Patricia tiene 41 años y la certeza de que la memoria le hizo un favor. Sabe de su infancia lo que le contaron pero casi no tiene recuerdos: sabe que ella y sus hermanos revolvían la basura para buscar comida, que su papá era alcohólico, que le pegaba a su mamá. Pero lo único que recuerda es una escena lateral: “Éramos tantos que yo siempre tenía que caminar. Yo era la mayor de los hermanos, así que a mí nunca me alzaban”.
Vivían en una casilla en una pequeña ciudad de Santa Fe llamada Monte Vera, a unos 160 kilómetros de Rosario. “Éramos mi papá, mi mamá y cinco hermanitos”, cuenta a Infobae Patricia Torres, desde su provincia natal. “Los vecinos denunciaban todo el tiempo que no nos daban de comer. Denunciaban que él tomaba mucho, mi papá, que mi mamá era víctima de violencia. Los vecinos también llamaban a mi abuela cuando nos veían en la basura; era mi abuela la que nos traía algo de comer”.
La casilla en la que vivían los siete tenía luz y agua y a veces entraba algo de dinero. “Pero así como venía, desaparecía. Mi papá trabajaba en quintas sembrando o cuidando animales, pero tomaba tanto que lo terminaban echando de todos los trabajos. Sé que trabajó en la empresa de recolección de basura y pasó lo mismo. Mi mamá no trabajaba, estaba siempre embarazada, tenía un hijo tras otro”, sigue Patricia, que es empleada doméstica.
Aquel día de noviembre de 1984 en que la Policía y el juez llegaron a la casilla, Patricia -la mayor de los hermanos- tenía 6 años. Silvia tenía 5, Eduardo, 3. Jorge tenía 1 año y Mario era un bebé de 2 meses.
Tampoco tiene recuerdos de ese día y también esta parte se la contaron: “Fue un mediodía, todos se acuerdan que hacía frío. Alguien le avisó a mi tía, que vivía cerca, ‘mirá que están por sacarle a los hijos a tu hermano’, por eso mi tío, que era policía de la Federal, se fue rápido a buscarnos, desesperado. Nos agarró a las dos nenas y nos llevó a la casa de mi tía. Cuando volvió a buscar a los tres varones, ya no estaban”.
Según el relato familiar, ese mismo día la abuela de los chicos y el tío policía fueron al Juzgado de Menores a buscar a los tres varones “pero los echaron. Mi tío volvió al día siguiente y el juez le dijo que los habían sacado del país, y mi tío se enfureció y le pegó. Al juez le pegó, por eso la Policía Federal decidió sacarlo de Santa Fe y mandarlo a trabajar a Buenos Aires, porque buscaba al juez por todos lados para que le dijera dónde estaban los chicos. Los siguieron buscando, un año tras otro, pero nunca más supieron nada de los tres varones”.
Patricia y Silvia tuvieron, entre comillas, suerte: no sólo no fueron separadas sino que se criaron juntas y con su abuela. “Mi abuela fue la que nos salvó, y eso que no le sobraba nada. Vendía pastelitos en la calle para darnos de comer, conseguía donaciones de ropa. Mis tíos también nos traían lo que podían. De mi mamá y mi papá no supimos nada durante unos años hasta que mi mamá volvió a aparecer en lo de mi abuela. Otra vez embarazada estaba, y seguía sufriendo mucha violencia. Imaginate que de tantos golpes en la cara se había quedado ciega”.
La alojaban, le daban refugio, pero su mamá “estaba tan sometida que siempre terminaba yéndose de vuelta con él. Mi abuela la buscaba por todos lados y, cada vez que la encontraba, estaba otra vez embarazada”. Así nacieron otros cuatro hijos: Alejandra, los mellizos y la más chica.
Su papá, su mamá y los cuatro hijos que habían tenido después de haber perdido a los primeros cinco vivían en Rincón, también en Santa Fe. “Mi abuela hizo otra vez lo mismo: caminaba con 40 grados por callejones para llevarle algo de comer a los chicos, aunque fuera pan”. La situación era otra vez tan precaria que la Justicia también terminó sacándole a la pareja a esos cuatro chicos. Cuando se los llevaron, la mayor tenía 3 años, los mellizos 2 y la menor, 1.
“Nos enteramos seis meses después de que también se los habían sacado. Y ahí mi abuela hizo lo que pudo”, sigue Patricia, que habla de su abuela Elena no sólo con amor sino con agradecimiento. La abuela Elena logró recuperar a Alejandra -la mayor de la segunda tanda de niños- y se la llevó a su casa. “Quiso traerse a los mellizos pero no tenía cómo mantenerlos, así que pidió ayuda. Por suerte pudieron criarse con otro familiar”.
Así, mientras luchaban por sobrevivir, perdieron contacto con cuatro hermanos: los tres varones de aquella primera tanda y con la más chiquita de la segunda.
La búsqueda
Ya eran adultos los hermanos que no habían perdido contacto cuando decidieron empezar a buscar a los que faltaban. “Mandamos cartas al programa ‘Gente que busca gente’, no sabíamos por dónde empezar”, sigue Patricia. Las idas y vueltas al Registro Civil no estaban dando ningún resultado.
“Hasta que un día nos atendió un hombre. No recuerdo su nombre pero nunca me voy a olvidar de lo que hizo cuando le contamos nuestra historia”. El hombre buscó en los archivos y les escribió en un papel, de puño y letra, algunos datos clave para encontrar a dos de los cuatro: el apellido con el que había sido adoptado uno de los hermanos varones y su DNI, y el apellido con el que había sido adoptada la más chiquita y su número de documento.
