Unos carteles enormes al costado de los caminos de Haití a principios de la década del ochenta. De fondo, un primer plano de Baby Doc. La cita en letras catástrofe: “Me gustaría presentarme ante el tribunal de la historia como el que fundó de manera irreversible la democracia en Haiti”. La firma: Jean-Claude Duvalier, Presidente Vitalicio. Podría parecer un chiste si no fuera real. Sería gracioso si el saldo de la familia Duvalier por el gobierno no hubiera sido trágico: 40.000 muertos, más de un millón de exiliados y los más absurdos índices de pobreza.
La dictadura de los Duvalier en Haití duró casi treinta años. Fue, como toda dictadura, ilegítima, brutal y cruel. Pero el fervor asesino, el poder de daño, el saqueo impúdico y el modo de generar pobreza arrasadora que tuvieron Papa Doc y Baby Doc conoce pocos antecedentes. Ambiciones personales que no se detuvieron ante la ruina de una país.
En 1971, Jean-Claude Duvalier se convirtió en el presidente más joven de occidente. Llegó a la primera magistratura de Haití a los 19 años. Hasta unos meses antes la constitución haitiana establecía que la edad mínima para ser presidente era de 40 años. Pero Francois Papa Doc Duvalier modificó la carta magna (a la que escaso apego tenía, por cierto) y, pensando en su hijo, bajó el límite a los 20 años. Pero Papa Doc tenía la salud demasiado frágil y murió antes de lo que él había previsto. Nadie se hizo problema ni por la inconstitucionalidad ni por la nula experiencia de Jean-Claude, ni siquiera por sus nulas ganas de presidir su país.
Jean-Claude no era una luminaria, ni un prodigio cuyas habilidades explotaron tempranamente. Era tan solo hijo de su padre. Heredaba el cargo más alto del país. Había que proteger intereses, negocios, asegurar impunidades.
Jean-Claude había intentado que asumiera su hermana. Mayor que él y con más luces. Pero al padre y a sus consejeros esa le pareció una opción inviable. Les resultaba inconcebible que una mujer gobernara el país. Jean -Claude lo veía normal. La suya era una familia de mujeres fuertes. Su madre, Simone, tenía un carácter duro y opiniones contundentes.
Papa Doc sabía que se iba a morir. Y contrariamente a lo que hacen otros líderes personalistas intentó preparar la sucesión pese al escaso tiempo de vida que le quedaba. Estableció un sistema de protección del joven hijo presidente a través de un mega gabinete de ministros: 25 influyentes que lo aconsejarían, todos pertenecientes a las familias privilegiadas y con intereses en los negocios (o negociados) públicos. Pero fuera del esquema oficial había otra persona muy influyente, Simone, la esposa de Papa Doc y madre de Jean-Claude que participaba activamente de las decisiones aunque no firmara decretos. Ella quería que todo se hiciera la vieja usanza, con los mismos modos que había utilizado su marido.
Jean Claude, por su parte, durante muchos años, no quería nada más que ser un playboy, perseguir mujeres, vivir una vida despreocupada, de despilfarro y diversión. Pero eso debía esperar o al menos ejercerse solapadamente. Estaba al frente de un país.
Francois Duvalier llegó al gobierno en 1957 a través de elecciones democráticas. Era un doctor tímido, con escasa habilidad oratoria y sin antecedentes. Pero la gente lo quería y confiaba en él. Sentían que él por primera vez los escuchaba, que la minoría mulata, los privilegiados que habían ostentado el poder hasta ese momento, por fin quedaba relegada. Ahí nació el apodo de Papa Doc. Duvalier como figura protectora. Luego se olvidó de su origen democrático y ya no soltó el poder. Acumuló riquezas y eliminó opositores. Nadie creyó que ese médico que ganó las primeras elecciones presidenciales del país podía durar en el poder. Nadie, tampoco, imaginó que se podía convertir en un monstruoso asesino.
Pero sus primeros años no fueron pacíficos. Debió enfrentar varios intentos de golpes de estado por parte de estos empresarios y de los generales que los apoyaban. Duvalier para contrarrestar esto y acrecentar su poder, organizó milicias populares. Luego las alimentó a lo largo de todo su mandato. Los Tonton Macoutes (tonton era una manera afable de decirle a los tíos, no parecía mal que si Duvalier era Papa Doc, ellos eran los tíos; Macoutes es una especie de bolsa de paja de los hombres de campo).
