No todos ejercemos con igual intensidad el acto de vivir. La periodista y escritora Joyce Maynard lo hace de una manera tal que nadie puede permanecer impertérrito.
En 1998 reveló, en un libro autobiográfico, su romance con el célebre escritor J.D. Salinger, 34 años más grande que ella, y revolucionó la literatura. En 2011, en su blog joycemaynard.com, subió un post donde explicó la dolorosa y difícil decisión de devolver a sus hijas adoptivas traídas desde Etiopía en 2010. Y, otra vez, levantó una polvareda mediática.
Vulnerable, audaz, polémica... Joyce Maynard, quien durante años luchó con la bulimia, siguió dando que hablar cuando se rematriculó y fue admitida, con 65 años, en la Universidad de Yale para terminar aquella carrera que había abandonado a los 18.
Su vida es, sin exageraciones, una novela.
Bulimia y el artículo que cambió su vida
Daphne Joyce Maynard nació el 5 de noviembre de 1953, en Durham, New Hampshire, y era una de los dos hijos de Fredelle Bruser (periodista, escritora y maestra) y de Max Maynard (pintor y profesor de inglés). Asistió al colegio Oyster River y desde muy chica mereció premios escolares, tanto en escritura como en arte.
En su adolescencia la popular revista Seventeen comenzó a publicar textos suyos escritos en primera persona.
En 1971 ingresó a la Universidad de Yale. Mientras comenzaba sus estudios, mandó a los editores del The New York Times Magazine una serie de artículos.
Los editores la tuvieron en cuenta y le encargaron que escribiera cómo había sido, para una joven de su edad, crecer en los años ’60. El texto que envió gustó y el artículo fue publicado con su foto a toda página, el 23 de abril de 1972, bajo el título “Una mirada sobre la vida desde los 18 años”. Allí hablaba sobre el cansancio generacional de los adolescentes de la época.
Fue un éxito y disparó una catarata de cartas. Entre todas las que llegaron a la estudiante Maynard, hubo una muy especial: la de J.D. Salinger. El célebre escritor de ficción de 53 años (autor, entre tantos otros libros, de El guardián entre el centeno, un clásico de la literatura que muchos recuerdan, también, por ser el libro que llevaba en sus manos el asesino de John Lennon el día que le disparó), la elogiaba y la prevenía sobre los peligros de hacerse conocida.
Salinger estaba divorciado, tenía dos hijos, y se había convertido, luego del rápido éxito de aquella novela, en una especie de ermitaño. Siguieron cruzándose mensajes y se gestó el huracán de las pasiones dispares. Se conocieron en persona y, poco tiempo después, la prometedora estudiante con serios trastornos de la alimentación (era bulímica), dejó su beca en Yale. En septiembre de 1972, se mudó con el huraño señor de las letras, nacido tres décadas y media antes, a su casona en Cornish, en New Hampshire. Maynard tuvo que esforzarse para amoldarse a sus rígidas rutinas, a su ascetismo y aislamiento.
El maniático asceta
Ella lo amaba, pero él se fue transformando en un maniático detestable, en un personaje cascarrabias, obsesionado por la homeopatía y la comida sana, por las religiones orientales y por el cine de los años ’30. Comían nueces, vegetales y alimentos casi crudos. Él sostenía que cocinarlos demasiado aniquilaba los nutrientes. Desayunaba arvejas congeladas y pan integral. En la cocina no había ni lácteos, ni azúcar, ni harina blanca. La vivienda no cobijaba lujos de ningún tipo, solo un sillón de terciopelo gastado. A la vez, Salinger se la pasaba despotricando, en forma permanente, contra los médicos alópatas, los músicos, las feministas, los políticos y el establishment publicitario. A pesar de que él vivía de las regalías de su obra, desaprobaba los intentos de Maynard por progresar o por utilizar cualquier forma de marketing. Le molestaban los llamados y las ofertas que ella recibía desde la ciudad. Maynard ya no escuchaba a Bob Dylan ni a los Rolling Stones. Tampoco leía Seventeen. Solo podía ver películas de Hitchcock y escuchar a las grandes orquestas.
