A 90 años del fusilamiento de Severino Di Giovanni: cómo fue la ejecución del enemigo público Nº1

Después de un juicio sumario, el anarquista italiano que había sembrado terror en el país era fusilado en el patio de la Penitenciaría Nacional. Su vida en Italia. La llegada a Argentina. Los atentados y sus víctimas. La pasión por su joven amante. La persecución final. La ejecución contada por los cronistas de la época y sus últimas palabras

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El 6 de setiembre de 1930, el gobierno de Hipólito Yrigoyen fue depuesto por el general Uriburu. El primer golpe militar. Se emite un bando que establece la ley marcial y la pena de muerte. Artículo 1: Todo individuo que sea sorprendido en infraganti delito contra la seguridad y bienes de los habitantes, o que atente contra los servicios y seguridad pública, será pasado por las armas sin forma alguna de proceso. La aplicación del bando la inauguró Joaquín Penina, anarquista catalán. Siguieron Gregorio Galeano, José Gatti y Pedro Icazzatti, todos acusados de distintos delitos.

1 de febrero de 1931. Pasaron varios meses del golpe y el gobierno de facto sonríe satisfecho. Su previsión, la ley marcial, la posibilidad de fusilar, les permitirá eliminar a su enemigo número uno.

Severino Di Giovanni había nacido en Italia casi treinta años antes. En 1922 viajó hacia la Argentina. El fascismo estaba en el poder. Y sus acciones violentas contra el gobierno de Benito Mussolini lo habían obligado a emigrar. Llegó con la última gran ola desde la península itálica. Apenas arribó a la Argentina comenzó a publicar panfletos y periódicos anarquistas. Con Cúlmine intentó la difusión del ideario anarquista y de estrechar fuerzas con otros camaradas italianos.

La esposa Teresina y los
La esposa Teresina y los tres hijos de Severino Di Giovanni (Caras y Caretas)

Lo suyo no fue sólo escribir. Las bombas empezaron a explotar. También efectuó robos: él las llamaba expropiaciones. En cada enfrentamiento con la policía demostraba su extraordinaria habilidad con las armas. La revolución necesitaba ser violenta, pensaba De Giovanni. Estas acciones provocaron que otros grupos anarquistas se alejaran de él y la fulminante condena de los medios de comunicación. Para él no había inocentes. Ni siquiera el quinielero muerto en la bomba que puso en el Banco de Boston.

“El hombre más maligno que pisó tierra argentina”. Eso decía la prensa de él. Di Giovanni, mientras tanto, seguía atacando, escribiendo y fugándose. Casi la totalidad de sus ocho años en la Argentina se la pasó escapando de la policía. Tenía esposa, Teresina, y tres hijos. Vendía rosas en la calle, trabajaba de tipógrafo, estudiaba a Proudhon, Bakunin, Nietzsche y Marx. Día a día mejoraba su castellano. Lo necesitaba para hacerse entender con los obreros.

El diario Cúlmine (culmine.noblogs.org)
El diario Cúlmine (culmine.noblogs.org)

El lema de su periódico Cúlmine era De la propaganda a los hechos. Creía que la sociedad se podía cambiar a través de la acción de los individuos. Pero sus acciones públicas sólo conocían la violencia.

Una gala en el Teatro Colón. Se celebraba el vigésimo quinto aniversario de la coronación del rey Vittorio Emmanuele II. El embajador italiano, el presidente Marcelo T. de Alvear, otras máximas autoridades nacionales, la alta sociedad. Mientras sonaba el himno italiano, surgieron los gritos desde el gallinero. Después los volantes aterrizando entre los señores de galera y las señoras que hacían tintinear sus joyas con el movimiento nervioso de sus brazos. Desde el gallinero, una cabeza rubia sostenida por un grueso cuello sonreía. Era Severino Di Giovanni. Meses después, cien mil obreros y anarquistas protestaban en las calles de Buenos Aires por la suerte de Sacco y Vanzetti. Entre los que encabezaban la manifestación, repartiendo panfletos y cantando con su voz de lija, de nuevo Di Giovanni.

Pero la persecución no fue por sus ideas ni por sus protestas públicas. En sus diferentes atentados puso una bomba en el Bank Boston, otra en el City Bank, también en la Embajada de Estados Unidos y en el Consulado de Italia. Esta último fue la peor, la más efectiva. 9 muertos y 34 heridos como saldo. También robó dos entidades bancarias para hacerse de fondos. En una de ellas, en el transcurso del robo Di GIovanni mató dos personas.

En esos meses, cada acción violenta y cada muerte en un robo no esclarecida se le imputó a Di Giovanni que ya cargaba con varias reales en su haber.

El titulo que anuncia la
El titulo que anuncia la condena de Scarfó

Conoció a los hermanos Scarfó, Paulino y Alejandro. Italianos y anarquistas como él. Sus acciones recrudecieron. Su leyenda crecía en la ciudad. Algunos lo idolatraban. Los diarios y las autoridades lo criticaban con dureza. El uso indiscriminado de la violencia lo alejaba cada vez más de aquellos a los que pretendía acercarse con sus acciones, aún de los que parecían pensar como él.

