Era uno de los hombres más poderosos e influyentes del mundo. Tenía sesenta años pero a pesar de lo mucho que ya había hecho, parecía que lo mejor estaba por venir. Era un hombre con un pasado y un presente sólido, pero lo esperaba un futuro brillante, glorioso. Sólo una catástrofe podía evitar que en pocos meses se convirtiera en el presidente de Francia.
Dominique Strauss-Kahn dirigía el Fondo Monetario Internacional y encabezaba, con pasmosa comodidad, las encuestas presidenciales en su país. Cuando se referían a él, nadie utilizaba su largo nombre ni el apellido compuesto. Gozaba del beneficio que pocos logran. Era una sigla: DSK, una especie de marca de fuego.
La crisis mundial del 2008 conmovió los cimientos del mundo financiero y de la política. Entre varias bajas y múltiples heridos, DSK no sólo logró salir indemne sino que su figura se potenció. Fue el gran ganador. Lideró el FMI y las ayudas financieras y fue vital para la recuperación en los países más perjudicados. Mostró aplomo, capacidad de gestión, habilidades negociadoras, un notable poder de persuasión e imaginación para resolver los inconvenientes.
Si en el resto del mundo se lo veía como un ejecutivo sagaz, en su país, en Francia se lo consideraba la esperanza. Era el recambio necesario, lógico, la gran oportunidad del Partido Socialista de hacerse con el poder de nuevo.
Pero ya se sabe el final. No hubo presidencia, tan sólo renuncia al FMI, escándalo, graves acusaciones, secretos de la vida privada expuestos, prisión, una caída estrepitosa y la desaparición de la vida pública. Su centralidad se disolvió tras su desenfreno sexual.
Pero hace menos de dos semanas DSK volvió a parecer. Un comunicado que difundió a través de sus redes sociales promete el regreso y una explicación que, tal vez, el mundo ya no necesite ni quiera escuchar. Cambiaron muchas cosas en la última década. “Por primera vez he aceptado hacer un documental sobre mi vida personal y mi carrera política en Francia y en las altas esferas internacionales. Ha llegado el momento de expresarme, dar mi propia versión sobre los hechos que determinaron mi retiro de la vida política. Hasta ahora han sido otros los que hablaron...”, escribió.
Esta rentrée no fue casual. Fue una réplica, tardía y forzada (ese parece ser el timing de DSK desde hace diez años: lo que le suele suceder a los que sólo pueden estar a la defensiva) al estreno reciente de Habitación 2806: Recuento de una acusación la serie documental de cuatro capítulos de Netflix que relata el hecho en el que fue acusado por intento de violación y abuso sexual contra la trabajadora de un hotel de Nueva York.
Los hechos: el 14 de mayo de 2011 en el hotel Sofitel de Manhattan, DSK, director del FMI, fue acusado de haber abusado en su habitación a Nafissatou Diallo, una de las empleadas de limpieza del hotel, en la habitación 2806 DSK. Esa misma tarde DSK tomaba un avión hacia Francia. Luego de la denuncia y de una rápida acción de la policía de Nueva York, el hombre fue bajado de la primera clase y llevado esposado a una comisaría en Harlem. Los medios no tardaron en enterarse. La justicia se puso en marcha de inmediato. La acusación quedó firme. La noticia llegó a la tapa de todos los diarios del mundo.
En Francia primero hubo estupor. Su posible próximo presidente estaba acusado de un delito aberrante. Luego una defensa cerrada del personaje público. Todavía no eran tiempos del #MeToo.
Eso es lo primero que sorprende del documental. La condena no fue inmediata. El reflejo fue de defensa automática por parte de sus aliados políticos y de cautela del resto. Esas reacciones muestran que en estos años cambió de manera sensible la recepción de este tipo de sucesos. Se pasó de la defensa a priori a la condena automática.
Nafissatou Diallo relató que ella ingresó a la habitación presidencial del hotel creyendo que el huésped no se encontraba. Se anunció varias veces y no recibió respuesta. De pronto, DSK salió del baño desnudo. La tomó con fuerza y la atrajo hacia él. Ella intentó resistirse, él quiso penetrarla. Luego logró hacerla inclinar y la obligó a practicarle sexo oral. Según Diallo, DSK le preguntó si no sabía quién era él. Luego la mujer denunció el hecho ante sus superiores que la instaron a presentar la denuncia ante la policía. Allí empezó la caída inexorable de DSK. Un tiempo antes, el FMI había iniciado una investigación por una denuncia de una de sus empleadas por acoso y abuso a su director. La investigación lo absolvió, aunque él debió pedir disculpas y reconocer que se había tratado de una relación impropia. Algunos sostuvieron que el organismo internacional había preferido mantener a su líder que había capeado las tormentas financieras del 2008 con tanta autoridad antes que castigarlo por esa falta. Luego de que se conociera la acusación del Sofitel, una joven periodista francesa de 23 años acusó a DSK de haberla violado tiempo atrás (luego el hombre reconoció la relación pero afirmó que fue consentida).
