero asesino. En 2008, la Televisión Española realizó una miniserie que se centraba en la figura de la primera acusada por el homicidio. Ahora, en 2021, regresa al primer plano porque Netflix estrenará un documental del género true crime que se titulará El caso Wanninkhof.
Nueve puñaladas para Rocío W.
El sábado 9 de octubre de 1999, Rocío Wanninkhof Hornos (de largo pelo castaño, gran sonrisa y 19 años) pasó la tarde en casa de su novio Antonio José Jurado. Hasta que decidió irse a su casa, ubicada a escasos 500 metros, para ducharse y cambiarse. Luego, se reencontraría con él y unos amigos en la Feria de Fuengirola. Rocío no llegó a la feria. El último en verla con vida fue un peatón ocasional a las 21:30.
A la mañana siguiente, su madre, Alicia Hornos, se percató de su ausencia. Le pidió a su otra hija, Rosa, que se hiciera una escapada hasta la casa de Antonio a ver si estaba allí. Pero él dijo no saber nada de Rocío y sugirió que podría estar durmiendo en la casa de alguna amiga.
Como no pudieron hallarla, Alicia denunció su desaparición a la Guardia Civil. La madre no perdió un minuto y salió a buscarla por el barrio. A pocos metros de una vereda, sobre un baldío, encontró las zapatillas de su hija y un pañuelo salpicados con sangre. Alertados los policías, siguieron el rastro hasta un descampado donde encontraron un gran charco rojo y huellas de un auto.
Cuatro días después, un taxista declaró haber esquivado en la zona, a las 22 horas de la noche anterior, a un automóvil que estaba atravesado sobre la calzada con las luces encendidas. Al hacerlo, sostuvo que escuchó un “chillido o grito” que procedía desde dentro del vehículo. Se asustó tanto que cerró las ventanas de su taxi y prosiguió su marcha inmediatamente. Las cosas podrían haber sido muy distintas si este hombre hubiese actuado con valentía e intervenido. Pasaron tres semanas sin noticias.
El 2 de noviembre, en un terreno detrás del restaurante El Rodeíto, a 39 kilómetros de donde Alicia había encontrado las zapatillas, apareció el cadáver de Rocío desnudo y en mal estado. Los forenses dictaminaron que tenía nueve puñaladas (ocho en la espalda y una en el pecho) y que había sido rociado con líquido inflamable y quemado. Eso impidió determinar si hubo o no violación. También hallaron unas manchas de semen y una colilla de cigarrillo aplastada. Cerca de la escena había, además, dos bolsas de basura negras con algunas pertenencias de Rocío, como dos remeras blancas. Las remeras estaban desgarradas como consecuencia de las cuchilladas. Faltaban su ropa interior y su pantalón.
Antes de seguir leyendo esta historia, abrí otras notas interesantes de Carolina Balbiani para leer después:
La necesidad de un culpable
El primer sospechoso fue su novio, Antonio José Jurado. El joven admitió a la policía que esa noche tenían planeado encontrarse, pero relató que no fue a la feria porque se quedó dormido. No pudo precisar qué ropa llevaba puesta Rocío aquella tarde y tampoco pudo explicar por qué no oyó la agresión del atacante siendo que su habitación parecía encontrarse bastante cerca de la escena del crimen.
Pero cuando llegaron los resultados del laboratorio forense se supo que las manchas de semen no correspondían a nadie del círculo íntimo de Rocío, tampoco el ADN detectado en la colilla. Eso dejó a Jurado fuera del radar de los detectives de homicidios.
Las miradas policiales se centraron en la ex pareja lesbiana de Alicia Hornos, la madre de Rocío: Dolores Vázquez. Esta mujer de origen británico se mostraba distante y poco empática ante el drama. Hacía poco que Dolores y Alicia (quienes habían convivido con los tres hijos de Hornos) habían terminado su relación en pésimos términos. Alicia la había dejado por un hombre. La frialdad y la masculinidad de Dolores le jugaron en contra. Las imágenes de Alicia acusándola por televisión por el asesinato de su hija dieron la vuelta al mundo.
Después de varios interrogatorios, la Guardia Civil detuvo, el 7 de septiembre del año 2000, a Dolores Vázquez. La presión mediática era enorme y se terminó celebrando un juicio plagado de irregularidades. Unas pocas fibras halladas en el cuerpo de la víctima y que, supuestamente, coincidían con las de una prenda de la acusada eran la evidencia. Los dichos de Alicia sobre las amenazas de Dolores por haberla dejado y su revelación de que la acusada solía llevar encima un arma blanca para autodefensa se sumaron a las pruebas de la investigación. Aunque luego se demostró, con un nuevo estudio, que las fibras no se correspondían con las halladas en el cadáver, todo siguió adelante. Dolores se proclamó inocente y aseguró haber estado esa noche cuidando a su madre. Proporcionó llamadas y coartadas que no fueron tenidas en cuenta.
