Karen Carpenter no sentía hambre. O, si alguna vez la había sentido, ya se había olvidado. Al mirarse al espejo, lo que veía le disgustaba. Se sentía gorda, fea, profundamente infeliz. Todo lo que ella representaba para el resto de los mortales que la escuchábamos cantar, no le resultaba suficiente. Su dulzura, sus éxitos con The Carpenters, su increíble voz llenando espectáculos, su personal estilo… no podían calmar su alma quebrada. La luz y la felicidad se le fueron escurriendo por esas hendijas y solo le quedó el vacío y la oscuridad.
El exceso de laxantes y purgantes y la autopercepción de su físico (padecía anorexia nerviosa y dismorfia corporal) habían deteriorado hasta un punto sin retorno su salud.
Karen, a los 32 años, se había vuelto etérea, transparente. El 4 de febrero de 1983, su corazón efectuó un último latido y luego se detuvo en seco.
Morir antes de tiempo
La muerte de Karen ocurrió muy temprano por la mañana y su madre solo escuchó un golpe, en la planta superior, cuando su hija se desplomó. La bella baterista, la voz privilegiada de los años setenta, había colapsado.
La joven se había convertido en un frágil manojo de huesos disecados por falta de nutrientes. Lo previsible, había ocurrido en la casa de sus padres en Downey, California.
Harold Carpenter (74), su padre, y una empleada, intentaron resucitarla. Una ambulancia la trasladó al Hospital Downey Community donde veinte minutos después fue declarada muerta.
La autopsia la hizo el médico forense Ronald Kornblun a quien le llamaron la atención las marcas de numerosas agujas que presentaba el cuerpo. Eran por la alimentación intravenosa que había recibido en los últimos tiempos.
Certificó que la causa había sido por “irregularidades en los latidos causados por desequilibrios químicos asociados con la anorexia nerviosa”.
Hacía más de ocho años que Karen luchaba contra su enfermedad.
Karen Anne Carpenter (nació el 2 de marzo de 1950, en New Haven, Connecticut) era la segunda hija de una familia de clase media. Richard Carpenter, su hermano mayor tenía 3 años cuando ella llegó al mundo.
Sus padres, Agnes Tatum, que tenía entonces 35 años, y Harold Bertram Carpenter, 42, eran metodistas. Y en casa siempre había mandado Agnes. Era la matriarca que imponía cánones exigentes y reglas estrictas. Karen que era demasiado sensible y vulnerable, pasó su vida tratando de ajustarse a los alto parámetros de su madre. Con su padre, en cambio, se sentía más libre y compartía su pasión por la música. En el sótano de su casa, alejados de la madre, Karen, Harold y Richard disfrutaban a pleno.
Agnes, que veía el talento de Karen, fue quien insistió para que la familia se mudara a California. Sabía que allí encontrarían oportunidades musicales.
En 1963, se establecieron en Downey, en las afueras de Los Ángeles.
En la secundaria Karen descubrió que odiaba la geometría y la gimnasia y se anotó en la banda del colegio. Empezó a tocar la batería y sintió que había descubierto su pasión. Después de su graduación se unió al coro de Long Beach State. Con su hermano y un amigo llamado Wes Jacobs formaron el Richard Carpenter Trio y empezaron a tocar en por bares de Hollywood. Sobre todo, jazz.
En 1966, ganaron un importante concurso musical entre adolescentes que les permitió firmar un contrato con la discográfica RCA. Pero como esto no condujo a ningún disco, decepcionado Jacobs abandonó el trío. Pero Richard percibió enseguida el potencial económico detrás de Karen. Su hermana era oro en polvo: como contralto, poseía una voz angelical perfecta con registros bajos. Richard se esmeró e hizo arreglos musicales para explotar las virtudes de su hermana.
Al principio parecía que sus canciones parecían fuera de época, porque hacia fines de los años 60 y principios de los 70 la sociedad estaba comprometida con los reclamos sobre la guerra de Vietnam.
