Brenda Ann Spencer se apoyó en la ventana de su cuarto y apuntó. Su vista llegaba hasta un campo y un lago idílicos donde nadaban patos y pastaban vacas.
Pum, pum, pum, pum…
Con un rifle Ruger calibre 22, que le había regalado su padre para Navidad, comenzó a disparar a esos blancos móviles. La aburrían los lunes, los odiaba. Pero hoy se había divertido lo suficiente.
La realidad era muy distinta a lo que ella diría a los policías haber imaginado esa mañana mientras gatillaba. Lo que miraba, desde su ventana, era la entrada de lo que había sido su escuela primaria, Grover Cleveland, en San Diego, California. Y las vacas y los patos a los que apuntó eran alumnos pequeños enfundados en sus uniformes y autoridades del colegio. Llegaban somnolientos y ella, la pelirroja de 16 años, los despertó con adrenalina. Les sacudió la modorra con el pum, pum, pum, pum… de su flamante rifle. Los lunes la ponían de pésimo humor. Especialmente ese 29 de enero de 1979 en el que necesitó 36 balas para matar su tedio.
Brenda, antes de los mortales lunes
Era una adolescente acomplejada y antisocial. Difícil de manejar. Había nacido el 3 de abril de 1962, en San Diego, dentro de una familia humilde que terminó en un complejo divorcio. Cuando sus padres, Wallace y Dot Spencer, se separaron ella se fue a vivir con él, pese a que era un alcohólico consumado. A su madre, no la vio muchas veces más en su vida.
Pelirroja, de piel muy blanca y llena de pecas, flaca, de 1.57 m de altura y con anteojos para corregir su miopía... Brenda tenía un aspecto inocente y encarnaba a una típica joven de los años ´70. Pero ella odiaba su cuerpo. Aunque demostró tener grandes dotes para la fotografía y el arte, su perenne rebeldía la llevó a contrariar con frecuencia las normas escolares y a tener un alto ausentismo. Sus docentes la veían como una chica introvertida con problemas de aprendizaje, pero la creían vulnerable e inofensiva.
No podían suponer que la realidad era infinitamente más compleja y que Brenda llevaba años alimentando la fantasía de matar. Se lo dijo a un amigo, quería asesinar a alguien. También ambicionaba ser francotiradora y cazar pájaros por su barrio.
El secundario lo estaba haciendo, en el establecimiento Patrick Henry, a desgano. Los profesores debían despertarla, cada tanto, durante sus clases. Poco a poco, el abuso de drogas y algunos robos para adquirirlas empezaron a introducirse en su hoja de vida. No había nadie que le prestara al asunto suficiente atención.
Un día, Brenda tomó un rifle de aire comprimido de su papá y fue al colegio. Desde las ventanas del edificio disparó a los pájaros. Fue arrestada. Los especialistas aconsejaron que se la llevara a un centro de salud mental para determinar qué le sucedía porque habían detectado en la joven tendencias suicidas. Su padre se opuso. Creía que el incidente solo había sido una travesura peligrosa. Su hija era una chica insolente e indisciplinada que le daba demasiado trabajo, pero nada más.
Brenda amaba la música y se pasaba horas encerrada escuchando Outlandos d’Amour, de The Police. Fue por eso que para la Navidad de 1978 le pidió a su padre Wallace que le regalara un radiograbador portátil. Quería escuchar sus canciones y grabar cassettes.
Pero la mañana de Navidad, debajo del árbol navideño, en vez de la radio había otro regalo. Algo que también deseaba: un rifle semiautomático Ruger calibre 22 con mira telescópica y con varias cajas de municiones que contenían la friolera de 500 balas.
El inconsciente Wallace había cedido a los deseos de su hija de tener un arma para cazar pájaros.
El regalo equivocado en manos equivocadas.
Un mal día
Brenda comenzó a practicar tiro y abandonó sus obsesiones musicales. Empezó a leer sobre criminales famosos y masacres.
El lunes 29 de enero de 1979 Brenda se despertó, en la cama que compartía con su padre, más aburrida que de costumbre. Los chillidos de los chicos en la puerta del colegio la enfurecieron. Estaba sola. Puso música a todo volumen y comenzó a rondar por el dormitorio.
En un momento se asomó a la ventana y vio la entrada de su vieja escuela primaria. Los alumnos de Grover Cleveland del barrio San Carlos, estaban por ingresar al colegio. Esperaban que el director les abriera la puerta y los dejara entrar.
