Elon Musk reaccionó a la noticia de que acababa de convertirse en el hombre más rico del mundo con dos tuits igual de breves: “Qué extraño”, “Y bien, a trabajar de nuevo”. Fue la semana pasada cuando su fortuna alcanzó los 188.500 millones de dólares, después de que Tesla, su compañía de autos eléctricos, multiplicara nueve veces su valor en el último año. A los 50, el físico, emprendedor e inventor sudafricano, nacionalizado canadiense y estadounidense, famoso mundialmente por los exitosos viajes aeroespaciales de sus naves SpaceX, superaba sin inmutarse al magnate Jeff Bezos. Después de todo, qué son unos millones más o menos para alguien cuyo desafío inmediato es conquistar Marte.
Considerado por muchos el “arquitecto del futuro” y fundador de PayPal, así como de la compañía de energía solar SolarCity y la especializada en Inteligencia Artificial OpenAI, entre otras, ha llegado a asegurar, sin embargo, que ninguno de sus extraordinarios logros lo hacen realmente feliz.
Aunque alguna vez dijo que preferiría clavarse “un tenedor en la mano” antes que hablar de su vida privada, lo cierto es que algunas de sus entrevistas, como la que dio a Rolling Stone en noviembre de 2017, permiten reconstruir su difícil y solitaria infancia en Pretoria, con un padre terrible y abusivo –”Es un ser humano horrible: cometió casi todos los crímenes en los que puedan pensar”– y en la que sufrió bullying de sus compañeros, al punto de terminar hospitalizado cuando sus acosadores lo empujaron por una escalera. Fue entonces cuando decidió que no quería estar solo nunca, una clave en su vida sentimental: “Si no estoy enamorado, si no tengo una compañera a largo plazo, no puedo ser feliz… Nunca podré ser feliz si no tengo a alguien. Irme a dormir solo me mata.”
Elon y sus dos hermanos menores padecieron la violencia en su casa: su madre, Maye, una modelo de origen canadiense que llegó a ser Miss Sudáfrica en 1969, tuvo que mudarse a Durban para escapar de los maltratos de su pareja. Cuando se divorciaron, en 1981, a Elon, con diez años, le tocó quedarse a vivir con ese ingeniero rico y oscuro vinculado con las minas de esmeraldas. Maye lo describiría muchos años después en sus memorias como “manipulador y abusivo física, emocional y financieramente”. De alguna manera, el primogénito se pasó la vida luchando para escapar de esa figura, aunque no siempre lo logró.
Una empleada cada vez más rubia
Quizá también para escaparle a la maldición, Musk confesó estar siempre en busca de su alma gemela: “No me gustan las relaciones de una noche. Sé lo que es estar solo en una casa vacía escuchando el eco de mis propias pisadas. ¿Cómo podés ser feliz si no tenés a nadie con quien compartir la cama?”.
La primera vez que lo intentó fue con Justine Wilson, a quien conoció en la Universidad de Queen’s, en Ontario, cuando ella era una aspirante a escritora en primer año de su carrera. Musk, que se había mudado a Canadá a los 17 contra la voluntad de su padre, estaba en segundo año y era “prolijo, correcto, lógico, un chico de clase alta con acento sudafricano”. Para romper el hielo, le dijo que la conocía de una fiesta en la que ella no había estado y, acto seguido, la invitó a tomar un helado. Ella le dijo que sí, pero después se arrepintió, porque tenía que estudiar, así que le dejó una nota disculpándose en la puerta de su cuarto. Estaba con sus libros en la biblioteca cuando lo vio aparecer con dos helados a medio derretir: “No es un hombre que acepte un no por respuesta”.
Lo cuenta ella en una conmovedora columna que publicó la revista Marie Claire en 2010, en la que revela los entretelones de su divorcio dos años antes y cómo aquel chico que parecía valorarla más que ningún otro llegó a despreciarla como jamás había imaginado. Ya estaban graduados y él vivía en Silicon Valley cuando la relación empezó a ir en serio:
—¿Cuántos hijos te gustaría tener? —preguntó Elon.
—Uno o dos, aunque si pudiera pagar niñeras, me gustaría tener cuatro.
—Esa es la diferencia entre vos y yo —dijo él—. Yo siempre asumo que habrá niñeras.
Cuando se casaron, en el año 2000, Elon le hizo firmar un acuerdo financiero y le aseguró que no era un prenupcial. El ya era millonario, pero, según Justine: “Su plata parecía abstracta e irreal, un montón de ceros que existían en un lugar ajeno a nosotros. Yo bromeaba con que un día me dejaría por una supermodelo, y su respuesta fue arrodillarse en una esquina y pedirme matrimonio”. Las pruebas de amor eran menos abstractas, como el día en que la llevó a una librería, le dio su tarjeta de crédito y le dijo: “Comprate todos los libros que quieras”.