Luego de que se le negara en su primer pedido la fianza, y tras obtener el arresto domiciliario, meses después del hecho, el fiscal que llevaba adelante la causa desistió de ella.
Entrelíneas se puede leer una pregunta inquietante. ¿El fiscal de Nueva York hubiera tomado hoy la misma decisión de desistir la acción? ¿Hubiera tenido la libertad de poder desistir, de poder elegir retirar la acusación? El sistema penal norteamericano con el juicio por jurados permite que las causas cambien de dirección mientras se sustancian. Los abogados defensores pueden apostar a debilitar la credibilidad de la víctima. En este caso, más allá de pericias, cámaras de seguridad y una coartada que no funcionaba desde los horarios, la acusación se solventaba en el testimonio de la víctima.
DSK contrató dos agencias de seguridad e investigación, conformados por antiguos espías, que se dedicaron a investigar ya no lo ocurrido ese mediodía en el Sofitel de Nueva York, sino el pasado de Diallo. Rápidamente descubrieron que había mentido en su declaración para poder ingresar a Estados Unidos, para conseguir su radicación tras el pedido de asilo. Había aducido, en una declaración jurada, que fue abusada en Guinea, su tierra natal y que de eso estaba escapando. Ante los investigadores ella misma reconoció la falta de sinceridad de esa declaración: sólo quería obtener la Green Card. El fiscal consideró que esa mentira inicial y alguna inconsistencia en el relato de los hechos, pequeñas contradicciones en su itinerario de esa mañana, hacían que el testimonio de ella en la corte se volviera vulnerable. El ataque de los abogados defensores se centraría en sus debilidades y contradicciones, en su falta de credibilidad. Sin ese testimonio su caso, opinaba el fiscal, era imposible de ganar.
La duda al respecto siempre quedará. ¿Qué hubiera pasado si la acusación se centraba en las pericias que establecían que había semen de DSK en la boca y en las ropas de la mujer? ¿O en las primeras declaraciones del hombre que dijo que nada había pasado para luego cambiar su testimonio para hablar de una relación sexual consentida? ¿O, utilizando similar recurso de su rival en el juicio se centraba en los antecedentes del hombre y sus escándalos sexuales?
La otra pregunta sin respuesta es lo que hubiera sucedido en estos años. Si la presión mediática y los diversos activismos hubieran permitido que el fiscal desechara el caso. O si no hubieran interesado esas inconsistencias en el testimonio de la víctima ante el cambio de los tiempos.
Si bien nunca se sabrá con exactitud qué fue lo ocurrido en la habitación 2806, se puede deducir que el entramado de dinero y poder tuvo mucho que ver en la absolución de DSK. Las imágenes lo muestran tranquilo en los primeros momentos en las audiencias, sin dejar traslucir sus emociones, ni la derrota, aunque las arrugas y las ojeras agrietaran su gesto. Soportando la humillación de esa caminata de la vergüenza debajo de los flashes y esposado hacia el patrullero. Sólo se lo ve alterado, mirando con ojos de fuego, de odio, a su abogado (el mejor penalista de Nueva York: defensor de celebridades en problemas) cuando la jueza le niega el pedido de fianza y una vez mas lo envía al calabozo sucio de una de las cárceles más peligrosas de la zona.
En la apelación, la defensa consiguió que DSK pudiera esperar el juicio (que nunca llegaría) en arresto domiciliario y con tobillera electrónica. Acá Anne Sinclair, la esposa de DSK, una periodista muy reconocida en Francia que durante años tuvo un programa de entrevistas en horario central en televisión. Heredó a su abuelo, el mayor marchand francés de su época, el representante de Picasso y Matisse entre otros. Ella apoyó a DSK en toda su carrera política, financió sus apariciones públicas, apareció a su lado hasta en los peores momentos y viajó a Nueva Yrk para estar con él en su tiempo más bajo. Ella alquiló un departamento de casi 40.000 dólares mensuales en Tribeca para que su marido obtuviera el arresto domiciliario.
Luego de que el fiscal desistiera de la acción, la causa penal se cayó. En sus primeras declaraciones, DSK se mostró ofendido y rechazó de manera terminante un posible acuerdo extrajudicial en la demanda civil. Tiempo después las partes llegaron a un acuerdo que también cerró la causa civil. A pesar de que el convenio estaba protegido por la confidencialidad se deslizó que Diallo recibió alrededor de 1 millón y medio de dólares como resarcimiento.