Tomó su rifle semiautomático, se acomodó en el borde de la ventana, apuntó y empezó a divertirse. Había practicado tiro y tenía bastante buena puntería. El primer balazo golpeó en la espalda de un chico que cayó en medio de un sorpresivo estruendo que los puso en alerta. Ella siguió adelante imperturbable. Las detonaciones hicieron que Burton Wragg (53), director del colegio, intentara proteger al pequeño de 9 años que tenía a su lado, Chris Stanley. Lo cubrió y lo salvó, pero él cayó muerto. Luego fue el turno del celador y guardia, Mike Suchar (56), que corría intentando poner a salvo al resto de los alumnos. Ella lo bajó de un tiro. Quedó despatarrado y agonizó en un charco de su propia sangre, a la vista de todos.
Los gritos y los tiros confundían los oídos de todos los presentes esa mañana. Brenda reía a carcajadas desde su ventana. El odiado lunes se había transformado en algo muy entretenido. Con facilidad apuntaba y les daba de lleno a los que intentaban escapar de sus disparos. Impactó en nueve cuerpos más. Ocho chicos habían sido heridos gravemente y estaban desparramados por el suelo. Al primer oficial de policía que llegó a escena, Robert Robb (28), lo volteó con una certera bala en el cuello y lo dejó malherido.
La rápida maniobra de otros agentes salvó a muchos alumnos: colocaron un camión de basura en la puerta del colegio para bloquear la trayectoria de los proyectiles. Eso acabó con el juego mortal de la adolescente Brenda. Ya había gatillado 36 veces y 11 habían dado en los blancos, acribillando a dos adultos e hiriendo gravemente a ocho niños y un policía.
Seis horas de asedio
A estas alturas ya habían arribado al lugar los comandos de élite SWAT que rodearon la casa de Brenda, acordonaron la zona y desalojaron edificios linderos. Brenda hablaba por teléfono con la prensa y llamaba aleatoriamente a cualquier número. Al periodista del San Diego Union Tribune, que la entrevistaba por teléfono, le dijo: “No me gustan los lunes. Esto me anima el día”.
La frase haría historia.
Un grupo de mediadores de la policía, altamente entrenados, comenzaron a hablar con ella. Necesitaban negociar su entrega y que dejara de disparar. Les llevó seis horas hacerla claudicar.
Insólitamente fue el hambre lo que logró que depusiera su actitud hostil. Le ofrecieron una hamburguesa Burger King y lograron que Brenda saliera de su guarida.
Todo había terminado.
En su casa encontraron una docena de latas de cerveza y muchas botellas de whiskey vacías.
En ese lapso en que estuvo acorralada, se dice que otro periodista habría hablado con Wallace Spencer quien habría confesado que le había regalado el rifle a su hija porque ya no sabía qué hacer con ella y tenía la esperanza que se suicidara. Wallace desmintió posteriormente esos dichos y la grabación no fue encontrada, pero muchos -incluida la asesina- creen que esa fue su verdadera intención.
I don´t like mondays, un hit musical
Luego de rendirse, mientras era conducida por la policía, los periodistas que se habían arremolinado en el área, le siguieron preguntando sobre los motivos del ataque. Ella, sin detenerse, sonrió, se encogió de hombros y repitió: “No me gustan los lunes” y agregó “No tengo ninguna razón más, sólo fue por divertirme. Me gustan el rojo y el azul de las chaquetas de los alumnos. Vi a los niños como patos que andaban por una charca y un rebaño de vacas rodeándolos, así que eran blancos fáciles para mí. Fue muy divertido ver a los niños fusilados”.
Bob Geldof, el talentoso cantante y compositor, estaba en el campus de la Universidad de Georgia haciendo una entrevista radial cuando vio un teletipo sobre el tiroteo protagonizado por Brenda. Al escuchar el motivo que esgrimió la detenida, automáticamente la canción nació en su cabeza: I don´t like mondays. En menos de un mes su banda, Boomtown Rats, sonaba conquistando al público. En el verano de 1979, en el hemisferio norte, estuvo durante cuatro semanas en el primer puesto en la lista de éxitos del Reino Unido. Su letra hacía referencia a la masacre y se convertiría en un clásico.