Pero desde el mismo día del casamiento, algo cambió. Elon le aclaró en la fiesta, mientras bailaban: “Yo soy el macho alfa de esta relación”. El hombre exitoso que amasaba fortunas no podía menos que dominar en su casa. Mientras ella le repetía que no era su empleada, una frase de Musk se volvió una muletilla: “Si fueras mi empleada, te despediría”.
Claro que había plata para pagar niñeras, así que los hijos no tardaron en llegar: tuvieron seis. Sufrieron la muerte súbita del primero, Nevada, cuando tenía solo diez semanas. Justine dice que él le prohibió hablar del bebé, porque consideraba el duelo una “manipulación emocional”. Dos meses después comenzaron un tratamiento de fertilidad. Pronto llegarían los mellizos Griffin y Xavier, y los trillizos Kai, Saxon y Damian.
Hacia afuera, la relación parecía ideal, pero Justine luchaba contra la depresión y se sentía insignificante frente a un marido al que solo le importaba que fuera “cada vez más flaca y más rubia”. Ella le pidió hacer terapia de pareja, pero la agenda del magnate apenas le permitió ir a algunas sesiones antes de darle a su mujer el ultimátum: “Si no arreglamos esto hoy mismo, prefiero que nos divorciemos mañana”. Cumplió. Musk presentó el divorcio al día siguiente. Seis semanas después, Justine recibió un mensaje de texto en el que su ex le anunciaba que estaba comprometido con la actriz Talulah Riley.
Una virgen y dos divorcios
Musk conoció a la actriz de Pride & Prejudice en el bar Whisky Mist de Londres en julio de 2008. Él venía de dar una conferencia, y ella, de una gala. “Ahí estaba con su sonrisa gigante y hablándome de colonizar Marte –contó Riley en una entrevista con The Evening Standard–. Me mostraba todas esas fotos en su teléfono: ‘Este es mi cohete’, ‘Este es mi auto eléctrico’. Pensé que estaba un poco loco, de una manera maravillosa”.
Siguió una comida con amigos, solo una vez que ella se aseguró de que él realmente estaba separado. Y después, el reencuentro en el Hotel Península de Los Ángeles. Ya sabemos que a él no le gusta dormir solo, por lo que diez días juntos bastaron para que Musk le propusiera casamiento. La boda fue en 2010, en la catedral de Dornoch, y con los hijos de él en el cortejo.
La actriz aseguró en varias entrevistas que era virgen cuando lo conoció y que se enamoró con él del sueño de retirarse al planeta rojo y poblarlo con su descendencia. Riley adoraba a los hijos que Musk tuvo con Wilson, y llegó a llevarse muy bien con la escritora, incluso, aunque la ex pareja solo se hablaba a través de un asistente. El magnate diseñó personalmente el anillo de compromiso que los representaba con un enorme diamante rodeado de diez zafiros, cinco por los hijos que ya tenían, cinco por los que vendrían. Pero no le pareció suficiente: le regaló otros dos, también de compromiso, para que pudiera usar todos los días. Con ella tuvo otros gestos románticos, como mandarle 500 rosas el primer día de una filmación y acordarse de sumar un bouquet para cada una de las mujeres del set. No bastaron para evitar la separación de la pareja, en 2012.
Elon confirmó los rumores de la ruptura con un tuit: “Fueron cuatro años asombrosos. Te voy a amar para siempre. Un día vas a hacer a alguien muy feliz.”
Por entonces él le dijo a Forbes que estar casado le resultaba muy difícil: “Simplemente se me acabó el amor. La amo, pero ya no estoy enamorado. Nos tomamos unos meses para ver si nos extrañábamos, pero lamentablemente no pasó. No puedo darle lo que necesita”.
El divorcio pareció cambiar las cosas. Riley y Musk se reconciliaron y volvieron a casarse dieciocho meses más tarde. Pero los rumores de crisis eran constantes. Tanto que los empleados de Tesla revelaron que solían chequear los cambios en el color de pelo de Talulah para adivinar el humor de su jefe. Igual que a Justine, la quería maleable y platinada. Volvieron a divorciarse en buenos términos en Año Nuevo de 2014. Como lo indicaba el prenupcial, Elon acordó dejarle la mitad de la casa que compartían y USD 16 millones en efectivo.
