Dos años atrás, Jeff Bezos fue noticia por algo que no tuvo nada que ver con Amazon ni con su fortuna ni con sus múltiples negocios. En un breve y amable comunicado, firmado por ambos, Jeff Bezos y su, hasta entonces, esposa Mackenzie Scott anunciaban al mundo su separación después de 25 años de matrimonio. Pocas horas después, un diario sensacionalista inglés daba a conocer mensajes de Bezos con Lauren Sánchez, que demostraban que mantenían una relación amorosa. Los ecos de ambas noticias, necesariamente relacionadas, tardaron varios días en disiparse.
Pero un mes después, Jeff Bezos publicó un duro escrito en la plataforma Medium en la que acusaba al diario y a sus dueños de extorsionarlo con publicar fotos íntimas que él le había enviado a Sánchez. La exposición del chantaje produjo un nuevo revuelo y volvió a exponer la siempre reservada vida del que fue el hombre más rico del mundo (esta última semana Elon Musk lo desplazó de la cima con una fortuna de 188.500 millones de dólares contra 1.500 millones del jefe de Amazon).
El magnate puso todo un arsenal de medios para frenar la cuestión. Contrató a Gavin De Becker, veterano investigador y especialista en descubrir situaciones indescifrables, tal vez el de mayor prestigio en su actividad. Quería saber cómo la información sobre sus avatares privados habían llegado a los medios. Mientras tanto, a través de sus abogados, logró frenar la publicación de las imágenes.
La investigación produjo un resultado sorprendente, que cuando se filtró a la prensa volvió a poner a Bezos, por tercera vez en poco menos de un mes, en las noticias más comentadas del planeta. El entramado involucraba a Donald Trump, los servicios y millones sauditas y a la empresa dueña del National Enquirer. Pero el inicio de la cuestión estaba en una persona a la que nadie había dirigida la mirada hasta entonces. Quien había filtrado la información de la relación, los mensajes y las fotos habría sido Michael Sánchez, el hermano de Lauren. Según la investigación, el nuevo cuñado de Bezos habría recibido 200.000 dólares por ese material. La relación amorosa parecía destinada al fracaso, entre los escándalos, la presión mediática, los arduos trámites de divorcio de ambos matrimonios y esta inesperada intrusión familiar. Sin embargo, dos años después, Bezos y Sánchez continúan siendo pareja.
Michael Sánchez no desapareció de la historia tras la acusación. Ni siquiera pareció importarle demasiado que el romance se hubiera afianzado. Apenas pudo contraatacó judicialmente y demandó por decenas de millones de dólares a De Becker y a Bezos. Los acusó de haberlo difamado. Se supone que las partes llegaron a un acuerdo extrajudicial por el que el hábil nuevo cuñado del dueño de Amazon habría recibido varios millones de dólares. Pero Michael y su demanda aportaron un valioso dato más. En uno de los argumentos desplegados para demostrar que fue víctima de una infamia, sostuvo que teniendo en cuenta la excelente relación que siempre lo unió con Lauren era inconcebible pensar que él pudiera ventilar secretos y desnudos del hombre con el que ella estaba comprometida. Cuando trascendió esa línea del escrito judicial, los medios norteamericanos lo consideraron prueba suficiente de que la pareja tiene planeado su casamiento.
Lauren Sánchez tiene cincuenta años y tres hijos. Es una morocha contundente. Es tercera generación de americanos de orígenes mexicanos. Su familia pasó necesidades económicas. En diversas entrevistas Lauren recordó que cuando era chica pasó varias tardes esperando en el asiento de atrás de un destartalado auto que su abuela terminara de limpiar casas. Luego de algunos trabajos televisivos menores, se convirtió en 2003 en conductora de un popular segmento en la cadena Fox News. También es piloto aéreo profesional. En la actualidad maneja su empresa de helicópteros, que realizan vuelos comerciales y brindan servicios para filmaciones. Entre sus trabajos más relevantes estuvo el de ser asesora de las tomas aéreas de Dunquerque.
