El 10 de diciembre de 1941, Wolfram Sievers recibió en la sede de la Ahnenerbe a Bruno Beger, el antiguo compañero de expedición al Tíbet de Ernst Schäfer. Para entonces, Beger se había convertido en uno de los más famosos expertos raciales de toda Alemania y en el perfecto ejemplo de que la ciencia no era absoluto independiente de las políticas del Tercer Reich. «La ciencia debe servir al Estado», afirmó Himmler durante un discurso ante la Sociedad Alemana para la Investigación (DFG). La verdadera Wissenschaft (ciencia) nazi no era la representada por el grupo de parapsicólogos y amantes de las ciencias ocultas que revoloteaban alrededor de Himmler, que creía en la existencia de la Atlántida, en los antiguos ritos germánicos o en el poder del Grial. La verdadera ciencia nazi era la que había creado los motores a reacción, el Ziklon B o los cohetes V1 y V2.
(...) Durante 1941, la Ahnenerbe había pasado de ser una institución dedicada a la búsqueda del origen de la raza aria a involucrarse plenamente en los crímenes más horrendos cometidos por las SS en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial.
Uno de los casos que mejor ejemplifican la verdadera esencia de la Ahnenerbe fue el doctor Sigmund Rascher. Nacido en Múnich el 12 de febrero de 1909, Rascher creció en una familia adinerada en la que su padre, Hans-August, ejercía como médico.
(...) En 1933, con veinticuatro años, Sigmund decidió matricularse en la Universidad de Medicina de Múnich, donde se introdujo en los ambientes universitarios nacionalsocialistas y asistió a varios mítines de Adolf Hitler. Pero el futuro científico de la Ahnenerbe era un fiel seguidor del Führer desde tres años antes, exactamente desde el 13 de septiembre de 1930, cuando escuchó hablar a Hitler (ante 6.000 personas) en el Circus Krone de la capital bávara. Al día siguiente, el NSDAP pasó de 12 a 107 escaños en el Reichstag, convirtiéndose en el segundo partido político más importante de Alemania.
Tras el divorcio de sus padres, Sigmund se marchó junto a su progenitor a Basilea (Suiza), donde ayudó a montar una pequeña consulta que con el tiempo fue ganando en influencia. A finales de 1934, regresó a Múnich para acabar sus estudios y dos años después consiguió el doctorado. En mayo de 1936 se unió a las «Camisas Pardas» de Ernst Röhm y tres años después decidió afiliarse a las SS. Ese mismo año, y hasta 1939, fue asistente sin sueldo en la clínica quirúrgica del hospital Schwabinger de Múnich. Gracias a una beca del Notgemeinschaft der Deutscher Wissenschaft (predecesor de la Fundación Alemana para la Investigación, o DFG), realizó estudios anatómicos sobre cristalografía en relación con la investigación del cáncer, publicando sus resultados en el Munich Medical Weekly.
Heinrich Himmler conoció a Sigmund Rascher el 23 de abril de 1939, cuando fueron presentados por la famosa cantante bávara Karoline Diehl. El poderoso Reichsführer hacía años que conocía a la artista, a la que llamaba cariñosamente por el apelativo de «Nini». Es probable que la artista y el líder de las SS hubieran sido amantes en el pasado y, al parecer, fue ella quien había escondido a Himmler cuando el NSDAP todavía era una organización ilegal.
Peter Padfield, biógrafo de Himmler, asegura que en 1940, «el Reichsführer tenía como amante a una envejecida y venenosa cantante de conciertos de Múnich llamada Karoline Nini” Diehl, que años después contrajo matrimonio con el infame médico de las SS doctor Sigmund Rascher, pero, al parecer, Himmler había decidido romper su relación al comenzar otra relación extramatrimonial con Hedwig Potthast, su secretaria».
Según el mismo Padfield, Karoline Diehl pedía favores a Himmler con bastante frecuencia: dinero, comida, reducción de impuestos… Así que, incitado por ella, nombró a Rascher SS-Untersturmführer de la Ahnenerbe el 1 de mayo de 1939.
