Un cuarto de siglo y cuatro películas después, se puede afirmar sin temor a la exageración, que Toy Story es una de las grandes franquicias del cine contemporáneo y que cambió el mundo del cine de animación. La primera película de la serie, y John Lasseter, su creador, provocaron una revolución en un arte joven pero que no presenció tantos cambios técnicos bruscos en sus poco más de cien años de historia. Toy Story además de sus personajes queribles e inolvidables, además de su gran historia, de las alegorías que encierra, además de ampliar el público de las películas animadas, fue el primer film completamente animado por computadora.
La historia de su concepción, de las transformaciones de su historia, de la mutación de los protagonistas, de las trabas que tuvieron que superar Lasseter y Pixar es intrincada y menos fluida de lo que su éxito posterior podría indicar. Por ejemplo, en el camino de su creación no siempre estuvo Woody, y cuando apareció no tenía ni el rol por el que lo conocemos ni su fisonomía actual. Pero cada dato, cada anécdota, cada obstáculo superado, pelea interna o consejo escuchado mejoró la película; lo que refuerza la idea de que el cine es una creación paciente, que adquiere textura con el tiempo, y eminentemente colectiva.
Todo empezó casi quince años antes del estreno. En 1981, John Lasseter era un joven empleado del sector animación de Disney. Allí vio cómo trabajaban en una escena de Tron, un film que mezclaba actuaciones, efectos especiales y animación. Quedó deslumbrado con la escena de las motos de luz. A partir de ese momento, Lasseter intentó convencer a sus superiores de adaptar una novela infantil titulada La Tostadora Valiente, en la que electrodomésticos tomaban vida. Quería hacer animación 3D por primera vez. El joven de 24 años, más allá de su inquietud técnica, había visto qué tipo de historias contar y las posibilidades expresivas que le brindaban los objetos inanimados tomando vida. Cuando sus jefes le preguntaron si era más barato ese método de producción, él respondió que seguro no iba a ser más caro. A los directivos no le bastó esa respuesta: ¿para qué se iban a arriesgar con una innovación si no se ahorraban una buena cantidad de dólares? Al poco tiempo lo echaron de la compañía. Lasseter consiguió rápido un trabajo en la productora de George Lucas. Un par de años después, en El Joven Sherlock Holmes fue el encargado de crear el primer personaje totalmente digital incorporado a un film.
Luego ocurrió lo de siempre. Un movimiento casual, un asunto personal que se expande en olas invisibles y produce efectos impensados. El conflictivo divorcio del creador de Star Wars, obligó a George Lucas a desprenderse de algunos de sus negocios, entre ellos la de animaciones gráficas que manejaba Lassiter con Ed Catmull. Ellos la reconvirtieron en Pixar. Pero para poder mostrar su trabajo, para lograr alguna obra, aunque sea algún corto, necesitaban mucho dinero. Encontraron un inversor, un visionario que no dudó en apoyarlos: Steve Jobs.
En 1988, con su tercer corto, Pixar y Lasseter logran centrar la atención sobre ellos. Tin Toy, la historia de un bebé y un juguete de lata ganó el Oscar al mejor corto animado. Pero principalmente hizo que Jerry Katzenberg y Michael Eisner, los nuevos hombres fuertes de Disney le prestasen atención. Luego de varios negociaciones (y de intentos fallidos de Disney por recontratarlo), firmaron un acuerdo para coproducir un largo, con esas novedosas técnicas de animación computarizada, basado en Tin Toy.
El muñeco de hojalata era un hombre orquesta, vestido de rojo, con un gran bombo colgado de su espalda, platillos sobre su cabeza, una trompeta y un xilofón en su costado. En 1991, él era el protagonista de la historia pero nada de esos primeros intentos quedó en la versión final tras el paso de varios guionistas, las opiniones permanentes de Katzenberg, la persistencia de Lasseter y el apoyo decidido de Jobs cuando fue necesario y parecía que todo colapsaba.
