El horrible crimen de la violinista del Met de Nueva York que los medios atribuyeron al Fantasma de la Ópera

Helen Hagnes era joven, linda y talentosa. Su futuro como artista era enorme. Pero una fatídica noche, a los 31 años, el destino la cruzó con su asesino. Mientras ella moría de una forma espantosa, 3.600 personas disfrutaban del concierto en el que ella estaba ausente

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Helen Hagnes, la violinista que fue asesinada en el Met Opera House
Helen Hagnes, la violinista que fue asesinada en el Met Opera House

Es una calurosa noche de un miércoles de verano. La temperatura ha vuelto pegajoso el ambiente en las afueras del glamoroso Metropolitan Opera House (Met), en el Lincoln Center Plaza, de Manhattan. Aun así, 3600 personas asisten al espectáculo que ofrece el Ballet de Berlín.

Helen Hagnes, la violinista estrella de 31 años, desliza sus manos con arte preciso sobre su instrumento. Están interpretando Firebird, de Ígor Stravinski. Ella es, sin dudas, una de las mejores de la orquesta. Su destreza musical tiene un correlato perfecto con su belleza física. Cuando llega el intervalo, se levanta con suavidad. El descanso le dará el tiempo necesario para estirar sus piernas, ir al baño y sociabilizar.

Son las 21.30 del 23 de julio de 1980.

Epílogo fuera de libreto

Pero Helen no vuelve a escena. El espectáculo, en el célebre teatro neoyorquino, se reanuda sin ella. En el foso, la sorpresa de los otros integrantes de la orquesta por su ausencia se ve desplazada por la necesidad de seguir interpretando las piezas musicales. Quizá, se ha sentido mal repentinamente.

Terminada la obra, su marido Janis Mintiks (35), la espera en su auto como cada noche durante esta temporada.

Una amiga de cuando estudiaban música, Judith Olson, explicaría luego que su marido iba a buscarla porque acababan de mudarse “a un loft, en un barrio no demasiado recomendable para llegar tarde y sola con un instrumento valioso”.

Como Helen no aparece, después de media hora de espera, Janis decide volver al departamento que comparten en el Upper West Side. Seguro que se han desencontrado. Pero cuando llega a su casa no hay más que silencio. Un rato más tarde, un golpe en la puerta lo sorprende. Supone que es Helen. Se equivoca, es un compañero de su mujer que ha venido a traerle el violín desamparado. Más desamparado se siente él. Entra en pánico, nada tiene sentido. Decide llamar al 911. La buscan toda la noche.

Doce horas después, a las 8.30 de la mañana del jueves 24 de julio, Helen es encontrada por la policía dentro de la base de un tubo de ventilación del Met.

Helen, ya no es la Helen que conocía Janis. Su cuerpo es un cadáver golpeado. Helen está desnuda. Tiene las manos y los pies atados. Sus dedos no son aquellos que ágiles se movían sobre las cuerdas y el arco, son irreconocibles en sus manos rígidas y maniatadas. Su boca, que ya no será besada, está aprisionada bajo una cruel mordaza.

Janis entiende que ya no tendrá a Helen jamás. Que su vida se ha detenido en seco.

El violin de Helen Hagnes, abandonado en su silla de la orquesta del Metropolitan. La ilustración es de Ida Libby Dengrove, especialista en dibujar casos policiales y juicios
El violin de Helen Hagnes, abandonado en su silla de la orquesta del Metropolitan. La ilustración es de Ida Libby Dengrove, especialista en dibujar casos policiales y juicios

La joven prodigio

Helen Hagnes había nacido en Aldergrove, Canadá, en 1959. Era la menor de tres hermanos que crecieron en una granja avícola, que era administrada por sus padres suecos. Su historia con la música despegó a los 13 años. Su hermana Delcie Hill contó, en una entrevista con la agencia AP, que sus padres habían hecho un enorme esfuerzo económico y físico, durante ocho años, para darle la mejor educación musical. Ellos se habían dado cuenta de que Helen era una dotada para la música. Su talento era evidente, por ello la llevaban a Vancouver para que tomara clases de violín.

