“Caballeros, acaban de grabar su primer número uno”, dijo la voz metálica que salía desde la consola hacia la sala de grabación. Los cuatro chicos se rieron, satisfechos. Lo tomaron como un halago. Ninguno pensó que esa frase podía tener algo de profecía. Era recién su segunda sesión profesional. Pero el hombre que estaba al comando sabía lo que decía. Cuando Please, Please Me apareció se convirtió en un éxito inmediato. Los Beatles se daban a conocer. Y ya nada sería lo mismo.
George Martin tenía 36 años. Pero parecía de más edad. El pelo prolijo, la cara alargada, la vestimenta siempre formal, los gestos serenos. Desde hacía más de cinco años manejaba Parlophone. Había heredado el sello, luego de la jubilación de su anterior jefe. Era una división de EMI que no tenía demasiado trabajo; su producción no estaba orientaba a las ventas masivas. Sus géneros eran, por lo general, marginales y escasamente masivos.
En su infancia tuvo su primer contacto con la música. Martin tenía una hermana mayor que tomaba clases de piano. Como no había plata para que la profesora le enseñara a los dos hijos, George se sentaba en un rincón de la habitación y trataba de copiar lo que hacía su hermana. Apenas la profesora se retiraba, él repetía, recreaba lo que había sucedido en la clase. Un poco más grande estudió piano y oboe formalmente.
Después de pasar por varias escuelas, le llegó el turno de ser reclutado para la Segunda Guerra Mundial. No llegó a combatir. Recibió el alta en 1947. Estudió música, pasó por la división de música clásica de la BBC y llegó a Parlaphone.
En ese sello grabó artistas clásicos pero su zona principal de trabajo era la de los discos de comediantes. Hizo los discos de los mayores cómicos ingleses de la época. Los protagonistas de The Goon Show, entre ellos Peter Sellers, eran los artistas que más vendían en el rubro. En 1962, el mundo de la música estaba cambiando. George Martin supo que debía encontrar él también algún artista de rock que sedujera al público juvenil que era quien más discos compraba.
Alguien le habló de Brian Epstein, un joven dueño de un negocio de electrodomésticos, que estaba intentando que una banda que manejaba llegara a grabar un disco. Hasta el momento no había tenido suerte. Los había rechazado de todas las discográficas. La última negativa la había brindado Decca. Epstein y Martin se reunieron en febrero de 1962. Unos meses después hubo otra reunión en la que Martin escuchó un demo que lo dejó impasible pero lo que sí lo sorprendió fue el entusiasmo y la confianza de Epstein. Decidió firmar al grupo. No tenía nada que perder. Sin anticipos, las regalías de la banda quedaron fijadas en un penique por cada disco vendido. Una miseria que luego debía ser dividida en cuatro. Pero a los Beatles no les importó. Ellos querían grabar.
El primer gran aporte de Martin a la banda fue su confianza. De entrada, no le gustaron los temas ni la manera de tocar de los cuatro jóvenes, pero escuchó algo especial en las voces de John Lennon y de Paul McCartney. Creyó que valía la pena invertir algo de tiempo en ese par de buenos cantantes. Además no tenía muchas opciones más. Necesitaba algún artista de rock, de música joven. Y estos cuatro muchachos de Liverpool era lo mejor (o al menos lo más potable) que había encontrado hasta el momento.
La primera sesión de grabación fue el 6 de junio de 1962. Martin no la presenció. Al termino de la sesión escuchó los cuatro temas registrados. Una vez más, no encontró un hit, ni siquiera creía que le grupo podía a llegar a encabezar los charts. Pero su oído de productor volvió a ser influyente. Exigió que cambiaran al baterista. Fue casi la única condición que puso para trabajar con ellos. Con trabajo y un buen ritmo de base algo podía suceder.
Paul y John querían grabar sus temas, pero Martin no estaba tan convencido. Prefería que hicieran covers. Ellos insistieron y lograron que Love Me Do saliera como el primer single. Pero, antes, George Martin volvió a rechazar al baterista, en este caso al nuevo, a Ringo Starr y contrató a un sesionista. El single llegó al puesto 17 de los charts, nada mal para unos debutantes. Eso hizo que volvieran a entrar al estudio. George Martin había querido que su primer single fuera How Do You Do It, pero John y Paul se negaron. Martin parecía ir tomándole el pulso al mercado: esa canción llegó a la cima de los charts interpretado por Gerry and the Pacemakers. Los Beatles se dieron cuenta que ese adulto que tenían enfrente sabía de qué hablaba. Tal vez, valía la pena escucharlo.
