El 8 de diciembre de 1980, John Lennon fue asesinado cuando ingresaba al edificio en el que vivía. Todo el mundo sabía dónde quedaba el departamento de John. El Dakota, el mítico edificio de la calle 72 frente al Central Park, estaba por cumplir un siglo de vida. Y además de millonarios, empresarios, celebridades y artistas albergaba (y lo sigue haciendo) cientos de historias extraordinarias. El Dakota, quizá, sea el edificio más conocido de la ciudad.
Un terreno enorme al costado del Central Park, en la parte Oeste de Manhattan. En ese tiempo, en octubre de 1880, era una zona completamente deshabitada de la ciudad. Allí Edward Cabot Clark decidió construir un imponente edificio de nueve pisos. Era una idea que traía de uno de sus viajes por Francia. Los edificios de departamentos. Le encomendó el diseño a Henry Janeway Hardenbergh, el arquitecto más afamado del momento especializado en un rubro que estaba ganando importancia: los edificios de departamentos y los grandes hoteles (suyo era el diseño del Plaza Hotel, también).
Los otros millonarios norteamericanos construían monstruosas mansiones en las grandes ciudades. Los apellidos todavía son reconocibles: Frick, Vanderbilt, Rockefeller.
Edward Clark era uno de los fundadores de la empresa Singer de máquinas de coser. Su proyecto era ambicioso. Crear el mejor edificio posible, con las mayores comodidades y los detalles más sofisticados posibles. Quería darles el mismo confort de una casa -por eso algunos tenían hasta dos decenas de habitaciones- más las ventajas de servicios centrales y compartidos.
Lo único que se sabe con certeza sobre su denominación es que el nombre fue puesto por Clark. Con los años se asentó la creencia que lo bautizó de esa manera por su afición a las historias del Oeste y porque el terreno estaba ubicado en esa zona de Manhattan y en un lugar inhóspito y casi sin movimiento alguno.
La construcción tomó cuatro años. La venta resultó un gran éxito. Las unidades se agotaron de inmediato. Pero no era cuestión de apurarse. Esa carrera no la ganaba el que llegaba primero. Los candidatos eran elegidos cuidadosamente. Esa criba inicial, exigente y lenta, no parece haber estado errada. Durante 45 años no hubo cambio en la lista de propietarios. Nadie vendió su departamento, en un caso de estabilidad consorcial único.
Eran departamentos altos, enormes y lujosos. Ninguno era igual al otro. 65 viviendas, literalmente, únicas. Algunas tenían cuatro dormitorios y otros veinte ambientes. La distribución estaba tomada también de la arquitectura francesa. Puertas alineadas que conectaban un ambiente con el otro, con un gran hall central y doble circulación. Los dormitorios principales estaban orientados hacia la ciudad mientras que los salones y el comedor tenían la vista del gran patio interno.
La entrada principal, fácilmente reconocible por haber sido el lugar del asesinato de John Lennon, es de una gran amplitud. La explicación no sólo está en la opulencia del proyecto sino que estaba pensada para que el medio de transporte de la época pudiera moverse con comodidad. Por ese imponente pórtico entraban y salían los carruajes tirados por caballos.
El edificio siempre se distinguió por los servicios centrales y las comodidades que brindaba en sus zonas comunes. Salones de fiestas, un amplio comedor, los primeros ascensores de la ciudad, monta platos, gimnasio, cocinas comunes, peluquería y habitaciones para el personal doméstico. Fue el primer edificio en tener calefacción central y un sistema de energía propio.
El extremo conservadurismo de la Junta quedó expresado cuando llegó el boom del aire acondicionado. Mientras todas las viviendas lujosas de Nueva York lo habían incorporado, en el Dakota seguían padeciendo el calor. La Junta no aceptaba esos aparatos colgando de sus ventanas que afearían la fachada. Tampoco los sistemas centrales porque obligaban a bajar los techo. El director de la Junta durante años respondía que a él no le importaba porque no sufría el calor. A fines de los años sesenta debieron ceder ante las quejas y a devaluación de las propiedades por semejante incomodidad.