Los padres de Maynard parecían encantados con Salinger.
Joyce Maynard perdió la virginidad con él y fue, entonces, que descubrió que padecía vaginismo. Esa afección es una disfunción sexual femenina que se caracteriza por la contracción involuntaria de los músculos que rodean la vagina provocando el cierre de la misma y que, a la hora de tener relaciones, hace que estas sean dolorosas y no puedan siempre consumarse. Además, luego de tener relaciones solía experimentar intensas jaquecas. El sexo pasó a estar, para ambos, en un segundo plano. Salinger ya entonces se burlaba de los textos de Maynard y hablaba mal de todas las personas que la rodeaban. Aun así, le aseguraba que quería tener hijos con ella.
En marzo de 1973, durante unas vacaciones con los hijos de Salinger en las playas de Daytona, en Florida, la pareja visitó a un médico naturista. Salinger tenía la esperanza de que el especialista solucionara el vaginismo de Maynard, pero el tratamiento no resultó.
Ese mismo día, mientras estaban sentados en la orilla mirando el mar, Salinger le dijo: “Sabes, no tendré más hijos. Esto para mi se ha terminado”.
A la mañana siguiente, le dio dos billetes de cincuenta dólares y la subió a un taxi rumbo al aeropuerto. Joyce Maynard fue derecho a la casa de New Hampshire. Recogió sus cosas y desapareció de la vida del escritor.
Habían vivido juntos unos diez meses.
El “pecado” de contar
En 1975, Joyce Maynard entró al staff The New York Times con un buen puesto que dejó, en 1977, cuando se casó con el artista Steve Bethel. Por esos años, la carrera de Maynard como periodista siguió su curso ascendente, escribiendo para distintos medios, como corresponsal de radio y reporteando para el Times. En 1981, publicó su primera novela. Baby Love. La segunda novela, To die for (Algo por qué morir), basada en un caso policial real (el de Pamela Smart quien hizo matar a su marido por su amante de 16 años) fue exitosa y adaptada para el cine.
Por entonces, Maynard usó los adelantos de un nuevo libro para comprar una casa de campo del siglo XIX, a 80 kilómetros de Cornish, donde había vivido con Salinger. Allí se mudó con su marido y su hija mayor.
Cada vez que la entrevistaban, le preguntaban por los rumores de su romance con Salinger. Ella escapaba con habilidad a las respuestas.
Se divorció en 1989, cuando ya tenía tres hijos con Bethel: Audrey, Charlie y Stephen Wilson (el menor es hoy un actor reconocido).
Sola, con los chicos, New Hampshire le empezó a resultar demasiado frío, triste y aislado. Decidió trasladarse con sus vástagos a la soleada y alegre California. Esa nueva vida le devolvió la sonrisa y le despertó el deseo de contar su gran secreto. Ese por el que tanto le habían preguntado sus colegas periodistas.
En 1998, publicó sus memorias, Mi Verdad (el título original en inglés fue At Home in the World) donde, entre otras muchas cosas, contó su affaire con el poderoso y reconocido J.D. Salinger cuando ella solo tenía 18 años.
El revuelo, en la prensa y en el mundo literario, fue total. Muchos la crucificaron.
Ella relató a modo de denuncia social: “J.D. Salinger es un hombre que ha actuado con violencia en la vida de una serie de chicas muy jóvenes, y mi obligación era contarlo (...). Durante muchos años pensé que yo había sido el amor de su vida, pero luego supe que había otras chicas con las que se había carteado en los mismos términos que conmigo, hoy en día ya van más de veinte, y desde que salió el libro han seguido apareciendo nuevas chicas, siempre adolescentes, casi niñas (...) Durante años pensé que debía mantener el secreto, como un favor, no para protegerme yo, sino para protegerlo a él. Sin embargo, cuando mi hija Audrey cumplió los 18 años, la edad en que yo conocí a Salinger, empecé a pensar en ello y de pronto me di cuenta de que lo que yo había vivido era una experiencia de violación y abuso, y pensé que la víctima de semejante experiencia no tenía por qué mantener el secreto (...)”.
