Era miércoles y se festejaba San Valentín: 14 de febrero de 1990. Un día ideal para el debut sexual de su joven amante, de 16 años, ya que su marido estaba de viaje por trabajo. Pamela, una docente de 22 años, aprovechó la ocasión e invitó al alumno de la secundaria donde trabajaba a su condominio en el número 4E de la calle Misty Morning Drive en Derry, New Hampshire, Estados Unidos.
Hacía tiempo que entre ellos había empezado el juego de la seducción. El adolescente era virgen. Hicieron el amor hasta el cansancio en todos los ambientes de la casa. Quedó extasiado. Ese mismo día de lujuria, de algún modo, comenzó a gestarse un crimen que sucedería meses después. El de Greggory Smart, de 24 años, el marido ausente. Convengamos que hacer matar al esposo por el amante para quedarse con el dinero del seguro no constituye un argumento muy original para una novela negra o una película policial. Pero en la vida real, a Pamela, no se le ocurrió otra manera de resolver sus deseos.
Vida de soltera
Pamela Ann Wojas (hoy 53 años), nació el 16 de agosto de 1967 en Windham, New Hampshire, Estados Unidos. Sus padres se llamaban John (trabajaba como piloto de la línea Delta Air Lines) y Linda Wojas. Era la hija del medio (la mayor se llamaba Elizabeth y el menor, John) y creció con sus hermanos en Miami, Florida, hasta que su familia decidió mudarse a Canobie Lake, en New Hampshire, cuando ella cursaba el primer año de la secundaria. En el colegio Pinkerton fue porrista, animadora y medianamente buena alumna. Cuando se graduó, ingresó a la Universidad Estatal de Florida para estudiar Comunicaciones. Quería ser periodista.
Fue para la Navidad de 1986 cuando Pamela viajó a New Hampshire y conoció a Greggory Smart en una fiesta de año nuevo. En febrero de 1987 ya estaban seriamente de novios. Dos años después, el 8 de mayo de 1989, se casaron. Greggory se mudó a Florida mientras ella cursaba su último año de estudios. Pamela conducía, además, un programa de radio llamado Locura mental. Casualidades de la vida.
Lo cierto es que ella deseaba convertirse en una nueva Barbara Walters, la periodista estrella de los Estados Unidos. Como no encontró ningún trabajo bien remunerado, decidieron volver a vivir a New Hampshire. Fue su madre, Linda, la que le avisó que había una posición laboral como directora de medios y responsable de nuevas historias y videos para un grupo de colegios de la zona. Consiguió el puesto. Greggory también encontró empleo como agente de seguros. Como ambos eran amantes de la música heavy metal, cuando él le regaló un perro lo llamaron Halen, en honor a su banda de hard rock favorita Van Halen. Se mudaron a un lindo condominio cerca de los padres de Greggory y su suegra, Judy, la ayudó a decorarlo.
La vida les dedicaba su mejor sonrisa.
Los primeros problemas
Siete meses después del casamiento comenzaron las dificultades. Según contaría luego Pamela, él le habría confesado que había tenido un romance con una mujer durante un viaje de trabajo. “Pensé que había algo mal conmigo, que yo no era lo suficientemente buena para él”, intentó excusarse luego de lo ocurrido.
En ese momento ella estaba coordinando, en la secundaria Winnacunnet, un programa llamado Proyecto Autoestima. Trabajaban en la concientización sobre el consumo de drogas. En esas reuniones conoció al estudiante de la secundaria William “Billy” Flynn, de 16 años. Él la admiraba, no paraba de elogiarla. Pamela descubrió que la situación le gustaba.
Si bien de las declaraciones a la policía surgieron distintas teorías sobre quién sedujo a quién, ambos coinciden en que se convirtieron en amantes y que la noche de San Valentín de 1990 Pamela invitó al alumno a pasar la noche en su departamento porque su marido estaba de viaje.
