Elizabeth Short soñaba con llegar a Hollywood y aspiraba a convertirse en actriz. Con 22 años y una belleza impactante, trabajaba como moza en bares y restaurantes de la ciudad de Los Ángeles, en los Estados Unidos. Fantaseaba con ser descubierta, un día cualquiera, por alguien importante del circuito del espectáculo. De profundos ojos azules, piel muy clara y pelo castaño y ondulado, la joven aprendió a explotar su estilo buscando tropezar con el destino de fama que tanto deseaba. Se maquillaba muy bien y se vestía, siempre, de impecable negro porque le gustaba resaltar su palidez.
Elizabeth Short consiguió llegar a la pantalla de los cines: protagonizó películas y documentales. Incluso, inspiró varios libros.
Pero nada fue como ella lo había deseado.
Porque su fama fue post mortem.
Todo por un sueño
Elizabeth nació en la ciudad de Boston, Massachusetts, Estados Unidos, el 29 de julio de 1924. Su madre se llamaba Phoebe Mae Sawyer y, su padre, Cleo Short. La familia se completaba con cinco hijas mujeres.
En octubre de 1930, cuando Elizabeth tenía 6 años, ocurrió el primer hecho que le marcó la vida: su padre simuló un suicidio. Dejó su auto bajo un puente y desapareció de sus vidas.
Como sufría de asma, la pequeña Beth (así la llamaban en su casa), pasaba los veranos en Medford y los inviernos en Florida, con unos amigos de su madre.
Cuando cumplió 19 años, Cleo Short reapareció de manera sorpresiva. Phoebe no pudo perdonar semejante mentira, pero Elizabeth, que soñaba con acercarse a la meca del cine, decidió mudarse con su padre a Vallejo, California. En 1943, después de convivir un tiempo, se trasladaron a Los Ángeles. Elizabeth, sin embargo, no estaba demasiado contenta. Se sentía utilizada por su padre que le exigía limpiar, cocinar y ocuparse de la ropa. No era lo que ella pretendía, tenía aspiraciones más ambiciosas y entretenidas como rodar películas. Discutieron y ella terminó buscando trabajo. Cuando lo consiguió, se mandó a mudar.
El 23 de septiembre de 1943 fue detenida por la policía: la sorprendieron bebiendo alcohol siendo menor de edad. Le abrieron una ficha y la mandaron de vuelta a Medford, con su madre.
Elizabeth estaba decepcionada por el rumbo que tomaba su vida, no quería quedarse en la ciudad de su niñez. Y le anunció a los suyos que iría a probar suerte al estado de Florida, donde tenía muchos conocidos. Durante tres años estuvo mudándose de ciudad en ciudad. Cada tanto, volvía a Massachusetts para visitar a su familia. Trabajaba como camarera, aunque seguía imaginando un despegue en el mundo del cine y una vida más glamorosa.
Fue por esos tiempos que conoció a Matthew Gordon Jr. Él trabajaba en la Fuerza Aérea y lo destinaron a la India. Después de un grave accidente aéreo, mientras se recuperaba, Matthew le escribió proponiéndole matrimonio. Elizabeth se lo contó a sus íntimos amigos, pero lamentablemente el casamiento no llegó a concretarse. En agosto de 1945, Matthew murió como consecuencia de esas heridas.
A principios de 1946, Elizabeth viajó al sur de California para retomar una antigua relación con el teniente Gordon Fickling. No funcionó. Gordon se cansó de los devaneos amorosos de su novia y se volvió a Carolina del Norte.
Elizabeth seguía convencida de que alguien iba a descubrirla, solo necesitaba un golpe de suerte. Mientras esperaba el milagro, vivía en hoteles baratos y pensiones de la ciudad de Los Ángeles, dilapidando lo que ganaba como moza en maquillaje y en ropa.
En eso estaba cuando se cruzó con su victimario.
El maniquí roto
El jueves 9 de enero de 1947, Elizabeth Short fue vista en el bar del Hotel Cecil (el mismo hotel maldito donde desapareció Elisa Lam, en 2013, y cuya historia se cuenta en Escena del crimen: Desaparición en el Hotel Cecil, la nueva serie de Netflix). A las diez de la noche cruzó el lobby y salió a la calle. Ya nadie volvería a verla.