Cuando cumplió 19 años, dejó su casa y se mudó a Nueva York, donde estudió y se graduó en la prestigiosa Juilliard School of Music donde conoció a su gran amiga Judith Olson. Se volvieron inseparables: las dos tenían raíces escandinavas y habían crecido en el campo. Más adelante viajó a estudiar a Europa, en los conservatorios de Londres, Siena y Zurich.

Luego, volvió a Nueva York para estudiar con el famoso violinista ruso Nathan Milstein. El sueño de Helen ya era tangible y prometía una carrera en vertiginoso ascenso.

En 1980, el año en que moriría, Helen estaba trabajando como música freelance, tocando el violín para la Orquesta del Met, y llevaba cuatro años casada con el escultor Janis Mintiks.

Paradójicamente, Helen no llegó a los titulares de los diarios por sus dotes musicales sino por su tremenda y absurda muerte.

El intervalo o el acto final

Eran las 21.30, clavadas, cuando Helen se levanta de su asiento y deja cuidadosamente el violín en la silla. Sabe que tiene que regresar al foso de la orquesta a las 22.19. Helen le dice a Valery Panov, coreógrafo y bailarín ruso, que quiere arreglar una salida de los dos matrimonios: Valery y su mujer, la bailarina Galina Panov, con ella y Janis Mintiks. Sería un buen programa para cuatro artistas. Le dice que aprovechará el entreacto para ir hasta el camarín de Galina y arreglar el encuentro.

La dibujante Ida Libby Dengrove era especialista en ilustraciones de juicios en los Estados Unidos. Aquí, el marido de Helen, Janis Mintiks
La dibujante Ida Libby Dengrove era especialista en ilustraciones de juicios en los Estados Unidos. Aquí, el marido de Helen, Janis Mintiks

Después de pasar por el baño, sube al ascensor número 12. Con ella, entran al elevador, Laura Cutler, una bailarina norteamericana del Met, y un joven. Helen le pregunta a la bailarina si sabe dónde está el camarín de Galina Panov. El que responde amablemente es el joven: “En el tercero”, asevera. El ascensor desciende hasta el nivel C, el más profundo de todos (el edificio tiene letras por debajo del nivel de la calle y números para los pisos superiores). Laura Cutler baja allí. Helen se queda dentro con el joven de rostro aniñado. Cuando las puertas se cierran él aprovecha la soledad y se le insinúa de manera grotesca. Helen le da un cachetazo. Él, que está ebrio y ha fumado marihuana, enloquece de furia. Empuñando un martillo, la obliga a salir del ascensor en el segundo piso y, por la fuerza, le lleva por los pasadizos intrincados de detrás de escena. Amenazada, la conduce por las escaleras tres niveles hacia abajo Allí, obliga a Helen a sacarse el tampón que estaba usando e intenta violarla durante unos cinco minutos. No consigue abusar de ella. Helen se resiste con fuerza e intenta escapar. Él la atrapa y la empuja escalones arriba, hasta el sexto piso. Luego la hace seguir subiendo por una escalera más pequeña hasta el techo, donde están los seis grandes ventiladores que refrigeran los sistemas de aire acondicionado del Met. Cada ventilador tiene su propio gran conducto que desciende en vertical hasta la base. Le ata las manos y los pies. Pero nota que, otra vez, ella está logrando liberarse para escapar. Entonces, le ata los muslos con unos nudos que solo los encargados del detrás de escena saben hacer.

Mientras, la orquesta de Berlín retoma su espectáculo con una silla vacía. Los acordes musicales ponen vida a una gala donde está sucediendo un martirio.

Como Helen le empieza a hablar, él se enoja más todavía y le mete una servilleta en la boca. Con otra, la amordaza. No quiere que ella haga ningún ruido. La pone boca abajo, sobre su estómago, y le arranca la ropa. Tira algunas de las pertenencias de Helen por un conducto del aire acondicionado. Como ella sigue intentando defenderse, la empieza a patear hasta que logra empujarla por uno de los tubos de ventilación.