Flynn ventiló en el juicio que, en esa oportunidad, “hicimos el amor en todas partes” y aclaró que era la primera vez en su vida que tenía sexo. Pamela confesó que durmieron juntos más de cinco veces en los primeros dos meses. Varias fotos de los amantes vieron la luz durante el juicio y fueron testigos mudos de la relación.
Iniciada la relación Pamela le contó al joven que su marido la maltrataba, que quería pedirle el divorcio, pero no se animaba. La única salida que ella veía era que Greggory se evaporara. Un eufemismo. Pero Flynn no hizo nada. Eso habría provocado una discusión en la que ella le habría recriminado violentamente: “No me amás lo suficiente”.
La madeja se había enredado de tal manera que para Pamela no había otra salida que hacer que su esposo saliera de escena. Cortar el hilo de la madeja sin titubeos. Además, ella no quería perder los 140 mil dólares del seguro de vida de su esposo. Si se divorciaba, no vería esos dólares.
Un crimen no perfecto
El primero de mayo de 1990. Seis días antes de su aniversario de bodas, Pamela quedó viuda. Tal como lo soñaba. Ese día Greggory volvió a su casa pasadas las cinco de la tarde, después de una jornada de trabajo. La muerte lo esperaba dentro de su propio hogar.
Cuando Pamela llegó a su casa a las diez y cuarto de la noche, luego de una reunión escolar, se sorprendió al ver apagadas las luces exteriores. Tampoco dentro se veía luz. Abrió con sus llaves. “Entré y prendí la luz del pasillo”, explicó. Apenas ingresó vio un pie. Era de su marido, de 24 años, que estaba boca abajo, sobre su estómago. Su cabeza estaba enmarcada en un gran charco de sangre. Pamela salió corriendo, a los gritos, y golpeó las puertas de sus vecinos. Uno de ellos llamó al 911.
Greggory tenía un tiro en el lado izquierdo de su cabeza. Parecía un robo que había terminado mal.
Según Linda, la madre de Pamela, su hija entró en un estado que iba de la manía a la depresión. Tan mal la veía que la llevó a un psiquiátrico para que la evaluaran. Estaban esperando la admisión cuando ambas dudaron: ¿estaban haciendo lo correcto? A último momento Linda se arrepintió y no se animó a dejarla internada: “Pensé que yo podría cuidarla mejor en casa. Creo que cometí un tremendo error”.
Un mes después, el caso explotó en los medios. Dos llamadas anónimas habían aportado mucha información y nombres concretos. Hablaban de la maestra, decían que tenía sexo con un alumno y que había existido una conspiración de varios para el crimen.
Flynn devastado le admitió a su madre que había hecho algo malo, pero no quería decirle qué. Dos amigos de Flynn, Pete Randall y Vance Lattime, le dijeron a otro compañero de clases que habían estado involucrados en el crimen.
El caso había empezado a desenredarse. Randall y Lattime se entregaron y se declararon culpables al tiempo que acordaron cooperar con la fiscalía para reducir sus sentencias. Flynn quedó acorralado y admitió lo hechos.
Lattime había comprado las balas para la pistola calibre 38 con plata que le había dado Flynn. Randall admitió que, mientras Flynn apuntaba a Greggory, él lo golpeó para ponerlo de rodillas y lo amenazó apoyando un cuchillo contra su cuello. Entonces, Flynn le disparó a Greggory, que imploraba por su vida, directo a la cabeza. Un cuarto amigo, Raymond Fowler, estaba en el auto esperándolos.
Cuando les dijeron que serían juzgados como adultos los adolescentes fueron más lejos en sus dichos y revelaron que la que había orquestado el crimen era la mismísima Pamela Smart.
-Ella era quien había dejado la puerta pequeña del sótano abierta para que entraran y sorprendieran a su marido.
-Ella era quien los había instruido para que simularan un robo.
-Ella les pagaría 500 dólares a cada uno.
El padre de Lattime colaboró. Llevó su pistola a la policía y les dijo que creía que podría haber sido el arma usada en el asesinato. Así era.