El 15 de enero, en un baldío de Leimert Park, Betty Bersinger, que caminaba con su hija de tres años, vio lo que parecía ser un maniquí partido en dos. Eran las 8.40 de la mañana. Se acercó y espantada se dio cuenta de que, en realidad, era un cadáver mutilado y desnudo. Llamó a la policía.
Cuando levantaron el cuerpo, los detectives se percataron de que no había ni una sola gota de sangre en el lugar. Era rarísimo: esa mujer había sido asesinada e higienizada en otro sitio.
Gracias a que las huellas dactilares estaban registradas por una detención ocurrida cuatro años antes, la víctima fue identificada con rapidez. Era Elizabeth Short.
Las pericias forenses certificaron el horror que la joven había atravesado. El cuerpo había sido seccionado por la mitad, a la altura de la cintura, y le habían drenado prolijamente la sangre. Su rostro estaba cortado desde la comisura de los labios hasta las orejas. Le habían arrancado el bazo, el corazón y los intestinos; tenía mutilado el pezón izquierdo y la panza cortada por encima de la entrepierna y en la vagina tenía un trozo de sí misma. Había sido asfixiada; tenía las piernas fracturadas por los golpes de un bate y las marcas -en muñecas y tobillos- revelaban que había sido maniatada y torturada en vida durante tres días.
Sus restos habían sido llevados hasta ese descampado y los habían dispuesto de una manera extraña. Tenía sus manos por encima de la cabeza y sus codos doblados en ángulo recto. El asesino había dejado la huella del taco de su zapato hundida en la tierra y también las marcas de los neumáticos del auto en el que la había trasladado. En la escena hallaron, además, una bolsa de cemento con restos de agua ensangrentada.
¿La causa de muerte? La gran pérdida de sangre, como consecuencia de las heridas sufridas en su cara, y trauma cerebral.
Su padre Cleo se negó a reconocer el cadáver. Phoebe tuvo que viajar para hacerlo. Una vez identificados, sus restos fueron enterrados en el cementerio Mountain View, en Oakland, California.
Ecos del crimen y una llamada sorpresa
El espantoso final de Elizabeth Short conmocionó a la ciudad de Los Ángeles. El misterio sobre su crimen desvelaba y preocupaba a todos.
Un poco antes del homicidio, se había estrenado la película La dalia azul, protagonizada por Veronica Lake. El filme era sobre la desaparición y asesinato de una mujer joven. Las semejanzas con el caso de Elizabeth y el hecho de que ella eligiera siempre vestirse de negro, condujo a la prensa a bautizarla La Dalia Negra.
En su afán de buscar primicias, los medios de comunicación entorpecieron desde el comienzo la labor policial. Las autoridades tuvieron muchos problemas para tomar el control del caso que se frivolizó al punto de parecer un verdadero guion cinematográfico de terror. Las historias que se contaban sobre Elizabeth se volvieron cada vez más extravagantes. Por más que los que la conocían repetían que ella no fumaba, que no tomaba, que no jugaba, que no era una prostituta, no les hacían caso. Los ribetes exagerados de una historia fantasiosa, eran más atractivos y hacían duplicar la venta de diarios.
De hecho, el caso jamás resuelto, siguió dando letra por décadas a las crónicas policiales.
En 1981 se estrenó la película, basada en el caso, Confesiones verdaderas, con Robert Duvall y Robert De Niro. En el año 2006, el director Brian de Palma, filmó La Dalia Negra, que contó con un presupuesto de 50 millones de dólares y con la participación de las estrellas Scarlett Johansson e Hilary Swank. La serie televisiva American Horror Story, que empezó a emitirse en 2011, puso en el aire un episodio con la historia de Elizabeth, quien fue encarnada por la actriz Mena Suvari. También aparecieron videojuegos del tipo de Skullgirls, donde la Dalia Negra aparece como un personaje.
Tan lejos llegó su tragedia que hay hoteles de Los Ángeles que sirven cócteles llamados Dalia Negra, una bebida amarga que contiene vodka y un licor de frambuesa color rojo sangre, entre otras cosas.