Se unieron a otro amigo de Richard, John Bettis, y armaron Spectrum. Fracasaron. Richard insistió y, por intermediación de su madre, consiguió que sus demos circularan por las discográficas hasta llegar a las manos de alguien que sí les prestaría atención: Herb Alpert, fundador de A&M Records. Firmaron contratos. Esta vez sí arrancaba su carrera. Estábamos en abril de 1969.
Hermanos en guerra
En A&M Records le dieron libertad absoluta para hacer lo que quisieran. Ese mismo año salió Offering, su primer álbum que no resultó muy popular. Alpert les sugirió entonces que grabaran la canción They long to be close to you. Richard y Karen eran obedientes: lo hicieron. Alpert no se había equivocado, el tema llegó al puesto número 1 en 1970. Karen triunfaba con su voz. Luego, llegaron a los Grammy. El éxito del dúo fue de alto impacto. Por fin, jugaban en las grandes ligas del mundo de la música.
A ese exitazo siguieron más canciones super pegadizas y taquilleras: Top of the World, Please Mr. Postman, We’ve only just begun, Rainy days and mondays, There’s a kind of hush (All over the world), entre otras, que hoy cualquier persona de edad recuerda como un clásico.
Vendían y vendían a más no poder. El dinero entraba a raudales. Mientras Richard era el líder musical de la banda; Agnes, su madre, era la regente de la moral familiar y musical. Karen era millonaria, pretendía vivir sola. Pero el extremo conservadurismo de su madre le puso el límite.
La familia no era perfecta. Lejos estaba de serlo.
Los excesos ocurrían puertas adentro a pesar de los límites que Agenes creía poner. Los padres no registraban la seriedad del asunto. Richard se la pasaba tomando metacualona (un sedante hipnótico para combatir el insomnio) y la angustia de Karen era creciente e incontrolable. Brillaba desde las portadas de sus discos, vendían millones, eran aplaudidos y buscados. Pero el mundo de Karen se desmoronaba sin pausa.
Gordita y rellenita, palabras asesinas
Los medios de comunicación habían empezado a tratarla de “rellenita” y “gordita”. Nada podía ser peor para la insegura Karen. Comenzó a verse como no era. Sus síntomas de anorexia ya eran evidentes en 1973. Sus desórdenes alimenticios se volvieron cotidianos. Pero esas enfermedades que padecía no eran tomadas en cuenta como hoy. Es más: la enfermedad de Karen Carpenter fue de alguna manera un toque de atención para las jóvenes y familias de la época.
Karen se volcó a las dietas y se volvió una fan del ejercicio físico. Hacía sus giras con un equipo de gimnasia y un entrenador personal. Karen no quería ser llamada gordita nunca más. Haría lo imposible para que eso no le volviera a ocurrir. Para eso llegó a tomar hasta noventa pastillas diarias entre laxantes y grageas para adelgazar. Y, claro, seguía abusando del jarabe de ipecacuana para provocarse los vómitos que le permitían restar combustible a su cuerpo. Poniendo la máquina a todo trapo y dándole lo menos posible, no había manera de que nadie volviera a llamarla “rellenita”. Piel y huesos. Aun así, no estaba contenta.
En el año 1975 los lectores de la revista Playboy la eligieron como la mejor baterista del año. Ese mismo año llegó a pesar 41 kilos. Era un espectro vestido.
En 1979 Richard su hermano fue internado en una clínica para recuperarse de la adicción a los somníferos. El manager de Karen, Jerry Weintraub, la animó a que hiciera un disco como solista. El productor contratado para ese disco fue Phil Ramone, un famoso productor neoyorquino. Lo terminaron a principios de 1980, pero los ejecutivos del sello dijeron que la selección de los temas era pobre. La aventura implicó perder medio millón de dólares. Detrás de ese veto estaban los celos enfermizos de su hermano Richard que se oponía a que ella lanzara un disco como solista. Él, el preferido de mamá, el líder de la banda, no quería relegar su primer plano. Lo enloquecía pensar que su hermana pasara al frente y lo opacara.