Vestía completamente de negro con sombrero de ala ancha. Sectores anarquistas y los socialistas comenzaron a despegarse de su accionar. El diario socialista La Protesta lo tildó de espía fascista, agente policial extranjero, burgués y capitalista. Los dirigentes socialistas López Arango y Abad de Santillán lo condenaron públicamente. Di Giovanni exigió una retractación. La siguiente vez que se encontraron, Severino Di Giovanni mató a López Arango.

Sus perseguidores cada vez estaban más cerca. Cambiaba de casa para no ser encontrado. Su familia sufría. Pensó en viajar e instalarse en París. Volver a empezar. Pero íntimamente sabía que ese movimiento sólo dilataba las cosas. Su pulsión a la lucha y a la violencia, la furia interna lo pondrían de inmediato a hacer lo mismo de siempre. Mientras analizaba esa opción su camarada Alejandro Scarfó cayó preso.

Recrudecieron sus acciones. Lo movían la furia y la plata que necesitaba para liberarlo. Fabricaba bombas caseras con clavos de hierro, gelignita y dinamita. Bombas no muy precisas, pero sí poderosas. Editó, también, un nuevo periódico: Anarchia. Las ideas de siempre pero mostradas con más virulencia todavía.

José Félix Uriburu
José Félix Uriburu

Ya está José Félix Uriburu en el poder. Di Giovanni es el hombre más buscado. Leopoldo Lugones hijo ya creó y usa con frecuencia diaria su invento: la picana eléctrica. El cerco se cerraba sobre él.

Di Giovanni sigue amenazando y actuando. Uno de sus últimos panfletos. “Sepan Uriburu y su horda fusiladora que nuestras balas buscarán sus cuerpos. Sepa el comercio, la industria, la banca, los terratenientes y hacendados que sus vidas y posesiones serán quemadas y destruidas”.

Sus camaradas, los Scarfó, los escondieron en una pieza. Los Scarfó tenían una hermana menor, América. Severino se enamoró de ella. Y América de él. “El amor, el amor libre, exige aquello que otras formas de amor no pueden comprender –le escribe Severino en una de sus muchas cartas-. Y nosotros dos, rebeldes divinos (jamás nadie podrá llegar a nuestras cumbres), tenemos derecho a desagotar el pantano de la moral corriente y cultivar allí el inmenso jardín donde mariposas y abejas puedan satisfacer su sed de placer, de trabajo y de amor”.

Severino y su joven amante,
Severino y su joven amante, América Scarfó: cuando se conocieron él tenía 24 años y ella 15

Cuando se conocieron él tenía veinticuatro años y América quince. Vivieron un amor intenso. Ella fue la última que lo visitó en la Penitenciaría de Las Heras antes del fusilamiento. Se abrazaron. Severino le dio fuerzas.

América siguió amando a Severino toda su vida. Murió a los 93 años. Un año antes había conseguido recuperar las cartas de amor que Severino le había escrito que habían sido requisadas por más de setenta años por la Policía Federal.

Aunque en la actualidad parezca que el anarquista ejecutado estuvo siempre presente en la conversación pública, en los distintos estudios historiográficos de la época y hasta en la cultura popular, eso no fue así. La figura de Severino Di Giovanni estuvo olvidada durante décadas. La rescató, tras una investigación soberbia, Osvaldo Bayer, en su libro Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia. León Rozitchner escribió al respecto: “Osvaldo Bayer reconstruye, desde el olvido, a un hombre. Junta sus pedazos dispersos, vuelve a darles sangre, nos hace sentir nuevamente el ardor de su cuerpo, le devuelve la vibración de su palabra, abre el espacio de una época olvidada para ubicarlo”.

La adaptación cinematográfica de ese texto debe ser una de las más postergadas de nuestro cine (junto a la de El Eternauta). Los derechos de la biografía de Bayer fueron vendidos en numerosas ocasiones (se rumorea que hasta simultáneamente) y varios guiones fueron escritos. En los noventa se entabló una polémica pública entre el biógrafo y Luis Puenzo por una de esas adaptaciones.

La detención se produjo el
La detención se produjo el 29 de enero de 1931. Lo emboscaron en su imprenta. Aquí una de las fotos de la reconstrucción del fusilamiento realizado por la revista Caras Y Caretas

La detención se produjo el 29 de enero de 1931. Lo emboscaron en su imprenta. Severino intentó escapar. La policía abrió fuego. Severino contestó. Pero sus disparos eran más selectivos. No tenía la posibilidad de recargar su arma. Los policías hicieron más de cien disparos. Severino cinco; guardó uno. Se escapó por los fondos de la propiedad. Saltó por los techos, atravesó terrazas, se lanzó desde diez metros de altura, y siguió corriendo como pudo pese a algunas heridas. En la persecución por las calles de Buenos Aires, los disparos policiales mataron a una niña e hirieron a varios transeúntes. La muerte de la niña se la endilgaron a Di Giovanni. Lo arrinconaron en un garaje. Se disparó contra el pecho, pero sólo logró herirse superficialmente.