(...) Con el inicio de la guerra, Rascher se alistó como médico de la Luftwaffe y fue destinado a su cuartel general. Sus primeros trabajos consistieron en realizar pruebas de «visión espacial» a los pilotos, pero su interés comenzó a centrarse en los efectos de la despresurización a grandes alturas. En 1941, la Luftwaffe intentaba desarrollar aviones de combate que pudieran volar a grandes alturas para evitar a los Spitfires británicos. Entre julio y octubre del año anterior se había desarrollado la denominada «Batalla de Inglaterra», que debía dar paso a la «Operación León Marino», cuyo objetivo era la invasión terrestre de Gran Bretaña. Pero, antes, Alemania debía limpiar los cielos de Inglaterra. 3.600 aviones de la Luftwaffe se enfrentaron contra 871 cazas de la Royal Air Force (RAF). 2.936 tripulantes de quince naciones frenaron a los aviones de la Luftwaffe gracias a la utilización del radar, desarrollado tan solo unos años antes, y a la velocidad de vuelo de los cazas británicos. Los bombarderos alemanes (Heinkel He 111 y Junkers JU-88) no pudieron contar con la protección de sus cazas Messerschmitt Bf 109 y la altura máxima de vuelo de sus bombarderos cargados era de 6.500 metros, por lo que se encontraban a tiro de los rápidos Spitfire, capaces de ascender hasta los 9.200 metros y atacar en picado a las escuadrillas de bombarderos. Rascher sabía que solo Himmler podía autorizar y financiar los experimentos con prisioneros de los campos de concentración, y decidió escribirle (...)
(...) En ese momento, Heinrich Himmler se encontraba en Oslo. Su asesor personal, Karl Brandt, médico personal de Adolf Hitler y comisario del Reich para la Sanidad y la Higiene Pública, respondió a Rascher: «El Reichsführer, por supuesto, estaría encantado de proporcionar prisioneros». Rascher se trasladó entonces al Instituto de Medicina Aeronáutica (DVL) de Múnich, y allí comenzó los experimentos, en el cercano campo de Dachau, bajo la supervisión científica de Georg August Weltz, comandante en la Luftwaffe y jefe del DVL. Para los preparativos experimentales, que dieron comienzo en diciembre de 1941, los pabellones 3 y 5 del campo de Dachau se despejaron y fueron equipados con una cámara de presión. También se creó una sala anexa de disección. Los primeros experimentos comenzaron en febrero de 1942.
El acuerdo entre la Luftwaffe y las SS era claro. Las SS aportarían científicos de la Ahnenerbe y prisioneros de Dachau como «cobayos». La Luftwaffe proporcionaría médicos especialistas y equipo técnico. Rascher fue el representante de la SS-Ahnenerbe, mientras que los doctores Siegfried Ruff, Hans-Wolfgang Romberg y Georg August Weltz llegaron por parte de la Luftwaffe.
Las pruebas debían simular saltos en paracaídas desde 21 kilómetros de altura. Los experimentos duraron hasta mediados de mayo de 1942 (…)
(...) Sigmund Rascher utilizó la cámara de vacío para su propia investigación adicional: por ejemplo, diseccionó a los sujetos inmediatamente, tanto si la respiración o la actividad cardíaca se habían detenido como si seguían siendo normales. Rascher deseaba investigar sobre los procesos de la altura extrema en el organismo humano, así como el comportamiento del cerebro, del corazón y de los pulmones. Cuando la Luftwaffe se enteró de este «experimento personal» de Rascher, le pidieron a Herman Goering que intermediase ante Himmler y echara al médico de las SS. Al parecer, de nuevo fue «Nini» quien impidió que el Reichsführer lo expulsara. Sigmund Rascher escribió entonces a Heinrich Himmler el 5 de abril de 1942:
«El Obersturmbannführer-SS [Wolfram] Sievers dedicó un día entero a observar algunos de los experimentos tipo más interesantes. […] Creo que estos experimentos serían de sumo interés para usted, querido Reichsführer 12».
El mensaje llamó la atención de Himmler, que ordenó a Sievers que organizara un equipo de rodaje y lo enviara a Dachau para que fotografiase y filmase los experimentos. Wolfram Sievers convocó en la sede de la Ahnenerbe a Ernst Schäfer, el famoso explorador, y le ordenó que acompañara a Ernst Krause, otro de los miembros de la «Expedición Alemana al Tíbet», junto con un equipo completo de rodaje, para grabar unos experimentos médicos «vitales para el esfuerzo bélico» liderados por el doctor Sigmund Rascher, en un lugar llamado Dachau, muy cerca de Múnich. Cuando el equipo llegó a las puertas del campo, un gran letrero les daba la bienvenida: «Hay un camino para la libertad. Sus hitos son la obediencia, el celo, la honradez, el orden, la limpieza, la moderación, la verdad, el espíritu de sacrificio y el amor por la Madre Patria». Muchos no sabían que, desde 1939, los prisioneros de este campo eran utilizados como cobayos para diferentes experimentos médicos.
