Su muerte comenzó a escribirse, en la hoja de ruta de su vida, el mismo día en que decidió que, en vez de rabina, sería actriz. Tenía, entonces, 14 años.
Rebecca Lucile Schaeffer había nacido en Eugene, Oregon, Estados Unidos, el 6 de noviembre de 1967. Era la única hija del psicólogo infantil Benson Schaeffer y de la escritora Danna Schaeffer.
Se crió en Portland, Oregón, donde asistió al Lincoln High School. De chica decía que quería ser rabina, pero fue en una obra escolar que descubrió que, en realidad, su deseo profundo era convertirse en actriz. Su metro setenta y su belleza un poco exótica le otorgaban un excelente pasaporte al mundo de las celebrities y la publicidad. Tenía 16 años cuando se instaló en Nueva York para asistir a la Escuela Profesional de Manhattan para jóvenes que querían ser actrices y modelos. Compartía cuarto con seis chicas más y rápidamente se ganó fama de ser agradable y responsable.
Ascenso imparable
Rebecca enseguida consiguió contratos. Viajó a Japón como modelo, posó para campañas publicitarias y debutó como actriz con una taquillera telenovela, de la cadena ABC, llamada Una vida para vivir. La joven parecía imparable. Hasta convenció al célebre Woody Allen para que le diera un papel en Días de radio. En Nueva York, Rebecca se sentía feliz y notaba que progresaba.
Fue por ese tiempo que la probaron para el papel de Patti Russell, en la comedia Mi hermana Sam. Quedó seleccionada y tuvo que mudarse a Los Ángeles donde estaban los estudios. Tenía 18 años.
Primero se alojó en la casa de un matrimonio de actores. Dos meses después, se mudó sola a un departamento en las colinas de Hollywood, pero el lugar le pareció muy aislado. Eligió mudarse a un pequeño departamento de un ambiente en West Hollywood, un barrio donde vivían muchos actores en ascenso, por ejemplo Brad Pitt.
Por esa época, Rebecca llegó a la tapa de la revista número uno del país, Seventeen, que era leída semanalmente por 40 millones de adolescentes. Ya era famosa. Por eso mismo, sus amigos de la actuación más experimentados le recomendaron no poner su nombre en la caja de correos del edificio. Así evitaría que los admiradores y fanáticos la encontraran. Rebecca, ingenua, no hizo caso.
Su profesión siguió escalando. Hizo la película Escenas de la lucha de sexos en Beverly Hills y El fin de la Inocencia. En una cita a ciegas conoció a un estudiante de cine, Brad Silberling (23), que la encandiló. Empezaron a salir. Con los años él se convertiría en un exitoso director de cine, pero esta parte de la historia no tendrá ya a Rebecca como testigo.
Compartió también pantalla con Burt Lancaster en la película Viaje al terror: la historia del Achille Lauro y fue invitada, por Francis Ford Coppola, a participar en el casting de El padrino III. Le ofrecía el papel que querían todas las jóvenes actrices: ser Mary, la hija de Don Corleone que era interpretado por Al Pacino.
Justamente ese texto era el que estaba esperando esa mañana cuando la muerte, enmascarada en las manos de un desequilibrado mental, le tocó el timbre.
Rebecca había conquistado Hollywood en poco tiempo, pero ella no perdió la humildad. Era una promesa de la pantalla. Los que planeaban filmar Mujer Bonita estaban pensando en ella, la veían ideal para encarnar a la protagonista. En la lista de posibles actrices de los productores figuraba antes que Julia Roberts.
Un acosador al acecho
Hacerse conocida fue una conquista natural para Rebecca, pero al mismo tiempo fue su sentencia de muerte. Entre sus fans, se había colado un desequilibrado mental. Un lunático obsesivo llamado Robert John Bardo, de 19 años, que la empezó a perseguir maniáticamente. Algo que llevó a cabo durante tres años.
Bardo había tenido desde chico conductas acosadoras. Con solo 13 años había intentado encontrarse, quien sabe con qué fin, con la activista por la paz Samantha Smith. Samantha era una niña de 10 años que se había hecho famosa por haber escrito una carta pidiendo la paz mundial, en plena Guerra Fría, al secretario general del partido comunista quien la invitó a Rusia. Bardo fue hasta el estado de Maine para buscarla, pero la policía lo encontró antes. Terminó internado en un psiquiátrico.
