Por más urgido que estuviese, Truman Capote nunca empezaba un texto un viernes. Si ese viernes además era 13, casi no salía de la cama. En sus frecuentes viajes no se alojaba en pisos ni habitaciones que tuvieran ese número. Un viernes 13, por supuesto, no subía a un avión.
Hasta hace unas décadas en estas latitudes, un día como hoy, no habría tenido mayor relevancia. Sin embargo, entre otros efectos de la globalización, está el de que festividades, efemérides y hasta supersticiones de otros hemisferios se instalen entre nosotros.
Se supone que en Latinoamérica, la asociación entre viernes, el numero 13 y la mala suerte, se dio a partir de Jason y su franquicia fílmica que ya cumplió cuarenta años.
Hasta ese momento, todo el mundo lo sabe, el día a evitar era el martes 13. “Martes 13 no te cases no te embarques” decían las personas mayores.
Hay dos caminos. O pensar que nada de esto es cierto o cuidarse un gran número de días. Porque si aquí el día “maldito” es el martes 13, en la mayoría de los países anglosajones y del Hemisferio Norte es el viernes 13. Pero ahí no termina la cosa porque en Italia la jornada a evitar el viernes 17. Con esto último, al menos, entendemos porque en el significado de los números de la quiniela el 13 es la yeta y el 17, la desgracia.
El origen de considerar que todo tipo de accidentes, desgracias, malos augurios y cascadas de mala fortuna se pueden desatar en un viernes 13 es difuso. Hay muchas teorías al respecto y se toman demasiadas fechas a lo largo de la historia como para saber cuándo nació esta extraña superstición. Extraña, en particular, porque temerle a un sólo día nos hace suponer que los demás días no entrañan riesgos o son inocuos.
Algunos atribuyen la maldición del número a la cantidad de comensales en la Última Cena. Los doce apóstoles y Jesús. Lo que no se entiende de esa teoría es por qué el décimo tercero sería Judas Iscariote y no uno de los otros. Es probable que en el mundo occidental el origen esté relacionado con otro hecho de esos días. Jesús fue crucificado un viernes. Y ese hecho signó la consideración de la fecha.
Muchos siglos después, por orden de Felipe IV, el 13 de octubre de 1307, un viernes, fueron juzgados y ejecutados varias decenas de caballeros templarios acusados de graves crímenes contra la cristiandad. La Inquisición ordenó matarlos de inmediato. Los cargos eran variados: herejía, lujuria, incursión en la sodomía. La matanza llevó a la desaparición de la Orden Templaria. Algunos lograron fugarse aunque la mayoría fue capturada en poco tiempo. Mientras ardía en la hoguera, Jacques de Molay, el Gran Maestre, el primero en la jerarquía, maldijo al papa Clemente y al Rey Felipe IV. Les gritó, entre las llamas, que en menos de un año ambos iban a tener que comparecer como él ante un tribunal pero de otro tipo, uno que conoce apelaciones, el tribunal divino. Ambos mandatarios, el rey y el papa, murieron en los siguientes meses. Lo que sucedió en su juicio final se desconoce.
Durante los siglos XVII y XVIII los viernes eran días malos en serio. Eran los días de ejecución. En esas jornadas se ahorcaba a los convictos que se había encontrado culpables. El acto convocaba al pueblo alrededor del patíbulo. La ceremonia, el espectáculo macabro teñía el día y el humor de los poblados.
Además de Truman Capote hay muchos otros personajes célebres que le temieron a la fecha. Winston Churchill fue uno de ellos. Esos días sus actos de gobierno eran tenues, casi invisibles y su inmovilidad casi total. Churchill ha abandonado varias comidas al darse cuenta que los comensales eran 13. El terror que el compositor Gioachino Rossini demostraba a los viernes 13 no pareció infundado. Luego de años de evitar riesgos en esos días, murió un 13 de noviembre de 1868. Un viernes, claro.
Hay años en los que puede llegar a haber hasta tres Viernes 13. El lector seguramente habrá supuesto que uno de ellos es el 2020, pero se ha equivocado. En este pandémico año sólo tuvimos dos. En otros sólo se debe pasar por uno de esos viernes.
El temor a este día existe. La prueba es que esa fobia hasta tiene un nombre. Y sabemos que para muchos lo que tiene una palabra que lo nombre, existe. Por más estrafalaria que sea. Es cierto que la denominación es complicada y si no fuera por Google o algún texto científico nadie la recordaría. El temor al Viernes 13 se denomina parascevedecatriafobia (paresceve es la preparación pascual) o friggaatriscaidecafobia (Frrigga proviene de la diosa escandinava de mismo nombre, origen de Friday -viernes en inglés); triscaidecafobia es el miedo al número trece.
De esta última conocemos numerosas manifestaciones. Técnicos de fútbol que saltean esa camiseta en sus planteles, hoteles que pasan del piso 12 al 14, hospitales que niegan habitaciones con el 1 y 3 continuados, o líneas aéreas que ignoran esa fila.
Aquellos que quieren demostrar empíricamente aquello en lo creen echan mano a algunos ejemplos para sostener que los eventos más terribles pueden suceder un Viernes 13. Pero cuando inspeccionamos la lista que proporciona Wikipedia encontramos que es bastante escuálida. Algún magnicidio, un accidente aéreo, un golpe de estado, el asesinato de una celebridad que siempre quedaba en medio de tiroteos. No hay intención de restarle dramatismo a esos eventos desgraciados sino que se debe considerar que en otros días, Lunes 8, Miércoles 18 o Sábado 22, podremos encontrar un catálogo de momentos dantescos hasta más nutrido. Porque así es la vida.
Los defensores de lo siniestro del día de la fecha blanden la tragedia de Los Andes, la caída del avión que transportaba a los rugbiers uruguayos. Si se considera que un avión se desprendió del cielo y cayó en medio de la Cordillera, sin alimentos y en condiciones climáticas extremas, el tiempo que estuvieron sin ser divisados, el porcentaje de sobrevida fue elevadísimo. Supongo que los sobrevivientes se consideran personas afortunadas.
Un estudio holandés realizado hace poco más de una década mostró una particularidad. Los viernes 13 el índice de accidentes automovilísticos y domésticos bajaban sensiblemente. Eso indicaría que la maldición no existiría. Pero cuando se pusieron a indagar descubrieron que era una cuestión estadística. Los viernes 13 en su país había menos circulación y menos actividad. La fobia, el temor, había actuado preventivamente.
Una consultora norteamericana, a fines del siglo pasado, afirmó que la actividad comercial del país disminuía notoriamente los viernes 13. Pero varias aerolíneas negaron el dato. Esos viernes vendían la misma cantidad de pasaje que los que caen en otro número.
Temer al calendario, a pasar por debajo de una escalera, a romper un espejo, a ingresar a un campo de juego con el pie izquierdo. Las supersticiones son variadas y con manifestaciones muy diferentes. Aún los más razonables creen, incurren en ellas. Creer en algo, temerle a algo aunque no siga una lógica causalística a veces es una manera de buscar seguridad, de sentirse acompañados, arropados hasta por lo irracional. Esa necesidad de buscar refugio en aquello que no comprendemos. Porque cuando buscamos seguridad o protección, cuando procuramos indemnidad ante lo imprevisto, todos tenemos derecho, aunque sea por un momento, al menos por 24 horas (estas 24 horas), a volvernos terraplanistas.
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