(...) A Schäfer no le llamó la atención el constante humo que salía de los hornos crematorios. Aunque Dachau no era un campo de exterminio propiamente dicho, sino un campo de trabajo con mano de obra esclava, los prisioneros sabían que sus vidas acabarían en aquel edificio de largas chimeneas que apuntaban al cielo. Los prisioneros más veteranos aseguraban que «el color del humo mostraba el tiempo en el que el cuerpo incinerado había permanecido en Dachau. Los recién llegados provocaban humo amarillento. Si eras veterano en el campo, el humo generado era de un color negro- grisáceo».
Acompañados por dos guardias de las SS, Schäfer, Krause y el resto del equipo llegaron al pabellón 5, donde se levantaba una gran cámara de presión. Rascher estrechó la mano del explorador y pidió que se preparasen para el siguiente experimento. El médico había creado una auténtica factoría de experimentación, rápida y eficaz. Dos guardias de las SS escoltaron a tres prisioneros. Dos eran judíos, de entre treinta y cuarenta años, y el tercero, un antiguo oficial del ejército soviético.
Al primer prisionero se le colgó de un arnés de paracaídas en el interior de la cámara de presión. Un técnico del Instituto de Medicina Aeronáutica accionó los dispositivos para simular un ascenso de más de 8.000 metros sin oxígeno. Al cabo de cinco minutos, el prisionero comenzó a mostrar violentos espasmos, seguidos de pérdida de consciencia y respiración lenta. El rostro se volvió azulado y comenzó a salir espuma de su boca. Media hora después, la respiración cesó, así como su ritmo cardíaco. Rascher puso una gran «x» con la que indicaba que el experimento había resultado mortal. En su informe escribió:
“He observado personalmente cómo a un prisionero encerrado […] le estallaban los pulmones. Cierta clase de ensayos han producido tal presión en las cabezas de estos hombres que se volvían locos y se arrancaban los cabellos en un esfuerzo desesperado por mitigar aquella cruel sensación. […] La mayoría de los prisioneros que participaron en las pruebas terminaron muriendo”.
Según la declaración ante el Tribunal de Núremberg del prisionero Walter Neff, que actuó como ayudante de Rascher, «los experimentos de Sigmund Rascher en materia de resistencia del cuerpo en altitud extrema provocaron cerca de un centenar de muertos, todos ellos prisioneros del campo de Dachau». Schäfer declaró años después que, cuando visitó el laboratorio de Rascher, no vio «muchas pruebas de lo que allí había tenido lugar». Se sabe que Rascher abrió una de las vitrinas de su despacho en Dachau y que enseñó a Schäfer un cerebro que, según él, había extraído a un prisionero tras morir en la cámara de presión. Sigmund Rascher hizo traer a un prisionero y lo colgaron del arnés en el interior de la cámara, aunque en este caso se provocó una despresurización moderada. Rascher no quería causarle la muerte, al menos no delante de una cámara. El prisionero seguía con vida y se le obligó a caminar en línea recta. «Mire cómo le afecta al equilibrio. Ruede, ruede, ruede esto, Herr Schäfer», pidió un eufórico Rascher al explorador.
(...) Los experimentos de Rascher para medir la resistencia humana no acabaron ahí. En agosto de 1942, el doctor optó por evaluar el proceso de congelación de un cuerpo, dado el aumento de casos de pilotos de la Luftwaffe que sufrían hipotermia tras acabar en el agua una vez derribado su avión. La fuerza aérea alemana ya había investigado en este campo a principios de 1940, aunque sin demasiados resultados. Durante la Batalla de Inglaterra, muchos pilotos acabaron con sus huesos en las frías aguas del Canal de la Mancha, y los altos mandos de la Luftwaffe entendieron que no solo necesitaban conocer la reacción del cuerpo humano en altitudes extremas, sino también con la hipotermia.
(...) En octubre de 1942, Rascher sumergió en un tanque de agua, a una temperatura de entre 2 y 12 grados, a más de trescientos prisioneros del campo de Dachau. Rascher fue apuntando los avances:
“Hasta la fecha, he enfriado a unas 30 personas dejándolas desnudas al aire libre entre 9 y 14 horas, hasta llegar a una temperatura corporal de entre 27 y 29 grados. Después de un tiempo, correspondiente a un viaje de una hora, he dado a estos sujetos un baño de agua caliente. Hasta ahora, todos los pacientes se han calentado por completo en una hora como máximo, aunque algunos de ellos tenían las manos y los pies blancos y congelados″.