El fiscal expuso su teoría: había sido un crimen por rencor y venganza. Según la fiscalía, esa noche, Dolores Vázquez había salido a correr y se había encontrado con Rocío. Con un objeto punzante, la habría apuñalado repetidamente y habría arrastrado su cuerpo para esconderlo primero y, luego, moverlo hasta su casa con un auto que le habría robado a otra persona. Más tarde lo habría descartado donde fue encontrado.
La hipótesis descabellada y sin sustento sólido fue avalada por el jurado popular que, el 25 de septiembre de 2001, declaró a Dolores Vázquez culpable. Siete votos a favor de su condena, dos en contra. Fue condenada a 15 años y un día de prisión. Los abogados de la condenada estaban anonadados por esta sentencia sin pruebas. En febrero de 2002, un recurso de apelación ante el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía ordenó anular la sentencia y celebrar un nuevo juicio, que nunca llegó a concretarse.
Vázquez pasó 17 meses en prisión. Hasta que algo más ocurrió que la liberó de toda culpa.
Sonia, la víctima que desnudó la verdad
El jueves 14 de agosto de 2003, Sonia Carabantes, de 17 años, desapareció durante las fiestas de la Virgen de la Fuensanta en Coín, una población ubicada a 19 km de Mijas. A las 5 de la mañana volvía hacia su casa con una amiga. Se separaron metros antes de llegar, pero durante esos breves pasos, Sonia se esfumó. Nadie se dio cuenta de que no había vuelto hasta entrada la mañana. Su familia avisó a la Guardia Civil y comenzaron su búsqueda. Muy cerca de la casa, tal como había ocurrido con Rocío, encontraron tirados su teléfono celular, un bolso y un zapato con restos de sangre. No era un buen presagio.
El 20 de agosto una pareja encontró el cadáver de Sonia en un lugar apartado del parque industrial de Monda, un pueblo próximo a Coín. Estaba desnudo de la cintura para abajo, sepultado bajo rocas y desechos. El corpiño estaba roto. Había sido estrangulada y había recibido varios golpes en la cabeza. Los investigadores concluyeron que su asesino la había esperado a escondidas y que, cuando la vio sola e indefensa, la abordó, la golpeó y la introdujo en el baúl de su auto. La trasladó hasta un descampado donde la desnudó, abusó de ella y volvió a golpearla. La terminó estrangulando. Hubo testigos que dijeron haber visto un automóvil blanco circulando de madrugada por esa zona.
Los peritos describieron que Sonia Carabantes sufrió una terrible agonía producida por 37 lesiones como consecuencia de los golpes que recibió antes de morir asfixiada con su camiseta anudada al cuello. Pero Sonia se había defendido con fiereza: había arañado a su asesino consiguiendo acumular en sus uñas suficiente piel del atacante para obtener un perfecto perfil genético.
Cuando cotejaron el ADN encontrado bajo las uñas de Sonia con las bases de datos de Interés Criminal saltó una coincidencia. La sorpresa de la policía fue mayúscula: era el mismo ADN de las muestras tomadas de la colilla de cigarrillo marca Royal Crown y de semen que se habían recogido en el lugar en el que había sido asesinada Rocío cuatro años antes. No había dudas: el responsable de las dos muertes era el mismo hombre. Esto significaba que habían condenado a una mujer inocente.
El eslabón que faltaba
Cecilia Matilde Pantoja y Tony King vivían en la Costa del Sol, España, desde 1997, con su hija Sabrina. La primera vez que Cecilia empezó a sospechar algo raro de su marido fue cuando ocurrió el asesinato de Rocío Wanninkhof. Esa noche, él volvió a su casa y tuvo “un extraño comportamiento”, explicó Cecilia años después, porque se duchó y tiró toda su ropa a la basura.
“Era como una premonición, un instinto, algo que te pega en el estómago”, relató durante el juicio en el que testificó en su contra.
Un tiempo después de lo de Rocío, ya con su matrimonio desbarrancando, una amiga le comentó que había visto a Tony King en un programa de televisión donde lo mostraban como delincuente y presunto agresor sexual. Cecilia entró en shock. Llamó a la policía inglesa, y ellos le explicaron sus antecedentes por robos con armas, pero asegura que no le dijeron mucho más.
En el año 2000, Cecilia y King dejaron de convivir. el matrimonio había fracasado. Cecilia le llegó a comentar a una vecina amiga que sospechaba de que Tony pudiera ser el responsable de la muerte de Rocío. Su amiga pensó que exageraba.