Mientras escribía el libro, luego de enterarse de que el escritor había hecho lo mismo que le había hecho a ella con una niñera de unos amigos, Maynard fue a visitarlo. Salinger estuvo desagradable: “Has hecho carrera con la chismografía. No escribes más que chismes estúpidos, imbéciles, ofensivos y putrefactos. Tu vida no es más que un triste cotilleo de parásitos (...) el problema que tienes Joyce es que amas el mundo… Quieres explotar la relación que tuviste conmigo”.
Maynard no se calló: “Puede que uno de los dos haya explotado al otro. Medita y decide quién explotó a quién”. La despedida fue a los gritos.
Dos años después, la hija mayor de Salinger, Margaret, pintó al escritor con más crueldad que la misma Maynard. En su biografía, a la que llamó El guardián de los sueños, retrató a un padre egoísta, carente de sensibilidad, a un machista intolerable que hacía sufrir a las mujeres y las abandonaba cuando disentían con él. Contó también que su padre tomaba, todas la mañanas, su propia orina como parte de una obsesiva rutina “saludable”.
En 1999, Maynard remató las cartas que Salinger le había enviado. Un desarrollador de software, Peter Norton, las compró por 156.500 dólares y se las envió al propio Salinger. Otra vez fue despedazada por la crítica especializada y la opinión pública por haber comercializado las cartas. Su motivación había sido económica: pagar la educación de sus tres hijos.
Adopción y marcha atrás
El 2010 sería un año bisagra en la vida de Maynard. El 27 de enero murió J.D. Salinger. En febrero, Maynard viajó a Etiopía, África, donde adoptó a dos hermanas de 6 y 11 años. La madre de las chicas había muerto de Sida y el padre era HIV positivo, pero las niñas estaban sanas.
“Solo sabía que una vez que pusiera mis brazos alrededor de ellas… Estaría embarcándome en una aventura desafiante, como bajar por unos rápidos grado 5 y que duraría mucho más. Hundirse o nadar, no hay vuelta atrás”, fueron algunas de sus palabras en un reportaje que le hizo la revista More Magazine y publicó en su edición de septiembre de 2010.
Al año siguiente todo sería distinto.
Las cosas no salieron como ella lo había idealizado. El camino del apego maternal no fue lo que había soñado. Describió haber sufrido, durante ese tiempo, “la más profunda desesperación que jamás había conocido”.
“A las edad de 55 -uno podría preguntarse si con gran idealismo, arrogancia o ignorancia-, yo creía que podría cuidar y mejorar la vida de cualquier niño. Y fallé al hacerlo. Mis hijos hacía tiempo que se habían ido y entonces busqué y encontré dos hermanas, que por su edad, no podrían ser fácilmente adoptadas. Viajé a Etiopía y las traje a casa. Obviamente lo hice con la determinación de que sería su madre para siempre (...) Yo había creído que mi amor iba estar ahí como una llama eterna y que con él podría reparar cualquier cosa que estuviera rota en la vida de mis hijas (...) Bastante rápido en el proceso me di cuenta de que ellas no estaban en el lugar que deberían estar. Pero ciertamente sentí, por un largo período, que debería conseguir hacerlo bien. Durante 14 meses abandoné casi todo lo demás en mi vida para intentar hacerlo. Pero no estaba okey, no estaba bien para ellas. Ellas necesitaban algo que no les estaba dando. Entre otras cosas, un padre, otros chicos, una vida familiar más regulada (...) es una decisión que mucha gente puede no entender, y fui juzgada por eso, pero tengo muy claro que tomé la correcta decisión para ellas. Que la mayor muestra de amor que podía darles era encontrarles la casa correcta y decirles adiós. Eso fue lo que hice”, analizó, con coraje, públicamente.