Helen está consciente y atada durante su caída libre. Cae indefensa hacia su muerte cierta. Entre el tercer y cuarto piso, su cabeza da de lleno contra una estructura de hierro. El golpe es mortal.

Otra ilustración de Dengrove: Craig Crimmins mira de costado mientras testifica la bailarina Laura Cutler, que ayudó a la policía a identificarlo
Otra ilustración de Dengrove: Craig Crimmins mira de costado mientras testifica la bailarina Laura Cutler, que ayudó a la policía a identificarlo

La música, ajena a la tragedia, sigue brotando y llenando los silencios. Nadie presta atención ya a la silla solitaria; a su violín, callado. Helen ha muerto sola, a metros de una multitud.

Una multitud que aplaudirá a rabiar sin saber que la escena que observan se ha convertido en el escenario de un truculento crimen.

El telón rojo cae como guadaña impiadosa y los sueños de Helen quedan truncados.

Tras el asesino

Durante los años ’80 Nueva York era una ciudad compleja e insegura. Estaba sitiada por el negocio de la pornografía y por la epidemia del crack. Sin embargo, instituciones como el Met eran consideradas muy seguras y a salvo de cualquier delito.

La policía encontró a Helen recién la mañana del jueves 24, en el interior de uno de los tubos de ventilación. Estaba claro que la prometedora violinista había sido asesinada. El jefe de detectives de Nueva York aseguró lo obvio: el asesino tenía que conocer demasiado bien los intrincados pasillos, los ascensores y rincones del Met.

La policía de Nueva York estableció distintos equipos de investigación que se organizaron para interrogar a los 800 empleados del Metropolitan, además de novios anteriores de Helen y amigos.

Los primeros hallazgos de los detectives, en los niveles inferiores a la calle, fueron: una servilleta con semen, oculta en una cañería, y un tampón. También, en ese mismo lugar, encontraron una horquilla de pelo y una pluma. Eran de Helen y los había perdido en sus forcejeos por sobrevivir.

Una de las ilustraciones de la famosa dibujante Ida Libby Dengrove sobre el juicio a Crimmins. Aquí, el acusado con el Juez Effrey Atlas
Una de las ilustraciones de la famosa dibujante Ida Libby Dengrove sobre el juicio a Crimmins. Aquí, el acusado con el Juez Effrey Atlas

La autopsia demostró que Helen no había sido violada.

Con los resultados de los análisis del semen de la servilleta y con la ayuda de un retrato robot que se confeccionó con lo que declaró la bailarina que viajó con ellos en el ascensor, se llegó a la conclusión de que buscaban a un tipo blanco, de entre 25 y 35 años. Durante ese primer mes se interrogó a 2.600 hombres. Hasta que en septiembre, un joven tramoyista del Metropolitan no pudo justificar que hacía en el momento del crimen. Luego de un interrogatorio de seis horas, se quebró y confesó.

Su nombre era Craig Crimmins, tenía 21 años y era empleado del Met desde los 17 años.

Dos claves más condujeron a su arresto: una huella de su palma encontrada en el techo y el tipo de nudos usados para atar a su víctima. Esos nudos eran los característicos de los tramoyistas, los técnicos de teatro que montan y desarman decorados. Crimmins relató: “Ella trató de pegarme, yo le agarré las manos, ahí es cuando saque un martillo y le dije que caminara hacia las escaleras (...)”.

Que el responsable de semejante crimen fuera un joven de cara infantil, de una familia católica del Bronx, sorprendió a una ciudad conmovida que esperaba un asesino de apariencia feroz.

El juicio comenzó en abril de 1981.

Dos psicólogos que declararon en el juicio, sostuvieron que Crimmins tenía una larga historia de problemas de aprendizaje. Tanto el doctor Migdal como la doctora Tchack, manifestaron que Crimmins padecía déficit de atención, que carecía de memoria y que tenía poca capacidad para los razonamientos complejos. Su abogado, Lawrence Hochheiser, intentó justificar a su cliente diciendo que su coeficiente intelectual no superaba los 83 puntos y que había sido coaccionado por la policía para confesar algo que no había hecho.