Samantha murió, en 1985, en un accidente de avión a los 13 años. Bardo, en 1986, cambió la mira de su mente perturbada y se enfocó en la actriz de la tira Mi hermana Sam: Rebecca Schaeffer. Él mismo lo recordó tiempo después de la siguiente manera: “Ella llegó a mi vida en el momento adecuado. Era brillante, bonita, extravagante, su inocencia me impresionó. Se convirtió en una diosa para mí, un ídolo. Desde entonces me convertí en ateo y solo la adoraba a ella”.
En su dormitorio, Bardo montó un santuario dedicado a Rebecca y decidió mandarle al trabajo una carta como admirador, unas cuantas palabras inocentes que no delataban la espantosa revolución que anidaba en su cabeza. Le respondió el asistente de Rebecca, como a cualquier otro admirador, con una foto autografiada de la actriz.
Bardo lo malinterpretó. Creyó que esa respuesta era una prueba de amor. Le siguió escribiendo, aunque ya no habría respuestas.
En 1987, Bardo viajó desde su ciudad Tucson, en Arizona, a Los Ángeles. Quería encontrarse con Rebecca como fuera. Compró un oso de peluche de un metro y medio de alto y un ramo de flores y fue al set de filmación de la serie Mi hermana Sam, en los estudios de la Warner Bros. El guardia de seguridad no le permitió pasar. Bardo se fue enojadísimo. Las frustraciones acrecentaban su rabia.
Jack Egger, jefe de seguridad de los estudios, dijo tiempo después del crimen que Bardo era “terriblemente insistente. Quería entrar. Decía: ‘Tengo que verla, tengo que verla un minuto’”. La peluquera y la estilista de la serie le decían a Rebecca que no debía contestar las cartas ni abrir los regalos de los fanáticos, pero que por su juventud Rebecca era un poco ingenua.
Un mes después de ser rebotado en la entrada del set, Bardo volvió a viajar a Los Ángeles. Esta vez llevaba un cuchillo que se había comprado. La seguridad fue infranqueable. Tuvo que volver a su casa y, por unos meses, dejó de lado el tema Rebecca y se concentró en sus otras obsesiones: las cantantes Madonna y Debbie Gibson y la actriz Dyan Cannon.
Locura, obsesión, ¡bang!
Pero su fijación con la actriz Schaeffer recrudeció cuando Bardo vio, en 1989, la película Escenas de la lucha de sexos en Beverly Hills. En la comedia había una escena de amor protagonizada por Rebecca. Se volvió loco, sentía que era suya y que “había perdido su inocencia” para convertirse en “una puta más de Hollywood” (eso diría Bardo para justificarse luego del crimen).
Enfurecido, decidió que la “inmoralidad” de Rebecca debía ser castigada. En una tienda de Tucson intentó comprar una pistola, pero fracasó porque el dueño de la armería detectó que el joven tenía algún problema mental. Bardo, luego de muchas preguntas, admitió que había estado internado por problemas psiquiátricos. No le vendieron el arma. Entonces, le pidió a su hermano mayor, Edward, que le comprara una .357 Magnum. Edward lo hizo y le exigió que solo la usara cuando estuvieran juntos. Pero esa no era la idea del menor de los Bardo. Por el contrario, buscó un detective privado de Tucson, Anthony Zinkus. Le pagó 250 dólares para que le averiguara dónde vivía realmente Rebecca en la ciudad de Los Ángeles. Zinkus encontró su dirección, de forma totalmente legal, a través de los registros del Departamento de Vehículos Motorizados de California: consiguió la matrícula del auto de Rebecca y, luego, la dirección postal asociada a ese coche. Bingo, Bardo tenía la dirección exacta.
Viajó por tercera vez desde Arizona a Los Ángeles. Tomó un ómnibus y llegó a la ciudad a las 5 de la mañana del martes 18 de julio de 1989. El día que se convertiría en un asesino.
Vestido con una remera amarilla se presentó en la dirección que le había conseguido el detective: en el número 120 de N Sweetzer Ave., en West Hollywood, Los Ángeles. Llevaba con él una gran carpeta con fotos de Rebecca; el libro El guardián entre el Centeno, del escritor J.D. Salinger (el mismo que había llevado Chapman cuando mató a John Lennon nueve años antes), y en un sobre de papel marrón, la pistola.