Deseo mata esposo
Un informante les dijo a los investigadores que una compañera de clase de Flynn, Cecelia Pierce, sabía del plan de antemano. La policía la contactó y la convenció para que grabara sus conversaciones con la todavía libre Pamela. La estrategia resultó porque la sospechada se incriminó al pedirle a Cecelia que le mintiera a los investigadores. En esas conversaciones Pamela se desdecía, entre otras cosas, de sus dichos a los policías sobre que quería recomponer la relación con su marido.
El primero de agosto de 1990, a las 13.05, el detective Daniel Pelletier fue hasta donde trabajaba Pamela Smart. La esperó en el estacionamiento del colegio. Se conocían porque habían conversado muchas veces en esos tres meses. Pamela, apenas lo vio, lo saludó.
-¿Qué pasa?, preguntó.
-Bueno Pam… -dijo Pelletier-. Tengo una buena noticia y una mala. La buena es que resolvimos el caso de tu marido. La mala es que estás bajo arresto.
-¿Por qué?, atinó a preguntar Pamela.
-Por asesinato en primer grado.
Acto seguido fue esposada. No preguntó nada más. La pequeña maestra, rubia y educada, sería juzgada como la viuda negra desalmada que había orquestado el homicidio de su marido.
Durante los primeros interrogatorios Pamela intentó defenderse diciendo que ella había sido malinterpretada por los jóvenes. Que ella solo había dicho que no podía seguir con Flynn porque estaba casada y que quería salvar su matrimonio. No le creyeron una palabra, ya habían escuchado las grabaciones de su conversación con Cecelia.
Flynn, Randall y Lattime confesaron. Flynn aseguró que Pamela le amenazó con acabar la relación si no mataba a su marido. Y contó detalles. Como que la primera vez que se besaron ella lo había apurado preguntándole si la iba a besar o si ella tendría que violarlo. Relató, también, que habían visto la película Nueve semanas y media y habían recreado las escenas sexuales con los cubitos de hielo. Y, mirando a los presentes, sostuvo que ella le había dicho que la única manera que tendrían de estar juntos era matando a Greggory.
Durante el juicio los adolescentes fueron pintados como personajes ingenuos que habían sido manejados por una mujer diabólica y de sangre fría. La fiscal general, Diane Nicolosi, aseguró que Pamela Smart había seducido a Flynn con el único objetivo de que matara a su marido y así conseguir cobrar el seguro.
La viuda inmutable a juicio
La atención de la prensa se centró en Pamela. La joven maestra de cara angelical que no lloraba ante el drama vivido. Las cámaras fueron admitidas en la sala. El espectáculo estaba montado.
El 22 de marzo de 1991, el jurado (integrado por siete hombres y cinco mujeres que deliberaron alrededor de trece horas durante tres días) la halló culpable por ser cómplice de asesinato en primer grado, conspiración para llevarlo a cabo y manipulación de testigos. Fue condenada a cadena perpetua, sin posibilidad de libertad condicional. Los familiares de Greggory festejaron y lloraron y se dirigieron a visitar su tumba. Pamela, vestida de violeta y con un peinado elaborado de la época, no se inmutó al escuchar el veredicto.
Actualmente, está recluida en el correccional para mujeres de máxima seguridad, Bedford Hills, de Nueva York. Pamela insiste hasta hoy que la pena que le impusieron se la debe a la mala influencia de los medios y a la imagen que crearon de ella. Así lo sostuvo en el documental sobre su vida que, en el año 2014, puso en el aire HBO.
En los años que lleva presa, Pamela estudió y obtuvo dos masters -uno en literatura inglesa y otro en leyes- que fueron pagados con fondos de donaciones privadas. Además, Pamela es miembro de la Organización Nacional de Mujeres que lucha por los derechos de las reclusas. Uno de sus sueños, si recupera la libertad, sería trabajar en Naciones Unidas en la prevención del VIH.
Durante estos años fue entrevistada varias veces. Incluso por la célebre Diane Sawyer a quien le dijo que ella estaba presa por problemas morales, porque la gente no le perdonaba haber tenido un amante menor de edad y aseguró, una vez más, que era inocente.