Helen Hagnes, por Dengrove
Helen Hagnes, por Dengrove

Los fiscales sostuvieron, en cambio, que la confesión contenía detalles que solo el asesino de Helen podía conocer.

El 4 de junio de 1981, Crimmins fue sentenciado a 20 años de prisión luego de que el jurado deliberara durante once horas. Desde entonces, cada dos años, Crimmins ha pedido la libertad condicional y siempre, hasta ahora, le ha sido denegada.

Los periodistas bautizaron al caso como el Asesinato del Fantasma de la Opera. Durante meses, este homicidio, ocupó los titulares de la prensa.

Crimmins dijo, en una entrevista en 2002: “Estoy sinceramente arrepentido por lo que hice. Quisiera poder volver el tiempo atrás (...) Estaba borracho (...) Ella me dio un cachetazo y un rodillazo en la ingle y no sé qué se rompió en mi cerebro…”.

Su defensor, el letrado Hochheiser, sostuvo al medio InsideEdition.com, que Crimmins desde entonces ha cambiado, que ahora es un hombre que no implica ningún riesgo para la sociedad: “Él es un hombre diferente (...) Dudo que esto pudiera volver a pasar si lo liberaran”.

Crimmins sigue tras las rejas y tiene 61 años.

Amigos, marido, conocidos y... recuerdos

Helen Hagnes creía en la reencarnación y, luego de haber conocido Egipto, estaba segura de poseer profundas raíces en esa tierra. Por ello, le había dicho a su marido Janis que, si algo le pasaba alguna vez, quería que sus cenizas descansaran allí.

El Met Opera House de Nueva York
El Met Opera House de Nueva York

Janis recordó su promesa. Buscando hacer realidad el pedido de su mujer tuvo la idea de escribirle al presidente egipcio de esa época, Anwar el-Sadat, para concretar su deseo. El presidente no solo le contestó, sino que se hizo cargo de todos los arreglos para que Janis y las cenizas de Helen volaran hasta allí.

Los restos de Helen fueron esparcidos sobre suelo egipcio.

Después de la tragedia, Janis abandonó Estados Unidos para irse a vivir a Noruega durante veinte años. Luego, se dedicó a viajar por un tiempo, en su propio barco desde el Mar del Norte hasta el Mediterráneo. Finalmente, sus últimos diez años, los vivió en Taos, un pueblo indígena en el estado de Nuevo México, Estados Unidos, con su segunda mujer Sally Guenther. Murió en el 2014.

Uno de los compañeros de orquesta de Helen aquella noche fatal, Thomas Suárez, recordó el hecho de la siguiente manera: “Después de haber tocado Firebird dejamos el foso para un largo intervalo porque lo que seguía era Cinco Tangos, con música de Astor Piazzolla, y no nos involucraba. Como muchos de los músicos fui a la cantina, tomé un café y volví por el laberinto del backstage para retornar al foso para tocar Don Quijote (…) Por unos instantes no me pareció extraño que Helen, la violinista que se sentaba frente de mí, no hubiera llegado. Pero con el correr de los segundos empezamos a girar nuestras cabezas mirando hacia la puerta. Nos preocupamos pensando que se podía haber sentido mal de repente. Tomé su violín y lo puse en su funda, fuera de la vista. Y el acto comenzó…”.

El caso llevó a la publicación de un libro firmado por David Black
El caso llevó a la publicación de un libro firmado por David Black

Judith Olson, la íntima amiga de Helen, dijo que lo ocurrido con Helen “era tan horrible que mi cerebro no podía procesarlo…”. Y relató una aterradora coincidencia. Años antes del asesinato, Judith había tenido una experiencia espantosa: había sido atacada en el ascensor de un edificio, al que concurría para preparar un concierto de violín. Como su amiga, fue llevada hasta el techo, pero pudo escapar. Desde entonces, Judith jamás pudo volver a subir a un ascensor sola, con un hombre al que no conoce.

Helen no es el fantasma de ninguna Ópera, como denominaron al caso los medios de prensa. Helen era una persona que lo tenía todo para triunfar y ser feliz. Hasta que el destino la cruzó, en un ascensor, con quien le arrebató el futuro.

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