Otro de los métodos que Rascher empleó tenía que ver con lo que él denominaba «calor animal», que consistía en reanimar al sujeto hipotérmico mediante determinadas prácticas sexuales. Para ello, pidió a Himmler que le enviasen a varias prisioneras del campo de concentración de Ravensbrück. Rascher colocaba al preso en medio de cuatro de ellas, desnudas, y las obligaba a masturbarlo o a tocarlo hasta que fuera capaz de mantener relaciones sexuales completas. Sigmund Rascher escribió:
“En el mayor número de casos, los sujetos de estudio morían invariablemente, pese a los intentos de reanimación. Y es que las muertes sólo ocurrían cuando el tronco cerebral y la parte posterior de la cabeza también se enfriaban. Las autopsias de estos casos letales siempre mostraban grandes cantidades de sangre libre, hasta medio litro, en la cavidad craneal.”
El 24 de octubre de 1942, el médico de las SS recibió una carta secreta de Heinrich Himmler:
“Leí su informe sobre experimentos de enfriamiento en humanos con gran interés. El SS-Obersturmbannführer Sievers debería darle la oportunidad de permitir la evaluación en institutos cercanos a nosotros. Las personas que todavía rechazan estos experimentos humanos, pero prefieren dejar morir a los valientes soldados alemanes por las consecuencias de esta hipotermia, también los considero traidores a estas alturas y en esta tierra, y no rehuiré los nombres de estos caballeros en los lugares en cuestión. (..)”
El 17 de febrero de 1943, Sigmund Rascher respondió a Himmler con un avance de sus resultados. Asimismo, pidió a Himmler que permitiera el traslado de la base de sus experimentos a Auschwitz, alegando que en este campo de concentración hacía más frío y, debido a su tamaño, los gritos de los prisioneros no se escucharían.
«Los prisioneros sujetos a pruebas experimentales aullaban demasiado cuando se estaban congelando», declaró ante el Tribunal de Núremberg Walter Neff, prisionero político austríaco recluido en Dachau y técnico destinado al pabellón.
“Actualmente estoy trabajando en ensayos en humanos para demostrar que las personas que han sido enfriadas por frío seco pueden recalentarse tan rápido como aquellas que se han enfriado al permanecer en agua fría. El líder del grupo Reichsarzt-SS doctor Grawitz, sin embargo, dudaba mucho de esta posibilidad y dijo que tendría que probarlo en al menos 100 pruebas. Treinta personas dejándolas desnudas al aire libre entre 9 y 14 horas, hasta llegar a una temperatura corporal de entre 27 y 29 grados. Después de un tiempo que correspondía al transporte de una hora, puse a los sujetos de prueba en un baño de agua caliente completo. Hasta ahora, en cualquier caso, a pesar de las manos y pies parcialmente congelados, el paciente se calentó por completo en una hora como máximo. Algunos sujetos experimentaron un agotamiento leve con un ligero aumento de la temperatura el día después del experimento. Todavía no he observado el desenlace fatal de este calentamiento extraordinariamente rápido. Todavía no he podido llevar a cabo el calentamiento por sauna, que usted, querido Reichsführer, ha ordenado, porque en diciembre y enero hacía demasiado calor para los experimentos al aire libre y ahora hay un cierre del campo debido a la fiebre tifoidea, y por lo tanto no tengo permitido llevar a los sujetos de prueba a la sauna de las SS. Me vacunaron varias veces y continúo llevando a cabo los experimentos en el campo, a pesar de la fiebre tifoidea. Sería más fácil si yo, pronto transferido a las Waffen-SS, fuera a Auschwitz con Neff y allí resolviera rápidamente la cuestión de recalentar a personas congeladas en tierra. Auschwitz es más adecuado para un experimento en serie que Dachau en todos los aspectos, ya que hace más frío allí y el tamaño del campo en sí causa menos atención [los sujetos de prueba gritan (!) cuando tienen mucho frío].
(...) Pero en mayo de 1943 Heinrich Himmler puso fin a los experimentos de Rascher. El Reichsführer prefirió dar carpetazo a las investigaciones de Rascher cuando se dio cuenta de que los resultados no aportaban ningún dato útil que beneficiara a la maquinaria bélica del Reich. Según el propio Neff, 108 prisioneros de los 360 utilizados por Rascher perecieron, a los que hubo que sumar las ejecuciones de las prisioneras de Ravensbrück que habían sido utilizadas para calentar los cuerpos.