Maynard siguió explicando en entrevistas y en sus propias páginas: “Y entre esas personas que podrían no entender, estaban ellas dos, a quienes llamé mis hijas por un largo período de tiempo. Las senté, estábamos las tres en el hidromasaje juntas, y les dije: Ustedes saben que cuando fui a Etiopía y las traje a casa, hice la promesa a todas las personas que dejamos allí que yo me aseguraría que tuvieran una buena vida en América, y yo me aseguraré de que tengan una buena vida en América. Luego les dije: Creo que ustedes necesitan un padre. Y ellas no discutieron eso”
Las chicas terminaron yéndose a vivir con una familia en el estado de Wyoming.
El primero de agosto de 2012 la escritora reveló en su blog que en abril había entregado a otra familia a sus dos hijas adoptadas en Etiopía porque ella no “podía darles lo que ellas necesitaban”. Escribió que entregarlas en adopción fue “lo más difícil que he hecho en toda mi vida”.
Su drástica decisión fue cuestionada por muchos, y entendida por pocos. Reconoció que recibió miles de cartas donde le decían que ella “era una persona horrible”. En una entrevista con Today Moms admitió que fue “severamente juzgada (...) Pero recibí más de cien cartas, de diferente índole, de otros padres adoptivos. Algunos que también habían interrumpido el proceso de adopción y otros que no, pero que luchaban mucho por seguir adelante…”.
Maynard fue muy cuidadosa: no quería exponerlas más ni contar nada sobre sus nuevas vidas. Así que, en pos de su privacidad, removió de su web todas las referencias hacia ellas. Consultada por Infobae respondió amablemente que “por respeto a las que fueron alguna vez mis hijas adoptivas no hablo del tema”.
Perder el gran amor
Un tiempo después, Joyce conoció en la web, en Match.com, a Jim Barringer. Él era abogado, separado y padre de tres hijos. Jim despertó en Joyce un sentimiento que ella no había experimentado antes: por primera vez sentía que tenía una verdadera pareja.
El 6 de julio de 2013 se casaron.
En 2014, se mudaron a una casa en California, rodeados por la naturaleza. Sus planes eran vivir allí por siempre. Pero siempre, a veces, puede ser muy breve. Tres meses después llegó un diagnóstico que demolió sus proyectos eternos: Jim tenía cáncer de páncreas.
Dos años después, el 16 de junio de 2016, luego de muchas batallas, dolor y cirugías, todo terminó. Cinco días antes habían tenido la última salida juntos a un concierto de Bob Dylan, en el Teatro Griego de Berkeley, en las afueras de San Francisco. Cuando regresaron a su casa Jim subió la escalera como pudo y se derrumbó en la cama. Nunca más se levantó.
La etapa más feliz de la vida de Maynard había concluído.
No se permitió bajar los brazos y volcó el dolor en la escritura.
El 5 de septiembre de 2017, lanzó su nueva biografía The best of us (Lo mejor de nosotros) donde relató dolorosa, pero valientemente, el amor y el desamor. Con honestidad volcó la segunda parte de su vida, incluida la fallida adopción y la pérdida de Jim.
El público se dividió otra vez. Muchos apreciaron su sinceridad. Otros, la tildaron de villana.
En la era del #MeToo
En The New York Times, el 5 de septiembre de 2018, Maynard escribió sobre sí misma un artículo que se tituló: ¿Predadora de J.D Salinger o su presa?