La historia imaginada al principio era muy diferente. El protagonista era Tin Toy. No existía Buzz, ni estaban otros de los juguetes que adquirieron notoriedad. ¿Y Woody? Woody ya aparecía en los primeros guiones. Era un muñeco de ventrílocuo, con una cara menos alargada, casi cuadrada y del mismo tamaño que su tronco; los rasgos eran duros sin inocencia. Su papel también era muy diferente. Aunque sea difícil de creer su rol era el de villano.
Katzenberg insitió, no siempre con buenos modos, en que la película tenía que convertirse en una Buddy movie, un género con grandes exponentes (de Butch Cassidy a Arma Mortal). El peso debía recaer sobre una pareja despareja, y que en su unión improbable surgiera la solución del conflicto principal.
Cuando encontraron a sus protagonistas, a Woody y a Buzz, los guionistas y el director supieron que tenían algo importante entre manos. El vaquero que hacía de villano pasó a ser el juguete favorito de Andy y el centro de la historia. Chocará con el recién llegado. Un astronauta portentoso y creído que está convencido de poseer súper poderes. En esa instancia de trabajo, ese personaje todavía se llamaba Lunar Larry.
Pero no todo terminó ni se acomodó cuando se definió que la pareja protagónica serían Woody y Buzz. Una primera versión del film se vio en una función exclusiva para los principales directivos de Pixar y Disney. La función fue un fracaso. Algunos, ya afuera de la sala, consideraron no estrenar nunca Toy Story y sepultar la película en el fondo de un archivo. Se ahorrarían mucho dinero si detenían el proyecto en ese momento; no veían solución a la vista, les parecía insalvable. Algo fallaba en la relación entre ese cowboy mandón y algo amargado, decidido a destruir al recién llegado, a ese astronauta arrogante. Las interacciones entre ellos eran tensas, llenas de acidez y sarcasmo. La pelea entre ellos no generaba complicidad ni identificación y absorbía las mayores energías del film.
Ya varios habían metido mano en el guión (entre ellos uno de los hermanos Cohen), pero como última opción llamaron a Joss Whedon, creador en ese entonces de Buffy, la Cazavampiros. “Cuando recibí el guión todo era confuso y se descascaraba. Pero lo fundamental estaba: los juguetes tenían vida y había conflicto entre ellos. Ese concepto era oro”, dijo.
Whedon fue un aliado ideal para Lasseter en la misión de resistir una de las más persistentes ofensivas de los ejecutivos de Disney a lo largo del proceso. Ellos querían convertir a la película en un musical. Al fin y al cabo era la fórmula que ellos conocían y les funcionaba como habían demostrado La Sirenita, La Bella y la Bestia o El Rey León. Pero Lasseter no quería hacer un musical. Para él y para los guionistas la naturaleza de las Buddy Movies colisionaba con las convenciones del musical. Las negociaciones fueron tensas y el director aceptó las grandes canciones de Randy Newman pero sin que fueran cantadas por los personajes en escena.
Woody fue bautizado así en homenaje a Woody Strode, un ex pentatleta, jugador de fútbol americano y actor que se destacó en Espartaco y en varios westerns. Su compañero le debe el nombre a Buzz Aldrin, uno de los tres tripulantes del Apolo XI, el segundo hombre en pisar la luna, el de carácter expansivo, estentóreo y algo fanfarrón. Aldrin, al principio, se disgustó con este homenaje impensado. Hasta pensó en iniciar acciones legales. Pero luego cambió de parecer. Le causó fascinación el impacto del personaje. Concurrió a los preestrenos de cada película de la franquicia y se sacó innumerables fotos con muñecos de Lightyear.
Las voces eran otro problema a solucionar. Disney sabía, desde Aladdin y Robin Williams, que ese era un aspecto fundamental para el éxito del film. Katzenberg propuso un dúo fuerte de entrada, algo entre la más caliente actualidad y lo clásico. Pensó en Jim Carrey (y su histrionismo para remedar a Williams) y Paul Newman. Pero ninguno de los dos llegó a la película por diferentes motivos, aunque el deseo del jefe de Disney de contar con Newman se cristalizaría en Cars. La siguiente dupla protagónica buscada fue la de Tom Hanks y Billy Crystal. El segundo no aceptó; su rechazo fue casi inmediato: no entendía cómo alguien podría querer hacerle las voces a unos dibujitos. Sin embargo, apenas el film se estrenó, Crystal se arrepintió y mostró su pesar. Su turno, su gran oportunidad en el género, su desquite llegaría con Monsters Inc.