Pero la fama del caso no fue inmediata, cosa que molestó mucho a su perverso autor. El 23 de enero de 1947, el asesino llamó al editor del diario Los Angeles Examiner. Le dijo estar preocupado porque no estaban siguiendo bien la noticia. Y anunció que le enviaría algo. Al día siguiente, llegó al periódico un paquete que contenía el certificado de nacimiento de la víctima, fotos, tarjetas, recortes de diarios con la muerte de Matthew Gordon y una agenda que llevaba en la tapa escrito un nombre: Mark Hansen.
El asesino había cumplido con lo anticipado.
Desconcierto policial y confesiones absurdas
Mark Hansen, dueño de un club nocturno, fue uno de los primeros sospechosos. Había visto a la víctima el 8 de enero y, el 9, habían hablado por teléfono. El nightclub quedaba cerca de la casa donde Hansen vivía con su novia. La pareja había alojado a Elizabeth en reiteradas ocasiones. A pesar de que las jóvenes eran amigas, el hombre reconoció que había intentado, sin éxito, tener relaciones sexuales con Elizabeth. También declaró que era cierto que la agenda era suya, pero aseguró que la usaba su amiga asesinada.
A esa libreta le habían arrancado una hoja. Todos los nombres masculinos que figuraban en sus páginas fueron investigados. La mayoría contó que habían salido con ella, pero que cuando se daban cuenta de que Elizabeth no quería tener sexo, se marchaban.
De esa lista, solo tres habían tenido relaciones sexuales con la víctima. El último había sido Robert “Red” Manley, un comerciante casado, de 25 años. Él relató que la noche del 8 de enero la vio caminando por la calle y paró su auto. Elizabeth le dijo que no tenía dónde ir y él, entonces, la llevó a un motel. Red contó que ella estaba indigestada por algo que había comido y se pasó la noche en el baño. Afirmó que entre ellos no había ocurrido nada. Por la mañana, la llevó a la estación de ómnibus para que dejara su valija en consigna. Y, a las 6.15, la dejó en el Hotel Cecil, en el centro de la ciudad. Elizabeth le había dicho que allí se encontraría con su hermana Virginia.
Al comienzo de la investigación, Red fue el principal sospechoso. Pero su mujer aseguró que él había estado con ella la noche del 9 de enero. Además, el hombre pasó el detector de mentiras y el suero de la verdad (una medicación psicoactiva que se ha usado ocasionalmente, en algunos casos, para conseguir confesiones).
Mientras, el verdadero asesino, seguía enfadado por el accionar policial. Escribió varias cartas más al diario donde se autodenominaba “El vengador de la Dalia Negra”.
El 25 de enero, la policía encontró el bolso y un zapato de Elizabeth Short en un gran tacho de basura. Ambos fueron reconocidos por Red. Quedó claro que el verdadero homicida les llevaba la delantera. Había buscado, entre el 10 y el 15 de enero, la valija de Elizabeth en la estación de ómnibus y les había tirado dos pruebas en la nariz.
Los detectives de homicidios estaban desconcertados.
Los sospechosos eran ya 22 y los policías asignados al caso 250, pero los hilos de la investigación estaban cada vez más enmarañados.
Las habladurías y los chismes se multiplicaban de manera exponencial. Había quienes incluso endilgaban el crimen a personajes de la época como al actor y director Orson Welles o al estrafalario artista Man Ray. Otros, sostenían que Elizabeth Short había sido una presa codiciada para la filmación de un “snuff movie” (así se llaman en inglés las películas o grabaciones de asesinatos reales).
Todo era espeluznante.
Hubo más de cincuenta confesiones de hombres y mujeres que pretendían atribuirse el crimen. Cada vez que los medios daban el caso en su portada, la policía recibía tanta información que no podía procesarla. Estaban desbordados. Al punto que muchas de las pistas que el público suministró, ni siquiera llegaron a oídos de los detectives.
Estaba claro que Elizabeth había sido retenida, durante tres días, en algún lugar fuera de la vista de la gente. La policía creía que podría ser un sótano o una bodega de alguna casa particular.