Cuando en agosto de 2003 Sonia Carabantes apareció asesinada, a Cecilia se le retorció el estómago. No podía engañarse más: la noche en que la joven Sonia desapareció, Tony King había ido a verla con arañazos en la cara y sangre en la ropa. La excusa que había puesto su ex marido era que en la Feria de Coín había tenido un altercado. Cecilia se comunicó con Scotland Yard y ellos le dijeron que fuera a contarle todo lo que sabía a la policía española. Así lo hizo y Cecilia les aportó otro dato crucial: King fumaba cigarrillos Royal Crown, la misma marca de la colilla que se había encontrado en una de las escenas del crimen. Era justo lo que necesitaban.
El 16 de agosto de 2003, la policía española entró al domicilio de King en Alhaurín el Grande, en Málaga. Por aquel tiempo King trabajaba como barman. Las autoridades salieron de allí con Anthony Bromwich o, mejor dicho, como él se había rebautizado, Tony King, esposado. El británico de 38 años era dueño del ADN que coincidía con el encontrado en los dos casos: el de Sonia y el de Rocío.
El jueves 18 de septiembre de 2003, la Policía Nacional lo detuvo formalmente como presunto autor de los dos asesinatos. King se derrumbó y confesó. Uno de los agentes que participó en su interrogatorio contó que el acusado había relatado que se sentía como “el cazador” y que las mujeres eran sus presas, y había aclarado que lo que buscaba, en realidad, no era tanto consumar una agresión sexual sino abusar de las víctimas para “masturbarse con el recuerdo”.
Los peritos psiquiátricos lo definieron como un psicópata. Pero dejaron claro que, pese a padecer trastorno antisocial de la personalidad, no se trataba de un enfermo mental, porque conservaba “su capacidad de entender y obrar como para poder responder por los hechos que se le imputan”. Una de las expertas que lo entrevistó en seis ocasiones aseguró que era “bastante probable” que volviese a cometer hechos de iguales características si fuera liberado. Puntualizó que el acusado carecía de empatía, no tenía sentimiento de culpa, no manifestaba arrepentimiento y era un perfecto manipulador en beneficio propio.
El “rey” de la perversión
Pero, ¿quién era en realidad este inglés llamado Tony King y qué había hecho en su propio país? Anthony Bromwich, tal era el nombre real de Tony King, era retraído, callado, no demasiado inteligente y se mostraba muy preocupado por su imagen. Se había obsesionado con el fisicoculturismo desde muy joven. La obsesión lo llevó al abuso de esteroides y, el consumo excesivo, a una impotencia sexual aguda. Enloquecido por ello y porque sus relaciones íntimas fracasaban, su carácter se resintió y se volcó al alcoholismo y a las drogas. Alcoholizado o drogado (tomaba cocaína y heroína) perdía su timidez, se volvía prepotente y muy violento. Solía pasearse por los bares de moda alardeando que se había acostado con menores de edad; que había matado a los violadores de su propia hermana o que cometía delitos que le encargaban sus jefes mafiosos. Se jactaba, además, de llevar en su auto un machete y varias armas. La verdad era que sus frustraciones sexuales le generaban una necesidad irrefrenable de imponerse de manera violenta. El hombre era una bomba mortal.
Sus primeros delitos los cometió, en 1985, con 19 años. Si bien trabajaba en una imprenta y tenía una novia formal, llamada Lynne Kere, los lunes y los miércoles los tenía libres. Fue en esos días de la semana que concretó sus fantasías oscuras: estranguló, con un cordón, a cinco mujeres jóvenes por la espalda hasta dejarlas inconscientes. Luego, cuando estaban desmayadas, las agredía sexualmente, pero no las violaba. Seguramente su impotencia se lo impedía.
En su propio vecindario londinense empezó a hablarse del “estrangulador de Holloway”. Fue descubierto, juzgado y condenado a diez años de cárcel. A los cinco años le otorgaron la libertad condicional, pero no tuvo mejor idea que asaltar a una mujer a punta de pistola, lo que le valió volver a la cárcel para completar su condena.
En su juventud y en su tiempo fuera de la prisión había vivido siempre con su madre Linda y su padrastro en el número 23 de la calle Mulkern, en el norte de la ciudad de Londres. Su familia era apreciada en el barrio, su casa tenía la puerta de entrada pintada de azul y poseía un pequeño jardín trasero. Parecían una familia muy normal. Eso hasta que comenzaron sus fechorías y sus padres comenzaron a vivir aterrados.
En 1995, tras cumplir su condena, salió de la cárcel y consiguió que la Justicia británica le permitiera cambiar su nombre por el de Tony Alexander King. Conoció a una mujer, Cecilia Matilde Pantoja y se fueron a vivir juntos. Poco tiempo después, nacida su hija Sabrina en 1997 en Londres, partieron a España. Se instalaron en la Costa del Sol. Durante algunos años, King, se dedicó a vender departamentos. Entre otras cosas inconfesables. Luego sobrevino el divorcio, y Cecilia rehízo su vida con otro hombre.