“Estaba pensando en ello en el camino de vuelta al hotel y me dije ‘un chip de silicio dentro de su cabeza se sobrecargó’ (‘Silicon chip inside her head had switched to overload’, es una de las frases de la canción). Lo escribí. Los periodistas que la entrevistaban le decían ‘¿Dime por qué?’ (‘Tell me why?’, es el estribillo del hit que compuso). Era un acto sin sentido. Era el acto sin sentido perfecto y esa era la razón sin sentido perfecta para hacerlo. Así que pude escribir la canción sin sentido perfecta para ilustrarlo. No fue un intento de explotar la tragedia”, explicó el autor para defenderse de las acusaciones que sostenían que había querido lucrar con la masacre. Tiempo después, en una entrevista, Geldof dijo, mostrando un poco de arrepentimiento: “Ella me escribió diciendo que estaba contenta de haberlo hecho porque yo la había hecho famosa. Eso no es algo lindo con lo que vivir…”.
La familia de Spencer intentó evitar que el disco se editara en los Estados Unidos, pero no pudo. La canción siguió a su ritmo durante la década del ´80. Aunque, por un tiempo prudencial, las emisoras de radio de San Diego se abstuvieron de ponerla por respeto a las víctimas. Años más tarde fue reversionada por Bon Jovi. Hoy ya es un clásico del rock de esos años.
No fue la única repercusión mediática de las acciones de Brenda. Películas, documentales y libros se alimentaron vorazmente con su historia.
A juicio como adulta
Brenda Spencer fue juzgada y sentenciada como mayor de edad. Se declaró culpable de dos cargos de asesinato y asalto con un arma mortal.
Richard Sachs, el fiscal de San Diego, la describió como una joven con una gran “incapacidad para lidiar con el estrés y una inclinación desmesurada a actuar con ira”. Los psiquiatras, por su parte, le diagnosticaron una lesión en el lóbulo temporal del cerebro. Se descubrió que un accidente que había tenido de pequeña en bicicleta le había dejado ese daño cerebral. Sus explosiones de furia podían ser secuelas.
En la cárcel también le diagnosticaron problemas epilépticos y depresión y fue medicada.
Al declarar Brenda aseguró que ella le había pedido a su padre “una radio y me compró un arma”. Cuando le preguntaron por qué creía que su padre había hecho eso, respondió acusadora: “Sentí que él quería que yo me suicidara”.
Un viejo amigo de Brenda testificó que ella había planeado la matanza porque la semana anterior le había dicho que iba a hacer “algo grande para salir en televisión”. Lo había logrado: la de Brenda fue la primera de una serie de masacres en colegios en los Estados Unidos.
Algunos de los chicos sobrevivientes recordaron verla en la ventana mirándolos fijamente y disfrutando el momento. Charles “Cam” Miller, una de sus víctimas, le contó al tribunal que veía a Brenda como una persona aterradora, era “como el diablo, con la mirada en blanco”. Hoy tiene 51 años, pero al vestirse cada día ve en su pecho la cicatriz del balazo que lo atravesó, de lado a lado, a los 9 años. Dice recordar el horror que tuvo en la ambulancia, cuando era trasladado junto al cuerpo inerte del celador Michael Suchar, y, al tomar una curva, el cuerpo rodó quedando cara a cara.
Un día después de cumplir los 18 años, el 4 de abril de 1980, Brenda Spencer fue condenada a cadena perpetua. Tendrían que pasar 25 años antes de que ella pudiera pedir la libertad condicional. Desde que pudo hacerlo, y hasta el presente, lo hizo en unas cinco ocasiones. Siempre se la negaron.
En cada audiencia donde pidió ser liberada bajo palabra dijo cosas que fueron falsas. La primera aseguró que ella esperaba que la policía le disparara porque había consumido alcohol y drogas en el momento del crimen. Los resultados de los estudios, que le habían realizado al ser detenida, contradecían sus dichos. En 2001, acusó a su padre de haberle propinado palizas y de haberla abusado sexualmente. Wallace lo negó y ella terminó admitiendo que las acusaciones no eran ciertas. En 2005, también rechazaron su pedido: la razón fue un incidente por una autolesión un par de años antes. En 2009, dispusieron que no podría volverla a pedir hasta el 2019. Llegado ese año se estableció que la próxima audiencia fuera en septiembre de 2021.
A 42 años de aquel día, con 58 cumplidos, continúa en prisión en la Institución Penitenciaria de Mujeres de Chino, en California.
De aquella pelirroja desgarbada con cara inocente, no queda casi nada. Pero todavía los jueces la consideran un peligro para la sociedad.
Nadie quiere volver a tener un mal lunes.
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