Con el tiempo, otros servicios forzosamente debieron modernizarse. Y la gran mayoría de los sectores comunes fueron vendidos como viviendas.
El éxito del modelo del Dakota se trasladó al resto de la ciudad. Fue copiado por varios potentados que pusieron en marcha sus propios proyectos inmobiliarios. Pero pocos edificios conservaron el aura, el prestigio y las historias míticas como el Dakota.
¿Qué tienen en común Antonio Banderas, Melanie Griffith, Billy Joel, Madonna, el beisbolista Alex Rodríguez, el Kiss Gene Simmons y Carly Simon? Todos fueron rechazados por la Junta Directiva del Dakota. Los requisitos para obtener algunos de los departamentos son muy complejos y variados.
El primero elimina a la casi totalidad de la población mundial. Hay que disponer de varios millones de dólares para comprar una unidad (la venta más cara fue la del departamento que pertenecía a Leonard Bernstein por el que se pagaron más de 25 millones de dólares). Pero una vez mostrada la capacidad adquisitiva, también hay que demostrarle a la Junta que se dispone de solidez como para afrontar los gastos mensuales. Así cada candidato debe presentar una ingente cantidad de información sobre su pasado y presente financiero. Declaraciones de impuestos, antecedentes en sus anteriores consorcios, flujo de sus actividades económicas. Porque conservadores como son, no ven con buenos ojos los cambios de propietarios. Prefieren que cada uno que compra permanezca en la unidad el mayor tiempo posible. Lo mismo sucede con los alquileres: los inquilinos son inspeccionados aún con más rigor que los que compran.
Lo que desean evitar es que alguien con un muy buen presente pueda pagar decenas de millones por un departamento exclusivo pero que pasado un cierto tiempo no pueda afrontar los gastos mensuales que requiere el consorcio.
Pero gozar de poderío económico no asegura nada. La Junta aprueba o rechaza solicitudes según su parecer. Enconos antiguos, disputas políticas, alguna deuda pendiente, y hasta meros caprichos hacen que los miembros del órgano rector del edificio decidan quién puede compartir el Dakota con ellos.
Se sospecha que hay un placer oculto ante cada celebridad que es rechazada, como si ellos les dijeron, que el Dakota, su Dakota, sigue siendo un terreno inconquistable. En los últimos años, la Junta ha recibido denuncias por discriminación racial y hasta por antisemitismo. Las denuncias no prosperaron en la justicia.
Por eso fue que cuando Lennon y Yoko Ono mostraron interés en el Dakota se pensó que ellos serían dos nombres más en la lista de rechazos célebres. En ese tiempo, apenas iniciada la década del setenta, John tenía problemas serios con el gobierno de Richard Nixon que quería expulsarlo de Estados Unidos. También estaban sus antecedentes de problemas legales con las drogas. Y su profusa actividad pública, su vida de músico y súper estrella (posiblemente la más importante del mundo) hacían prever que todas las noches habría ruido, fiestas populosas, indeseables caminando por los pasillos del Dakota y hasta había quienes imaginaban concurridas orgías.
Pero el matrimonio no causó ningún problema. John además tenía un estudio en planta baja. Lennon adoptó el departamento como sede para su reclusión de la vida pública. Los otros habitantes del Dakota veían cómo la pareja salía disfrazada para que no los reconocieran en la calle; esa era la única manera en la que podían caminar tranquilos. Los otros inconvenientes que producía Lennon eran las decenas de llamados diarios de fans a la recepción; eran muchos los que anhelaban cruzar una palabras con John. También varias veces por día se agolpaban curiosos en la vereda con la ilusión de cruzarse con el ex Beatle. El portero, cuando la gente era demasiada, avisaba a John que utilizaba una puerta de servicio ubicada en el sótano para escapar del asedio.