Los Tonton Macoutes fueron ganando poder y autonomía. Una banda parapolicial que sembró el miedo y la muerte. Atacaban pueblos enteros y espantaban a sus habitantes para quedarse con sus pertenencias. Bandas desatadas que se movían sin ley protegiendo a los Duvalier y su dinastía. Escuadrones de la muerte. Vestían uniformes azules, cintas rojas en uno de sus brazos, sombreros de cowboy y anteojos negros (Graham Green escribió en Los Comediantes, una novela ambientada en Haití en los sesenta: “El motivo por el que usaban anteojos negros era evidente. Eran humanos pero no debían mostrar miedo: podía ser el fin del miedo en los demás”). Nada en su apariencia debía atenuar o disimular su matonismo. Siempre iban armados, blandiendo de manera ostensible sus pistolas o rifles. Sus primeros integrantes fueron reclutados entre la gente negra de campo, sojuzgada por los mulatos. Pero una vez instalados, se fueron incorporando los desclasados y delincuentes. Cuanto peor era el personaje más posibilidades de integrar la banda. Eran hampones armados y protegidos por el poder que no cobraban un sueldo (a excepción de los jefes) pero que obtenían beneficio directo de sus robos y saqueos amparados por el gobierno. Torturaban víctimas en habitaciones con las paredes pintadas de marrón o negro para que la sangre no se notara tanto. Francois Duvalier había inventado una justificación ideológica para esta banda paraestatal, pero su verdadera motivación era la de acallar a los opositores, detener cualquier sublevación y mantener a raya a la población bajo el signo del terror. Es decir, utilizarlos para que su lugar en el poder no peligrara. Baby Doc, en algún momento, les cambió el nombre tratando de lavar la imagen de la incontrolable banda de forajidos. Los llamó Voluntarios de la Seguridad Nacional. Sobre el final de su dictadura, creo otro grupo parapolicial, Los Leopardos para que se enfrentaran a los Tonton Macoutes porque estos ya no le respondían. Los enfrentamientos recrudecieron.
Francois Duvalier, Papa Doc, gobernaba con mano dura, aprovechando que su palabra era considerada infalible. Hacía equilibrio entre la desconfianza al ejército, el control de los Tonton Macoutes, la voracidad por acumular millones, la pobreza rampante, el vudú y la búsqueda de apoyos internacionales imprescindibles.
En algún momento, según cuenta Riccardo Orizio en Hablando con el diablo. Entrevistas con dictadores en Haití hasta se modificó el Padre Nuestro: “Papa Doc nuestro que estás de por vida en el Palacio Nacional, santificado sea tu nombre por las generaciones actuales y futuras. Hágase tu voluntad así en Puerto Príncipe como en las demás provincias. Danos hoy un nuevo Haití y no perdones las deudas de los antipatriotas que escupen cada día sobre nuestro país. Indúcelos a la tentación, y , bajo el peso de su propio veneno, no los liberes del mal”.
Hace unos años se presentó un ranking de fortunas mal habidas de dictadores de todo el mundo. Esa lista infame la encabezaba Sukarno de Indonesia con más de 30 mil millones de dólares. Pero en el sexto puesto se encontraba Jean-Claude Duvalier. Se estima que lo robado fue de 800 millones de dólares. El agravante es que la pobreza de Haiti es la peor, la más profunda del mundo. Pero los pocos hombres que hacen negocios en ese país logran ganancias obscenas a través de la corrupción.
Jean Claude Duvalier no logró la devoción de los haitianos como sí lo había hecho su padre en sus años de poder.
En 1980, la vida de Baby Doc cambió. En una fiesta conoció a Michelle Bennet. Una mujer hermosa, hija de uno de los que había promovido el primer golpe de estado contra Papa Doc a fines del los cincuenta, integrante de una familia tradicional de Haiti. Era alta, elegante, vestía a la última moda. Trabajaba en Nueva York como secretaria. Dicen que regresó a su país natal con el único propósito de conquistar al presidente. Todos le decían que no tenía chances, que nunca iba a poder superar el cerco; que siendo divorciada y con dos hijos pequeños no podía aspirar más que a alguna noche apasionada y a algún beneficio económico lateral. Ella desmintió esas versiones. Las pocas veces que habló del tema dijo que se habían enamorado.
Lo cierto es que la pareja al poco tiempo oficializó el romance y puso fecha de casamiento. A la fiesta no le faltó nada (tan sólo sentido de la decencia). Gastaron 3 millones de dólares de la época. Mientras en las calles de Puerto Príncipe la pobreza era cada vez más evidente, en su palacios no faltaba nada. Jean-Claude solía hacer viajes relámpago a París o a Nueva York para comprarse trajes, comer en un restaurante de lujo o ver un nuevo automóvil que pasaría a integrar su colección.
La llegada de Michelle alteró el equilibrio de la corte. Simone. la matriarca, comenzó a perder influencia. Michele llegó para quedarse con todo. A veces ante la ausencia de su marido, encabezó las reuniones de gabinete. Durante varios años, la política haitiana pareció ser nada más que el terreno de lucha -casi en el barro- de estas dos mujeres de carácter fuerte, y una excusa para que algunas familias hicieron dinero impúdico. Mientras tanto Jean Claude jugaba a ser líder y recibía honores.