El propio padre de Elizabeth Short fue considerado un sospechoso. Cleo Short vivía a cinco kilómetros de donde se halló el cuerpo. Él aseguró que no sabía nada de su hija desde hacía casi tres años y nada lo incriminaba.
Steve Hodel y dos fotos
Pasó el tiempo y el caso se enfrió a pesar de la presión de los medios. Nada había podido comprobarse.
Hasta que, en 1999, ocurrió algo.
Steve Hodel, un detective de homicidios de la ciudad de Los Ángeles, estaba ordenando las pertenencias de su padre, George, que había fallecido poco antes.
Guardando unos álbumes fotográficos se topó con dos imágenes de una mujer desconocida para él. Era morocha, tenía ojos claros... La encontró muy parecida a aquella joven brutalmente asesinada y descuartizada que habían llamado La Dalia Negra. ¿Qué hacían esas fotos ahí? De repente, sin darse cuenta, empezó a recordar cosas y a atar cabos. ¿Y si esa mujer era la Dalia Negra? ¿Y si el asesino había sido su padre? Algunos aspectos de la vida de su progenitor George, no le cerraban.
Decidió investigar de manera profesional y fue recolectando pruebas. Buscó las cartas de su padre y las comparó con la letra de las que había enviado el asesino de Elizabeth Short a la prensa. La caligrafía era muy parecida. Envió todo al FBI y solicitó acceso a los archivos del caso. Las primeras conclusiones de los peritos de reconocimiento facial y de los grafólogos no fueron concluyentes. La familia de Short negó que fuera Elizabeth la mujer de las imágenes.
Steve, a pesar de eso, siguió adelante con su investigación privada y continuó hallando indicios significativos.
Por lo pronto, en la casa de George encontró un recibo de compra de aquella época por diez bolsas de cemento. Eran bolsas del mismo tamaño y marca que la encontrada en la escena del crimen con restos de sangre. A su juicio el asesino había trasladado el cuerpo en aquella bolsa.
Por otro lado, su padre había tenido su consultorio a solo dos cuadras del Hotel Cecil, donde se había visto por última vez a Elizabeth Short. Convenientemente cerca. Y, lo más siniestro, es que George Hodel era médico cirujano y tenía todos los conocimientos necesarios para explicar lo sucedido con el cuerpo. Solo un experto médico habría sido capaz de dejar el cadáver en el estado en el que quedó. Elizabeth había sido sometida a una hemicorporectomía, su cuerpo había sido seccionado por la mitad, a la altura de la espina lumbar, justo por la única parte en que puede ser cortada sin romper hueso. Esa cirugía era algo que se había empezado a estudiar durante la Segunda Guerra Mundial para amputaciones severas.
Descubrió, además, que el auto que los vecinos dijeron haber visto en el parque, cerca del baldío, era muy parecido al que tenía George Hodel y del mismo color negro. Ellos habían declarado que el vehículo parecía ser un Ford Sedan del año ´36 y George Hodel conducía un Packard Sedan negro del mismo año.
George, además, había tenido la ocasión perfecta, porque su familia estaba de viaje para la fecha del crimen. En su mansión millonaria, Sowden House, el conocido médico había quedado solo.
En esa casa solía haber fiestas sexuales con jóvenes aspirantes a ser actrices que querían mezclarse con la farándula de Los Ángeles. Según Steve, en el sótano de la casona en la que había vivido con sus hermanos, Elizabeth habría sido retenida contra su voluntad, torturada y mutilada.
Por último, estaba la macabra posición del cuerpo de la víctima que le recordaba, a Steve Hodel, el cuadro El minotauro, del autor surrealista Man Ray. Curiosamente, ese pintor había sido amigo cercano del doctor George Hodel. Steve veía en la puesta en escena del cuerpo una obra surrealista ejecutada por su propio padre: “El cuerpo de Elizabeth era el lienzo de mi padre; su bisturí el pincel”, aseveró.
Algo más: hubo testigos de la época que afirmaron haber visto juntos a George y Elizabeth, e incluso uno de ellos afirmó que eran amantes.