Flynn, por su parte, le dijo a Sawyer que Pamela era del tipo de persona que jamás admitiría ser culpable de nada. Pamela observa la vida de Flynn con obsesión. Está convencida de que su libertad depende solo de él: “Él es una de las pocas personas que podría sacarme de acá, diciendo la verdad. Pero él nunca hará eso”.
Flynn, el autor del disparo mortal, fue sentenciado en 1992 a prisión perpetua por asesinato en segundo grado. Mientras estuvo preso, fue muy activo en programas de caridad y trabajó como técnico en electricidad dentro de la prisión. En el año 2007, buscó una reducción de su pena, después de haber cumplido 16 años encarcelado, y le pidió perdón a la familia de Greggory Smart. Los Smart se opusieron a que fuera liberado. De todas formas, la justicia le redujo su condena y fue liberado bajo palabra en junio de 2015.
Raymond Fowler, el joven que esperó en el auto, fue sentenciado a 30 años por conspiración de asesinato y robo. Salió en libertad bajo palabra en 2003. Patrick Randall obtuvo la pena perpetua y fue liberado bajo palabra también en el año 2015, después de una reducción en su condena al igual que Vance Lattime.
Apoyos y película
El crimen de Pamela inspiró el personaje de Nicole Kidman en la película To die for (que en español se llamó Todo por un sueño) junto a Matt Dillon y Joaquin Phoenix. Pamela vio el filme estando en la cárcel… Una mujer loca y ambiciosa convence a su amante adolescente para matar a su marido. La película, basada en la novela de la conocida escritora Joyce Maynard, influyó según la convicta en los guardas de prisión que se ensañaron con ella y le dijeron: “La vi, ahora sé lo que hiciste”.
Películas, libros, documentales por docenas se ocuparon de su figura. En tanto, Pamela sigue peleando por su libertad y sosteniendo su inocencia. En un reportaje desde la cárcel, dos años atrás, con el Washington Post, dijo: “Era muy sencillo ponerme en el rol de mujer fatal y dejarlo así…”, y consideró que ya ha pasado demasiado tiempo en prisión. En 2015, cuando se enteró de que Flynn y Randall habían sido liberados, la rabia la inundó.
El fiscal de su caso, Paul Maggiotto, que hoy se dedica a la actividad privada, dice que ella es una verdadera “sociópata”. Sin embargo, hay feministas prominentes que la defienden e insisten en que el tirador y los otros tres cómplices ya han sido liberados de prisión mientras ella sigue tras las rejas. Las escritoras feministas Gloria Steinem y Kate Millett (quien murió en 2017) y la famosa dramaturga Eve Ensler (autora de Monólogos de la vagina) la visitaron en la cárcel y proclamaron su inocencia. Señalaron que el hecho de que los hombres hubieran sido puestos en libertad y ella no, se debía a una cuestión de género. Quienes la defienden sostienen que la exacerbación que hizo la prensa sobre el caso y las descripciones sobre su apariencia jugaron un papel definitorio en su condena.
Lo cierto es que las hebillas y vinchas que ella usó en sus peinados durante el juicio se convirtieron en objetos fetiche para el público. Pamela se había convertido en una fría princesa en el banquillo de los acusados, con corona y sin lágrimas, mientras sus cómplices sollozaban amargamente. Pamela Smart, diría luego, que ser estoica era una virtud, no un defecto.
Ella, según dijo en un reportaje reciente, piensa mucho en la muerte: “Siempre está en mi cabeza. Preferiría ser ejecutada con la pena de muerte que morir aquí de vieja”.
Ha pasado en prisión más tiempo que el que vivió en libertad. Durante los primeros años de encarcelamiento, siempre llevó puesto su anillo de casada con un diamante engarzado. Cuando la mudaron de prisión la obligaron a quitárselo. Todavía protesta porque quería seguir usándolo y lanzó una frase provocadora: “¿Por qué no? Todavía sigo casada”.
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