El otro inconveniente práctico es que en el mostrador de entrada se amontonaban los regalos para el músico dejados por sus admiradores. El caso más extremo, quizá, haya sido el de un joven que dejó una pequeña bolsa con un polvo blanco para John con una tarjeta que decía algo así como “En muestra de mi admiración”. A partir de ese momento, Lennon pidió que ese tipo de regalos de desconocidos fueran directamente tirados a la basura.
En algún momento se hizo correr el rumor que John y Yoko querían comprar el edificio entero. Lo cierto es que muchas de las pequeñas unidades que fueron puestas en venta las compro Yoko. Además del estudio de John, había un atelier, un departamento para estar sola, y otras unidades adquiridas como inversión. Cuando una propiedad está disponible los copropietarios tienen preferencia para su adquisición. Hasta mediados de los setenta, los departamentos, aunque caros, eran accesibles. Luego el valor se fue incrementando anualmente hasta los precios siderales de los últimos años.
El edificio con su centenaria historia tiene también leyendas que rozan lo sobrenatural. En él, inevitablemente, hubo muertes, tragedias y desgracias varias. Así que las leyendas sobre fantasmas, espíritus y apariciones son múltiples.
Una de ellas involucra a Yoko Ono y a John Lennon pero es previa al asesinato de hace cuarenta años. La pareja le compró el departamento al actor Robert Ryan. Su esposa Jessie había muerto de cáncer y él, aplastado por la tristeza, no pudo seguir viviendo en el departamento en el que ambos habían sido tan felices.
Yoko Ono antes de mudarse llevó a una medium para realizar una limpieza espiritual del lugar. La medium le informó que Jessie Ryan, su espíritu, seguía en el lugar y no estaba dispuesta a abandonar su casa. Según la espiritista, Jessie les dijo que ella no iba a molestar para nada pero que no se iría. Yoko Ono creyó que la compañía no les iba a molestar pero sintió la obligación de avisarle a la hija de los Ryan. Lisa Ryan no se tomó demasiado bien lo que Yoko creía sobre el destino de su madre. “No se preocupe. Si mi mamá sigue dando vueltas por ahí, estará dónde estoy yo y el resto de su gente querida”, respondió la joven.
Yoko Ono, luego del asesinato de John, no se privó de contar que el fantasma de su marido se aparece por las noches y toca el piano blanco del enorme living.
Se dijo también que un antiguo dueño de ese departamento del séptimo piso había escondido debajo del trabajado piso de madera del dormitorio principal 30.000 dólares en algún momento de la década del veinte. Pero John y Yoko no quisieron comprobar nunca si la historia era una invención o era cierta. La operación de remoción del piso y su restauración iba a salir más cara que el supuesto tesoro.
La discreción del edificio era tan profunda que hubo casos de familiares y de ex esposos que vivieron en el Dakota simultáneamente, pero al no compartir el mismo sistema de ascensores (hay cuatro diferentes), nunca se cruzaron ni supieron que el otro vivía tan cerca de ellos.
Si los rechazados fueron muchos y muy famosos, también hubo grandes celebridades y personajes muy influyentes que habitaron el edificio. Lauren Bacall, Leonard Bernstein, Roberta Flack, Judy Garland, Lilian Gish, Boris Karloff, José Ferrer, el documentalista Albert Maysles, Rudolf Nureyev, el jugador de fútbol americano Joe Namath y Rosie O’Donnell entre otros.
El Dakota fue conocido por primera vez en el mundo entero gracias a El Bebe de Rosemary, la película de Roman Polanski interpretada por Mia Farrow. En ese film aparecen su entrada y su fachada. Luego fue John Lennon el que le dio la resonancia internacional definitiva.
El edificio ya era un ícono, una leyenda de Nueva York. Pero toda su historia, todas sus historias, todos los influyentes que pasaron por sus departamentos, las celebridades que lo habitaron, los famosos que fueron rechazados, quedaran opacados siempre por el hecho de haberse convertido en el lugar en que John Lennon fue asesinado.
SEGUIR LEYENDO: