Enzo Moretti es un varón trans, está estudiando el profesorado de inglés y tiene 20 años. Que sea tan joven y parte de la generación amparada por la Ley de Identidad de Género -sancionada en 2012- no significa, sin embargo, que en su camino no haya habido obstáculos.
Aunque sabía desde la primaria que no era igual a sus compañeritas, Enzo recién se sintió seguro para dar comienzo a su transición cuando terminó el secundario. Antes -cuenta a Infobae- cambió de colegio una, dos, tres, cuatro, cinco veces, saturado de las burlas e incluso de la violencia física que sufrió por su identidad de género.
En estos últimos dos años y medio, Enzo se hizo la mastectomía bilateral (la cirugía para extirparse las mamas), modificó su nombre de pila en la partida de nacimiento, en el DNI y comenzó el tratamiento con testosterona (para adquirir, entre otras características, vello facial y corporal, que se engrose la voz, se retire la menstruación, que las grasas no vayan tanto a las caderas, y el agrandamiento del clítoris).
En simultáneo, siguió yendo a hacerse los controles ginecológicos, un espacio que suele representar un incordio para muchos varones trans. Esto escribió Enzo a mediados de enero, cuando salió de la consulta:
“El problema arrancó antes que eso”, contextualiza Enzo mientras toma un café del otro lado de la cámara. “Después de hacerme el cambio en el DNI, yo había ido a la parte administrativa de la prepaga a buscar mi carnet nuevo, al que había que cambiarle la foto y el nombre. La empleada llamó a alguien por teléfono y le decía ‘acá hay una chica que está buscando su carnet...’. Yo la miraba y le decía ‘un chico’. La corregí varias veces y nada, me siguió tratando de ‘ella’. A veces es falta de capacitación, otras no. Es muy notorio cuando una persona no entiende y cuando alguien no quiere entender”.
La siguiente barrera con la que suelen chocar las masculinidades trans a la hora de ir a la consulta ginecológica tiene que ver con enunciar su nombre masculino y lograr que les den el turno.
Diego Watkins, 27 años, joven trans, activista por los Derechos Humanos y promotor de salud, aporta: “Eso se debe a la falta de sensibilización en identidad de género. Que la persona que está del otro lado entienda que existen tipos trans que en muchos casos tenemos útero, ovarios, vagina, vulva, mamas, etcétera y que también necesitamos pedir un turno ginecológico”.
Si se logra obtener el turno y no quedar con una musiquita de fondo esperando una respuesta, la barrera siguiente es afrontar las miradas en la sala de espera. “Quedás sentado rodeado de mujeres cis, embarazadas, chicas que van a la guardia ginecológica. Todos te miran como diciendo ‘¿qué hacés vos acá?’. Te empiezan a mirar las piernas a ver si tenés pelos o no, las axilas, si tenés barba, un scaneo constante con una mente bastante binaria para entender qué sos. Me quedo porque no me queda otra pero mi sensación permanente es ‘me quiero ir de acá’”, cuenta Enzo desde su casa, en Caballito.
Y agrega: “Hace poco un guardia me advirtió ‘mirá que este es el Centro de la Mujer’, y yo ‘sí, ya vi ese cartel gigante’. ¿Qué le importa? ¿qué le importa a la recepcionista? Lo que cada persona tiene que hacer con su médico es confidencial”, lamenta. “Pensá que por la pantalla van llamando a todas mujeres y de repente sale tu nombre ‘Enzo Moretti’. Te mira todo el mundo. Tengo amigos trans que no soportan esa presión social y directamente no van a la consulta ginecológica para no exponerse”.
Ir o no ir no es un tema menor. “Los varones trans deben hacerse los mismos controles ginecológicos que las mujeres cis (lo opuesto a trans, es decir, cuando la identidad de género coincide con el sexo que fue asignado al nacer)”, explica a Infobae la médica tocoginecóloga Gabriela Rodríguez, que atiende a varones trans en el Hospital Churruca y en una clínica privada de fertilidad.
Deben hacerse el Papanicolau (PAP) para prevenir el cáncer de cuello de útero. También controles mamarios, “incluso quienes se hayan hecho la mastectomía, porque puede haber quedado tejido mamario remanente y pueden llegar a desarrollar cáncer de mamas”.
También se busca detectar el virus del papiloma humano (HPV) en la vulva, vagina, ano y cuello uterino, una infección de transmisión sexual común que puede causar cáncer. Y aprovechar el espacio para prevenir otras enfermedades de transmisión sexual (ITS), hablar de anticoncepción e incluso de métodos de conservación de la fertilidad. Que un varón trans decida extirparse el útero (histerectomía), por ejemplo, no significa que tenga que dejar de hacerse controles. Tampoco todos deciden hacer terapia hormonal, por lo que algunos mantienen sus sangrados menstruales.