Sin deudas con la justicia norteamericana, DSK volvió a Francia. Su regreso no fue con gloria pero tampoco cubierto de infamia. En el medio, además de acumular titulares, humillación y viejas historias que hablaban de su desenfreno y hasta de su maltrato sexual, DSK había tenido que renunciar al FMI y también había resignado sus aspiraciones presidenciales. Pero su voz todavía interesaba a los medios y sus compañeros del partido socialista lo apoyaban. DSK antes del FMI había liderado varios ministerios franceses.
La vida política francesa también tiene que ver en esta historia. Nicolás Sarkozy sabía de los hábitos de su futuro rival. Los socialistas acusaron a Sarkozy de haberle tendido una trampa a DSK en la que este cayó. No hay mayores pruebas de eso.
Pero una vez más, el documental, que es mucho más que cabezas parlantes y testimonios sobre los hechos sedimentados por el tiempo (maneja, además, muy bien la tensión dramática con la aparición sorpresiva de los giros de los hechos), muestra imágenes que introducen un elemento extraño. Las cámaras de seguridad del hotel no muestran lo sucedido en la habitación del entonces director del FMI pero sí muestran la salida de este del hotel, su paso por el front desk, y el momento en que la mujer le cuenta a sus superiores lo sucedido y el rápido movimiento del personal de seguridad del hotel. Pero hay otras imágenes inquietantes, que instalan la sospecha o que, al menos, no son fáciles de explicar. Dos de los empleados de seguridad, una vez que el personal logra convencer a Diallo que debe realizar la denuncia y poner el tema en manos de la justicia, van hacia una trastienda y en soledad, saltan, se abrazan y hasta improvisan un baile de festejo. Las partes interpretan este baile inexplicable, esta celebración insólita cada uno de manera antagónica. ¿Por qué festejaban los empleados de seguridad del hotel?
Un año después otro escándalo y otra grave acusación cayó sobre DSK. Se lo acusó de dirigir una red de explotación sexual que tenía sede en el Hotel Carlton de Lille. En sus lujosas habitaciones tenían lugar populosas orgías.
“No hubo delito. No hubo crimen alguno. ¿Cómo voy a organizar yo esas fiestas? No tengo tiempo para andar organizando fiestas”, alegó DSK ante estas nuevas acusaciones.
Sostuvo que sus enemigos y la justicia querían hacer creer que él era un libertino. Pero esas fiestas sexuales (que sí existieron) eran esporádicas. Afirmó que sólo fueron doce en tres años. Una orgía por temporada.
Los fiscales lo acusaban de promover la prostitución, de ser el que suministraba las mujeres a los demás participantes. Las imputaciones podían resumirse en que él oficiaba de proxeneta. Esta figura, esta interpretación forzada de los hechos, que no parecía condecirse con ningún dato de la realidad o prueba tangible, era una pirueta legal ya que la prostitución no se encuentra penada en Francia, aunque la explotación y el proxenetismo sí son perseguidas penalmente.
En caso de ser declarado culpable podía recibir una condena de diez años de prisión y una multa de casi dos millones de euros.
DSK una vez más no fue condenado. Pero si persistía en él alguna ilusión de revivir su carrera política, este último escándalo la sepultó de manera definitiva. También su matrimonio. Anne Sinclair dejó de apoyarlo y anunció el divorcio.
DSK habló de un error moral pero que no había delito alguno. Ese es otro aspecto de la historia. Su vida privada, cuando no infrinja ninguna ley, cuando no dañe a nadie, no debería ser motivo de escrutinio público y mucho menos incumbir a la justicia, ni perjudicarlo en sus carrera política. Es peligroso asociar una posible infidelidad, una tendencia a la promiscuidad o ser una animador del ambiente swinger francés con un intento de violación, con abuso sexual, acoso o cualquier otro tipo de delito sexual. Las acusaciones en Francia posteriores a su regreso no parecieron estar tipificadas penalmente.
Dominique Strauss-Kahn se radicó en Marruecos. Volvió a casarse. Su cuarto matrimonio mientras oficia de consultor de varios gobiernos africanos y colaboró en la fundación de nuevos bancos en ese continente. A los 71 años está dispuesto a volver aunque en el fondo sepa que cualquier esfuerzo por recobrar el brillo perdido es inútil. Pero extraña no ser el que pone las condiciones y que circulen versiones de su historia que no puede controlar. Así que habrá que esperar unos meses para escuchar su versión en el documental en el que él volverá a hablar.
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