Arranca diciendo: “Se ha dicho de mí, en las páginas de este diario, que soy una predadora. (...) En 1998, cerca de 20 años antes del movimiento #MeToo, publiqué un libro acerca de mi relación con un famoso escritor que me conquistó cuando él tenía 53 y yo 18. No voy a enumerar aquí todos los epítetos -acosadora, sanguijuela, oportunista...- de los que yo y mi trabajo fuimos objeto esa temporada. La historia que yo cuento en mi libro, Mi Verdad, fue recibida en la prensa literaria con una universal condena. Esto no destrozó mi carrera o mi salud emocional, pero casi. Mi crimen (...) estuvo en la decisión, después de 25 años de silencio, de escribir mis memorias en las cuales contaba la historia de mi relación con un hombre mayor y poderoso. (...) releí sus cartas (...) vi mi relación con Salinger a través de otros ojos (...) Durante veinte años viví con las consecuencias de haber contado la historia prohibida (...) cometí la imperdonable ofensa de haber contado esa historia (...) El último otoño, cuando los abusos de Harvey Weistein a otras mujeres en la industria del entretenimiento salieron en la prensa (...) supuse que era el momento en que mi propia experiencia podría ser vista desde otra mirada. Pensé que mi teléfono sonaría. Pero esa llamada nunca llegó. Creo que si ese libro que escribí 20 años atrás fuera publicado hoy, recibiría una atención totalmente diferente”.
Nunca es tarde: estudiar a los 65
La primera etapa de Maynard en Yale no había sido fácil. Simplemente sentía que no encajaba. Esa fría mañana de 1971, se había sentido sola y vulnerable. Y, poco después, abandonó su beca para irse a vivir con el afamado escritor. En los diez meses siguientes, las caprichosas costumbres de Salinger la tallaron sin permiso.
Para sorpresa de muchos, casi cinco décadas después de haber dejado sus estudios, tomó la decisión de rematricularse en la Universidad de Yale. Alquiló la casa que había compartido con su último marido en California; dejó su perro con un adiestrador y se unió al programa de estudiantes. Hace dos años, a los 65, se abrazó a la vida universitaria como no había podido hacerlo en su juventud. Maynard esta vez no necesitó una beca, recurrió a la pensión de viudez de Jim.
Posteó en su página oficial de Facebook, el 17 de mayo de 2018: “Sé que mi marido Jim hubiera amado que lo hiciera. Será una gran aventura (...)”.
Mientras algunos de sus amigos se preparan para enfrentar la tercera edad, ella disruptiva, vive sus “nuevos veinte”.
Ha confesado que cuando relee aquel ensayo de sus 18 años, publicado por la revista Seventeen, siente que hubo bastante “deshonestidad” de su parte. Sus intentos por poner voz a una generación la llevó a borrar del texto sus propios conflictos, como el alcoholismo de su padre o sus batallas contra la bulimia. Sus desórdenes alimenticios, las 200 abdominales como mínimo que realizaba de manera compulsiva cada día no estaban relatados allí. Era un texto en el que buscaba caer bien a los lectores y donde decía que se sentía un bicho raro por no fumar porros en una época de plena ebullición sexual. Lo cierto es que ella era, entonces, virgen.
La premiada ensayista y periodista Anne Fadiman es una de las defensoras de la obra de Joyce Maynard. Si bien ella admitió que, como admiradora del escritor le dolió lo que leyó de Maynard sobre Salinger, consideró que el libro de memorias Mi verdad, era un hito en la historia moderna del género, un texto claro, poderoso, bien escrito, inteligente y directo: “He estado décadas preguntándome porque este libro no fue tomado seriamente...”.
En su blog, Maynard anuncia que su nueva novela verá la luz el 25 de mayo de 2021. Mientras, sus estudios continúan.
Joyce Maynard eligió vivir su existencia de una manera inusualmente intensa. Lo escribió todo. La polémica no dejó de colarse bajo sus sábanas, ni tras los muros de su hogar, ni en las aulas de su facultad. El único pecado que Joyce Maynard no se permitiría jamás es dejar de vivir con el motor encendido a máxima potencia.
La mecedora no fue inventada para mujeres como ella.
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