Un escándalo y un corazón roto
Musk hizo público su romance con Amber Heard en 2016, cuando ella ya se había divorciado de Johnny Depp, aunque la verdad sobre el comienzo de la relación se puso en duda durante el escabroso juicio que el actor llevó a cabo –y perdió en noviembre de 2020– contra el diario The Sun. Citado como testigo de Depp, el conserje del edificio en el que vivía con Heard en Los Ángeles, dijo que desde marzo de 2015 en adelante, ella era visitada “regularmente por las noches, hasta la medianoche, por Elon Musk”, mientras el actor estaba rodando en el exterior. También se insinuó que Musk –y no Depp– pudo haber sido responsable de los golpes que sufrió la actriz, aunque eso jamás se comprobó. Sí se revelaron mensajes de texto en los que el magnate le ofrecía a Heard seguridad 24/7 sin importar lo que pasara entre ellos.
Depp, que lo llamaba “molusco”, lo amenazó públicamente con cortarle el pene. Macho alfa al fin, Musk le ofreció a Depp pelear en una jaula cuando quisiera, y siempre negó que su historia con Amber hubiera empezado cuando aún estaba casada con el actor.
La leyenda dice que la fijación de Musk con la actriz comenzó en 2013, cuando hizo un cameo en Machete Kills, una película de ciencia ficción en la que ni siquiera se cruzaron. Desde entonces no paró de pedirle al director Robert Rodríguez que los presentara. Le llevó años, y como parte de su estrategia de seducción, llegó a regalarle un Tesla. No parece el regalo más romántico del mundo, pero funcionó: Heard contó a The Hollywood Reporter que lo que la unió al dueño de SpaceX fue “la curiosidad intelectual, las ideas, la conversación y el amor por la ciencia”. “Nos vimos como somos por dentro”, dijo.
No duró mucho: se separaron un año más tarde, aunque volvieron a estar juntos a principios de 2018, esta vez, por un mes. Si bien en ese momento trascendió que la ruptura había sido de común acuerdo, Elon confió con el corazón roto a Rolling Stone que fue ella quien lo dejó: “Me dolió mucho. Tuve que poner mucho de mí para no deprimirme”.
Un amor transhumano y la vida en Marte
Pero la tristeza duró tanto como la almohada vacía. Musk conoció a la cantante canadiense Grimes (Claire Elise Boucher) por Twitter, en donde tiene un perfil hiperactivo. Estaba por escribir un chiste sobre inteligencia artificial, y se dio cuenta de que ella había escrito un tema con el mismo juego de palabras ¡tres años antes!
Millennial, vegana, feminista, mezcla de pop, futurista, manga, animé y electrónica, los medios no han dudado en catalogar su música como “de otro mundo”. No es raro que Musk encontrara en esta criatura casi transhumana al alma gemela que no se cansó nunca de buscar: “Es una de las personas más inusuales que conocí en mi vida. Tenemos un eterno debate: ‘¿Vos estás más loca que yo, o yo estoy más loco que vos?’”
Fue una sorpresa cuando se mostraron juntos por primera vez en la gala del Met de mayo de 2018, a la que ella llegó luciendo un colgante con la T de Tesla. Desde entonces cambió su nombre por “C”, el símbolo de la velocidad de la luz. C fue la inspiración del holograma de una cyber-chica con sus mismos tatuajes que acompañó el lanzamiento del vehículo eléctrico que la compañía de Musk presentó en 2019.
Como en todas sus relaciones, hubo idas y vueltas, que se hicieron públicas cada vez que dejaron de seguirse en Twitter e Instagram, como cuando él criticó el uso de pronombres inclusivos. Las redes también son un testimonio de cómo ella pasó de morocha a platinada, aunque lejos de Justine, “C” acompaña el look con orejas de elfo: el Rey de Marte parece haber encontrado al fin su Princesa Galáctica.
En enero de 2020, la cantante posteó una foto en la que se la veía desnuda y con un feto photoshopeado en la panza. No había caption ni aclaraciones; recién en marzo confirmó en una entrevista que el hijo que esperaba era de Musk. La artista, que ya sentía que había puesto en jaque su carrera al enamorarse del emprendedor, declaró que, con su embarazo, había sacrificado su cuerpo y su libertad: “Me rendí. Me había pasado la vida escapándole a esa situación, y nunca me rendí ante nada. Así que este es un compromiso profundo”.
¿Su otro compromiso? Está lista para mudarse con Musk a Marte en cuanto las condiciones estén dadas. El bebé, que nació en mayo de 2020, tiene un nombre digno de ciudadanía marciana: X Æ A-12. En la Tierra, en tanto, ni sus padres se ponen de acuerdo sobre cómo pronunciarlo. Lo llaman simplemente X, o pequeño X, el Príncipe de Marte.
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