Por un momento, aquel alto del rodaje de Material Girl, fue como si el Universo les diera otra oportunidad histórica a Marilyn Monroe y James Dean. Ella tenía un vestido strapless fucsia que era una réplica del que había usado la diva en Los caballeros las prefieren rubias. Él ya era un joven dios del cine al que la revista Rolling Stone había bautizado como el nuevo rebelde sin causa y el mejor y más antisistema de los actores de su generación. Sean Penn miró a Madonna con calculado desinterés, como si no hubiera ido al set especialmente para conocer a la mujer que se había convertido para todo el mundo en la representación viva del sexo. Para impresionarla, la saludó con un insulto; ella diría después que se sintió “ultrajada por sus malos modales”, también que para los dos fue amor a primera vista. La táctica de Penn había funcionado. Era el comienzo de una de las relaciones más tóxicas de la historia de Hollywood.
El hermano de Madonna, Christopher Ciccone, cuenta en sus memorias que, después de la filmación, Sean fue a la casa de un amigo. Estaban leyendo un libro de citas, y eligió una frase al azar: “Tenía la inocencia de una niña y el ingenio de un hombre”. Pensó en ella. El amigo lo alentó: “Andá a buscarla”. Su biógrafa, Mary Cross, dice que, entonces, Madonna dejó a Prince, con quien había tenido un breve romance. El gesto torcido de la boca de Penn le recordaba a su padre; en su agresividad vio a alguien que, como ella, jugaba a romper las reglas. Otro dato la convenció de que estaban predestinados: aunque él era dos años menor, ambos cumplían en agosto con un día de diferencia. Los dos eran de Leo, el signo de los grandes egos.
Su primera cita, el 13 de febrero de 1985, fue en Private Eyes, el exclusivo video y lounge neoyorquino tapizado de televisores y cintas de VHS que reunía a lo más cool del arte joven de la época. A mediados de los ochenta, la tendencia en la cultura pop era el video clip, y la explosiva pareja parecía el sueño húmedo de un productor de MTV. Madonna, que había hecho de sí misma un extraordinario producto comercial, lo sabía perfectamente: ella misma llamó a los paparazzi esa noche.
Pronto comprendería que su nuevo amor no estaba dispuesto a ser parte de su estrategia publicitaria: “Sean odiaba la atención de la prensa”, diría muchos años después en una entrevista con Larry King. No era precisamente una gran revelación teniendo en cuenta que, mientras estuvieron juntos, Penn –que temía que la exposición arruinara su perfil actoral– llegaría a agarrarse a las trompadas con los fotógrafos, golpearlos con sus propias cámaras, tirarles piedras, colgar a uno de los pies desde la ventana de un hotel, y hasta a dispararles a los helicópteros que cubrieron su casamiento.
“Bienvenidos a la remake de Apocalipsis Now”, fue la frase con la que Sean recibió a los invitados a la boda –entre los que estaban Andy Warhol, Tom Cruise y una extravagante Cher con peluca violeta a lo Tina Turner–, apenas seis meses después de aquella primera cita. El 16 de agosto de 1985 Madonna también festejaba sus 27 años y el novio cumpliría 25 al día siguiente. Se habían comprometido tres meses antes en Nashville, donde él filmaba At close range (1986) con Christopher Walken. Madonna cantó para esa película la exitosa –¿y premonitoria?– Live to tell (Vivir para contarlo), que incluiría en True Blue, el álbum que le dedicó a su marido, “el hombre más cool del Universo”.
Para evitar el acoso de los medios que los habían perseguido sin tregua de costa a costa en esos meses de giras y rodajes, la pareja decidió hacer la fiesta en la espectacular casa de un amigo del actor, escondida en un acantilado de Malibú. En estricto secreto, los invitados fueron avisados con solo 24 horas de anticipación. Alguien, sin embargo –algunos dirían que fue la propia prensa de la cantante–, filtró el dato, y la ceremonia duró cinco minutos, con la novia sosteniéndose con la mano el velo sobre el bombín negro que usó para descontracturar el tradicional vestido blanco y los dos gritando sus votos sobre el ruido mecánico de las aspas de los trece helicópteros que sobrevolaban la mansión
Hubo intercambio de anillos, un beso apasionado y un fallido intento del actor por hacerse oír cuando propuso un brindis por la mujer de su vida. Fue entonces cuando, harto, entró en la casa y volvió con una 45 en la mano. En efecto, era una escena apocalíptica. A la vista de todos, el actor comenzó a disparar al aire mientras Madonna le gritaba que parase. Desde el aire, los paparazzi captarían un mensaje escrito en la arena para ellos: “Fuck off” (“Váyanse la mierda”). Aunque, con los años, Penn aclararía que nunca hubiera disparado contra otros seres humanos, durante esa tarde insólita algunos lo escucharon decir que esos fotógrafos “no eran personas” y que deseaba ver a los helicópteros “estrellarse y derretirse en el suelo”. Un invitado, sin embargo, sí iba a apreciar el pop descontrolado de todo aquel asunto. “Fue el fin de semana más emocionante de mi vida”, describió Warhol.
Un polígono, un pavo y una leyenda negra
Para cuando, unos meses más tarde, viajaron juntos a Hong Kong para coprotagonizar Shangai Surprise (1986), ya eran conocidos como los “Poison Penns” (los venenosos Penn) por los continuos exabruptos del actor frente a la prensa. Producida por el beatle George Harrison y con todo para romper la taquilla, la película fue, por el contrario, un fracaso rotundo. Y el rodaje, una verdadera pesadilla.