Cuando llegó al estudio, Please Please Me era una balada. George Martin la escuchó con su gesto serio, reconcentrado. Al terminar les dijo: “Está bien, pero dóblenle la velocidad”. Los jóvenes músicos no supieron si era una broma o si hablaba en serio. Por las dudas le hicieron caso. Cuando terminaron la primera toma, escucharon hablar a su productor desde el control. Les anunciaba, les avisaba- que ese sería su primer número uno.
El tercer tema fue From me to You. George Martin intercedió, sin que ellos lo pidieran, por los Beatles ante las autoridades de la discográfica. Pidió que les duplicaron los magros royalties convenidos. A los ejecutivos no les agradó el gesto, ni siquiera pensaron en la justicia del reclamo. El contrato, aún con el aumento, seguía siendo leonino. Pero a Martin lo trataron de traidor por ponerse del lado de los músicos cuando él representaba los intereses de la discográfica.
Cuando finalizó la primera sesión de grabación de los Beatles, esa en la que Martin no participó, luego de escuchar las canciones, el productor entró en la sala y saludó a los músicos. Les preguntó si estaban cómodos, los autorizó para decirle si había algo que no les gustaba. George Harrison, el más joven de los cuatro, fue el que rompió el hielo: “Esa corbata horrible que llevás”. dijo. Y todos rieron. John y Paul se sintieron autorizados para desplegar sus bromas. George Martin contó, años después, que en ese momento se dio cuenta que él tenía ganas de trabajar con esos chicos, que eran inteligentes y con sentido del humor.
En esas primeras semanas de trabajo fueron muchos los gestos de George Martin que los Beatles valoraron. Los había defendido ante la discográfica, el cambio de tiempo de su tema lo había convertido en un éxito, sabía tocar el piano, los escuchaba, aceptaba su sentido del humor y se desvivía para que en el estudio siempre existiera un buen clima. Habían encontrado en quien confiar, quien los podía mejorar.
Es un lugar común. Hubo muchos que, con mayor o menor justicia, aspiraron al mote de Quinto Beatle. Una contienda estéril. Ellos fueron cuatro. Y nada más. Pero Stu Sutcliffe, Pete Best, Brian Epstein, Klaus Voorman o Billy Preston (también George Best pero por su impacto cultural) aspiraron al honor. Los especialistas coinciden que el único que cabalmente puede ser llamado así, el único Quinto Beatle fue George Martin.
El no lucía moptops, no fue ídolo juvenil, no salía en las revistas, ni siquiera tenía buena voz. Podía caminar por las calles con cierta libertad, las adolescentes no se desmayaban a su paso y sus composiciones no encabezaron los charts. Pero los Beatles no hubieran alcanzado esas alturas estratosféricas, no hubieran cambiado el rumbo de la música popular moderna de no haberse cruzado en su camino con George Martin.
Él, a diferencia de los Beatles -de al menos tres de los cuatro-, no era un genio. Pero era un artesano, alguien con un oficio bien conocido, con experiencia, visión y voluntad. No lo dominaba la pereza. Sacaba recursos de caja de herramientas, de sus años en el negocio, de sus estudios. Y nunca se daba por vencido.
A aquellos que lo señalaban como una figura paternal, él respondía que a lo sumo podía oficiar de hermano mayor. Él tenía alrededor de 15 años más que los músicos. Ellos no necesitaban confianza, eso les sobraba. Pero sí, una guía, alguien que los interpretara, que oficiara de medium para que sus ideas voluptuosas se transformaran en sonidos. George Martin fue el encargado de corporizar algunas ideas abstractas de John y Paul.