La asfixia de la hija
King fue condenado, en 2005, a 36 años por el homicidio de Sonia Carabantes; luego le dieron 7 años por un intento de violación en Benalmádena en 2001, y 2 años y medio extra por la agresión a María, una víctima que denunció al agresor antes del asesinato de Sonia Carabantes. En 2006, lo sentenciaron a 19 años más por el caso de Rocío Wanninkhof. También fue condenado a pagar trescientos mil euros de indemnización a la familia Carabantes. Su ex mujer Cecilia declaró en su contra.
Desde 2008 vive en la cárcel de Herrera de La Mancha (Ciudad Real) por su “peligrosidad extrema”. Su día a día consiste en pasar veintiuna horas en una celda individual de cuatro por cuatro. Hasta 2033 no tendrá ningún permiso penitenciario para salir. Para entonces tendrá 68 años.
La única excepción a esta severa reclusión ocurrió en septiembre de 2007 y fue por una desgraciada muerte: lo autorizaron a asistir al entierro de su propia hija, Sabrina King, de 10 años. Él, el cruel asesino que había asfixiado a tantas mujeres, tuvo que enfrentar el drama de su propia hija, que murió ahogada en la pileta del condominio de Costa del Sol, en Fuengirola, donde vivía con su madre Cecilia y su padrastro David Cooze. Sabrina había llegado a ser rescatada inconsciente del fondo de la piscina y los paramédicos habían logrado que su corazón volviera a latir por un rato, pero más tarde, ese mismo día, falleció.
Fue lo más cerca que estuvo jamás, el estrangulador de Holloway, del dolor que supo causar.
Hasta el día de hoy Scotland Yard sigue investigando la participación de King en el asesinato de dos niñas más en el Reino Unido. Se calcula que podría tener unas doce muertes a sus espaldas.
Alicia ¿en el país de las mentiras?
Alicia Hornos, la madre de Rocío, tiene hoy 70 años y vive rodeada de fotos. Tiene colgadas las fotografías de sus otros dos hijos mayores, una de su nieto de 4 años y una gigante de Rocío, eternamente joven. Los últimos dos años siguió sumando penas. En la Navidad de 2019 murió, por esclerosis múltiple, el padre de Rocío, con quien siempre había mantenido una gran amistad. En 2020 tuvo que enfrentar su propio diagnóstico de cáncer en los ganglios.
Por todo esto, Alicia declinó aparecer en el documental de Netflix que se estrenará en breve. Mientras se rodaba la serie, perdía el pelo por la quimioterapia. Ella sigue sosteniendo, como desde el principio, que su ex pareja Dolores Vázquez tuvo que ver en el asunto. Repite que Tony King “no actuó solo”.
King, por su parte, la ha bombardeado con cartas desde la prisión llenándole la cabeza para convencerla de que no es el asesino. El contenido de esas es espeluznante, por los detalles que contienen. A pesar de haber confesado en su momento, King dice que fue forzado a hacerlo. Omite que fue su propia ex quien lo mandó preso, y arremete contra las pruebas de ADN porque dice que fueron plantadas y apunta contra Dolores Vázquez. Estas misivas demuestran que al menos admite haber estado en el momento exacto del crimen: en su truculenta historia él se sitúa como espectador y suma dibujos escabrosos con puñaladas y charcos de sangre. El atroz relato de King y sus mentiras obvias hicieron mella en la psiquis de Alicia Hornos, quien le cree. Así se lo hizo saber al medio El Español: “Sigo creyendo que Tony King es inocente. Y mi abogado, Marcos García Montes, también lo cree. Mi familia dice que deje el tema ya, no quieren saber nada, no quieren remover. Yo quiero que el caso se reabra para que se sepa la verdad”.
En 8 metros cuadrados
De nada le sirvió a Dolores Vázquez negar su participación en la desaparición y el asesinato de Rocío. A pesar de las pruebas que aportó -llamadas telefónicas y testigos-, la presunta asesina fue arrestada y llevada a prisión. Anulada su condena no fue ese el fin de sus miserias. Porque se siguió sintiendo hostigada por los medios. Por ello decidió volver a Gran Bretaña, donde habita parte de su familia. Por esos 519 días que pasó presa y por el estigma que eso supuso pretendió una indemnización de cuatro millones de euros, pero en 2008 el Ministerio de Justicia le ofreció 120.000 euros.
Seguramente el documental de Netflix tenga para aportar más detalles sobre esta historia. Pero King, vaya nombre que escogió por apodo este depravado criminal que en inglés significa rey, no reina ya en ningún lado, salvo en los ocho metros cuadrados de su celda de aislamiento. Al menos, hasta 2033.
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