Investigar a papá
Steve se contactó con su medio hermana mayor, Tamar Hodel, para saber un poco más sobre su padre. Ella había denunciado a George por abuso sexual cuando tenía 14 años y había declarado que él la había hecho participar en orgías, pero no ocurrió nada y su padre fue exonerado. Después de años sin estar en contacto, los hermanos se sentaron a conversar. Tamar le contó a Steve algo que resultó clave para su investigación: en aquel entonces, cuando ella estaba denunciando a su padre en las dependencias policiales, había escuchado a los policías decir que George había sido sospechoso en el caso de Elizabeth Short.
Steven pegó un salto. Sus teorías tenían fundamento. En el año 2001, se contactó con Steven Kay, un conocido que trabajaba en la oficina del fiscal de Los Ángeles, que le prestó atención y le prometió revisar todo el material que había obtenido. Seis semanas después de recibirlo, Kay respondió: “Gracias a un trabajo detectivesco fantástico llevado a cabo por su hijo Steve, el nombre del doctor George Hodel vivirá para siempre en la infamia”.
Steven estaba contento, lo había convencido con su pesquisa. Llamó a su hermana Tamar y le espetó: “Nuestro padre es un maníaco homicida”.
La investigación de Steve Hodel fue volcada en un libro exitoso que fue publicado el 10 de abril de 2003: Historia verdadera: El vengador de la Dalia Negra. Las ediciones posteriores, en 2004 y 2006, tuvieron capítulos añadidos con nuevas pistas y más información. La publicación fue best seller y atrajo más revelaciones. Steve Lopez, un columnista de Los Ángeles, le requirió al fiscal del caso más información para un artículo que estaba escribiendo. La sorpresa fue enorme porque consiguió acceso a una carpeta que ni siquiera Steven Hodel conocía y que había sido recopilada por el teniente Frank Jemison, uno de los investigadores.
Ahí estaba la confirmación: los policías habían tenido firmemente en la mira a seis sospechosos, uno de ellos era George Hodel. En esa misma carpeta, se revelaba que el médico había estado bajo vigilancia desde el 18 de febrero de 1950 hasta el 27 de marzo de 1950. Habían logrado instalar dos micrófonos ocultos en su casa que eran chequeados, en forma permanente, por 18 detectives. También estaban desgrabadas unas declaraciones de su padre, del 19 de febrero de 1950. El sospechoso decía: “Date cuenta de que no había nada que pudiese hacer, puse una almohada sobre su cabeza y la tapé con una sábana. Conseguí un taxi. Murió a las 12:59. Pensaron que había algo extraño. Bueno, ahora pueden haberlo descubierto. La maté”. En otro momento, el médico afirmaba: “Suponiendo que matase a la Dalia Negra, no pueden demostrarlo ya. Ya no pueden hablar con mi secretaria porque está muerta”. En otras partes de la cinta, se escuchan gritos de una mujer que es golpeada y se oye a George Holden decir a otra persona: “No dejes rastros”.
¿Un perfecto asesino?
Steve no cree que su padre haya asesinado solo a Elizabeth Short. Sospecha de muchos más crímenes. Entre ellos, los siguientes tres:
-Louise Springer, a quien se halló asesinada en junio de 1949, muy cerca de donde se había encontrado el cadáver de Short.
-La actriz Jean Elizabeth Spangler, desapareció en octubre de 1949 y nunca más fue encontrada. Se sabe que estaba embarazada de pocas semanas, que quería hacerse un aborto y que se había puesto en contacto con un médico. Su cartera fue hallada cerca de la casona de los Hodel.
-Jeanne French, era una actriz novata que fue asesinada, en febrero de 1947, cuatro semanas después que Elizabeth Short.
Hace algunos años, Steve Hodel volvió a la casona Sowden (hoy declarada monumento arquitectónico y valuada en 12 millones de dólares) con un perro rastreador de cadáveres. El animal detectó restos humanos en el exterior y en el sótano. Pero no se realizaron excavaciones que lo confirmaran.