Los medios habían comenzado a llamar a Sean “Mr. Madonna”, una patada a la autoestima del actor que él respondía dándole lecciones de teatro a su mujer y golpes a los fotógrafos. El hermano de la cantante cuenta que, una de esas noches, Penn también se descargó con su mujer, que terminó escapando de su cuarto de hotel. También que, al día siguiente volvió al set como si nada hubiera pasado, con su maquillaje impecable y lista para seguir con las grabaciones.
“Sean es salvaje, probablemente muera joven”, decía la reina del pop por esos días. Parecía parte de la mística de la pareja. En abril de 1986, la revista People reveló que el actor atacó con una silla al productor y compositor David Wolinski en un local nocturno de Los Ángeles porque se había acercado demasiado a su esposa al saludarla. Wolinski, que era amigo de Madonna, presentó cargos, y Penn tuvo que pagar una multa.
En junio de ese año, visiblemente alcoholizado, la empujó contra una pared del club The Pyramid en medio de una fuerte discusión; a los gritos, la acusaba de serle infiel y seguirse viendo con sus antiguos amantes, según relata Christopher Andersen en la biografía no autorizada de la cantante. Los episodios de violencia en público y los tremendos arranques de celos de Sean, que ya no parecía tan cómodo con la libertad sexual de la mujer que lo había enamorado, se sucedieron. Se decía que tenía un pequeño arsenal y que en el subsuelo de su mansión de Malibú había montado un polígono de tiro donde, obsesionado con los supuestos romances extramatrimoniales de Madonna, usaba como blancos las fotos de sus antiguos novios, como Prince y el DJ Jellybean Benitez, otros a quienes se señalaba como sus amantes, como John Kennedy Jr, y hasta imágenes de la artista.
En mayo de 1987, Penn fue detenido por pasar un semáforo en rojo y en exceso de velocidad. Estaba ebrio y fue condenado a 60 días de arresto y dos años de libertad condicional. “Creo que Sean saldrá de la cárcel convertido en una persona mejor e incluso un actor aún mejor”, declaró Madonna, que parecía decidida a hacer que las cosas funcionaran. Pero ese mismo año, los tabloides publicaron que la cantante se había presentado en el Hospital Cedars Sinai de Beverly Hills asegurando que su marido la había golpeado con un bate de béisbol, algo que ella siempre negaría.
Según varios de sus biógrafos, a fines de 1987, tras cuatro días sin dar señales de vida, Penn se apareció en el departamento que compartían cerca de Central Park exigiéndole a Madonna que cocinase un pavo por Acción de Gracias. Ella le respondió con los papeles de divorcio. Doce días después, cancelaron los trámites. Trataron de resucitar la pareja, y hasta hicieron planes para tener un hijo, pero la tensión era insostenible: Penn no toleraba la amistad de la cantante con la actriz bisexual Sandra Bernhard. “Madonna era más famosa que él, ganaba muchísimo más que él y ahora le refregaba en la cara un affaire lésbico –dice un amigo en su biografía no autorizada–. Su frágil ego masculino simplemente no lo pudo soportar”.
Para la Navidad de 1988 ya no vivían juntos. Ella se había quedado en la mansión de Malibú y pasó las fiestas con Bernhard; él estuvo toda la nochebuena con una stripper mientras le dejaba mensajes despechados y obscenos en el contestador. Ninguno de los protagonistas de la leyenda negra que se escribió ese 28 de diciembre la confirmaría jamás, pero años de abusos públicos alimentan el rumor. Aquella noche Penn habría saltado el cerco de la mansión para colarse en la casa donde su esposa le confirmó que, en vez de tomarse un año sabático para intentar salvar la relación, iba a protagonizar Dick Tracy con Warren Beatty (la última fuente de celos del actor y con quien Madonna finalmente tendría un romance). Y, como no podía dominarla, la ató, literalmente.
Primero lo intentó con el cable de una lámpara; después, la redujo sujetándola a una silla donde la golpeó y la insultó durante ocho horas. Ella logró escapar para hacer la denuncia. En la comisaría casi no la reconocieron: tenía el labio partido, temblaba y no paraba de llorar. Penn fue detenido, pero dijo que su mujer se estaba vengando porque él la había engañado con una stripper. Ella retiró los cargos, pero le pidió el divorcio una semana más tarde. Ya no había vuelta atrás.
Con los años, los dos se declararían grandes amigos, se mostrarían juntos en shows y eventos solidarios y, aunque volvieron a casarse –él con Robin Wright y recientemente con Laila George; ella con Guy Ritchie, de quien se divorció en 2008–, confesarían que fueron “el amor de sus vidas”.
En 2015, Madonna incluso lo defendió bajo juramento en una demanda que el actor le hizo al director Lee Daniels cuando lo acusó en una entrevista de golpeador de mujeres. “Soy consciente de las alegaciones surgidas, según los tabloides, de que Sean me golpeó, y es real que durante nuestro matrimonio tuvimos más de una discusión acalorada –sostuvo la diva–. Pero nunca me ha golpeado, atado o atacado psicológicamente y cualquier información contraria a eso es completamente indignante, maliciosa, imprudente y falsa”.
Tal vez sea cierto y los medios exageraron la turbulenta historia de la sex symbol y el rebelde sin causa. Tal vez ella se conmovió al ver su extraordinaria recuperación. O quizá sea que la mujer que ha sido sinónimo de poder y liberación femenina durante más de tres décadas no podría permitirse nunca ser una víctima.
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