La iglesia estaba justo enfrente de su casa, en Olavarría. Celeste participaba del coro, iba a misa sábados y domingos, seguía al pie de la letra todos los sacramentos, conversaba con el sacerdote. Creía lo que también repetía su mamá en su casa, que era “absolutamente católica, apostólica, romana”, y la gente con la que se relacionaba, que pertenecía a la misma comunidad religiosa. No es que supiera demasiado sobre el aborto pero Celeste había escuchado lo suficiente para creer que las mujeres que lo hacían tenían que pagar por eso, que merecían el castigo de Dios, cargar con la cruz de la culpa.
“Vengo de eso, de no entender, de no tener información, de ser absolutamente inocente, de ser ‘pañuelo celeste’ si querés. En ese momento, me pasaba eso: toda esa vergüenza, todo eso que había que ocultar, eso de que era culpable, yo lo creía. Por lo tanto, estaba en contra del aborto, aunque yo lo hubiera hecho”, cuenta a Infobae Celeste Sibiglia, que ahora tiene 45 años y vive en San Martín.
“Ese momento” del que habla no era un momento cualquiera: Celeste acababa de cumplir 18 años y ya tenía dos hijas, un casamiento por obligación y un aborto.
Madre adolescente
Su mamá era modista, su papá, empleado ferroviario. Su educación sexual, cero.
“Y a mis 15 años quedé embarazada. Imaginate la desinformación que tenía que pensaba que las mujeres quedaban embarazadas cuando llegaban al orgasmo”, recuerda Celeste, que ahora es profesora de Biología y Ciencias Naturales de alumnas y alumnos de secundario y tiene una especialización en Educación Sexual Integral (ESI). “Eso pensaba yo hace 30 años pero no es historia vieja, sigue pasando. Hace poco me encontré con una nena de 12 años embarazada que creía que la panza le crecía porque había comido mucho”.
Cuando en su casa se enteraron del embarazo, la obligaron a casarse “porque era una deshonra”. El casamiento se concretó días después de haber cumplido los 16 años, cuando la panza todavía se podía disimular. Antes de que naciera Mayra, Celeste ya había tenido que dejar secundario para ser madre.
“A los 17 quedé embarazada de vuelta. Nació mi segunda hija, Marian. Y a los 18 me separo, pero me separo sin saber que estaba de vuelta embarazada”. Celeste volvía a quedar embarazada porque tenía el mismo nivel de educación sexual que antes: cero.
Ningún profesional de la salud, por ejemplo, había aprovechado los partos para explicarle cómo evitar otro embarazo. “Al contrario. Lo que recuerdo es estar acostada con las piernas atadas haciendo fuerza y a la enfermera diciéndome ‘bueno querida, si te gustó... ahora dale’. Esa frase que queda como invisible pero que muchas escuchamos”.
El tercer embarazo llegó a término. Celeste acababa de cumplir 18 años cuando nació su tercer hijo. “Pero nació con un problema congénito, no tenía el diafragma, entonces sus pulmones no se expandieron. No pudo respirar nunca”. Lo operaron pero murió y Celeste viajó desde la ciudad de Buenos Aires hasta Olavarría en la parte trasera de la ambulancia, con el pequeño ataúd en la falda.
“En la puerta del cementerio, el padre de las nenas me dijo que no iba a ver más a mis hijas y se las llevó. Salí del cementerio y fui a la comisaría a denunciarlo. Yo venía así, de un golpe tras otro. Apaleada, era un perro apaleado constantemente”, sigue. Finalmente le devolvió a sus hijas, pero nunca le pasó dinero para mantenerlas.
Decidir
“Habrán pasado unos meses y yo empiezo a querer retomar mi vida, a buscar trabajo. Quería terminar el secundario y empiezo a estudiar en una escuela nocturna. Consigo trabajo para limpiar en una casa y cuidar a unas nenas, y me engancho con un muchacho. Nada serio, así, alguien que conocí. Y a los dos meses quedo embarazada”, continúa.
“Una cosa... no lo podía creer. El cuarto embarazo en nada. Pero esta vez yo dije ‘no, no lo puedo tener’, ‘no voy a tener más bebés’, ‘no, puedo tener otro hijo’. Yo recién estaba empezando a trabajar, mis hijas, imagínate, tenían dos años y tres años, vivíamos con mi mamá, ni siquiera habían empezado el jardín de infantes. Entré en una desesperación...”.
Dice Celeste que en ninguno de los embarazos anteriores se había planteado si quería continuar o no: no había planificado, deseado ni elegido nada, más allá de que obviamente ama a sus hijas. Dice también que ésta fue la primera vez que decidió.
“Había dejado de amamantar, ahora podía dejar la mamadera para que mi mamá me las cuidara y salir a trabajar para mantenerlas. El padre de las nenas brillaba por su ausencia, así que era yo la que tenía que moverme. No podía tener otro hijo, no quería mejor dicho”.
“El muchacho” tampoco quería continuar con el embarazo y se ocupó de buscar alguien que lo interrumpiera. Dio con una obstetra de Olavarría que tenía una habitación en su casa en la que hacía las prácticas. “Tenía terror yo, no sabía qué me iba a hacer. Abrí las piernas, me puso algo y me dijo ‘andá’. No me explicó nada, no me dijo ‘cuidate así', ‘acostate’, ‘puede subir fiebre’, ‘vas a largar esto’, ‘vas a tener un sangrado’, nada. Entonces me fui a trabajar a la casa en la que limpiaba y cuidaba a las nenas”.
