“¿Quién querías ser cuando eras chico?”. Michelle Phan le hizo esa pregunta a sus 9 millones de suscriptores en YouTube en 2017, después de dos años de silencio en las redes sociales, en un video animado titulado “Por qué me fui”. Durante una década se había dedicado a alimentar sin descanso la demanda imparable del género que creó, los tutoriales de belleza y moda en YouTube, con los que llegó a superar los mil millones de visualizaciones. Hasta que, en 2015, desapareció abruptamente de sus canales de video, Twitter e Instagram.
Mientras muchos de sus fans temieron entonces lo peor y anticiparon el duelo virtual, para otros, era lógico que Phan, de solo 28 años, aprovechara para tomarse un descanso bien ganado después de una vida de posteos a toda hora. Por esos días, la revista Forbes la había nombrado en su lista de los 30 empresarios menores de 30 con más futuro: su unicornio, la compañía de muestras de cosméticos por suscripción Ipsy, acababa de ser valuada en 500 millones de dólares. Si algo estaba claro era que para esta hija de inmigrantes vietnamitas que tuvo que dejar de estudiar Arte y Diseño en la Universidad de Ringling, en la Florida, porque no podía pagar la cuota, la plata había dejado de ser un problema.
“Yo quería ser como mi mamá aunque ella no usara una capa ni tuviera visión de rayo láser –cuenta la youtuber en el video de junio de 2017 que ella misma ilustró–. Ella hacía a la gente más linda. Me acuerdo de decirle a sus clientes que quería ser exactamente como ella cuando fuera grande.” La madre de Phan es una manicura (hoy retirada) que salió adelante con sus tres hijos a través de dos matrimonios difíciles. Primero, con el padre biológico de Michelle, con quien se instaló en Boston tras huir de la guerra en Vietnam. Allí nacieron sus hijos, pero muy pronto comenzaron a mudarse por todo el país: llegaron a cambiar de casa hasta diez veces en un año. El padre era un jugador compulsivo que se gastaba la plata del alquiler, por lo que la familia era desalojada una y otra vez. Vivieron en Massachusetts, en California y en Tampa, en donde finalmente se quedaron cuando él se fue para siempre. Michelle tenía seis años. Por un tiempo, ella, su mamá y su hermano mayor subsistieron gracias a cupones de alimentos. El segundo marido de la madre –con quien tuvo a su hermana menor, que también es blogger– era abusivo y controlador, y las peleas por el dinero eran constantes.
Michelle se refugió en el colegio y en su creatividad, aunque más de una vez fue víctima de bullying. Por ejemplo, en Halloween, cuando sus compañeras iban a clase con trajes de princesas. En su casa, por supuesto, no alcanzaba para disfraces. Estaba en primer grado cuando agarró un plato de papel y le dibujó una nariz y bigotes de gato con un lápiz de labios rojo. Las princesas se rieron. Ese día aprendió con una puntada en la panza lo que era estar fuera de lugar y también que era capaz de hacer algo que sus victimarias no: crear desde la nada. Una fuerza en su interior parecía hacerle honor a su nombre vietnamita, Tuyet Bang, que significa avalancha.
En el video que marcó su regreso a las redes, y que hasta la fecha tuvo 14 millones de visitas, la madre de Phan le advierte: “Si sos como yo vas a ser pobre. Convertite en una mujer exitosa, como una doctora. Así podés hacer plata y ser feliz”.
La niña que jugaba a limarle las uñas a las clientas del pequeño salón de manicure creció con esa máxima contraria al saber popular; no podía comprender todavía el concepto de dinero, aunque sí que faltaba. “Me pasé el resto de mi juventud persiguiendo el sueño de mi madre: ser exitosa”, confiesa. Pero cuando llegó la hora de aplicar para ir a la facultad, tuvo una epifanía. Estudiar medicina era lo que se esperaba de ella, pero no su deseo. Cuando le confesó a su mamá que se había anotado en Arte y Diseño, le rompió el corazón: la señora Phan temía que su hija repitiera su historia de privaciones. Entonces Michelle le prometió que iba a encontrar la manera de salir adelante y también de cuidar a su familia sin renunciar a sus ambiciones.
Con la bendición de su madre y ahorros para pagar la matrícula y el primer semestre, Michelle se mudó a Sarasota y comenzó la universidad en 2006. Mientras buscaba sin éxito trabajo como asesora de belleza, consiguió un puesto como moza en un restaurante de sushi. Ni aun así logró reunir lo necesario para la cuota del segundo semestre, pero su breve paso por la facultad ya le había dado una herramienta clave para cambiar su destino. Al ingresar a Ringling, cada alumno de Arte recibía una laptop: con esa computadora, Phan abrió su canal de YouTube.
Lo primero que compartió fue su rutina de maquillaje natural. Con su voz suave y didáctica, no imaginó que el video llegaría a tener 12 millones y medio de visitas. Cuando descubrió que solo en la primera semana lo habían visto más de 40 mil personas que hacían cientos de comentarios, lo sintió como un llamado. “No tenía una hoja de ruta, pero sabía que YouTube era la televisión global del futuro. Y pensé que ese era el lugar para construir mi marca”, dijo en una conferencia junto a Kelly Osbourne en 2015.