Su primer matrimonio con un jugador de fútbol americano, integrante de los Kansas City Chiefs, fue fugaz. Luego estuvo casada durante catorce años con Patrick Whitesell, CEO de una de las empresas de representación de estrellas más importante de Hollywood, William Morris Endeavor. Entre sus clientes se cuentan Kevin Costner, Denzel Washington, Matt Damon, Christina Bale, Robert Redford y Hugh Jackman. Su fortuna personal se calcula en 450 millones de dólares: una persona muy rica, .pero no rica en la escala imposible de Jeff Bezos.
Whitesell era amigo del matrimonio de Jeff y Mackenzie, y se supone que fue en la casa de ellos que Bezos y Sánchez se conocieron.
Como ambas parejas frecuentaban el mismo círculo social, para los periodistas fue muy sencillo encontrar fotos de ellos juntos. En una imagen de 2016, se la ve a Sánchez entre los dos hombres (todos muy sonrientes) en la premiere de la película Manchester by the Sea. Se supo también que Bezos la había contratado ese año para que ella, con su helicóptero, realizara filmaciones para un proyecto del magnate y de su empresa Blue Origin.
En abril de 2019 se oficializó el divorcio de ambas parejas. El arreglo económico que convirtió a McKenzie Scott en la mujer más millonaria del mundo se firmó y anunció en julio de ese año. Ambos utilizaron sus redes sociales para comunicarlo y hablar bien del otro y de sus años juntos. Ella cedió su parte en el Washington Post y en Blue Origin. Una semana después, Bezos y Sánchez hicieron su primera aparición pública como pareja. Fue en la final de Wimbledon, y ocuparon en el palco la fila de atrás de la familia real. A partir de ese momento, la pareja se mostró más de una decena de veces en público, multiplicando las salidas de Bezos de los últimos años. Juntos hicieron varios viajes, un crucero de multimillonarios organizado por David Geffen, pasearon por el Taj Mahal, concurrieron a desfiles y a alguna entrega de premios.
Tiempo después, Bezos le organizó a su novia una fastuosa fiesta para su cumpleaños número 50. Entre los invitados, además de CEOS de las empresas más grandes del mundo, hubo actrices, estrellas de la música y deportistas de élite.
En febrero de 2020, Jeff Bezos compró una mansión en la Costa Oeste. Pagó 165 millones de dólares por ella, el precio más alto pagado en la historia de Los Ángeles. La propiedad en cuestión es la famosa Mansión Warner, construida por Jack Wagner, magnate de los tiempos dorados de Hollywood. La misma semana compró una gran extensión de tierra a Paul Allen, el cofundador de Microsoft. Por ella pagó 90 millones de dólares.
La mansión situada sobre Angelo Drive fue construida con la ambición de ser la más grande, cara y ostentosa de la zona. En la década del treinta Jack Warner compró el terreno y construyó la casa. Varias piletas, vivienda con decenas de habitaciones de estilo colonial español, casas de huéspedes enormes, cancha de tenis y hasta un campo de golf de nueve hoyos. Todo era calculadamente desmesurado. Jack Warner necesitaba que su hogar fuera más grande que las de David Selznick y Louis B. Mayer. Pero para el diseño de interiores, Warner hizo uso de lo que tenía a mano. Y le pidió a los mejores escenógrafos de su estudio que la amoblaran. “Era como vivir en un museo, con un mobiliario magnífico que quedaría precioso en cualquier exposición pero no en una casa. Eran enormes e incómodos”, dijo Jack Warner Jr. El suelo de parqué fue traído de Versalles, el revestimiento de las paredes, de Inglaterra, y todos los mármoles, de Italia. En 1990, cuando murió Ann Warner, los hijos pusieron la casa en venta.