Unas dos horas después, Celeste creyó que esa sangre que veía era porque había empezado a menstruar. Pero el sangrado pasó a la expulsión de un coágulo tras otro, “y yo cuidando a esas nenas, sabiendo que no podía perder el trabajo y pensando ‘a mi mamá no le puedo decir esto, ¿cómo le voy a contar lo que hice?’”. Era tanta la sangre que Celeste se puso una toalla en la bombacha y pensó ‘algo debe estar mal, tengo que ir a un médico’. Salí y nada, me caí desmayada en la calle”.
La levantó una vecina y la llevó a la casa, donde estaba su mamá, “que se dio cuenta pero jamás lo hablamos, siempre dijo ‘Celeste tuvo un problema ginecológico’”. Una amiga tuvo que acompañarla al hospital en colectivo, “no me acuerdo ni cómo llegué, mi casa quedaba como a 40 cuadras del Hospital de Olavarría”.
Lo que sabe es que le hicieron un legrado y estuvo dos días internada. Lo que recuerda es a un médico que la cacheteaba para reanimarla mientras le preguntaba “¿qué te pusiste?”, “¿qué hiciste?”, “¿adónde fuiste? También la respuesta de ella, que no sabía que el aborto era ilegal y que podrían haber llamado a la policía, pero intuía que algo estaba mal y repetía: nada, nada, nada.
“Me desperté ya en la sala. Me acuerdo esa cosa del personal de salud que me miraba con recelo, como ‘ésta mujer de acá está bien porque está maternando y ésta está mal porque no quiso tenerlo’. La diferencia que hacían conmigo era abismal”. A toda esta historia se refirió Celeste hace algunas semanas, cuando decidió romper ese silencio histórico y escribió esto en Facebook:
Culpable
En su comunidad, Celeste había aprendido a vivir con culpa. “Yo era culpable de haber quedado embarazada muy joven, de haberme casado. Culpable si las nenas no tenían pañales, si no tenían la comida. No era ‘la responsable’, nadie hablaba de maternar con amor y responsabilidad, la palabra era ‘culpable’. Ni hablar de las que se hacían un aborto. Sin embargo, cuando yo volví de hacerme el aborto, más allá de la vergüenza, del tabú, de la culpa que había aprendido, lo que sentí fue liberación”.
Tenía dos hijas que mantener y sintió que la decisión había sido un acto de responsabilidad. Cecilia se alejó de la comunidad religiosa pero no logró despegarse tan fácilmente de algunas creencias: “Había sentido la liberación, que realmente podía seguir adelante estudiando, trabajando y criando a mis hijas, que era lo que yo quería hacer. Pero igual seguía creyendo que Dios me iba a castigar por lo que había hecho, que de alguna manera lo iba a padecer, que yo tenía que pagar porque era culpable y que también iba a haber algo traumático que iba a quedar en mi cabeza para toda la vida”.
Nada de eso pasó: no le quedó un trauma, no se quiso suicidar ni sintió que había formado parte de un plan de exterminio nazi, como dijeron algunos senadores durante las exposiciones previas a la sesión de mañana. Celeste, en cambio, terminó el secundario y empezó el profesorado para recibirse de docente de Biología y Ciencias Naturales.
“El profesorado me abrió la cabeza. Sí, totalmente, fue ahí. Empecé a ver cómo se usa la biología como fundamento para cuestiones que son sociales, porque esa adolescente que había sido yo no era sólo un cuerpo físico con capacidad de gestar. Me llevó mucho tiempo, recién ahí miré para atrás y volví a pensar en mi historia. ¿Cómo se habla del tema desde la biología o de la moral y no desde la experiencia de quienes lo vivimos, con todo lo que nos estaba pasando alrededor?”.
Celeste se fortaleció a lo largo del camino porque ya de adulta se convirtió en lo que se conoce como una “madre protectora” contra el abuso sexual. La parte conocida de su historia, de hecho, es otra: es la mujer que, junto a sus hijas, logró que su ex pareja y el padre de él fueran a la cárcel por abuso sexual.
Celeste quería estudiar y trabajar en prevención y lo logró. Además de la carrera en la docencia, completó una Diplomatura en Género, Política y Comunicación, es la secretaria de Género y Diversidad de SUTEBA (Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires) en la zona de San Martín y Tres de febrero, y dicta capacitaciones para personas adultas, adultas mayores y niños, también en zonas empobrecidas.
“Sí, tanto alumnos como profesionales, porque yo he llegado a escuchar a un docente decirle a las chicas que se cuiden en el gimnasio ‘porque pueden haber toallas mojadas, tener semen y quedar embarazadas’”.
Desde hace tiempo, además, es una ferviente defensora del derecho al aborto legal, seguro y gratuito. “Trato de hablar de lo que no se habla. Porque en realidad, el fondo de todo esto tiene que ver con el deseo, con el placer de la mujer o de la persona que gesta. ¿Cómo vas a desear? No podés desear otra cosa. Seguir con un embarazo es una obligación porque naciste con útero y tenés que parir”.
Celeste siente que en su transición de “pañuelo celeste” a “pañuelo verde” evolucionó. Cree que hay mucha hipocresía entre quienes se oponen al derecho al aborto legal, “que seguramente tienen un aborto en sus vidas, como me pasó a mí. Yo estuve de ese lado y conozco esa doble moral. Y así como yo evolucioné pienso que muchas otras personas pueden dar un paso más, escuchar, informarse, y darse cuenta de que los abortos sucedieron, suceden y van a seguir sucediendo, el tema es cómo”.
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