Después de la muerte de Karen, los celos de Richard cedieron y levantó ese veto que había impuesto y decidió lanzarlo.
Lo que no se dice
Madre controladora, padre desinteresado y hermano egocéntrico… Karen no podía escapar a su destino difícil. Con hábitos destructivos, abusos generalizados, su organismo se resintió. Malnutrida, su músculo cardíaco sufría irremediablemente. Subía al escenario como un esqueleto de 40 kilos. Todos los veían, pero nadie hacía demasiado.
A pesar de que su salud se deterioraba, su trabajo continuó siendo elogiado y fue nominada en la lista de la revista Rolling Stone entre las 100 más grandes cantantes de todos los tiempos.
Karen ocultaba sus huesos pelados con capas de ropa. Aprendió a mentir y a fingir que comía. Le escapaba a las playas para no suscitar comentarios. Ya no veían a aquella que los medios se habían animado a llamar rellenita alguna vez. Los pocos que vislumbraban lo que había bajo esa ropa se espantaban.
En 1981, durante una gira por Europa, sus adicciones quedaron expuestas. En una farmacia de París se armó un escándalo cuando pretendió comprar cantidades industriales de laxantes. A su retorno fue enviada a Nueva York, donde consultaron a Steven Levenkron, uno de los pocos expertos en desórdenes alimenticios.
Levenkron forzó una reunión familiar que resultó un bochorno: su familia no comprendía la enfermedad, le negaban y la minimizaban. Decían que Karen solo quería llevarles la contraria. Agnes le recriminaba sus comportamientos y jamás intuyó que lo que le faltaba a Karen era contención y afecto. Las reglas, todo eran las reglas. Pero la joven tenía frecuentes desmayos y ya no tenía fuerzas para cantar. Era un pájaro triste sin voz.
En eso estaba cuando se enamoró de Tom Burris. Se casaron el 31 de agosto de 1981. Él tenía varios años más, había dejado a su mujer por Karen y se dedicaba a bienes raíces.
Una semana antes del casamiento Tom le confesó que se había realizado una vasectomía y que por ende no podría tener hijos. Karen se sintió engañada y traicionada y quiso suspender la boda. Ella sí quería hijos. Otra vez apareció Agnes, la madre inflexible que le exigió seguir adelante porque las invitaciones ya estaban enviadas y los medios habían sido convocados. Agnes no querían un escándalo.
Se casaron, pero Tom Burris que estaba tapado de deudas solo quería salvarse gracias a la fortuna de Karen.
El amor a Karen se le hacía esquivo. Burris, además, horadó todo lo que pudo la poquísima autoestima de su mujer. Despectivamente se burlaba: “Se te notan todos los huesos”.
Entre que Karen siempre había odiado su cuerpo, su marido la hundía más y más. Un año después se separaron.
El 20 de septiembre de 1982 fue internada en un hospital de Nueva York para hidratarla y alimentarla por la fuerza. El tratamiento logró que ella volviera a consumir alimentos sólidos, subiera de peso y tuviera nuevamente la menstruación que se le había retirado.
El 16 de noviembre volvió a Los Ángeles, pero la grieta con su familia era insostenible. Todos aparentaban normalidad, pero Karen estaba profundamente desconsolada. Necesitaba ser abrazada.
Se enfrascó en su trabajo y el dúo resucitó. Grabaron Made in America. Para promocionarlo dieron una entrevista a la BBC donde la periodista le preguntó sin titubear si ella “sufría la enfermedad del adelgazamiento”. Ella mintió y lo negó. Los rumores que corrían eran insoportables para los Carpenters.
Karen se sometió a varias terapias para superar su enfrentamiento con la comida, pero no ganó la batalla.
La última noche de su vida, Karen fue a dormir a casa de sus padres. Estaba angustiada, al día siguiente firmaría sus papeles de divorcio.
Su corazón vacío de todo, no pudo más.
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