El último experimento de Sigmund Rascher tuvo lugar a mediados del verano de 1943. El médico de la Ahnenerbe buscó una nueva área experimental junto a un prisionero llamado Robert Feix, un químico austríaco que se encontraba en Dachau, tras ser detenido por la Gestapo en marzo de 1938, acusado de delitos financieros por transferir dinero desde Alemania a bancos extranjeros. A mediados de 1943, Feix fue nombrado asistente de Sigmund Rascher, que investigaba la efectividad del fármaco Polygal, desarrollado por Feix antes de la guerra, para detener hemorragias. Rascher investigó sobre la posibilidad de usar el medicamento con más frecuencia o profilácticamente. Otros médicos de las SS, como el profesor Karl Gebhardt, se mostraban escépticos, por lo que Rascher, en primer lugar, debía demostrar la efectividad del Polygal. Para ello obligó a varios prisioneros a ingerir las tabletas para después someterlos a intervenciones quirúrgicas no necesarias y conocer el efecto del hemostático en las heridas provocadas durante dichas operaciones.
También a Rascher le gustaba disparar con su Luger a los reclusos, en brazos, hombros y piernas y, posteriormente, les obligaba a tragarse el Polygal para demostrar que podía detener las hemorragias. Durante el «Juicio a los doctores», Helmut Rascher, tío de Sigmund, declaró que había visitado a su sobrino en Dachau durante aquellos días y que este le mostró un protocolo de experimentación con Polygal: «Me dijo que cuatro prisioneros habían sido fusilados, tratados con Polygal y disecados después de la muerte. […] Me quedé tan sorprendido y horrorizado que no había podido leer el resto de los documentos que mi sobrino me mostraba», declaró ante el tribunal.
El engaño
En abril de 1944, las vidas de Sigmund Rascher y su esposa Karoline dieron un vuelco radical. Ambos habían intentado demostrar que el suyo era un perfecto matrimonio nazi dentro de los cánones marcados por las SS, por lo que debían aportar hijos al Reich. Magda Goebbels, la esposa del ministro de Propaganda, había dado a luz a cinco hijos; Gerda, esposa de Martin Bormann, a siete, incluidos dos gemelos, y Gertrud Scholtz-Klink, la Reichsfrauenführerin de treinta y seis años, a la que Hitler describía como la «perfecta mujer nazi», a diez. Incluso Emmy, la esposa de cuarenta y cinco años de Hermann Goering, había conseguido traer al mundo a una preciosa niña llamada Emma.
Karoline, supuestamente, había conseguido dar a luz a tres niños aun después de cumplir los cuarenta y ocho años, algo que llamó la atención del mismísimo Himmler. Cuando la familia Rascher tuvo su tercer hijo en 1941, Himmler pidió a dos médicos de las SS, Ernst-Robert Grawitz, que había tomado parte activa en la liquidación de enfermos mentales dentro del programa Aktion-T4, y Gregor Ebner, director médico de los hogares Lebensborn, su opinión sobre si era posible que una mujer de entre cuarenta y nueve y cincuenta años pudiera tener hijos. Los dos se mostraron escépticos, pero el Reichsführer prefirió no investigar más. Himmler siguió apoyando a la pareja transfiriéndoles mensualmente 165 Reichsmarks por hijo, y a menudo les enviaba cajas de fruta y verduras, chocolate, coñac, café, azúcar y otros manjares difíciles de encontrar en aquellos años de guerra. Karoline Rascher le enviaba fotos de familia y le solicitaba que le diera un trabajo mejor a su esposo. Himmler usó una de esas fotografías familiares como reclamo publicitario del partido y la prensa alemana de la época llegó a calificar a Karoline como«madre ejemplar alemana».
Pero durante su cuarto «embarazo», la señora Rascher fue detenida por la policía criminal (KriPo), tras un incidente en la estación de Múnich. Más tarde se supo que sus otros tres hijos habían sido comprados o secuestrados, acusación a la que Sigmund Rascher intentó defenderse con el argumento de que la suya era «una familia muy fértil dada la pureza de su raza». Nadie le creyó, y mucho menos Himmler, que se sintió traicionado. La KriPo venía investigando a Rascher y a su esposa tras la misteriosa desaparición de Julie «Lulu» Muschler, prima de Karoline y ayudante de Rascher, quien ayudó a esta a buscar a madres indigentes a las que comprar a sus hijos o, si se negaban, secuestrarlos.