Si bien Tom Hanks tuvo dudas, terminó aceptando. Para probar la manera en que su voz podía funcionar con los personajes, Lasseter hizo una prueba superponiendo diálogos de comedias anteriores de Hanks a las imágenes de Woody. En ese momento se dieron cuenta que el cowboy sólo podía tener esa voz.
El único inconveniente que se les presento con Tom Hanks fue que debió apurar su participación y grabar sus partes en menos tiempo que el calculado. El rodaje de Philadelphia se aproximaba y el actor no quería que sus interpretaciones fueran simultáneas, necesitaba enfocarse en el exigente papel de la película dirigida por Jonathan Demme.
Para Buzz se eligió a Tim Allen, un actor que en ese entonces protagonizaba un suceso televisivo con Home Improvement ,y que el año anterior había tenido un suceso de taquilla con The Santa Clause.
Disney sabía que si la película funcionaba de una manera decente en taquilla (posiblemente no imaginaron tamaño éxito) su negocio se amplificaría. De cada una de sus creaciones obtenían importantes ganancias con el merchandising, en especial con los juguetes. Así que Toy Story se convertía en el vehículo ideal para su negocio: ¡Qué mejor para vender juguetes que una película protagonizada por juguetes! No podía fallar. Y no falló. Desde Woody (con su suela pintada con el nombre de Andy) hasta Forky, pasando por Cara de Papa o Slinky, la franquicia en cada una de sus entregas logró llevar decenas de juguetes a la vida cotidiana de los chicos de todo el mundo.
Luego vendrían tres películas más pese a que Disney quiso, al principio, producir las secuelas sólo para el video casero. Al menos la segunda y la tercera son de una gran calidad y con idéntica capacidad para conmover que la primera. La cuarta película posiblemente sea una película innecesaria, la única que podríamos habernos obviado, la única que no es imprescindible.
Final Cut, el libro de Steven Bach que narra el colapso del estudio United Artists bajo el peso de la desmesura de Heaven´s Gate, la película de Michael Cimino, empieza con una escena que habla del negocio de Hollywood. Los directivos analizan una serie de encuestas que demuestran que menos del 10 % del público sabe cuál es el estudio que está detrás de una película exitosa. Pixar logró cambiar esto. Cada una de sus películas lleva una marca de agua. La animación, los guiones con texturas, personajes tridimensionales, grandes historias. Toy Story fue el primer largo de un estudio que luego, entre otras, creó Monsters Inc, Cars, Los Increíbles, Up, Wall-E o Intensamente.
En 2007 y luego de que las relaciones entre las dos empresas y su sociedad se deteriorara, Disney compró Pixar por 7.400 millones de dólares. Lasseter volvió a Disney más de veinte años después de su despido cómo director del sector de animación. Fue su gran venganza. Los éxitos siguieron llegando.
En 2017, John Lasseter fue acusado de maltrato laboral y conductas impropias. Luego de una licencia de varios meses, tuvo que renunciar a su puesto. Su buena estrella se apagó bajo el aluvión del #MeToo. Pero su legado ya había fijado una estela imborrable. Nada fue lo mismo después de Toy Story.
El éxito de la película fue fulgurante. Superó todas las expectativas. ¿Cuál fue el motivo? Las innovaciones técnicas no explican su repercusión. Toy Story tiene corazón, es una película con alma, con personajes queribles y situaciones reconocibles, en la que cada espectador puede verse reflejado. La decepción por verse desplazado, el temor al rechazo, la amistad, los sentimientos duraderos, luchar por lo que uno quiere, la acción conjunta que potencia a los individuos. Todos alguna vez nos vimos reflejados en ese muñeco de ojos tristes vestido de cowboy (o de vaquero para los más veteranos) o en el confiado astronauta de colores fulgurantes: la magia del cine, el poder de una gran historia que hoy cumple 25 años.
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