Le preguntó a los vecinos por Rebecca para asegurarse de estar en el lugar correcto. Cuando estuvo seguro, traspasó la pequeña arcada del edificio estilo Tudor y parado frente a la puerta de vidrio, tocó el timbre de la unidad 4. Lamentablemente, el portero eléctrico no andaba bien, así que Rebecca, que estaba esperando la llegada del texto que debía preparar para la audición más importante de su vida, terminó bajando hasta la puerta de entrada del edificio. Allí estaba Bardo. Su fanático admirador. Él le explicó todo, cuánto la veneraba y le mostró la foto de Rebecca autografiada. Rebecca fue amable, pero terminó pidiéndole que se fuera y le dijo que estaba ocupada. A modo de despedida le dio amablemente la mano.
Bardo rebalsaba de rabia, le había parecido que ella había sido grosera con él. Se fue a desayunar a un restaurante de la zona llamado Jan’s donde ordenó unos aros de cebolla y trozo de cheesecake. Una hora después, volvió. Eran las 10.15 cuando tocó nuevamente el timbre. Rebecca bajó pensando que podían ser sus papeles. Bardo dijo a la policía que apenas ella descendió los escalones, él advirtió a través del vidrio su “mirada fría”: “Vino y me dijo: ¡Vos otra vez! Era como si yo la estuviera molestando, como que me decía ´Apurate, que no tengo mucho tiempo”. Entonces Bardo le respondió con cinismo : “Me olvidé de darte algo”.
Sacó el arma que llevaba escondida en la bolsa de papel y le disparó sin dudar al medio del pecho.
La bala se alojó en el corazón. Rebecca alcanzó a gritar dos veces: “¿Por qué? ¿por qué?”. Y cayó al piso de ladrillos colorados de la entrada del edificio.
La mala noticia
Una bala disparada a quemarropa había terminado con la actriz, de 21 años, más prometedora del momento. Unos doce vecinos escucharon el tiro y el grito final de Rebecca.
Kenneth Newell, que vivía en la puerta de al lado, contó que cuando escuchó el disparo corrió a la entrada y la vio caída. Ella llevaba puesta una bata negra y según dijo, shockeado,“tenía los ojos abiertos, la mirada fija. Creo que ya estaba muerta”.
Llamaron a los paramédicos y Rebecca fue trasladada al Cedars-Sinai Medical Center donde fue declarada muerta.
Ese mediodía, cuando el teléfono de los Schaeffer en Portland sonó, Danna dejó que el contestador automático respondiera. Estaba ocupada escribiendo. Unos minutos después, fue a chequear la grabación. Era un mensaje de Tom Noonan, un ejecutivo de la cadena ABC, amigo de Rebecca, que le pedía que lo llamara. Danna pensó que estarían planeando algún festejo y lo llamó relajada. Pero Tom le dio la peor noticia de su vida: “Señora Schaeffer, tengo terribles noticias. Esta mañana le dispararon a Rebecca y está muerta”. Temblando como una hoja Danna llamó al hospital, pero no logró que le dijeran mucho. Solo le admitieron que había sido ingresada una joven herida de bala, pero que había muerto. Danna sabe, por su cuenta telefónica, el momento exacto en el que se paró su mundo y le informaron la muerte de su hija: las 12.15 del mediodía. Habían pasado solo dos horas del crimen. Solo dos horas la separaban de la felicidad que había tenido. Solo deseaba volver el tiempo atrás.
Benson, su marido, llegó a casa desde el trabajo en un auto manejado por un amigo. Deseaba que al llegar su mujer Danna le dijera que todo era un terrible malentendido, que Rebecca estaba bien. Pero la frase con la que lo recibió su mujer fue contundente y desgarradora: “¡¡Es verdad!! ¡¡Es verdad!!”.
Una hora después estaban a bordo de un avión rumbo a Los Ángeles.
Cambiar la ley
Encontrar a Bardo no fue un problema. Uno de sus amigos lo incriminó y contó a la policía que Bardo llevaba mucho tiempo obsesionado con Rebecca. Pero dijo algo más: que tenía pensado lastimarla.
El asesino, que había huido y regresado a Tucson, fue arrestado al día siguiente. Lo detuvieron mientras caminaba como un loco entre el tráfico. Confesó el crimen sin titubeos. En su bolsillo tenía una foto de Rebecca.