El 25 de noviembre de 1942, el matrimonio Rascher anunció el nacimiento de su tercer hijo, Dieter Gerhard Rascher. Desde la perspectiva de Karoline, las cosas no podrían ir mejor, pero Lulu comenzó a temer que podrían descubrirlas. A mediados de diciembre de 1943, Julie Muschler fue declarada desaparecida y su cuerpo fue encontrado, en la primavera de 1944, cerca de una cabaña que tenían los Rascher en las montañas. Aunque su cuerpo mostraba señales de estrangulamiento, los forenses declararon que la causa de la muerte fue «suicidio».
Pero la señora Rascher, cuando intentó conseguir su cuarto hijo, cometió un grave error. La madre elegida para que entregase su bebé decidió no hacerlo, lo que obligó a Karoline a buscar una criatura «no aria». En la estación de Múnich, y tras un aparatoso forcejeo, secuestró a un bebé. El incidente llamó la atención de los periódicos locales y de la Gestapo, y poco después varios agentes de la KriPo se presentaron en el hogar de los Rascher. Karoline no estaba en casa, pero sí Sigmund. Los policías examinaron al cuarto hijo del matrimonio, Rainer, supuestamente recién nacido, y se percataron de que el niño parecía mayor. La investigación llevada a cabo por el jefe de la policía de Múnich, Freiherr von Eberstein, puso al descubierto la oscura trama creada por Karoline Diehl y su prima Julie «Lulu» Muschler.
El doctor Rascher insistió en que no sabía nada de las actividades delictivas de su esposa, a lo que Von Eberstein replicó que, puesto que era médico, debería haber sabido si su mujer estaba o no embarazada. Finalmente se vio obligado a reconocer que conocía las actividades criminales de su esposa y se reabrió la investigación por la misteriosa desaparición y muerte de Julie Muschler. Para Himmler, el «Caso Rascher» no solo supuso una traición personal, sino una enorme decepción cuando se descubrió que la joven Lulu probablemente había sido asesinada por Karoline y Sigmund para silenciarla. La investigación demostró también que la señora Rascher indujo a varias mujeres embarazadas y solteras a entregar a sus hijos, a los que ella cambiaba el nombre. Si las mujeres se arrepentían y exigían la devolución del niño, Karoline conseguía otra criatura para sustituirlo. Freiherr von Eberstein localizó al menos a dos «Heinrich», a dos «Volker», a tres «Dieter» y a dos «Rainer».
Sigmund Rascher fue detenido en abril de 1944, acusado de complicidad en el secuestro de bebés, de irregularidades financieras y de fraude científico. Tanto él como su esposa fueron declarados culpables sin juicio e internados en campos de concentración. El doctor Rascher fue enviado al de Buchenwald, y Karoline al de Ravensbrück. A comienzos de abril de 1945, debido al avance de las tropas estadounidenses, Sigmund Rascher y otros prisioneros fueron trasladados a Dachau. El 26 de ese mes, Heinrich Himmler firmó la orden de ejecución de Sigmund Rascher.
Existen dos versiones sobre los últimos minutos de vida del sádico médico de las SS. La primera afirma que Rascher fue ejecutado esa misma tarde por un pelotón de fusilamiento. La segunda dice que Himmler decidió enviar a Dachau al oficial de las SS Theodor Bongartz con dos misiones: la primera, ejecutar a Georg Elser, el carpintero que intentó asesinar a Adolf Hitler y otros miembros del Partido Nazi con una bomba colocada en la cervecería Bürger-bräukeller de Múnich, y la segunda, matar al doctor Sigmund Rascher. Un testigo de las SS declaró años después que, en la noche del 26 de abril, Bongartz colocó su arma en la apertura de la puerta de la celda de Rascher y abrió fuego, dejando al médico herido en el suelo. Después abrió la puerta y pateó a Rascher mientras gritaba: «Tú, cerdo, ahora tendrás el castigo que mereces». Finalmente, le remató disparándole en la cabeza.
A cientos de kilómetros, Karoline Diehl fue sacada de su celda en el campo de concentración de Ravensbrück por Dorothea Binz, supervisora del campo, acompañada de las kapos Carmen Mory y Vera Salvequart. La señora Rascher fue trasladada hasta el pabellón de ejecución y ahorcada con una cuerda de piano cuatro días antes de la liberación del campo por el ejército soviético.
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