La siguiente posta tiene que ver con qué tan capacitado/a en identidad de género esté el ginecólogo/a que los atienda. Enzo dice que tuvo suerte con la suya, que lo acompañó durante su transición, le hace el PAP anual, registra cuándo comenzó la hormonización y cuándo se le fue el sangrado menstrual, y le sigue palpando el pecho e indicándole estudios porque sabe que, pese a que se hizo la mastectomía, Enzo conserva algunas glándulas mamarias que podrían verse afectadas por las hormonas.
Habla de “suerte” porque no es una regla general. “Tengo amigos que han vivido experiencias muy violentas. Uno, por ejemplo, se quería hacer la ooforectomía para sacarse los ovarios. Fue a consultar y el ginecólogo todo el tiempo lo trató de ‘ella’. O sea, muchos desconocen la identidad de género: tenés vagina, tenés ovarios, sos mujer, punto. A veces podés optar por otro que entienda, pero otras veces no”, describe Enzo.
Diego es unos años mayor, hizo su transición hace casi una década, sabe que el contexto social, político y cultural cambió y percibe la diferencia entre cómo lo atienden hoy y cómo lo hacían antes.
“Pero no hay políticas públicas específicas, entonces está fragmentado. Depende si fuiste al sistema privado o público, de la decisión política de cada espacio territorial o de la voluntad del profesional de la salud. Está el que no sabe nada de identidad de género porque no tuvo formación y también los que directamente tienen prejuicios con las personas trans. Ahí ya tenemos dos barreras que nos impiden acceder a la salud: la ignorancia y la discriminación”.
Diego sostiene que abordar la salud con una perspectiva de identidad de género no debería ser opcional sino un deber ético de los profesionales, precisamente porque el derecho a la salud es universal y no debería dejar a nadie afuera. Y cuenta un episodio que sucedió hace tres meses que grafica su posición:
“Me dolía mucho la panza y fui al hospital Vélez Sarsfield. Me dieron calmantes pero el dolor no se me pasaba. Como era en toda la zona abdominal, pensé que podía ser un problema ginecológico y le dije al médico que era trans y que tenía útero y ovarios. Su respuesta fue ‘tenés que ir a tu médico’. Lo que tenía era apendicitis, los análisis habían mostrado la infección, pero me tuve que ir de Capital a La Plata para que me atendieran, con todo el riesgo de vida y el dolor que eso implicó. Un abandono de persona tremendo. Es decir, frente a una posible emergencia ginecológica, como chabón directamente me expulsaron”.
El “yo no te puedo atender”, “te voy a derivar con alguien que atienda casos como el tuyo”, “te voy a derivar a Salud Mental”, o “tenés que ver a tu médico”, también son moneda corriente.
La Dra. Rodríguez coincide: “Si existe una ley que habla de los derechos de las personas trans, todos deberíamos estar capacitados y todas las instituciones hospitalarias tendrían que tener sus equipos. Apenas se sancionó la ley, yo alerté a las secretarias ‘miren que pueden llamar varones para atenderse’ y les expliqué. Y ahora aviso en cada estudio que indico que se trata de un varón trans para evitarles a ellos esa incomodidad. Creo que debería ser una política pública”.
La médica es también docente de la UBA en la cátedra de ginecología y muestra la deuda pendiente: “En 2019 incluí en todas las cursadas la medicina trans. ¿Sabés por qué? Por pedido de los alumnos que me dijeron que no veían el tema en ninguna otra cátedra. No tenían formación los ginecólogos de antes, pero los que vienen tampoco”.
Después de la atención ginecológica, viene otra barrera posible: los estudios. “Claro, porque te manda a hacer una ecografía trasvaginal o una mamografía y empieza todo otra vez: ‘¿Cómo que te llamás Diego y necesitás una eco trasvaginal?’”, imita. O exponerse, otra vez, a que los llamen con pronombres femeninos. A Enzo le pasó, aunque con otra práctica.
“Una enfermera me estaba dando la inyección de testosterona y, como duele, me decía ‘bueno, tranquila, ya termino. O sea, ¿me estás pinchando el culo con testosterona, leés que me llamo Enzo, y me decís ‘tranquila’?”, plantea él, para quien tener que explicar una y otra vez quién es le resulta agotador. Para Diego, que lleva años de activismo, “hacer pedagogía” es costumbre y una forma de lograr la “transformación cultural”.
Por supuesto que ningún varón trans tiene la obligación de estar haciendo docencia pero Diego cree que es una manera de no seguir descartando espacios en los que pueden atenderse. Si no -explica- si las personas trans sólo encuentran lugares amigables en los consultorios inclusivos, cuando tienen una urgencia y tienen que ir a una guardia cualquiera le pasa lo que le pasó a él en el Vélez Sarsfield, cuando fue expulsado del sistema por ser un varón con útero y ovarios.
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