En el caso de Elizabeth Short, Steve Hodel sostuvo que la policía tenía demasiadas pruebas en contra de su padre, pero que no se lo había apresado por otros motivos. Está convencido de que la razón fue esconder los abortos clandestinos, que su padre y otros médicos realizaban con la anuencia de las fuerzas policiales. Pretendían evitar el descrédito que supondría que los tratos espurios con Hodel salieran a la luz.
George: infancia prodigio y una secretaria sin voz
George Hodel era hijo único de padres judíos emigrados de Rusia a los Estados Unidos. Niño prodigio por sus dotes intelectuales y musicales tenía un coeficiente asombroso de 187.
Hacia fines de los años 20, convivía con una joven con la que tuvo a su primer hijo. Luego, se casó con una modelo y tuvieron a su hija Tamar. Mientras, estudiaba medicina en la Universidad de California. Se recibió en junio de 1936 y puso su consultorio médico. Le fue extraordinariamente bien. Comenzó a ganar mucho dinero y fue nombrado en la dirección de la Oficina de Higiene Social del condado de Los Ángeles. Llegó a tener su propia clínica privada donde se habrían realizado abortos clandestinos y donde habría tratado, a ricos y famosos, por vergonzosas enfermedades venéreas. Se codeaba con la élite de la ciudad y conocía sus secretos médicos.
George era un gran admirador del surrealismo y entre sus amigos estaban el pintor y artista Man Ray y el cineasta, padre del cine negro, John Huston. Con Man Ray compartía su interés por el sadomasoquismo y la estética de lo macabro.
En 1940, se casó con Dorothy Harvey y siguió teniendo hijos. Entre los años 1945 y 1950, Hodel y su familia vivieron en la llamada Casa Sowden, edificada en 1926 con diseño de Lloyd Wright. Un edificio imponente, dotado de una vistosa fachada de estilo neomaya. Allí convivió con todos sus hijos, su mujer y sus dos ex esposas. En los hechos, el exitoso cirujano, parecía ejercer la poligamia.
Fue en 1949, que su hija Tamar de 14 años, lo acusó de abuso sexual. Tres testigos declararon que habían visto al padre teniendo sexo con la hija, pero no sirvió de nada. Los cargos fueron dejados de lado.
Investigación sin punto final
George ya había estado sospechado de otra muerte: la de su propia secretaria y amante Ruth Spaulding, que murió por una insólita sobredosis de drogas. Él había estado presente cuando ella murió e incluso quemó parte de sus pertenencias antes de llamar a la policía. Como siempre, George se salió con la suya.
En 1950, se mudó a Hawái donde se casó otra vez. En 1990, se separó y regresó a California para reincidir en el matrimonio. Esta última mujer vivió con él en la ciudad de San Francisco hasta su muerte, en 1999, a los 91 años.
George Hodel nunca fue alcanzado por la mano de la ley. La investigación de Steve podría poner un poco de luz al asunto, pero lo cierto es que no todos están convencidos de que George Hodel sea el asesino.
Aun así, Steve no dejó jamás de investigar o de recibir pistas sobre las actividades de su padre. La última fue en 2018. Lo llamó la nieta de un informante del departamento de homicidios de Los Ángeles, Glenn Martin, fallecido hacía mucho. Había encontrado una carta, del 25 de octubre de 1949, donde su abuelo describía una serie de crímenes y mencionaba como culpable a G.H. Solo mencionaba al asesino por las iniciales. Martin la había escrito, para proteger a sus hijas adolescentes de las consecuencias que podía tener haber guardado secretos oscuros. Escribió: “...creo que Choate con McCawley armaron esto para que G.H. no fuera identificado como el asesino de la Dalia Negra”. Steve reconoció los nombres: Joe Choate era un fiscal de la ciudad y Kenneth McCawley era un sargento de la época. Eran amigotes de G.H y habrían conspirado para dejar caer las posibles imputaciones.
El tétrico rompecabezas sigue armándose...
Los expertos en materia de policiales dicen que es el homicidio no resuelto más famoso de la historia de los Estados Unidos. A 74 años del crimen, el caso sigue siendo noticia, aunque el asesino, seguramente, ya esté muerto.
Elizabeth Short tenía un sueño que devino en pesadilla.
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