Pero una de las cuestiones más importantes que se modificó con el nuevo matrimonio fue que los pocos sectores productivos del país como el tabaco, el café y el petróleo cambiaron de manos. Michelle consiguió que su familia fuera beneficiada. Por ejemplo su padre, el viejo general golpista, se convirtió en uno de la decena que tenía autorización para trabajar y exportar esos productos. Pero él, suegro presidencial, era el único que no debía tributar por esa actividad.
Michelle Bennet organizaba colectas, inauguraba hospitales y trataba de sacar partido del saqueo apropiándose de las pocas obras públicas del país. En 1980, el FMI otorgó un préstamo de 22 millones de dólares a Haití. 20 de esos millones fueron desviados a cuentas de la fundación de Michelle.
Invitó a Sor Teresa de Calcuta y le donó fondos para sus obras. La religiosa habló maravillas de la labor de la primera dama, dándole buen lugar en la prensa internacional.
Estados Unidos apoyó durante décadas a los Duvalier. Armas, dinero, espionaje, la vista gorda ante las atrocidades. En la Guerra Fría el parámetro no era muy exigente si el líder de la nación del Tercer Mundo amenazaba con pasar al bloque soviético. Con excepción de alguna discordia durante la administración Carter, los Duvalier contaron con franco apoyo norteamericano.
El primer gran cimbronazo internacional ocurrió con la visita de Juan Pablo II en 1983. Apenas aterrizó, luego de besar como era su costumbre el suelo haitiano, lanzó una furibunda crítica al estado de situación del país y a la falta de reacción de la clase política: “Es un país hermoso, rico en recursos humanos, pero los cristianos no pueden ignorar la injusticia, la excesiva desigualdad, la degradación de la calidad de vida, la miseria, el hambre y el miedo que padece la mayoría de la gente”.
El 7 de febrero de 1986, hace 35 años, los Duvalier debieron escapar de Haití. De madrugada, en la oscuridad. Ya no tenían apoyos y la sublevación era incontrolable. El hambre era devastadora. Ni siquiera consiguieron quien los llevara al aeropuerto. Baby Doc llegó manejando su BMW plateado. La derrota y el temor estaban instalados en su cara. A su lado, su esposa se mantenía inmutable, altiva e invicta, fumando de manera desafiante. También Mama Doc viajó con ellos. Esa noche desaparecieron má de 100 millones de dólares del Banco Central de Haití.
Pidieron asilo político que les fue negado pero no tuvieron inconveniente para instalarse en un magnífico palacio en las afueras de París. Las nuevas autoridades haitianas lograron congelar todas las cuentas de Jean-Claude en el mundo. Michele lo abandonó muy rápidamente. No sólo rompió su corazón sino que lo dejó en la ruina. Acostumbrado a no privarse de nada y vivir en el lujo, Duvalier vio como Michele lo dejaba sin nada.
El cantante Kris Kristoferson escribió una canción sobre Baby Doc y su caída: “Hasta que por casualidad Duvalier/ encontró una muchacha que prendió en él la llama que creía apagada/ su belleza como un cuchillo lo hirió/ despertó sensaciones que no controlaba/ luego ella se echó atrás y lo vio caer/traicionado por su cuero y su hambre de amor/ en el fondo Duvalier era un soñador”.
Ella, pacientemente, había logrado desviar decenas (y hasta centenas) de millones de dólares a su nombre durante años. No se ha sabido demasiado sobre ella más que había vuelto a contraer matrimonio y vivía una vida despreocupada y llena de lejos en un palacio en la campiña francesa.
La madre de los Duvalier murió en el exilio. Jean Claude se casó con Veronique Roy, también haitiana. En algún momento un error administrativo de las autoridades haitianas hizo que una de las cuentas fuera desbloqueada y Baby Doc tomó rápido el dinero. Eran más de 4 millones de dólares. Veronique era una mujer fuerte (otra) que mantuvo activo a Duvalier y alimentó su deseo de volver a Haití.
La pobreza en el país centroamericano siguió creciendo. Desde el exilio Duvalier alimentó la discordia y se postuló para elecciones que él nunca había brindado. Pero al retornar a Haití en 2011 no fue habilitado para participar de los comicios. Sus viejos seguidores lo apoyaban. Cuando a sus 60 años parecía que volvía a tener un futuro político fue detenido y acusado de delitos contra la administración público y delitos de lesa humanidad por las matanzas perpetradas por los Tonton Macoutes en sus quince años al mando de Haití.
Los cargos por lesa humanidad fueron desechados y sólo pesaban sobre él los de corrupción. Esperó el juicio en libertad mientras apelaba cada decisión judicial. Pero un infarto acabó con su vida en octubre de 2014. Tenía 63 años.
Se cerraba con él una dinastía que sembró de muerte y pobreza a su país.
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