David Geffen fue a visitarla, solo para curiosear. Pero apenas la visitó quedó prendado. Terminó pagando una fortuna por una casa que lo fascinaba pero no lo convencía para vivir. Fueron 47 millones de dólares. “Más de lo que le costó a Warner construir sus nuevos estudios en 1956”, dijo Geffen. Pero, al final, resultó un negocio extraordinario para el magnate discográfico. Bezos pagó por ella más del triple.
Ese, después de una masiva remodelación, se convirtió en el nuevo hogar de la pareja de Bezos y Sánchez.
Con su nueva pareja o con su ex esposa, la rutina de Bezos no se modifica demasiado. Se acuesta temprano y se levanta muy temprano. Procura dormir ocho horas diarias; ese hábito solo se altera cuando sus viajes lo llevan a husos horarios muy alejados. Cuando está con ellos, desayuna con sus hijos. Come saludable y no se le conocen excesos. Disfruta del café y lee todas las mañana los diarios. Bezos es un convencido de que para poder ser productivo debe tener tiempo de ocio y disfrutar regularmente de actividades que lo alejen del trabajo y de las grandes decisiones. Solo de esa manera puede afrontar los momentos empresariales intensos que le esperan en cada jornada. Pero la tensión y las decisiones trascendentales se convirtieron en parte de la rutina, por lo que aprendió que su tiempo de esparcimiento es clave.
Las decisiones de alta calidad, tal como las llama él, las debe hacer sin estar abotagado. Por eso las reuniones definitorias de cada negocio, las más importantes, siempre las agenda para las 10 de la mañana. Allí toma las mejores decisiones. Ni tan cerca del momento de despertarse ni con todo el peso del día encima. Suele decir que si algo no se resolvió a las cinco de la tarde, lo mejor es dejarlo para el día siguiente, que a las diez de la mañana verán el panorama con mayor claridad. Bezos sostiene que, por día, solo se puede llegar a un número acotado de aciertos: “Tres buenas decisiones por día es más que suficiente”, suele afirmar (este ideal puede cumplirlo desde hace unos años: en los comienzos de Amazon estaba obligado a resolver hasta cientos de cuestiones por día mientras envolvía y despachaba paquetes de libros). El descanso y la recarga de energía lo ayudan con esas decisiones de alta calidad.
Su ideal de trabajo, y lo que exige a su equipo, en cuanto a perspectivas es que la mirada debe estar puesta siempre en el futuro. En sus empresas las decisiones se toman con tres años de adelanto, la previsión es clave. Cuando está a punto de finalizar un acuerdo relevante, en el momento en que está por ocurrir el encuentro definitivo, los que están a su alrededor le desean suerte, pero él sostiene que esa reunión ya la preparó tres años antes. Está convencido de que no se puede triunfar si no se piensa a largo plazo y se actúa en consecuencia, olvidando las recompensas inmediatas.
El 2020 de Bezos, no podía ser de otra manera, fue movido pese a la calma zen que dispensa en sus escasas intervenciones públicas. Si empezó el año con la compra récord de su nueva casa, después siguió con una donación de 10 mil millones de dólares para la lucha contra el cambio climático, la fundación del primer jardín de infantes para chicos carenciados, la donación de 100 millones para bancos de comida para personas afectadas por la pandemia, la cotización récord de Amazon en tiempos de confinamiento global, Elon Musk pasándolo en ese ranking de sci-fi de los megabillonarios, la venta por más de 3 mil millones de acciones de Amazon, protestas de trabajadores de Amazon en la puerta de su casa de Nueva York reclamando por mayores medidas de protección, su presentación ante el Congreso por las investigaciones antimonopólicas y varias cosas más.
Jeff Bezos pretende recuperar el bajo perfil, alejarse de las noticias del corazón y que se vuelva a hablar solo de sus empresas, proyectos tecnológicos, obras filantrópicas y su visión de los negocios y del mundo. Sin embargo, los hechos de los últimos dos años demuestran que los miles de millones de dólares no pueden impedir que cualquier sismo (cisma en el caso de su matrimonio) se convierta en noticia.
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