Empezó a subir contenidos a diario y en poco tiempo logró monetizarlos con avisos en su canal. Como caramelos, un click llevaba al siguiente: make-up para anteojos, la mejor forma de usar delineador líquido, look para San Valentín, cómo lograr ojos de animé… Pero el verdadero salto hacia el éxito que su madre soñaba para ella fue el tutorial para imitar el look de Lady Gaga en el clip de Bad Romance que subió en 2010 y alcanzó más de 56 millones de visitas. Fue entonces cuando Lancôme la contrató como make-up artist oficial en video. Se había convertido en la primera influencer.
“Michelle Phan fue la primera en darle a esto la forma de una ocupación verdadera, de una carrera”, sostuvo en The Cut Emily Hund, una investigadora de la Universidad de Pennsylvania especializada en cultura de consumo en redes sociales. Una generación entera en todo el mundo quizás no tendría trabajo de no ser por esta chica de cara lavada y aire zen que puede develar el truco para transformarse en vampiresa, estrella del K-Pop, personaje de Game of Thrones o musa de Tim Burton con solo 4 minutos y una cámara.
En 2011, Phan fundó lo que luego se convertiría en Ipsy, un servicio de envío de muestras mensuales de productos de belleza por suscripción. Estaba dando un paso más hacia la creación de lo que ella llama su “comunidad de belleza”. Eso, según quien para algunos es la Martha Stewart de nuestra época, es su diferencial: “No somos una autoridad, sino un equipo que motiva a las mujeres a expresarse sobre los productos que reciben”.
Cuando en 2013 el grupo L’Oreal le propuso lanzar la línea de maquillaje EM Cosmetics by Michelle Phan, no dudó en dedicársela a su madre. Dos años más tarde compraría su parte a través de Ipsy para relanzarla por su cuenta. Para entonces, la Universidad de Ringling ya le había dado su doctorado honorario en Artes como una de sus más célebres ex alumnas. Instalada en Los Ángeles, ya había cumplido con la promesa de ocuparse de su familia: estaba orgullosa de haberles comprado la casa que nunca habían tenido. Trabajaba sin parar. Su canal generaba US$60.000 por mes y su empresa iba a camino a convertirse en uno de los unicornios con mayor potencial.
Entre 2014 y 2015, presentó un canal de contenidos de lifestyle y entretenimientos para millennials en alianza con Endemol, se concentró en su marca de cosméticos, y publicó su libro Make Up: tu guía de vida hacia la belleza, el estilo y el éxito, Online y Offline (Random House). El título era más que significativo: todo en su vida giraba alrededor del éxito.
“Era como una droga y nunca tenía suficiente –dice en ese video viral de 2017–. Pensé que cuanto más productiva fuera, más exitosa me volvería, porque la plata compra la felicidad”. Pero el éxito no la había hecho feliz: “Me había convertido en un producto, vendiendo, sonriendo, y volviendo a vender… En algún lugar del viaje me perdí a mi misma”.
Phan confesaría después que llegó a vivir obsesionada con su imagen, “editando en las redes la vida perfecta que quería, pero no tenía”. Jamás se supo si eso incluía su larga relación a distancia con el modelo y bailarín suizo Dominique Capraro, a quien conoció en un café parisino en 2010 y no volvió a mencionar al volver a las redes. Su carrera la había alejado de su familia, de sus amigos y hasta de la relación genuina con sus seguidores. Entonces comprobó finalmente que el dinero no hace a la felicidad, pero también que sí puede comprar confort y algo que ella necesitaba para poder estar en paz: tiempo. Cortó el wi-fi, se refugió en un pueblito de Suiza, y volvió a estudiar. Para cuando regresó tenía un nuevo slogan: “Ya no quiero mostrarte como verte hermosa, sino como sentirte hermosa”.
En 2019 volvió a hacer videos espontáneos, con el espíritu fresco de sus comienzos. Su reaparición fue trending topic en Twitter y volvió a tener millones de visualizaciones en YouTube, pero Phan hoy tiene la cabeza en otro tema: “Estoy más excitada con el Bitcoin que la primera vez que vi YouTube. ¡Por primera vez en la historia podés ser tu propio banco!”, le dijo a la periodista Kathleen Hou.
Con 33 años, se convirtió en una evangelizadora de la criptomoneda. Es una de las inversoras de Quarters, una compañía de gaming fundada por un chico de 12 años que se frustraba porque no podía cobrar lo que ganaba online, y aparece en podcasts y videos sobre las bondades del Bitcoin. También fundó la start-up Thematic, especializada en licencias para música.
Lo cierto es que aunque sus intereses se multipliquen, lo que no se detiene en Phan es la necesidad de compartirlos. “No puedo salvar al mundo, pero en algún momento de mi vida me di cuenta de que podía salvarme yo, y cuando le muestro a la gente cómo lo hice, eso también puede llegar a salvarlos a ellos –dice–. A veces solo se trata de compartir pequeños tips, como subir a Instagram un rico té que me hice”.
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