Primero pusieron en Facebook el nombre y apellido del varón: Eduardo ya no era Torres, como ellos, sino Eduardo Jesús María Paglia. “Y lo encontramos, hace cuatro años por fin lo encontramos, habíamos estado 33 años separados”, sonríe Patricia.
Eduardo -que es mozo y tiene un lavadero de autos- había sido adoptado por una familia y se había criado en Rafaela, a unos 90 kilómetros de donde vivía el resto. Tenía distinto apellido pero sus padres adoptivos habían respetado su nombre y su DNI no había sido alterado. “A él le habían contado su historia, sabía que tenía hermanos, tal vez en algún momento iba a buscarnos”. También así, sabiendo el apellido de la familia adoptiva, encontraron por Facebook a la menor de todos.
Encontrar a Jorge, sin embargo, no fue tan sencillo. “A él lo habían comprado y le habían cambiado todo: el nombre, el apellido y también el DNI. Por eso mi abuela no pudo encontrarlo, iba todos los años al juzgado y nada, con el apellido que daba, con el DNI que ella les decía, no existía nadie. Mi abuela murió hace 3 años, murió buscándolo. Fue ella quien nos pidió que siguiéramos”.
Lo encontraron 10 meses después de su muerte, esta vez gracias a alguien que notó algo extraño y ató cabos.
Patricia y dos de sus hermanas -Silvia, que ahora tiene 40 años y trabaja en un local de ropa, y Soledad, la melliza, que es empleada doméstica- se enteraron de que existía un grupo en Facebook llamado “Dónde estás?”, una comunidad que ya tiene 680.000 miembros. Cargaron su pedido: buscaban a su hermano Jorge. Dos meses después y en el mismo grupo, una mujer a la que nadie conocía contaba que su marido, Mauricio, buscaba a sus hermanos.
A simple vista no había relación entre una búsqueda y otra. Sin embargo, Almudena León, una de las buscadoras voluntarias del grupo, observó que los nombres de los hermanos que buscaban y los hermanos buscados eran los mismos.
“Yo al principio dije ‘no, disculpen, no es él, así no se llama nuestro hermanito”, cuenta Patricia. Hasta que nos dimos cuenta de que le habían cambiado el nombre. Lo buscábamos como Jorge Alberto Torres y se llamaba Mauricio Julián Martina. Habíamos estado 35 años sin saber nada de él”.
Quien habla ahora con Infobae es el propio Mauricio, que siempre vivió en El Trébol, Santa Fe, a 200 kilómetros de donde vivían sus hermanos. “Yo siempre supe que era adoptado y que me habían ido a buscar al Casa Cuna de Santa Fe cuando era bebé”, cuenta él, que ahora tiene 37 años y es empleado municipal en su localidad.
“Me crié como hijo único pero sabiendo que tenía hermanos biológicos. De hecho en los papeles tenía sus nombres, sólo que no sabía cómo buscarlos, o dónde”, recuerda. Fue así que el 18 de enero de 2019 su esposa dio con el grupo de Facebook, subió una foto de él sin decirle nada y escribió los nombres de esos hermanos. Los encontró ese mismo día.
Pasaron dos meses hablando por mensajes hasta que Mauricio viajó de sorpresa a Monte Vera. “Fui a ciegas, eran mis hermanos pero no los conocía. Fueron 200 kilómetros de unos nervios tremendos. Yo siempre había sabido que tenía cuatro hermanos, lo que no sabía es que había una segunda tanda, que en verdad éramos nueve. Fueron como 35 años sin saber nada de ellos, cuando los vi, me vi tan parecido físicamente, fue una emoción difícil de explicar. Lástima que no llegué a conocer a mi abuela, con todo lo que ella me buscó”.
Patricia interrumpe: “No pudo conocerlo pero cumplimos con su deseo, porque hasta el último día de su vida me pidió que no abandonáramos la búsqueda. Fue un buen consejo porque con él es como si hubiéramos estado juntos toda la vida”. Ninguno de los que fueron apareciendo quiso buscar a los padres biológicos, que siguen vivos y en pareja. “No, yo no necesitaba eso, necesitaba a mis hermanos”, cierra Mauricio.
Mauricio se sumó a los buscadores pero, desde hace dos años, la búsqueda se estancó. “Nos falta uno, solo uno, el hermano número 9”, se esperanza Patricia: Mario.
El hermano número 9
Aquel hombre que los había ayudado en el Registro Civil no había alcanzado a darles datos de él: “Buscó y buscó pero no encontró nada. No existía Mario, no existía el DNI, nada. Y como lo estaba haciendo a escondidas y justo vino alguien, no pudo seguir”. Patricia fue al Hospital Cullen, donde su mamá dijo que había nacido, y tampoco encontró ningún registro de un bebé nacido el 26 de septiembre de 1984 llamado así.
Saben que el bebe existió porque se lo sacaron a los padres cuando tenía 2 meses y varios -entre ellos, la abuela y los tíos- lo conocieron. Pero tampoco figura que su mamá haya parido ahí, por lo que asumen que algunos de los datos que tienen son falsos.
“Mi tío averiguó a ver si había muerto: tampoco. No sabemos si está en el país, capaz vive con una identidad falsa, capaz ni siquiera sabe su historia”, duda ella. Y explica por qué tienen tanta necesidad de encontrarlo.
“Mi abuela nos dio lo que pudo pero siempre nos faltó algo, alguien. Nuestras navidades no eran iguales a las que pasaban los demás”, se despide. “Lo que necesitamos es saber nuestra historia completa, cómo vivió cada uno y seguir nuestras vidas, en lo posible, juntos. Es lo que queremos nosotros pero también lo único que nos pidió la abuela. Mario tiene derecho a conocer su verdadera historia y por fin decir ‘listo, ya estamos tranquilos, estamos todos’”.
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