La fiscal Marcia Clark fue quien llevó la acusación adelante en el juicio, en 1991. Cuando se reunió con la familia de Rebecca, Marcia esperaba su primer hijo y contó que intentó disimular el embarazo por la pena que le daban esos padres. Les prometió que lucharía con todas sus fuerzas para que hubiera justicia. La misma Marcia, años después, se hizo famosa por su desempeño y dureza en el juicio a O. J. Simpson.
El asesinato de Rebecca conmocionó al país y a la comunidad de actores. Parecía que nadie había dado real importancia al peligro que implican los acosadores.
Bardo, para evitar la pena de muerte, renunció a un juicio con jurado.
El perito forense Park Dietz, que lo entrevistó, dijo a Entertainment Weekly que el acusado “exhibía una fijación anormal con las estrellas mujeres desde muy joven. Estaba obsesionado con muchas celebridades”. El psiquiatra aseguró creer que Bardo era esquizofrénico, pero dijo también que, a pesar de ello, no encajaba dentro de la categoría legal de insano.
Los abogados defensores, por el contrario, sostenían que era un enfermo mental grave. No tuvieron éxito.
Bardo fue declarado culpable de homicidio calificado y condenado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Escuchó su sentencia el 20 de diciembre de 1991.
Por un tiempo, luego del asesinato, los Schaeffer se convirtieron en activistas a favor de las restricciones al uso de armas. Si bien en este tema no lograron demasiado, el caso generó cambios importantes en otras áreas. Ante todo, logró que se endurecieran las leyes norteamericanas, que hasta ese momento, consideraban al acoso un delito menor. A partir de este crimen pasó a ser un delito federal con penas de hasta 20 años de cárcel. En 1990, California se convirtió en el primer estado en tener una ley antiacoso. Además, se creó una Unidad Especial Antiacoso. Gracias a esto, famosos como George Clooney o Uma Thurman, pueden hoy defenderse legalmente de quienes los persiguen y acechan.
Por otro lado, también cambió la ley de California concerniente a la entrega de información personal del Departamento de Vehículos Motorizados. La ley de Protección a la Privacidad de los Conductores fue promulgada en 1994. Ya no podría ese organismo entregar direcciones privadas. Esos datos pasaron a ser de acceso restringido y llegar a los famosos no resultaría tan sencillo ahora.
La vida de Rebecca después de su muerte
La vida de Rebecca inspiró el primer programa E! True Hollywood Story, que fue emitido en marzo de 1996. También fue donde abrevó su novio, Brad Silberling, para imaginar su película dramática Moonlight Mile, en el año 2002, en la que trabajaron nada menos que Susan Sarandon y Dustin Hoffman. La historia llegó, además, a las exitosas series Mentes criminales y Justicia Ciega.
Danna y Benson, sus padres, la lloraron juntos durante años. Benson le dijo devastado a Los Angeles Times, tiempo después: “Enfrentamos la muerte cada mañana. A veces, la desesperación nos supera. Nunca dejas de extrañar a la persona. El tema de las restricciones y regulaciones de armas nos hizo enfocarnos y redireccionar nuestra furia”.
Silberling, por su parte, recordó que la mañana en que su novia murió encontró un dulce mensaje de ella en su contestador telefónico. Fue la última vez que escuchó su voz; pocas horas después estaba en el hospital, esperando la llegada de sus padres para identificar el cuerpo. Cuando se casó con Amy Brenneman, en 1995, los Schaeffer fueron invitados especiales.
Danna Schaeffer, su madre, escribió en 2018 en memoria a su hija, un show de 80 minutos para el Hollywood Fringe Festival. Danna explicó: “Creo que la vida es trágica e hilarante, en el show uno puede encontrar las dos cosas (...) Es la triste historia de lo que le pasó a Rebecca. Es una historia trágica. Pero en la obra también hay humor”.
En escena, Danna canta y baila. En una profunda frase sintetizó su sentimiento: “Odio ver su vida definida por su muerte”. Con su arte quiso ahuyentar la sensación de horror sobre lo que pasó, para que todos pudieran ver a su hija, Rebecca, en otra dimensión de su existencia. Una brillante vida que duró 21 años.
SEGUIR LEYENDO: