“Nada mal para una ama de casa, ¿no?”. Esa fue la última frase que le escuchó decir. Cortaron el teléfono y los dos sintieron que no pasaría mucho tiempo hasta que se vieran de nuevo. Pero no sucedió. John Lennon con esa frase se refería a su vuelta al ruedo con Double Fantasy luego de cinco años de ostracismo en los que se dedicó a criar a su hijo Sean. Paul McCartney lo había escuchado unas horas antes de la llamada y lo había elogiado.
Tres semanas después de esa conversación, otra vez sonó el teléfono en la casa de Paul. Estaba solo. Linda, su esposa, había llevado a los chicos al colegio. Él desayunaba con morosidad; en un rato saldría para el estudio. Un día más de trabajo. Cuando atendió escuchó la voz quebrada de su manager. Al principio no entendió lo que le estaba diciendo. O, tal vez, no quiso creer lo que escuchaba. “John está muerto. Lo asesinaron de varios balazos”, dijo el hombre.
McCartney se quedó al lado del teléfono unos minutos. Sin saber qué hacer. Hasta que escuchó el auto de Linda. Salió a buscarla. Ella vio su cara y supo que algo malo, algo muy malo había pasado. No conocía esa cara de Paul.
Años después, Linda no pudo repetir las palabras de Paul, de qué manera le dio la noticia. Lo que a ella le había quedado grabado del momento había sido el gesto inédito de Paul, esa foto espantosa, augurio de lo peor.
El matrimonio habló unos minutos. Paul quiso ir al estudio tal como estaba planeado. Eso era mejor que quedarse tirado en su casa. En la puerta del estudio lo esperaba una nube de periodistas. Los flashes, los micrófonos, las preguntas urgidas.
“No puedo aceptarlo, no sé qué decir”, declaró Paul bajando la mirada y apurando el paso para perderse en el edificio.
En el estudio, el resto de la gente se veía afectada. Lo saludaban con pesar. Todos los ojos estaban puestos en él y en sus reacciones. Paul McCartney sólo quería ver a una persona. A George Martin, su viejo productor, el quinto Beatle. El encuentro, al principio, no necesitó palabras. Se abrazaron y lloraron unos minutos sin soltarse. Luego se encerraron y hablaron por horas mientras un asistente les dejaba litros de te y de whisky. Martin, una figura paternal para el dúo compositivo más importante de la historia, era la compañía adecuada para iniciar el duelo. “Hablamos por horas. Fue nuestra manera de velarlo. Y nos ayudó bastante” contó George Martin.
Algunos de los músicos de Wings recordaron años después que fue un día tenso y raro. “Paul nunca fue demasiado bueno para expresar, para articular lo que sentía respecto a algo ni siquiera en los momentos favorables, así que ese día todo fue peor”, dijo Denny Laine. Para esa grabación estaba invitado uno de los músicos de The Chieftains para grabar unas gaitas. Paddy Moloney dudó en acudir. Al oír las noticias, pensó que esa jornada se suspendería. Pero fue igual, por si acaso, para no perderse compartir estudio con McCartney. En un aparte cuando Moloney ofreció una especie de pésame, Paul con la mirada perdida le dijo: “Es una muerte trágica, insensata. No le encuentro explicación”.
Paul trató de apagar su dolor y confusión con lo que mejor hacía (y hace): la música. La sesión, aunque sin la fluidez habitual, avanzó. Trabajó en un tema llamado Rainclouds.
En el estudio nadie lloraba a los gritos ni estaba tirado en el piso. Pero el clima era de tristeza profunda y callada. Era como si todavía no se hubiera podido entender la pasado, la magnitud de la tragedia.
Cuando ya llevaban varias horas de grabación y mientras fumaban contra una ventana, Denny Laine vio pasar un camión por la calle. El vehículo llevaba una lona verde tapando la caja. Era de una mueblería. En la lona se leía: Lennon’s Furnishing. Cuando Laine le pegó un codazo a su compañero para llamarle la atención, se dio cuenta que el otro lo había visto primero. Paul McCartney tenía los ojos llenos de lágrimas.
Antes de partir para su casa, Paul llamó a New York, al departamento del Dakota. Pidió hablar con Yoko Ono. La artista lo atendió. Lloraba y repetía que no entendía quién lo había asesinado, cuáles podían ser sus motivaciones. Luego le contó a Paul que John hablaba con mucho cariño de él en privado. Eran las palabras que McCartney necesitaba escuchar en ese momento.
En su última entrevista, que había tenido lugar horas antes de su asesinato, Lennon había dicho que él sólo había trabajado en colaboración con dos personas. Con Yoko y con Paul. “Nada mal, ¿no? Tengo el orgullo que sólo trabajé con los mejores”.
Cuando Paul salió del estudio, ya anochecía. Los periodistas seguían esperando. Con la mirada perdida respondió, sin energía, algunas preguntas. Dijo que había estaba en el estudio escuchando algunas cosas, que no quería quedarse sentado en su casa. Cuando intentó seguir camino le pidieron unas últimas palabras: “Es un garrón” (It’s a drag, isn’t it?).
La declaración fue extrapolada y tomada como prueba del desdén y desinterés de McCartney. Ese “garrón” puede ser interpretado también como molestia, como carga. Los medios sensacionalistas se tomaron de eso para crear una polémica que no existía.
“Tendría que haber dicho que fue el peor garrón de la historia del universo. Para dejarlo bien claro. Pero cualquiera que se cruzó conmigo en esos días sabe bien cómo estaba y qué sentía. Hay gente que puede expresar su dolor y lo que piensa de una manera perfectamente articulada. Yo fui el estúpido que dijo un garrón”, escribió Paul.
Sin embargo esa respuesta lo persiguió durante años, fue blandida como una acusación contra él cada vez que se pudo. Al ver la imagen a cuatro décadas de distancia, McCartney se muestra afectado, incómodo, y sólo parece que responde eso para librarse de los periodistas y poder ir a continuar con su duelo de manera privada.
Al llegar su casa, hizo lo que el resto del mundo estaba haciendo: se sentó con Linda y con sus hijos a ver los noticieros nocturnos para informarse de las circunstancias, para tratar de entender.
Al día siguiente, Paul trató de calmar la polémica que los diarios sensacionalistas londinenses ya habían iniciado. Emitió un comunicado: “Me escondí de mí mismo trabajando todo el día. Pero la noticia estuvo presente siempre en mi cabeza. Me sentí conmovido, enojado y muy triste. Yo amaba a John. Él era mirado como un lunático por muchas personas. Hizo enemigos. Pero era fantástico. Era un hombre cálido. Y su propuesta de darle una oportunidad a la paz será uno de sus grandes legados”.
Los tres Beatles sobrevivientes se enteraron de la noticia a través de llamados telefónicos de familiares o amigos cercanos. La mayoría de los habitantes se enteraron por la televisión, mientras veían el programa más visto del día. Estaba finalizando un partido de fútbol americano entre los New England Patriots y los Miami Dolphins cuando Howard Cosell, el periodista deportivo más conocido durante décadas, informó que John Lennon (“posiblemente el más conocido de los miembros de los Beatles”, dijo) había sido asesinado. Como pudieron los periodistas continuaron con la transmisión.
En las redes circula una frase que atribuyen a John Lennon, una respuesta ante una pregunta sobre el talento de Ringo Starr: “Ringo no fue el mejor baterista de la historia. De hecho, ni siquiera fue el mejor baterista de los Beatles”. Por la acidez de la frase y el ingenio rápido podría haber sido un dardo despreocupado de John. Pero no lo fue. La frase fue dicha por un humorista televisivo inglés en 1983. John sabía que Ringo no era el mejor músico del mundo pero lo consideraba indispensable para el grupo. En uno de sus últimas entrevistas afirmó que Ringo no era el mejor técnicamente pero reconoció su influencia decisiva en la evolución del grupo, el engranaje perfecto para que todo cuajara.
El 8 de diciembre de 1980, encontró a Ringo disfrutando en Bahamas hasta que sonó el teléfono. Era la hija de su esposa Barbara. La chica le contó que habían disparado contra John. Ringo cortó y se indignó. Pero no se preocupó demasiado. Asumió que Lennon sólo había sido herido. Se convenció que tendría una brazo o una pierna lastimada. Pero diez minutos después el teléfono volvió a sonar. Otra vez era su hijastra. Al escuchar lo que le decía, quedó inmóvil y el auricular cayó de su mano.
Mark David Chapman había asesinado John Lennon. Ringo fue, tal vez, el primer Beatle en enterarse.
Se puso a llorar descontroladamente. Pero se sobrepuso al shock en unos minutos. Llamó a Maureen, su ex esposa. Sabía que en su casa de la campiña inglesa, Cinthya Lennon, la primera esposa de John, pasaba unos días con ella. Ringo le contó a Maureen, quien sin mirarla a los ojos, le pasó el teléfono a su amiga. “Ringo te quiere decir algo”. Cinthya supo lo que pasaba cuando escuchó el llanto de Ringo del otro lado de la línea y comenzó a gritar con desesperación.
Ringo no sabía qué hacer. Hasta que, una vez más, decidió seguir su corazón. Sin consultar a nadie dejó las Bahamas y tomó un avión hacia Nueva York. Fue el único de los tres que fue a la Gran Manzana en esas horas. Al llegar, se dirigió hacia el Dakota. Atravesó la marea de curiosos y fans desconsolados, y subió a darle un abrazo a Yoko Ono. “¿Qué puedo hacer?”, le preguntó. “Hay que distraer a Sean”, dijo la reciente viuda. Y Ringo, con el corazón destrozado por la muerte de su amigo, se pasó toda la tarde jugando con el chico de cuatro años y haciéndolo reír. “Lo hubiera hecho cualquiera. Eso es lo que hacen los amigos”, dijo hace unos años.
Ringo había visto a John tres semanas antes. Se habían juntado y habían reído como siempre lo hacían. John lo había comprometido a grabar con él durante 1981 en su renacida carrera solista. Además mientras estaba descansando en las Bahamas recibió un cassette con una canción que Lennon había compuesto y quería que cantara él. El baterista había sido uno de los habituales acompañantes de John durante el Fin de Semana Perdido, ese alocado Tour de Force de casi dos años de duración en el que Lennon incurrió en todo tipo de excesos en la primera mitad de los setenta.
George Harrison dormía en Friar Park, su mansión inglesa, cuando sonó el teléfono en medio de la madrugada. Lo llamaba su hermana desde Estados Unidos. Le dio la noticia. George no dijo nada. Colgó y siguió durmiendo. Apenas se despertó, unas horas después, creyó que había sido nada más que una pesadilla. Pero al ver cómo lo miraba Olivia, su esposa, se dio cuenta que el llamado había existido. Y que él había vuelto a dormirse sólo para escapar de la situación, para intentar volverla irreal.
Algunos músicos amigos fueron a acompañarlo a su casa. Después de intentarlo varias veces logró hablar por teléfono con Ringo que estaba por volar a Nueva York desde las Bahamas. Los periodistas ya se habían apostado frente a Friar Park y el teléfono no paraba de sonar. George decidió emitir un comunicado: “Después de todo lo que pasamos juntos, tuve y todavía tengo un gran amor y respeto por John. Estoy impactado”, decía para luego continuar con una serie de reflexiones sobre la naturaleza de los asesinatos y la atrocidad del uso de armas.
Cuando todavía no se sabía cómo sería la despedida de John (Yoko Ono, finalmente, dispuso que no hubiera ceremonia alguna y que el cuerpo fuera cremado), George decidió que él no se movería de su casa. No quería exponer su dolor.
Las relaciones entre Harrison y Lennon eran de las peores en el ecosistema Beatle de los últimos años. El desdén de John en cada aparición pública había lastimado a George. En los primeros años tras la separación ambos trabajaron juntos en varias ocasiones, aunque John desde los medios siempre disparaba sus dardos y no se mostraba demasiado feliz con el temprano éxito post Beatle de George. Cuando Harrison publicó I, me, mine, unas memorias en edición de lujo, Lennon lo criticó porque él no aparecía (no era cierto; aparecía varias veces pero a John creía que no se le daba el suficiente crédito). En mayo del 79 en el casamiento de Eric Clapton con Pattie Boyd -ex esposa de George- se reunioeron Paul, Ringo y George y tocaron en medio de la fiesta. Las relaciones entre ellos eran fluidas y amistosas pero no con John. Harrison no veía a Lennon desde mediados de los setenta.
A la tarde del 9 de diciembre, George, al igual que Paul, fue al estudio. Estaba serio y triste. En un descanso con todos los sesionistas sentados alrededor de una mesa, hablaron sobre la vida y la muerte. George expuso su visión, cargada de espiritualidad y aceptación, habló de la diferencia entre el cuerpo y el alma, y contó, sin siquiera poder sonreír, alguna anécdota sobre John.
Meses después pudo elaborar su propio homenaje a su viejo compañero. Compuso la canción All Those Years Ago. A la grabación invitó a Paul y a Ringo. Los tres Beatles honraron a John con este tema que se convirtió en un gran hit.
Paul también compuso su canción para Lennon. Here Today tiene una letra emotiva en la que le habla a John. “Todavía recuerdo como era antes y no puedo contener las lágrimas, ya no. Ohhh, Te amo” escribió Paul en Here Today, la canción que ocupó el track 5 en su disco Tug of War.
Cada tanto, Paul toca el tema en vivo, sólo con su guitarra. En cada interpretación se emociona profundamente en ese diálogo hipotético con su viejo amigo.
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