“Jugué y perdí; pago con la vida. Como buen perdedor”, le dijo Severino a su defensor oficial. El juicio fue sumario. La condena era previa. El Tribunal Militar blandió la Ley Marcial y lo condenó a muerte. El defensor oficial, un oficial de bajo rango del ejército realizó una enfática defensa de DI Giovanni, poniendo toda su capacidad profesional en pos de alejarlo de la ejecución. Cumplir con su deber profesional ocasionó que pocos meses después fue dado de baja del ejército.

En su última noche, en el calabozo de la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras, escribió en un papel arrugado y amarillo su última carta:

“No busqué afirmación social, ni una vida acomodada, ni tampoco una vida tranquila. Para mí, elegí la lucha. Pasar monótonamente las horas enmohecidas de la gente común, de los resignados, de los acomodados, de las conveniencias, no es vivir, es solamente vegetar, llevar encima una masa informe de carne y huesos. A la vida hay que ofrecerle la exquisita rebelión del brazo y de la mente. Enfrenté a la sociedad con sus mismas armas, sin inclinar la cabeza, por eso me consideran, y soy, un hombre peligroso.”

“Jugué y perdí; pago con
“Jugué y perdí; pago con la vida. Como buen perdedor”, le dijo Severino a su defensor oficial. El juicio fue sumario. La condena era previa. El Tribunal Militar blandió la Ley Marcial y lo condenó a muerte. Aquí, una nueva imagen de la reconstrucción periodística utilizando como modelo a alguien muy parecido a Di Giovanni

Es el 1 de febrero a la madrugada. Todavía no amanece. Faltan minutos para las 5 de la mañana. Varios guardias entran a la celda de Di GIovanni. Desde el pasillo mira la máxima autoridad de la cárcel. Nadie hablaba. Sólo se escuchaba el estallido del martillo contra el metal de los grilletes con el que estaban sujetando los tobillos del condenado. El eco volvía todo más tenebroso. Los que miraban se movían incómodos. Luego lo llevaron a la sala que oficiaría de patíbulo. Di Giovanni se movió con lentitud por el peso de los metales que lo atrapaban. Las esposas, cadenas y grilletes golpeaban entre sí. Una especie de cascabel macabro. Los que estaban a su paso lo miraban con curiosidad y algo de lástima. Sabían que ese hombre iba a morir.

Roberto Arlt presenció la ejecución y al día siguiente escribió en el diario El Mundo:

“Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanosos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de Culatas. Más sombras que galopan. Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial. ‘..de acuerdo a las disposiciones... por violación del bando... ley número...’. El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas. Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte”.

"El cuerpo de Di Giovanni
"El cuerpo de Di Giovanni era atravesado por 8 balazos. Al recibir la descarga un poco de humo que salió de su pecho marcó el sitio de los impactos. Su cara se contrajo en una mueca violenta de dolor. Una reacción muscular lo hizo levantarse del banquillo para caer pesadamente hacia al costado izquierdo", escribió el periodista de Crítica que presenció la ejecución

Di Giovanni no muestra emociones. Está serio, con la vista al frente, la cabeza en alto. No se adivina ni tristeza ni orgullo. Tal vez sólo lo habite la resignación.

El patio de la Penitenciaría está repleto de curiosos que madrugaron para ver la ejecución como si se tratara de un espectáculo. El secretario del tribunal militar que lo juzgo lee la larga sentencia. Luego atan a Di Giovanni a una silla de respaldo angosto y muy alto.

Un guardiacárcel se acerca para taparle los ojos. “¡Venda no!” dice enérgico, imperativo el hombre que está a punto de morir. El joven duda unos segundos pero desiste. El jefe ordena al pelotón de fusilamiento que se prepara. Son ocho que estiran sus armas y apuntan. Di Giovanni infla el pecho, como si quisiera aumentar la superficie de impacto, y levanta la cabeza. Con voz gruesa, atronadora, grita: ¡Viva la anarquía!.

“Fuego”, ordena el jefe al pelotón.

Lo que sigue lo cuenta el periodista del diario Crítica que estuvo presente:

“Segundos después, el jefe del pelotón bajaba la espada y el cuerpo de Di Giovanni era atravesado por 8 balazos. Al recibir la descarga un poco de humo que salió de su pecho marcó el sitio de los impactos. Su cara se contrajo en una mueca violenta de dolor. Una reacción muscular lo hizo levantarse del banquillo para caer pesadamente hacia al costado izquierdo. El respaldo del banquillo hecho astillas. Un gran charco de sangre inundó el asiento cayendo al suelo. Un aullido atroz desgarra el silencio: son los presos de la cárcel que se despiden de su compañero. Sobre el césped, él se mueve todavía. Aunque tenía el pecho atravesado de proyectiles no murió instantáneamente. Se acerca el sargento y le da el tiro de gracia. Preciso y eficaz. Un estremecimiento del cuerpo que queda inmóvil. Son las 5.10.”

Al día siguiente ejecutaron del mismo modo a Paulino Scarfó, el hermano de América.

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