Cuando Paul llevo al estudio Yesterday, todos reconocieron que se trataba de una obra maestra. Pero se instaló una sensación de incomodidad evidente: ¿qué harían los otros tres? Era la primera vez que pasaba que los demás no tenían espacio. Tampoco era cuestión de arruinar lo que ya estaba bien. Martin propuso un cuarteto de cuerdas. Paul, al principio, se negó. No quería esos pastiches que había en el pop. melosos, pegajosos. Lo que George Martin proponía era algo distinto. Fue con sus conocimientos de música clásica, de orquestación el primero en integrar orquestas e instrumentos de la música culta al pop. Después lo haría muchas veces y hasta sería el que lograra integrar las ideas hindúes de George.
Otra de sus proezas fue Strawberry Fields. Había dos grabaciones en dos registros y en dos tiempos distintos. No sabían con cuál quedarse, hasta que alguien, con sensatez, sugirió que lo ideal sería una mixtura de ambas. “Qué lástima que eso es imposible”, dijo otro. John Lennon miró a George Martin y le pidió: “Hacelo”. Martin junto al ingeniero de sonido Geoff Emmerick lo hizo. Fue una proeza, que parecía inconseguible con los medios técnicos de la época. Posiblemente uno de los grandes hitos de la edición moderna. Entre esos hitos, esos actos de magia que superaron las limitaciones tecnológicas de esos años, que expandieron horizontes se pueden agregar el tsunami orquestal de A Day in the Life o el ambiente circense de Being For The Beneffit of Mr. Kite!
Hasta la aparición de George Martin los productores musicales no eran magos de estudio. Oficiaban de managers. Conseguían oportunidades, se encargaban de la logística de la grabación y no mucho más. No diseñaban el sonido de un artista como sí lo hizo George Martin. Es uno de esos contados personajes que tras su tarea, reconfigura su profesión. Sus habilidades ingresan en la definición obligatoria de su oficio.
Otro de sus méritos fue que nunca buscó ocupar roles centrales, nunca pretendió robar algo del merecido protagonismo de los Beatles. Supo, desde un principio, que su papel era secundario, que un productor musical como un buen editor literario deben tener una cualidad ineludible: aspirar a la invisibilidad. La otra, trabajar la obra ajena como si fuera propia pero sin quitarle fuerza a la voz del autor, sino potenciándola. El objetivo es el de los buenos directores técnicos de fútbol: sacar lo mejor de sus dirigidos, que ellos alcancen el pico de rendimiento bajo su dirección.
George Martin logró crear un ambiente fértil para que la genialidad de los Beatles pudiera desplegarse.
Sus colegas y los especialistas suelen reconocer el papel vital de George Martin en los Beatles, y por ende en la música moderna. Los elogios suelen ser unánimes. Una sociedad improbable pero invencible.
John con su estilo cáustico, inconformista y desdeñoso, tras la separación del grupo, mientras daba a conocer sus primeros trabajos solistas y se alejaba estilísticamente y hasta en sus declaraciones de su pasado, cuando un periodista le pidió una opinión sobre el trabajo de George Martin, preguntó: “¿Conoce muchas canciones suyas, se venden muchos discos de su autoría o en los que él toca?”. Tiempo después se arrepintió de haber menospreciado el aporte del productor.
George Martin tenía sus preferidos entre los discos de los Beatles. Rubber Soul y Revolver. Porque esos, los del cambio estilístico abismal, los de la evolución, los de los milagros en los estudios, los saltos al vacío inesperados en vez del regodeo en el éxito seguro. El otro al que él le tenía enorme cariño era Abbey Road, el canto del cisne, la última grabación juntos. Ese lado B glorioso en el que encadenaban los temas, de manera sutil, la innovación hasta último momento, nunca quedarse en lo seguro.
Después de los Beatles, George Martin grabó con decenas de grandes artistas. Paul trabajó con él en Live and Let Die. Martin participó en otros dos proyectos Bond. También compuso música de películas, grabó con América, Sarah Vaughn o Elton John.
Participó del proyecto de Anthology pero se negó a mezclar los dos inéditos de Lennon, Free as a Bird y Real Love, para que se convirtieran en canciones Beatles. Estaba perdiendo la audición.
Murió hace cinco años, el 8 de marzo de 2016, mientras dormía. Tenía 90 años y hacía más de medio siglo, contra todo pronóstico, había tenido participación fundamental en una revolución, la que cambió para siempre la música y la cultura modernas.
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